El último vertido que han sufrido las aguas de Gibraltar es uno de los muchos que suceden cada año. La falta de control en el transporte marítimo y el aumento de los combustibles fósiles están poniendo en peligro el equilibrio entre los ecosistemas.
En las aguas del Peñón, en Gibraltar, dos titanes desataban el caos tras un choque entre ellos hace apenas dos semanas: el OS35, con 215 toneladas de fueloil pesado, 250 toneladas de gasóleo y 27 toneladas de aceite lubricante en su interior; y el Adam LGN, un metanero con capacidad para más de 160.000 metros cúbicos de gas.
La rotura del casco del gran buque carguero ha tenido en vilo durante días tanto al Gobierno de España como al de Gibraltar por la gran amenaza que suponía. A pesar de que se consiguió extraer el gasóleo y el aceite que contenía, el fueloil consiguió rebasar las barreras anticontaminación que se dispusieron y no evitaron que el combustible se esparciera y acabara llegando a la costa de La Línea de la Concepción (Cádiz) y Gibraltar (Reino Unido).
Cuando la prensa se empezaba a olvidar de este incidente, al otro lado del Pacífico, las autoridades colombianas confirmaron el pasado jueves que un buque pesquero ilegal con bandera venezolana se incendió a principios de semana y permanecía hundido en la Bahía de Buenaventura. Al igual que el OS35, este barco también está derramando combustible en la zona.
Aguas cada vez más negras
No nos debería sorprender que estos desastres medioambientales ocurran a menudo. Estos dos ejemplos son dos de los muchos vertidos que han sucedido a lo largo de la historia. Si se tuvieran que nombrar todos los que han acontecido en el último siglo, la lista sería muy larga y superaría el centenar. La estimación, sin embargo, no puede ser exacta.
“Aunque es obligatoria la comunicación de situaciones de riesgo y la notificación en caso de derrame de petróleo para garantizar la transparencia de las informaciones y la adopción de medidas, a menudo suceden vertidos de petróleo que gran parte de la población desconoce”, afirma Thais Rocha, ingeniera ambiental.
La especialista explica que han acontecido muchos casos de gran magnitud alrededor del mundo. Uno de ellos fue el del Deepwater Horizon, una plataforma propiedad de Transocean y arrendada por la multinacional British Petroleum que explotó en 2010 en el Golfo de México.
Este hundimiento es conocido como la peor catástrofe de la industria petrolera de la historia: provocó la muerte de 11 trabajadores del lugar y llegó a verter casi 5 millones de barriles de crudo al agua. El derrame afectó a más de 944 kilómetros de litoral y a las costas de los estados de Mississippi, Albama, Florida y Luisiana, que tuvo pérdidas millonarias.
Por otro lado, el del OS35 no es el primer vertido que se produce en España. En noviembre de este año se cumplen 20 años del peor desastre ecológico marino al que el territorio se ha enfrentado hasta la fecha: el barco Prestige se dirigía a la zona de Gibraltar cuando se hundió en la costa gallega y dejó a su paso 66.000 toneladas de petróleo.
Solo en 2022 ha habido fugas de combustible en distintos lugares del planeta como Perú, ocasionado por la compañía española Repsol, Ecuador y Tailandia. Este último caso en Gibraltar le ha servido a Greenpeace para denunciar los encubrimientos y diligencias del negocio del petróleo.
Según la organización, Gibraltar se está convirtiendo en una “gasolinera low cost” debido a que “ofrece precios más económicos por el combustible gracias a las ventajas fiscales y a no cumplir los protocolos de prevención de polución”, lo que se resume en “menos costes en la operación de transferencia de combustible y más lucro para las compañías fósiles”.
Estas pautas forman parte de lo que se conoce como el Convenio internacional para prevenir la contaminación por los buques (MARPOL). normativa fue adoptada el 2 de noviembre de 1973 en la sede de la Organización Marítima Internacional (OMI), pero aún no había entrado en vigor cuando se tuvo que crear un Protocolo en respuesta a los numerosos desastres que ocurrieron entre 1976 y 1978. Así pues, en 1978, este nuevo estatuto adoptó las medidas que ya existían anteriormente. Sin embargo, tampoco entró en vigor hasta cinco años más tarde, en 1983.
