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El paisaje urbano y quienes lo construyen

Manuel Vital, el secuestrador del autobús de la línea 47

Fuentes: Rebelión

A un habitante actual del barrio de Torre Baró que haya nacido después de 1980, el paisaje urbano de este barrio situado en una colina al Norte de la ciudad de Barcelona puede parecerle natural. Es muy probable que piense: lo natural es que haya autobuses y metro, lo natural es que haya escuela e […]

A un habitante actual del barrio de Torre Baró que haya nacido después de 1980, el paisaje urbano de este barrio situado en una colina al Norte de la ciudad de Barcelona puede parecerle natural. Es muy probable que piense: lo natural es que haya autobuses y metro, lo natural es que haya escuela e instituto, lo natural es que las calles estén asfaltadas, lo natural es que haya agua corriente, lo natural es que haya jardines o equipamientos. Seguramente no se preguntará quién puso todo eso ahí y porqué lo hizo.

Pero el paisaje, salvo en las más altas y recónditas montañas, selvas o desiertos no es algo natural. El paisaje lo han construido los hombres y mujeres que luchando contra lo natural, han labrado el suelo, han plantado y cosechado, han construido caminos, han llevado las cosechas al mercado, han construido sus casas, sus pueblos y sus ciudades.

Uno entre tantos de los anónimos artífices del paisaje actual de Torre Baró fue Manuel Vital Velo. Nacido en Valencia de Alcántara el año 1924, llegó a Torre Baró en 1947. Extremeño de nacimiento y de corazón, era un catalán de adopción que nunca aceptó ser catalán de segunda clase. Nunca perdió sus orígenes: era legendario su colgante con tres bellotas verde, blanca y negra formando la bandera de Extremadura. Solía mostrarlo públicamente con el orgullo de quien tiene bien hondas sus raíces.

Manolo se fue de Extremadura, como muchos otros, para buscar una vida mejor, pero lo hizo también huyendo de la represión franquista. Su padre fue asesinado por los falangistas, y sus restos descansan en algunas de las miles de fosas que una mala memoria histórica se niega a recuperar y a dignificar. El pasado mes de marzo de 2018, casi 80 años después, se ha recuperado la fosa común de Terría, en Valencia de Alcántara, el pueblo de Manuel Vital. En la exhumación se han recuperado restos de, al menos, 48 personas, cuando en principio se pensaba que en esa mina podrían encontrarse los cuerpos de 14 personas. El padre de Manuel Vital podría encontrarse en esta fosa común o en alguna otra del pueblo o la comarca.

La emigración. ¿Nuevos paisajes y los mismos dolores?

«Un día cambió todo:

nuevos paisajes y los mismos dolores.

Las manos tienen callos, pero no de espigas

y el corazón sin vino qué sólo está y qué sólo»

Esta es la letra de una preciosa canción de 1975 de Pablo Guerrero, titulada precisamente Emigrante. La emigración es la herida que no cesa de Extremadura, un auténtico genocidio, en palabras de Víctor Chamorro. Sólo algunos datos sobre la catástrofe que ha supuesto y supone para esta tierra. Entre los años 50 y 70 abandonaron la región casi 800.000 personas. Actualmente hay más extremeños nacidos o de padres extremeños viviendo fuera de la comunidad autónoma que en ella. En 1960, la población de Extremadura era de 1.400.000 habitantes mientras que España contaba con 25 millones, lo que significaba casi el 5% de la población, actualmente no llega al 2’3% del total estatal. A la emigración de esas décadas hay que añadirle la nueva emigración. En los últimos siete años la población de Extremadura ha descendido en 37.300 habitantes. Por su parte, Moisés Cayetano nos informa de un dato relevante relativo a la comarca de Valencia de Alcántara. En el período álgido de la emigración extremeña, de 1961 a 1975, la comarca perdió el 44’74% de la población, bajando de 18 a 11 habitantes/Km2.

Los emigrantes extremeños de los años sesenta huían del hambre y, al mismo tiempo, de la asfixia moral del cortijo. Del capataz escogiendo a los jornaleros, tú sí y tú no. Víctor Chamorro afirma en Historia de Extremadura: «Es una emigración anárquica, espasmódica, que ha soportado abundantes definiciones: diáspora, desangre, hemorragia. Pero se trata de un genocidio programado desde despachos tecnócratas. Porque es genocidio ir acabando lentamente con todo un pueblo utilizando el arma de la emigración, el arma del expolio». John Berger apuntaba que el siglo XX, «con toda su riqueza, con todos sus sistemas de comunicación, ha sido el siglo del destierro generalizado». Y señalaba con agudeza las duras secuelas del desarraigo: «La emigración no sólo implica dejar atrás, cruzar océanos, vivir entre extranjeros, sino también destruir el significado propio del mundo y, en último término, abandonarse a la irrealidad del absurdo».

