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Los sueños que no nos podrán robar

Fuentes: Rebelión

Escribe Juan Mari Eskubi Arroyo: «La sublevación denominada «Motín de la sal» se desarrollo entre 1631 y 1634, a consecuencia de una Real Orden que intentaba establecer el monopolio regio sobre la sal, para controlar su venta y gravarla con fuertes arbitrios, lo que significaba vulnerar los fueros, en los que se establecía la libertad […]

Escribe Juan Mari Eskubi Arroyo: «La sublevación denominada «Motín de la sal» se desarrollo entre 1631 y 1634, a consecuencia de una Real Orden que intentaba establecer el monopolio regio sobre la sal, para controlar su venta y gravarla con fuertes arbitrios, lo que significaba vulnerar los fueros, en los que se establecía la libertad de su comercio y la exención de impuestos; fueros que, por cierto, Felipe IV había jurado respetar y defender. La sal era un elemento imprescindible para la conservación de carne y pescado. El motín fue la culminación de un proceso que trascendió la defensa de las libertades legales para convertirse en un enfrentamiento de carácter democrático y antioligárquico, entre grupos populares ­clase media baja­ y los ricos y aristócratas, que atrincherados en torno a la corona, ejercían el poder bajo un injusto e inaceptable régimen político-social, además de traicionar los derechos e intereses del pueblo, permitiendo los contrafueros reales y colaborando en su instauración. Para gobernar con impunidad, y abusando de prepotencia y despotismo, entre otras artimañas los poderosos excluían de las Juntas Generales a los candidatos a procuradores que «no supieran leer, escribir y entender la lengua castellana», lo que en aquella época suponía descartar a la inmensa mayoría de los pobladores.

Constituyen heroicos ejemplos de la vieja lucha de Euskal Herria por su liberación nacional y social».

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Parafraseando el discurso de la recordada gran Eva Forest en el homenaje a Juan Crespo en las Carreras (Bizkaia), nos hemos reunido ante la placa de la iglesia de san Antón de B ilbo para recordar a Martín Otxoa de Aiorabide, al licenciado Morga y Sarabia, al escribano Juan de Larrabazter, a los hermanos Juan y Domingo de Bizkaigana y a Juan de la Puente Urtusaustegui, ausentes desde 1634, hace 379 años, ajusticiados en la plaza pública por liderar el «Motín de la sal». No es la primera vez que nos juntamos para conmemorar sus muertes y las muertes de otros luchadores que lo dieron todo en pro de una causa justa. Son muchos los que como ellos, en Euskal Herria, a lo largo de los siglos y también de estos años de «democracia», han muerto defendiendo derechos y libertades fundamentales: acribillados por las balas, hechos mil pedazos, en las modernas cárceles de alta seguridad o torturados en el fondo de mazmorras de la Policía y cuarteles de la Guardia Civil. Todos están presentes este día de mayo en esta placa, porque todos confluyeron en un mismo y grandioso proyecto de liberar a su pueblo y defender sus derechos.

No hemos venido a llorar su ausencia sino a agradecerles el legado que nos dejaron al irse y su fuerza en forma de conciencia que nos transmitieron; nos hemos reunido para mostrar que esta lucha que viene de tan lejos y apunta a horizontes imprevisibles, continúa y avanza. Estamos en una llamada democracia, en la que cada vez es más peligroso homenajear a los muertos e incluso mentar sus nombres. Defender derechos y sueños. A los gobiernos de turno y del mundo no les gustan los actos reivindicativos y populares como éste, les dan miedo. Y encuentros populares como éste los habrá cada vez más porque en esta sociedad asfixiante y opresiva necesitamos espacios públicos en los que debatir nuestros problemas y tomar decisiones propias.

Necesitamos convertir las plazas en foros que hagan posible la asamblea; dejar oír en la calle el grito que reclama, o la propuesta que construye, o la ironía que critica, y poner en evidencia lo grotesco del sistema es una manera de caminar pacíficamente hacia la deseada democracia de la que tanto hablan los gobiernos y a la que tanto temen cuando se vuelve participativa.

Cuenta Eva Forest que en Bagdad una amiga iraquí le decía pocas semanas antes de la criminal agresión: «Ellos -se refería al imperialismo de los EEUU y británico- no sólo quieren el petróleo, quieren también robarnos los sueños, pero esto no lo conseguirán nunca». Y tenía razón, porque así ha sido. Les han destruido las ciudades, masacrado los pueblos, derruido las casas, torturado a sus gentes, asesinado a los niños; familias enteras han sido dispersadas y han tenido que huir abandonando sus tierras; les han saqueado los museos, robado sus tesoros, quemado las bibliotecas. Pero los sueños de independencia y libertad siguen intactos, volando por encima de tanto genocidio y ellos son los que en parte nutren la heroica resistencia de este pueblo indomable.

Robar los sueños que alimentan la riqueza imaginaria de los pueblos que desean ser libres es uno de los objetivos del gran enemigo de la humanidad: el imperialismo en sus múltiples y siempre feroces formas. Y preservar estos valiosísimos y bellos sueños para que nadie los robe y los destruya es tarea de los que quedamos y seguimos en el empeño de cambiar el mundo y hacerlo más habitable. Soñar es imprescindible para un revolucionario: convertir la poderosa fuerza de los sueños en instrumento liberador es, en cierto modo, adaptar a este momento histórico el ejemplo de estos 6 arriba citados, del Che, cuando escribió que no le importaba su muerte siempre que alguien recogiera su arma para proseguir el combate y de tantos otros hombres ilustres y recordados. Recoger los sueños de nuestros muertos y convertirlos en arma creadora que perfora imposibles y orada utopías en busca de nuevos caminos que aceleren el proceso de humanización, ¿no es ya el mejor homenaje?

Todos los revolucionarios que murieron en el camino llevaban consigo un cargamento de sueños que no les pudieron robar nunca. Esos sueños perviven en nosotros, son como la energía que nunca se pierde y continuamente se transforma, ellos se multiplican en las mentes y dan moral para seguir. Sueños que nos ayudan y son parte de nuestra pequeña resistencia cotidiana, o de la grande y muy heroica de cientos de presos que en las cárceles de la dispersión sostienen con firmeza su dignidad frente al enemigo que trata de aniquilarlos. De la resistencia de tantos y tantos presos que se consumen en espantosas mazmorras del mundo capitalista: en los EEUU, en Guantánamo, en Afganistán; en jaulas clandestinas y agujeros ocultos en los más insólitos rincones de países que se dicen democráticos. También estos: Martín Otxoa de Aiorabide, el licenciado Morga y Sarabia, el escribano Juan de Larrabazter, los hermanos Juan y Domingo de Bizkaigana y Juan de la Puente Urtusaustegui nos legaron parte de sus sueños que ya hoy son historia y placa desde 1968 en esta Iglesia de san Antón.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.