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Los trabajadores «intocables» de Japón

Fuentes: Socialist Worker

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El antiguo Japón no tenía una población negra esclava para usarla y abusar de ella. Para eso crearon a los burakumin, con el fin de colmar ese vacío económico y social en la base de la sociedad. Todavía existen.

Si la tarea es sucia o peligrosa o involucra un estigma social, contratad a los burakumin. Aceptarán la tarea. Tienen pocas opciones, y como todos los demás en la sociedad japonesa necesitan dinero para vivir, incluso en sus guetos. Además, para eso sirve una clase «intocable» permanente.

Así era hace siglos cuando la clase samurái creó a los burakumin para que se hicieran cargo del trabajo sucio de la sociedad. Y así es ahora, cuando hay que limpiar los escombros de cuatro reactores nucleares en Fukushima Daiichi y la empresa no quiere desperdiciar empleados capacitados en trabajos que los contaminarán y los harán inelegibles para más trabajo en el campo nuclear.

«Son ‘personas desechables’, dice Yuki Tanaka, profesor de historia en el Instituto de Paz Hiroshima en la Universidad Hiroshima City de Japón. «Son los Intocables».

El tema de la discriminación racial en Japón y cómo se materializa en un entorno radioactivo emergió durante una conversación en una cena en un restaurante bajo las vías elevadas del metro en la Calle 125 y Broadway en Harlem.

Mientras pasaban uno tras otro ruidosos trenes A, Tanaka y sus colegas -Kyoko Kitajima, un organizador sindical basado en Tokio que ahora trabaja en la central eléctrica, y Fuminori Tanba, profesor asociado de Política Pública en la Universidad Fukushima e investigador sénior en el Instituto de Recuperación de Desastres de la universidad- estaban haciendo una pausa durante una serie de seminarios y discusiones de una semana de duración sobre las secuelas del desastre en las centrales eléctricas Fukushima-Daiichi de propiedad de Tokyo Electric Power Company (TEPCO).

Se han estado reuniendo con socorristas y residentes del área de Nueva York y Nueva Jersey preocupados por la realidad de la reacción y limpieza después de una catástrofe nuclear. Habían sido traídos de Japón por cuatro grupos ecologistas -Indian Point Safe Energy Coalition, Riverkeeper, Clearwater y el Sierra Club- que quieren cerrar las dos centrales eléctricas nucleares de Indian Point a solo 40 kilómetros al norte de Harlem.

En relidad existen tres tipos de personas discriminadas en la clase inferior permanente de Japón: los ainus, los burakumin y los coreanos. Los ainus eran la población indígena de la isla de Hokkaido que fueron dominados durante siglos por los japoneses. En 1899 se declaró que ya no eran oficialmente indígenas, y su tierra se incluyó en gran Japón. Muchos se han asimilado, pero miles de ellos continúan en guetos en las afueras de las ciudades de Hokkaido.

«Antes y durante la Segunda Guerra Mundial, más de un millón de coreanos fueron llevados a Japón como peones», dice Tanaka, autor de Hidden Horrors: Japanese War Crimes in World War II [Horrores ocultos: crímenes de guerra japoneses en la Segunda Guerra Mundial]. «Fueron obligados a trabajar en minas de carbón y arsenales, y se convirtieron en una especie de esclavos después de la guerra porque no podían volver a su país. Los coreanos y los burakumin tienen los puestos de trabajo más sucios y peligrosos».

Sin embargo, el grupo étnico más antiguo y más prevaleciente, son los burakumin. Tanaka explicó:

Es una distinción que comenzó en la tradición budista durante tiempos feudales. Existía la necesidad de trabajadores que realizaran tareas consideradas físicamente contaminadas. Necesitaban gente que hiciera el trabajo sucio como criar y matar animales para producir cuero, o incinerar cuerpos y ocuparse de las aguas residuales.

Por lo tanto crearon esa clase, y se construyeron guetos cerca del borde de las grandes ciudades para que esa gente pudiera servir a los residentes en ciudades y pueblos. Los guetos se propagaron por todo Japón en tiempos medievales. Incluso después de que recibieron la ciudadanía plena con la nueva constitución posterior a la Segunda Guerra Mundial, siguió siendo lo mismo. La gente tiene prejuicios contra esos pobladores de los guetos.

