La carretera del aeropuerto al hotel deja la historia al descubierto: los edificios modernos esconden parcialmente estructuras abarrotadas y en ruinas que parecen a punto de desplomarse. Los viejos armatostes van resoplando como por inercia mientras los últimos modelos de lujo les sobrepasan como centellas. Enormes vallas publicitarias anuncian empresas multinacionales. Y todo esto junto […]
La carretera del aeropuerto al hotel deja la historia al descubierto: los edificios modernos esconden parcialmente estructuras abarrotadas y en ruinas que parecen a punto de desplomarse. Los viejos armatostes van resoplando como por inercia mientras los últimos modelos de lujo les sobrepasan como centellas. Enormes vallas publicitarias anuncian empresas multinacionales. Y todo esto junto a mezquitas centenarias cuya belleza quita el aliento, testigos de una época en la que Egipto era el centro de la cultura islámica, y no tan sólo otro país del Tercer Mundo que ofrece al globo mano de obra barata para ser explotada. Un flechazo: ése fue mi primer encuentro con El Cairo.
Majala, 7 de abril de 2008. Manifestantes en el exterior la comisaría de policía exigiendo la liberación de las personas, entre ellas varios niños, detenidas el día anterior. Foto de Per Bjorklund.
No iba de turista. Lo que me llevó a Egipto junto a mi compañera Samia Nassar fue la oleada de huelgas que, desde diciembre de 2005, ha sacudido al régimen de Hosni Mubarak. En el año 2007 se produjeron 580 huelgas, manifestaciones y protestas, con la participación de entre 300.000 y 500.000 trabajadores. Es probable que las cifras de 2008 sean más del doble, lo que refleja el enorme aumento de los precios de los alimentos. Pasamos tres días sin parar de charlar de la mañana a la noche con representantes de partidos políticos y organizaciones sindicales. Un nombre aparecía una y otra vez: Majala el Kobra, la ciudad textil, epicentro del nuevo movimiento sindical. Poblada por medio millón de personas, Majala se asienta en el Delta del Nilo, a 120 kilómetros al norte del Cairo, y cuenta con la mayoría de las fábricas textiles. Por ejemplo, la empresa Misr, Tejidos e Hilaturas, fundada en 1927, emplea a 27.000 personas, lo que la convierte en una de las fábricas más grandes del mundo. Sus trabajadores -sobretodo, las mujeres- iniciaron la primera y ahora célebre huelga de diciembre de 2006. Ni ésta ni tampoco ninguna de las otras huelgas de la ola que vino a continuación tuvieron el visto bueno del gobierno: eran todas ilegales.
Una de las mayores huelgas se produjo en septiembre de 2007, cuando los trabajadores de Tejidos Misr ocuparon temporalmente la fábrica y establecieron una fuerza de seguridad independiente para impedir la entrada de las fuerzas de la dirección. Exigían las primas que se les habían prometido en diciembre y aún no habían recibido. Exigieron la destitución de la dirección que, según afirmaron, les había engañado: la fábrica había tenido grandes beneficios, pero no se les había repartido la parte prometida en diciembre. Exigieron que se eliminara de los comités de trabajadores a los fieles al régimen. Y se apuntaron los tres tantos. ¿Por qué se avino Mubarak a todas estas demandas, pese a la ilegalidad de las huelgas? Porque teme que el efecto de los trabajadores del textil pueda contagiarse a otras empresas. Los trabajadores egipcios son demasiado numerosos y están demasiado desesperados. Más del 40% de los 80 millones de personas vive por debajo de la línea de pobreza, establecida por la ONU en dos dólares diarios.
Majala, 7 de abril de 2008. Foto de Nasser Nuri. (Creative Commons License.)
