Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
No es un Estado democrático o un Estado nacional judío el que exige Netanyahu que sea reconocido por los palestinos, sino un Estado caracterizado por los valores del rabino Wolpo, el rabino Elyahu y otras personalidades relevantes.
«La gran mayoría de los rabinos que firmaron la carta de los rabinos provienen del campo religioso nacional, están bien informados y sirvieron en las fuerzas armadas. Pero de esto no se hace ninguna mención. Es un castigo colectivo», dijo una fuente del ministerio de servicios religiosos a Haaretz. Los que hacen los «castigos colectivos», según esta fuente, son miembros de la izquierda y los medios de comunicación, atrapados por sus ideas preconcebidas sobre los rabinos que están ahora limpiando las calles de la ciudad santa, atormentadas por los palestinos.
Tiene razón. La división entre «buenos» y «malos» rabinos está generalmente fundada en posturas que tienen que ver con los territorios ocupados. Así, por ejemplo, el rabino Yosef Shalom Elyashiv, actualmente el favorito y que está catalogado como rabino «malo» porque se opuso a la retirada de Gaza y la división de Jerusalén, y también porque atacó a la Corte Suprema por haber puesto fin a la discriminación racial en el asentamiento Emmanuel. Sin embargo, en los últimos días, se convirtió en amado por los israelíes liberales porque condenó la carta de los rabinos que se oponen al alquiler o venta de propiedades a los palestinos. Los israelíes liberales, y entre ellos en primer lugar los laicos, incluidos los rabinos que se oponen al boicot a los palestinos. A ellos les gustan los rabinos que les definen la moral que deben adoptar. Ésta es una comunidad tan desesperada por obtener el reconocimiento de sus puntos de vista que están dispuestos a confiar en la halakha -interpretación religiosa- y en sus intérpretes, entre los cuales está el rabino Elyashiv.
Los que están sedientos de legitimación religiosa, ya sea en teocracias judías o musulmanas, otorgan a los líderes religiosos el poder de definir «lo que es propiamente del Estado» -en otras palabras, un Estado propiamente judío, y no solamente desde la perspectiva religiosa. De esta manera, por ejemplo el rabino Shalom Dov Wolpo, uno de los firmantes de la controvertida carta, explica que «está conmovido por los difíciles temas de la asimilación y por los problemas de seguridad resultantes cuando un barrio entero fue ocupado por palestinos, y el padecimiento de la comunidad judía. Con el debido respeto al fiscal general, él no tiene derecho a subestimar la halakha. Es trabajo de los rabinos dar respuestas halájicas a los que consultan».
No es una novedad para estos rabinos despreciar la autoridad del Estado. Después de todo, la definición de un Estado democrático no es algo que les preocupe; su función es preservar los muros que protegen al Estado judío de los valores democráticos y liberales. De hecho es la democracia la terrible amenaza que pende sobre Israel, lo que ellos perciben. El fiscal general los hizo reír cuando, después de una prolongada demora, decidió echar una mirada a los «aspectos delictivos» de esa carta. ¿Así que expresar opiniones y «responder preguntas halájicas» está fuera de la ley? ¿Y es así aún cuando los que preguntan son soldados seguidores de la disciplina halájica? Y, ¿quién es el fiscal general que se atreve a discutir la palabra del Señor y sus leyes? ¿Acaso no toma en cuenta lo que el ministro de Justicia ya sabe? Este es el tiempo en que los cultos deben permanecer en silencio.
Esto es un Estado judío. Primeramente y por encima de todo, judío y solamente judío. ¿Democracia? Solamente si su judaísmo les permite algunas discusiones sobre ella. Este es el Estado para el cual el primer ministro demanda reconocimiento por parte de los palestinos y del resto del mundo árabe. No es un Estado democrático o un Estado nacional judío que demanda ser reconocido, sino un Estado caracterizado por los valores de los rabinos Wolpo, Elyahu y otros semejantes a ellos. Un Estado que en uno de sus más lúcidos momentos aprobó leyes contra la incitación al racismo y ahora no sabe qué hacer con ellas. Porque es posible llevar a juicio a un rabino que es un servidor del Estado, pero es imposible llevar a juicio una cosmovisión y a todos los que la apoyan. Es posible llevar a juicio a sus intérpretes, pero no a la halajá en sí misma. Esto no es una confrontación entre el Estado y criminales que entienden los riesgos de violar las leyes. Aquí hay una confrontación sobre el monopolio de la ética entre el Estado y aquéllos a quienes el mismo estado delegó autoridad para determinar los límites de la ética. Es la guerra de un Estado que comprendió demasiado tarde que la religión no tiene límites. Este es un Estado que demanda no solamente de los palestinos y del mundo entero ser reconocido como Estado judío, sino también de los que voluntariamente aceptan ser sus ciudadanos. El criterio de lealtad se formó según el imaginario de Wolpo, Elyahu y el resto de los rabinos que firmaron la carta. Esta es una lealtad que va en contra de las leyes que se crearon y en contra de lo que fue esculpido en la Declaración de la Independencia. Dicha lealtad significa violación. Los palestinos están equivocados cuando rechazan reconocer a éste como un Estado judío. Solamente deberían agregar que no tienen nada que hacer con semejante Estado judío.