Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Hasta hace pocos años, el movimiento Hizbolá del Líbano era una inspiración para millones de personas en Oriente Medio y en todo el mundo. Era el símbolo de una resistencia heroica que libraba una larga contienda para liberar los territorios ocupados del sur del Líbano y que, una vez liberados, continuaba haciendo frente a la agresión israelí.
Hubo un tiempo en que Hasan Nasralah, el líder de Hizbolá, era aclamado como el «maestro de la resistencia». Sus fotos se exhibían en todos los campos de refugiados palestinos en el Líbano y eran atesoradas en los hogares de todo el mundo árabe. Cuando daba uno de sus habitualmente largos discursos, la gente se quedaba plantada delante de los televisores y su canal de televisión por satélite, Al-Manar, no era menos popular que la misma Al- Jazeera. Muchos palestinos creían de corazón que Nasralah era un gran líder de la resistencia y deseaban tener alguien como él para dirigir su propia lucha.
Sin embargo, hoy Hizbolá ha perdido gran parte del apoyo y simpatía popular que una vez disfrutó y su líder, Nasralah, es ridiculizado y condenado por muchos de los que antes le adoraban. Ahora está librando una contienda muy distinta en seguimiento de las instrucciones de sus patrocinadores en Teherán, donde impera un régimen clerical reaccionario, combatiendo una guerra en defensa del régimen despótico y corrupto que reina en Damasco.
A diferencia de Hizbolá, Hamas, el Movimiento de la Resistencia Islámica Palestina, socio de Hizbolá en la lucha contra el sionismo, se negó a doblegarse a las presiones de los iraníes. Aunque Siria era, según el líder de Hamas, Jaled Meshal, el mejor refugio que Hamas había tenido nunca fuera de Palestina, el movimiento optó por sacrificar todos los privilegios que allí tenía para evitar tomar parte de la represión del pueblo sirio.
Desde que dejó Damasco hace cuatro años, Meshal declinó varias invitaciones de los iraníes para visitar Teherán, cuyos gobernantes hicieron de tal visita la condición previa para reanudar cualquier tipo de ayuda financiera. Sin duda, la crisis siria produjo una división profunda entre Hamas, por un lado, y Hizbolá e Irán por otro.
Desde que empezó la guerra hace ya más de cuatro años, han ido saliendo a la luz numerosos informes sobre los crímenes de guerra perpetrados por las tropas de Hizbolá y otras milicias chiíes patrocinadas por Irán en diversas zonas de Siria. Sin embargo, nada ha sido tan impactante como las acusaciones sobre lo que Hizbolá está haciendo estos días.
Los videos y fotos procedentes del distrito de Madaya, que se ubica en las afueras de Damasco, nos recuerdan las imágenes de las víctimas del nazismo de los campos de concentración de la II Guerra Mundial. Hombres, mujeres y niños mueren a diario debido al hambre y a un duro invierno sin recursos. Las víctimas y activistas que tratan de atraer la atención del mundo hacia su dramática situación han acusado a las fuerzas de Hizbolá de sitiar el distrito impidiendo el paso de cualquier ayuda destinada a sus varios miles de habitantes. La tragedia es que Madaya fue uno de los distritos sirios que proporcionaron refugio a las comunidades libanesas pro-Hizbolá que se vieron forzadas a huir de sus ciudades y pueblos en el sur del Líbano cuando Israel acometió su devastadora guerra en julio de 2006.
Irán y Hizbolá, que una vez afirmaron apoyarían a los oprimidos del mundo, son hoy herramientas de opresión dedicadas a martirizar y perseguir al pueblo sirio. Ambos, Hizbolá y su patrocinador iraní, son los socios del régimen de Asad y por tanto también responsables de los millones de personas que han tenido que escapar de sus hogares, de los cientos de miles que han sido asesinadas y de los muchos miles de seres que están hoy muriendo de hambre.
Sin embargo, Irán y Hizbolá no habrían tenido las manos libres para matar, mutilar y torturar a la población siria si no hubiera sido por una comunidad internacional a la que no parecía molestarle lo que estaba sucediendo. Los actores regionales e internacionales hacen también sus propios cálculos y tienen sus propias prioridades. Durante los últimos cuatro años, EEUU y sus aliados occidentales se habían propuesto el objetivo de alcanzar un acuerdo con Irán respecto a su programa nuclear.
Para garantizarse el éxito, estuvieron dispuestos a no provocar a los iraníes ni a enemistarse con ellos. Al mismo tiempo, estas potencias occidentales, junto con otras tantas regionales, consideraron que para ellos era de poca ayuda que las transiciones democráticas tuvieran éxito en cualquier lugar del mundo árabe, interesadas en que no se entregara el poder a grupos con los que compartían muy pocas cosas, si es que compartían alguna.
Lo único que parece haber sido digno de la atención de la comunidad internacional ha sido la guerra contra el terrorismo, específicamente la campaña contra los grupos islámicos suníes, desde los más extremistas, como el grupo del Estado Islámico (EI), a los más moderados, como la Hermandad Musulmana. Lo irónico de todo esto es que el EI emergió y se hizo omnipresente sólo después de que se frustrara el intento de democratización pacífica de la Hermandad Musulmana, en particular tras el golpe militar en Egipto y la tragedia de Rabaa. Pero qué importa, estamos ya preparados para ver lo que la tragedia de la Madaya siria va a desatar.
Azzam Tammimi es un académico palestino-británico y presidente de Alhiwar TV Channel. Entre los libros que ha publicado destacan: «Hamas: Unwritten Chapters» (Hurst, 2007) y «Rachid Ghannouchi: a Democrat within Islamism» (OUP, 2001)