Por consiguiente, el aumento del precio de los alimentos se considera una amenaza mortal. La respuesta de Majala ha señalado el camino. Sus trabajadores del textil, los mejor organizados del país, convocaron una nueva huelga para el 6 de abril. La gente de otras ciudades se unió para brindarles su apoyo. Por medio de Facebook, mensajes de móvil y blogs, un total de 70.000 jóvenes llevó a cabo una campaña con el lema «¡Quédate en casa!», Es decir, no vayas a trabajar, ni a la universidad ni hagas la compra el 6 de abril. La gente se quedó en casa. Las calles del Cairo aparecieron visiblemente tranquilas el 6 de abril. Diversos partidos políticos trataron de sacar partido de la campaña y proclamar una huelga general, incluso una revuelta civil, pero los trabajadores evitaron estas convocatorias prematuras. La policía del régimen, de paisano, se anticipó a los disturbios y entró en Majala tres días antes. Ocuparon las fábricas más conflictivas, esperaron a los empleados y les acompañaron hasta las máquinas, amenazando con encarcelar a cualquiera que no trabajase. Después de que la empresa añadiera la zanahoria al palo, prometiendo aumentos de sueldo, los trabajadores postergaron la huelga. Con todo, las manifestaciones comenzaron a media tarde del 6 de abril, y el número de los que protestaban ascendió a 20.000 o más, entre trabajadores, familiares, desempleados y gente en la cola del pan. Entonaron lemas contra el aumento de precios por parte del gobierno y la brutalidad policial. Al menos tres manifestantes resultaron muertos por disparos de la policía, hubo docenas de heridos y cientos de detenidos. Enfrentados a la policía, los manifestantes exigieron la liberación de los prisioneros. (1)
El Cairo, abril de 2008. De izquierda a derecha: Samia Nassar y Asma Agbarieh-Zahalka, de WAC-Ma’an, con Saber Barakat y Muhammad Abed al-Salam. Foto 5. 4 de mayo de 2006. Manifestación ante la embajada egipcia de Beirut en solidaridad con los trabajadores egipcios. Foto de Carole Kerbage
Cuando Samia Nassar y yo llegamos a Egipto tres semanas después (el 24 de abril), se palpaba la tensión en Majala, la policía continuaba la ocupación y no pudimos entrar. Hablamos con activistas del Cairo, que todavía reflexionaban sobre lo que había sucedido. Puede que el origen de las huelgas se encuentre en la decisión del gobierno en 1991 de sumarse a la globalización. Tras la firma de acuerdos con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el régimen procedió a privatizar empresas, bancos, hoteles e incluso cadenas de almacenes que eran propiedad del Estado. Los intentos de privatización que tuvieron lugar entre 1991 y 2002 no fueron, sin embargo, definitivos y quedaron congelados entre 2002 y 2004. Mubarak designó después a Ahmad Nazif como primer ministro y éste impulsó de modo enérgico el proceso. Ya en su primer año, Nazif privatizó 17 empresas. Hoy continúa con ello. Las industrias del algodón y el textil pertenecen en su mayoría al sector público, herencia de los días de Gamal Abdel Nasser. La empresa Misr, Tejidos e Hilaturas, no ha sido todavía privatizada, si bien los trabajadores se muestran muy preocupados por esta posibilidad: Temen que conduciría a despidos, como en otras partes. Su protesta se centra asimismo en otros asuntos, sobre todo en los bajos salarios y el alza de los precios de la alimentación. Otra queja se refiere al sindicato oficial. El Comité de Trabajadores de Tejidos Misr pertenece a la Federación Sindical Egipcia, a la que critican por su amistosa relación con el Partido Nacional Democrático de Mubarak. Hay intentos valerosos de crear comités alternativos de trabajadores en las fábricas de Majala. Estos comités, si bien independientes, encuentran apoyo en partidos políticos y movimientos, entre ellos los de algunas de las personas con las que conversamos.
4 de mayo de 2008. Manifestación en la embajada de Egipto en Beirut, en solidaridad con los trabahadores egipcios. Foto de Carole Kerbage
Tómese, por ejemplo, la cuestión salarial. Un trabajador cualificado de Tejidos Misr gana unos 80 dólares al mes, pluses, complementos y horas extra incluidos. Puesto que de un trabajador egipcio dependen, como media, 3,7 personas, un salario de 80 dólares mensuales significa 0.72 dólares por persona y día. Ante la perspectiva de la huelga del 6 de abril, la compañía estuvo de acuerdo en elevar el salario base mensual a los trabajadores de todos los niveles, pero aunque se cumpla este acuerdo, los trabajadores mejor pagados de Misr Tejidos (los que son licenciados universitarios) ganarán -con primas- sólo 180 dólares al mes, lo que está aún muy por debajo de la línea de pobreza (224 dólares). Los trabajadores del textil se encuentran entre los peor pagados del sector público (un sector que cuenta 6 millones de personas, de una fuerza laboral total de 22 millones), pero los demás también se encuentran en la pobreza. Hemos oído de médicos que tienen trabajos nocturnos como taxistas. En el sector privado, el salario es ligeramente mejor, pero la inseguridad en el empleo es alta y las condiciones son miserables. Hasta diciembre de 2006, la mayoría de los trabajadores se abstuvieron de crear problemas, prefiriendo la seguridad en empleos de bajos salarios a la incertidumbre de las empresas privatizadas. Ahora ya no pueden echarse atrás: el coste total de los alimentos se ha incrementado en un 26% en el último año. Los precios del pan y los cereales han subido un 48%, los de las frutas y verduras en un 20%, la carne, un 20% y el pollo un 146%, lo que hace que la gente esté a punto de estallar.
