Traducción del hebrero de J.M.
Muchos gobiernos pasaron en los 60 años de Israel, pero sin duda ninguno tan malo como el de Ehud Olmert, que ayer llegó a su fin. Como balance, en dos años y nueve meses el resultado es cercano a nada.
Olmert, que no fue elegido como primer ministro, ocupó el lugar cuando Ariel Sharon enfermó. Como su sucesor en la presidencia del partido Kadima formado con integrantes del Likud y Avodá obtuvo para el partido pobres resultados, menos de un cuarto de los miembros del Parlamento -Knesset- pero que fueron suficientes para formar gobierno.La designación de los cargos de primera línea fue sorprendente -la cartera de economía para Abraham Irshezón, la cartera de defensa a Amir Peretz, en justicia a Jaim Ramon. Los resultados no tardaron en llegar.
Irshezón, sospechado de corrupción, renunció; Peretz fracasó como ministro de defensa, entre otras cosas por su desempeño en la guerra de Líbano, también perdió su primer puesto en el partido laborista -Avodá-. Ramón eligió publicitarse con la Corte Suprema de Justicia y más tarde, cuando fue acusado de abusar una soldada, fue removido de su cargo y puesto como vice primer ministro. En su lugar de la cartera de justicia, Olmert nombró al profesor Daniel Fridman, que accionó como un toro furioso contra el sistema judicial, sistema que fue nombrado para defender. Los daños que causó aún son muy difíciles de reparar, pero su contribución a que el sistema judicial y sea muy poco creíble y al estado de derecho ya hoy son claros.
La mayor desilusión tiene que ver con el área política y de seguridad. Algunos meses después de la asunción del gobierno, Olmert decidió con la aprobación de sus ministros y como consecuencia del secuestro de dos soldados en la frontera norte, hacer una gran acción en Líbano. El informe Winograd, en sus dos partes, transmitió la profundidad del fracaso, tanto en el proceso de la toma de decisión como en la preparación del ejército y de la retaguardia, acción que desembocó en la segunda guerra de Líbano. A pesar de todo ésto, el primer ministro siguió pegado a su silla y se negó a reconocer su responsabilidad, aún después de la renuncia del ministro de defensa y el jefe del ejército, Dan Jalutz.
En lo que toca al tema palestino hubieron contactos con Mahmud Abbas (Abu Mazen) que fueron dubitativos y estériles. A pesar de sus declaraciones sobre el avance hacia un «acuerdo estante», se vio también en ésto que no eran más que palabras vacías. A pesar de ésto, se vio obligado a aceptar en la Franja de Gaza un acuerdo para calmar la situación con Hammas en condiciones dudosas. También en el costado con Siria, en el cual se reconocen ciertos avances, Olmert dificultó el avance en las negociaciones. Termina su mandato sin ningún avance de Israel hacia la paz, tal como era cuando asumió.
Pero su mayor fracaso parece estar en la aparición de una cadena de fraudes que son la causa del fin de su mandato. Entre otros está sospechado de defraudaciones graves como sobornos, engaños y descrédito en temas de ventas, blanqueo de capitales y más y más. Su conducta personal de sibarita y avidez sin límites, influyó negativamente en su desempeño como primer ministro. La jefatura de gobierno era según sus palabras su «lugar de trabajo». Es de esperar que el próximo primer ministro entienda la importancia de los desafíos que Israel enfrenta y que vea su cargo como un mensajero al servicio público.
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