La discriminación de los burakumin y los coreanos en los empleos es generalizada. «Hay similitudes entre lo que sucede en Japón y lo que ocurrió con los negros en su país», dice Tanaka. «El problema en Japón es que no tenemos gente de color. Somos todos iguales. No hay forma de distinguir a los burakumin solo con mirarlos.»

«Pero», agregó Kitajima, «se puede decir quiénes son burakumin o coreanos al ver sus antecedentes y ver dónde nacieron, o dónde viven. Si sus antecedentes muestran que su hogar estaba en el gueto se conoce su ascendencia y los rechazan en los empleos o las viviendas. Es difícil abandonar el gueto porque no se pueden conseguir buenos puestos de trabajo si uno es del gueto».

La educación no es una salida fácil en un país en el cual los espacios en las universidades están reservados exclusivamente para los que obtienen los resultados más altos en exámenes nacionales extremadamente competitivos.

«La gente en los guetos no puede competir realmente para ir a la universidad o a las academias porque sus escuelas locales no están organizadas para enviar a los niños a la educación superior», dijo Tanaka.

«Están orientadas hacia el trabajo en oficios, por lo tanto sus estudiantes no pueden aprobar los exámenes nacionales. No tienen los mejores maestros, o maestros que enseñan dentro de su certificado de aptitud. Por lo tanto trabajan como jornaleros».

En ese contexto, la energía nuclear ha sido una dádiva para la clase inferior de los guetos permanentes. Las 54 centrales nucleares de Japón están usualmente agrupadas, como las seis en Fukushima Daiichi, y todas tienen que cerrar todos los años para abastecimiento y control. Los cierres dentro de un grupo ocurren usualmente en secuencia y pueden durar hasta dos meses. Aunque no se contrata a los burakumin en empleos profesionales a tiempo completo en las instalaciones nucleares, se les tiene en cuenta para el trabajo temporario anual.

Muchos, por lo tanto, logran un empleo a tiempo completo yendo de una planta a la otra, aunque en realidad son empleados por subcontratistas y no cuentan con las prestaciones de los empleados regulares a tiempo completo.

Kitayima dice que es un sistema similar al que regía para aparceros negros en los Estados del sur de EE.UU., esos trabajadores temporales en la industria nuclear tienen que pagar una parte de sus salarios a los contratistas para «gastos». «Van de una planta a la otra en busca de los puestos de trabajo más peligrosos», dijo Tanaka, quien ha estudiado a los jornaleros de la industria nuclear. «Es muy difícil seguir sus necesidades sanitarias ya que no son empleados permanentes y nadie monitorea su salud».

Entonces sucedió la destrucción en Fukushima Daiichi y sus cuatro plantas de energía nuclear. Fueron fusiones totales de las 100 toneladas de combustible en cada uno de los primeros tres reactores, mientras el combustible del reactos 4 se había descargado en la piscina de combustible usado situada directamente sobre el propio reactor. Pero los edificios 3 y 4 de los reactores compartían un sistema de ventilación, y el hidrógeno producido durante la fusión del combustible en la unidad 3 migró al otro reactor.

Las explosiones resultantes hicieron volar ambos techos y muros superiores. En cierto sentido, fue auspicioso. Con la desaparición del techo y  los muros, el gobierno pudo establecer cañones de agua, que mantuvieron repletas las piscinas de combustible usado. Si el edificio hubiera quedado intacto, eso no hubiese sido posible, y el combustible usado habría estallado en una conflagración radioactiva descontrolada.

Kitajima, que ayudó a organizar una de las mayores manifestaciones antinucleares de Japón en el año pasado, fue presentado en una reciente manifestación patrocinada por los cuatro grupos ecologistas en la central nuclear Indian Point en Buchanan, N.Y. Se sumó al presentador de radio y cineasta Gary Null, al profesor antinuclear Harvey Wasserman y a Jun San Yasuda, una monja budista de Grafton Peace Pavilion en Nueva York.

Kitajima, que ahora es un jornalero a contrata, no tuvo que ir a Fukushima a trabajar en un entorno radioactivo por 80 dólares al día. «Había sido un manifestante antinuclear, pero fue desde lejos», dijo. «Cuando tuvo lugar el desastre, sentí que era moralmente erróneo que estuviera sentado lejos en plena seguridad hablando sobre los peligrosos trabajos en Fukushima sin estar realmente trabajando con ellos».