Actualmente, estas normas se están dejando cada vez más de lado frente a la crisis energética que está padeciendo el continente europeo. En España, debido al conflicto armado entre Rusia y Ucrania, el territorio se está convirtiendo en una importante vía de entrada de gas ruso, posicionándose como el primer importador a nivel mundial en los meses de julio y agosto.
Ante las consecuencias legales de los desastres ambientales, el papel del Estado es “identificar a los responsables, ordenar la adopción de medidas y abrir un expediente. Y, posteriormente, en el caso de que exista una negligencia, aplicar una sanción administrativa o penal en función de la gravedad del derrame”, explica Christian Morron, abogado ambiental y director y coordinador del equipo Terraqui, dedicado al asesoramiento, defensa y formación en derecho ambiental.
El abogado señala que, en todo caso, “quien contamina debe pagar”. Por ese motivo, los armadores siempre deben disponer de medidas de contención y, en caso de vertido, encargarse de que una empresa especializada realice la retirada.
Izar la bandera a media asta
Aun así, lo que pasa en el mar, en cierta manera se queda en el mar. Es fácil que a las autoridades se les escapen ciertas irregularidades en el transporte marítimo. Unas irregularidades que, además de amenazar los ecosistemas marinos, hacen peligrar tanto los derechos como la vida de los trabajadores.
El caso del buque OS35 –en el que el capitán fue detenido por no haber obedecido las órdenes de la Autoridad Portuaria del Peñón y efectuar maniobras que hicieron chocar el barco contra el otro metanero– no es el primero en que quien lleva el timón es quien carga con las consecuencias. En el del Prestige, el capitán fue condenado en 2016 a dos años de cárcel aunque nunca se llegaron a cumplir. Y en el de Exxon Valdez (1990), el responsable fue sentenciado a 1.000 horas de limpieza, una multa de 50.000 dólares y posteriormente se le retiró la licencia.
“Si se produce una tormenta mediática, la tripulación del buque puede convertirse en el blanco más fácil cuando las autoridades públicas tratan de demostrar que están tomando medidas”, explica la Federación Internacional de los Trabajadores del Transporte (ITF), sindicato que combate estas irregularidades.
Por otro lado, Morron explica que “hay casos en los que la seguridad deja mucho que desear porque las compañías matriculan los barcos en países donde las condiciones de seguridad son muy inferiores”. Este problema se conoce como el de las banderas de conveniencia (BDC). Gibraltar está incluido en esta lista de países.
ITF apunta que, “una vez que un buque está registrado bajo una BDC, los diferentes propietarios contratan entonces a la mano de obra más barata que pueden encontrar, pagan salarios mínimos y recortan costos, disminuyendo los niveles de la calidad de vida y las condiciones de trabajo de la tripulación”.
El deterioro de esta situación, como también explica el sindicato, se ha acelerado debido a la globalización: “En un mercado naviero bajo una feroz competencia en permanente aumento, cada nueva BDC se ve forzada a promoverse ofreciendo las tasas más bajas y una reglamentación menor. De esta forma, los armadores, para competir con sus buques, deben buscar la forma más económica y menos reglamentada de operar, encontrándola con las BDC”.
El chapapote siempre sigue ahí
Las consecuencias del derrame dependen de diversos factores, entre ellos la magnitud y las características del producto vertido: el peso, la viscosidad y la tensión superficial son elementos que influyen en la velocidad de propagación, explica Thais Rocha. Las cuestiones ambientales también se añaden a esta ecuación: el viento y la marea pueden complicar la situación.
La experta insiste en la importancia que tienen los ecosistemas marinos en el equilibrio del planeta. “Con el derrame, una de las primeras cosas que suceden es la creación de una película que impide la entrada de luz, y, consecuentemente, impide que las algas realicen su trabajo fotosintético. El resultado de un vertido es, por tanto, la fractura de ese equilibrio”.
Los océanos son los responsables de suministrar entre el 50 y el 85% del oxígeno que respiramos y poseen un papel fundamental en la absorción del dióxido de carbono, algo que nos ayuda a contraatacar la amenaza del cambio climático, recuerda Rocha. Aunque lo que ocurre en las aguas puede parecernos lejano a lo que ocurre en tierra, los desastres medioambientales en la vida marina afectan a la salud, a las actividades económicas y, por encima de todo, a nuestra existencia.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/vertidos-petroleo-manchas-planeta/