Como se construye la ciudad

Los emigrantes van a la metrópolis a vender su fuerza de trabajo. Todos, los de todo tiempo. Pero, a pesar del desarraigo, a pesar de su condición de maletas humanas, de ser concebidos como mercancía que renueva la incesante rueda de la acumulación originaria del capital, los emigrantes se convierten en un factor decisivo de las transformaciones urbanas. La historia y la vida de Manuel Vital es un caso entre tantos que demuestra este aserto. Vamos a acercarnos a algunas de sus actividades.

Manuel Vital llegó a Torre Baró en 1947 con 24 años. Antes de ser barrio, antes de ser ciudad, como en tantos barrios de Barcelona y de su área metropolitana, Torre Barró era un terreno despoblado y sin urbanizar en el que los emigrantes que llegaban del sur debían construir su casa. Unas casas precarias, autoconstruidas, que unos llamaban chozos, aquellos chamizo, los otros barracas… tantos nombres diferentes recibía este techo precario, esa dura realidad.

Construir en el terreno baldío no era legal, pero la necesidad obliga. La ciudad crecía como una mancha de aceite, noche a noche, casa a casa, calle a calle, con ese acto molecular de desobediencia. Para que la policía no impidiera esa proliferación clandestina los emigrantes tenían que construir las paredes y techar en una noche. Según la ley, si por la mañana el edificio estaba techado la policía no podía echarlo abajo. Pero techar en una noche no era tarea que se pudiera hacer sin ayuda. Para hacer crecer de la nada esos barrios donde la ciudad cambia de nombre los vecinos tenían que ayudarse los unos a los otros. Necesidad obliga. Esa ayuda mutua, ese trabajo en comunidad no era otra cosa que un eco, una resonancia de las viejas culturas autónomas campesinas. Dicen quienes vivieron esta experiencia en Torre Baró que Manuel Vital era generoso y que nunca negó a nadie su apoyo. Al contrario, quizás fue en esas experiencias nocturnas de solidaridad y de comunidad donde se fraguó el comunismo de Vital.

El compromiso social de Manolo le hace participar intensamente en la lucha por mejorar las condiciones de vida en el barrio. Durante años aprovecha los resquicios escasos que deja el franquismo para la reivindicación vecinal. Junto con otros compañeros brega para que se arreglen las calles. Fue organizador de la lucha por el agua que movilizó casi a la totalidad del barrio, y que tuvo su cumbre en el corte de la autopista de entrada a Barcelona por la Avenida Meridiana en el año 1972. Mujeres, hombres y niños bajaron masivamente de la montaña y tomaron la autopista pacíficamente. La policía rodeó la concentración pero no pudo actuar sin provocar una carnicería. De esa lucha surgió el compromiso del ayuntamiento franquista para poner canalizaciones que llevaran el agua a las casas.

Vital entró a trabajar en autobuses de Barcelona. Dejemos que nos hable la página web de Autobuses de Barcelona:

«El 7 de mayo de 1978, Manuel Vital, un conductor de Transportes de Barcelona y líder sindicalista, en su doble condición de vecino de una zona olvidada, secuestró un autobús articulado de la línea 47 para demostrar que el transporte público que reclamaba Torre Baró podía llegar a través del único acceso que tenía el barrio.

En efecto, desde finales de la década de 1960, el vecindario de Torre Baró solicitaba disponer de líneas de autobús que permitieran salir del barrio y enlazar con otros servicios de transporte. La respuesta tanto de la Compañía de transportes como del Ayuntamiento de Barcelona era que el mal estado de las calles y sus características en tanto estrechas, curvadas y empinadas no permitían el paso de autobuses. Ante la prolongada situación, el 6 de mayo de 1978, Manuel Vital se reunió con miembros del PSUC para hablar sobre el tema. Al día siguiente fue a la cochera de Levante como era de costumbre para conducir uno de los nuevos autobuses Pegaso Monotral articulados destinados a la línea 47. Después de hacer dos vueltas entre la plaza de Cataluña y la Guineueta, llegando al final del paseo de Valldaura donde actualmente hoy existe la plaza de Karl Marx, se dirigió a una cabina telefónica para llamar a su mujer y le dijo «allá voy». Colgó el teléfono y secuestró el autobús conduciéndolo por la carretera Alta de las Roquetes en dirección hacia Torre Baró. Iba también consigo el cobrador encerrado en su cabina en la parte traseras, que no se opuso a esta acción. Durante el itinerario se fue apuntando gente de las barriadas para apoyar el secuestro reivindicativo. El autobús fue circulando por las estrechas y empinadas calles de la montañosa barriada acompañado de un río de personas. Como curiosidad, decir que las pancartas que llevaba colgadas se pintaron con el aceite del mismo vehículo.