Entre los líderes con los que nos entrevistamos había miembros del Comité de Coordinación de los Trabajadores por los Derechos Sindicales, formado por varias organizaciones de izquierda, que aconseja y asesora a los trabajadores en huelga. También nos vimos con gente del partido Tayammu, el partido nasserista al-Karama, el Comité de Solidaridad con el Campesinado por la Reforma Agraria, Médicos Sin Derechos, Ingenieros contra la Opresión y otros. No esconderé la emoción que sentimos al reunirnos con los veteranos dirigentes de la izquierda egipcia, que respondieron modesta y pacientemente a nuestras cuestiones. Ala Kamal, que se prestó como voluntaria a organizar los encuentros, quedó asombrada al comprobar que la gente estaba dispuesta a hablar con nosotros. En Egipto no se puede dar esto por hecho. Al fin y al cabo, somos representantes de organizaciones en las que árabes y judíos trabajan juntos, a saber, la Organización de Acción Democrática (nuestra formación política) y el Centro de Asesoría a los Trabajadores. En la última década, el «Movimiento contra la Normalización» egipcio ha cultivado una actitud hostil no sólo contra Israel sino incluso contra su población árabe, metiéndonos a todos en el mismo saco sionista. Desde nuestro primerísimo encuentro pudimos atisbar esta actitud. Tras dejar claro que veníamos a expresar nuestra solidaridad con los trabajadores egipcios, un veterano izquierdista que prefirió permanecer en el anonimato, nos confió: «Vuestra tarea no será fácil. Personalmente, soy comunista e internacionalista, y estaré encantado de hablar con vosotros, pero la violencia a la que ha recurrido Israel recientemente, más el discurso islámico y nacional dominante, han sembrado la confusión en las filas de la izquierda. En el pasado éramos más precisos y distinguíamos entre sionismo y judaísmo. Hoy la situación es distinta».
No obstante, el hielo se rompía enseguida en todos nuestros encuentros. Prevalecía el interés común, y no por casualidad. El despertar de los trabajadores ha introducido un nuevo diálogo de solidaridad. Hubo acuerdo general en que las luchas iniciadas en Majala, y que se extienden a nuevos sectores, son los vagidos de nacimiento de un movimiento sindical. Este movimiento es espontáneo. Se une en torno a demandas concretas de derechos económicos, como aumentos salariales y libertad de organización. No está dominado por ninguna de las fuerzas políticas existentes, incluyendo la izquierda. Están surgiendo líderes naturales.
Un nuevo diálogo Saber Barakat, una figura descollante del Comité de Coordinación, nos confió que «los resultados de la privatización han sido demoledores para los trabajadores y los pobres. Entre 1996 y 2006, se jubiló a 750.000 trabajadores, recibiendo cada uno un pago único de entre 20 y 30 mil libras egipcias [entre 3.700 y 5.500 dólares]. A finales de los años 90, el régimen llegó incluso a ofrecer a los propietarios feudales las tierras que había confiscado Nasser. Entre 2003 y 2005, muchos de los campesinos pobres se vieron expulsados de sus tierras al no poder mantenerse al corriente de los pagos y se quedaron sin medios de subsistencia. Sin otra elección, se encaminaron a las ciudades, viviendo como marginados, lo que se sumó al paro y las penalidades». (2)
La privatización ha resultado ser un bumerán, pues tan pronto como los trabajadores comprendieron que no tenían nada que perder, se quebró la barrera del temor. Hamdi Hussein, uno de los dirigentes de sindicales de Majala, se entrevistó con nosotros en El Cairo. Declaró que «desde 1994 hasta diciembre de 2006, el movimiento sindical estuvo congelado. En estos años no se desarrollaron cuadros con conciencia política ni la energía necesaria para organizar una huelga. Pero todo cambió en diciembre de 2006. Apareció un nuevo fenómeno: los trabajadores militantes, aún sin trasfondo político. Entre ellos destacaban muchas mujeres. En general, no pertenecen a ninguna organización ni partido. Había necesidad de empezar desde cero, de crear comités activos con el objetivo de educar a los trabajadores, de dar charlas y organizar cursos de liderazgo».