De modo que se enroló con un subcontratista y consiguió un empleo en Fukushima Daiichi monitoreando a los trabajadores en busca de radiación. Los trabajadores, dijo, llevan puestas tres capas de trajes de Tyvek para material peligroso, gafas y guantes, con gruesas capas de cinta adhesiva alrededor de las gafas y de las mangas para impedir que el aire contaminado penetre el traje.

«Hay diferentes tipos de trajes de Tyvek», dijo Kitajima. «Algunos contienen plomo y son los más protectores. Pero esos son para los ingenieros del OIEA y de TEPCO, no para los trabajadores comunes y corrientes. Sus trajes no son tan protectores».

Los trabajadores entran a una casita de metal corrugado Quonset, explicó, y se detienen en la primera cámara en la cual se sacan la capa exterior de material protector y la desechan. «No los tocamos en esa cámara», dijo Kitajima. «Se sacan esa primera capa ellos mismos».

Luego entran en una segunda cámara donde desechan sus zapatos, la segunda capa de vestimenta y sus máscaras faciales. En cada sala, se mide su radiación, pero se trata de contaminación superficial de las partículas en el aire. No refleja la radiación gamma, que penetra la vestimenta sin plomo y permanece sobre los trabajadores.

Kitajima describe lo que sucede a continuación:

Luego entran en una tercera cámara, donde medimos la radiación de sus cuerpos. Si el nivel es elevado, pasan a otra sala, donde reciben nuevas máscaras y filtros. No pueden tomar duchas para remover partículas que estén sobre ellos porque el agua en el área está toda contaminada. Utilizan toallas con alcohol para limpiarse. Luego son entrevistados por personal de TEPCO, quienes les preguntan para establecer cómo se contaminaron, el tipo de trabajo que realizaban y cuánto tiempo habían estado en esa ubicación. Los trabajadores de TEPCO no son sometidos a la radiación; solo monitorean y preguntan a los trabajadores temporales.

Los trabajadores temporales que han recibido dosis de radiación equivalentes a la máxima dosis anual permisible para un trabajador nuclear de tiempo completo son despedidos y no pueden volver a trabajar en la industria durante un mínimo de cuatro años.

Japón tiene un programa nacional de seguro de salud, dijo Tanaka, pero existen altas deducciones y pagos mínimos que los pobres no se pueden permitir, particularmente para atención especializada.

«La gente que trabaja en un área de baja dosis puede llegar a sus límites en un año», dijo Kitajima. «Los que trabajan en zonas de concentración los recibirán en dos meses. Después de ese límite, no pueden volver durante cuatro años, y durante ese tiempo no obtienen ninguna prestación o garantía de ingreso. TEPCO dice que no es responsable porque no son sus empleados. El gobierno no se involucra».

Tanaka dijo que el gobierno podría establecer estudios epidemiológicos a largo plazo para determinar el impacto de la radiación sobre la salud de los trabajadores y de sus familias. «Pero en realidad el gobierno no quiere saber nada del asunto», dijo.

En cuanto a los trabajadores, protestar no es una alternativa.

Según Kitajima:

He hablado con ellos sobre una organización para recibir mejores cuidados. Pero no quieren. Los trabajadores temen perder sus empleos. Y si protestan, la compañía subcontratista también podría perder su contrato y sería reemplazada por otro subcontratista que aportaría más burakumin.

Son jornaleros diarios, y están acorralados por las finanzas. No tienen otra alternativa. Esos trabajadores cuentan con que sufrirán de contaminación radioactiva o enfermedades causadas por la radiación dentro de cinco años. Pero ya han renunciado a toda esperanza de prestaciones médicas o compensación del gobierno federal. Me enfurece pensar en un sistema creado para obligar a esa gente a enfrentarse a ese tipo de peligro.

A veces paso por seis cambios de Tyvek por día. No los reciclan, simplemente los desechan. Las vestimentas son desechables. Y también la gente.

Publicado primero en el blog Energy Matters de Roger Witherspoon [1].  

Publicado por la Organización Socialista Internacional.

[1] http://spoonsenergymatters.wordpress.com/2012/03/13/japans-throwaway-people-and-the-fallout-from-fukushima/

Fuente: http://socialistworker.org/print/2012/04/02/japans-untouchable-workers

rCR