Saber Barakat añadió que «desde los primeros años de esta década, hemos pensado en crear sindicatos independientes. El Comité de Coordinación constituye en cierta medida la puesta en práctica de esta idea. Se fundó en 2001, mucho antes de la ola de huelgas. Yo mismo dejé el Sindicato de Trabajadores del Acero después de ocho años como Secretario General. Había llegado a la conclusión de que eran inútiles sindicatos así. Apelamos a la construcción de sindicatos democráticos que fueran independientes del partido gobernante, es más, de todos los partidos lo mismo que de los empresarios. Por otro lado, está claro que el sindicato tendrá que enfrentarse a los problemas derivados de la falta de libertad de expresión».
El movimiento de los trabajadores ha impuesto un nuevo orden del día. La lucha por el poder se ha librado hasta ahora entre el régimen de Mubarak y la Hermandad Musulmana. Por consiguiente, el discurso ha sido nacional o islámico. Hemos oído hablar de las restricciones impuestas a los escritores liberales y de la controversia sobre el velo. Ahora sucede algo nuevo. Desde que los trabajadores han levantado la cabeza, ya no hay modo de ignorarlos. Se han hecho visibles gracias a ellos mismos. La importancia del nuevo movimiento sindical radica en su independencia de todas las fuerzas políticas existentes, ya se trate del régimen de Mubarak, los Hermanos Musulmanes y la izquierda y sus diversas ramas. La clase obrera ha enarbolado una nueva agenda que ha pasado a situarse en el centro de la discusión pública. Hasta el momento, la escena política podía resumirse del siguiente modo: el régimen contra los Hermanos Musulmanes. Esta ecuación dejaba a la izquierda tradicional con las manos atadas, como le sucedió al Tayammu. Y no queriendo aparecer ligados a los Hermanos Musulmanes, se encontraron a menudo alineados junto a Mubarak. El movimiento liberal Kifaya («¡Basta!») desafió esta política bipolar en 2004, cuando salió a manifestarse contra el dominio unipersonal de Mubarak. Pero Kifaya perdió impulso paralelamente al aminoramiento de la presión norteamericana en favor de la democratización. Kifaya era reflejo de estratos intelectuales y pequeñoburgueses que exigían, básicamente, derechos políticos. La cuestión económico-social no figuraba en su orden del día. Kifaya no se condecía con las penurias diarias de la población, aunque a día de hoy presta su apoyo al nuevo movimiento sindical. La ventaja de este movimiento, por contraste, es que la demanda de salarios justos, del derecho a organizarse y de libertad de expresión suponen la posibilidad de unir a todos los niveles sociales, y no sobre la base de la religión sino de una amplia agenda democrática. Esta agenda le conviene a trabajadores del textil, empleados, médicos, ingenieros: en resumen, a personas de toda clase y condición. Esto es lo que aterra al régimen de Mubarak, y por esta razón ha movilizado a todas sus fuerzas para sofocar el nuevo movimiento sindical. Comprende que Majala el Kobra se ha convertido en un símbolo de todo Egipto. No obstante, en interés de su propia supervivencia política, no puede ignorar lo que sucede. Se ha visto forzado a regresar una y otra vez a la situación económica. De acuerdo con ello, el Primero de Mayo prometió públicamente aumentar los salarios del sector público en un 30%. Que se cumpla ya es otra historia.
A los Hermanos Musulmanes también les ha sorprendido la fuerza del movimiento sindical. Después de intentar minusvalorar los acontecimientos del 6 de abril, anunciando incluso que no tomarían parte en la huelga, hubieron de volver grupas. ¡Ahora pretenden que están dirigiendo el movimiento! Los trabajadores ven la globalización como un problema económico y político, mientras que los Hermanos Musulmanes lo contemplan, a través de su prisma ideológico, como algo cultural. La globalización es mala a sus ojos, no porque privatice empresas y empobrezca a los trabajadores, sino porque representa a Occidente, los valores y permisividad de los infieles. Precisamente por esta razón, el régimen prefiere el extremismo de los Hermanos Musulmanes, cuya visión religiosa del mundo no amenaza los cimientos del orden económico y no puede unir a toda la población tras de sí. Además, los Hermanos Musulmanes son radicalmente antidemocráticos. No presentan alternativa alguna al régimen y la privatización capitalistas. Aún más, el régimen los utiliza para atemorizar a la gente respecto a los valores occidentales, la democracia entre ellos. Puesto que los Hermanos Musulmanes no cuestionan el orden económico existente, los trabajadores los consideran parte del problema. Esto es lo que le oímos a Bashir Saker, representante del Comité de Solidaridad con el Campesinado por la Reforma Agraria: «Están con los patronos en contra de los trabajadores, con los señores feudales en contra de los campesinos, y su propaganda desmoraliza al movimiento de resistencia de los campesinos».
Una oportunidad para la izquierda El despertar del sindicalismo ha sorprendido no sólo al régimen sino también a los diversos movimientos izquierdistas. La izquierda egipcia cuenta con un amplio espectro de nasseristas nacionales y organizaciones socialistas. Han actuado entre bastidores, pero nunca como fuerza organizada. Ninguno de los muchos grupos de izquierda con los que nos vimos negaba este hecho. Por el contrario, se mostraban fácilmente de acuerdo. El Partido Comunista es ilegal, pero hace 30 años Anuar El Sadat estableció un partido llamado Tayammu y anunció a los izquierdistas que podía ser el suyo. La legalidad, empero, tenía su precio. Tayammu se volvió cada vez menos atractivo y relevante a ojos vista para la población. Así se reflejaba, por ejemplo, en su declive electoral, de 5 escaños en el año 2000 a sólo 2 en el 2005 (el partido gobernante dispone de 311 escaños y la Hermandad Musulmana, de 88). La difusión del diario del partido, al-Ahali, cayó de 120.000 a 30.000 ejemplares. Pero los últimos acontecimientos en el frente sindical han abierto nuevos horizontes. El Tayammu continuará como partido legal, pero algunos de sus miembros, ante este nuevo campo en el que trabajar, han pasado a la clandestinidad, reorganizándose como el ilegalizado Partido Comunista. Más importantes resultan las organizaciones socialistas que han decidido permanecer fuera del Tayammu debido a la cercanía de éste al régimen. Siguen hoy activas en el Comité de Coordinación y tratan de construir partidos de izquierda dentro de la legalidad. Hay también otro signo alentador. Hasta ahora, a falta de un movimiento de trabajadores, la parte de la izquierda que trataba de distanciarse de Mubarak no tenía con quién trabajar, de modo que limitaba su actividad a apoyar al movimiento nacional palestino. En el año 2000 respaldó la Intifada, y sobre todo a Hamas, a quien veían como dirección de la resistencia. Ahora, no obstante, la huelga de los trabajadores ha hecho posible un nuevo enfoque, que no es ni nacional ni islámico. Abre una tercera alternativa internacionalista. Desde los albores de su despertar, el movimiento sindical ha proporcionado a la izquierda su hábitat natural, y se palpa la sensación de que las fuerzas de izquierda están de nuevo en pie. El nuevo movimiento sindical egipcio ha hecho visible la clase obrera, tanto a escala local como en todo el mundo árabe, que se debate en condiciones políticas, sociales y económicas semejantes. Los ecos han llegado a todo el mundo. Se trata del logro más importante del movimiento hasta la fecha. Ha demostrado que las opciones del mundo árabe no se limitan al fundamentalismo islámico o la dictadura secular. .
Nota del traductor: se han adaptado algunos nombres árabes a la fonética española.
http://www.challenge-mag.com/enlarge.php?foto=illustrations/0109/confrontation.jpg Majala, 7 de abril de 2008. Foto de Nasser Nuri. (Creative Commons License.)
http://www.challenge-mag.com/enlarge.php?foto=illustrations/0109/asmacolor.jpg El Cairo, abril de 2008. De izquierda a derecha: Samia Nassar y Asma Agbarieh-Zahalka, de WAC-Ma’an, con Saber Barakat y Muhammad Abed al-Salam.
Traducción: Lucas Antón
http://www.nodo50.org/csca/agenda08/misc/arti33.html