En el final de trayecto, saliendo a la avenida Meridiana, el cobrador que lo acompañaba bajó y Manuel le dio 25 pesetas para que cogiera un taxi y pudiera irse a su casa. Después, él prosiguió con el autobús y en la calle de València lo pilló la policía. Enseguida tanto él como otras personas solidarizadas por la causa fueron trasladados a la comisaría de la calle de Malats en el barrio de Sant Andreu. Al día siguiente fue juzgado, acusado de secuestro. La empresa le advirtió que si volvía a hacerlo le despedirían de la compañía sin recursos, pero parece que después de todo no le hicieron nada porque no se atrevieron, posiblemente debido a las circunstancias políticas y sociales vividas por aquel entonces. Así, el día 7 de mayo pudo reintegrarse por amnistía laboral.

Como resultado del secuestro y de las presiones vecinales, la línea 47 se prolongó hasta Canyelles seis meses después, el 17 de noviembre de 1978, dos años más tarde de que se construyó el nuevo barrio. Aunque llevó unos cuantos años más el cambio en su rótulo, ya que seguía poniendo Guinagueta. El 11 de febrero de 1979 lo hizo la línea 31, y el 17 de mayo siguiente lo hizo la línea nocturna NG. El 23 de mayo de 1980 se creó la línea 77 (Pl.Virrei Amat-Torre Baró) y el 10 de febrero de 1981 la línea de microbús 93 (Ciutat Meridiana-Torre Baró).»

El secuestro de este autobús, es un episodio más de ese momento de desborde del poder popular que pugna por abrirse camino. La desobediencia forma parte de la tradición del movimiento obrero y en general de las culturas políticas emancipatorias. Transformar la realidad implica, en muchas ocasiones, transgredir las leyes injustas, desobedecerlas. Los derechos se alcanzan ejerciéndolos. Marcelino Camacho decía en sus Charlas de la prisión: «El derecho de huelga se consigue haciendo huelgas; el derecho de reunión, reuniéndose; el derecho de asociación, asociándose». Los derechos no se otorgan, se conquistan. El derecho a transporte público para las barriadas más periféricas o de acceso más laborioso se alcanza demostrando su viabilidad y arropando la acción de desobediencia por parte de todo el vecindario.

Manuel Vital como muchos de los luchadores de esa época era perfectamente consciente de la necesidad de vincular las acciones individuales o emblemáticas de desobediencia con la participación masiva. La desobediencia, lejos de ser una acción simplemente testimonial, un mantra de grupos militantes minoritarios, es una herramienta típica en los momentos más álgidos de la movilización popular. Los escraches, la ocupación masiva de viviendas vacías o el bloqueo de los desahucios son algunas expresiones de la vitalidad de la desobediencia en los últimos años.

Los emigrantes extremeños, andaluces o murcianos fueron un componente fundamental en las luchas vecinales y sindicales de los años sesenta o setenta en Cataluña, Euskadi o Madrid. De la mano del sindicalismo de clase que en esa época pretendía ser además de económico-corporativo, socio-político, de la mano de organizaciones como el PSUC, que supo fusionar extraordinariamente la defensa de los derechos sociales y nacionales de Cataluña. La articulación de las luchas del movimiento vecinal y del movimiento sindical -muy especialmente de las Comisiones Obreras- fue otro factor de transformación social de primer orden.

Pero la lucha de Vital y de los suyos no se limitó a las reivindicaciones extremas imprescindibles como el agua, el asfaltado o el transporte. Vital y todos los Vitales de los barrios de Barcelona y de su área metropolitana llegaron a la conciencia de la necesidad de modificar el dibujo de la ciudad que estaban construyendo. En los años 80, liderando la Asociación de Vecinos de Torre Baró dio impulso al Plan Especial de Reforma Interior (PERI) que pretendía resolver el desastroso caos urbanístico en que la autoconstrucción y el desorden administrativo habían convertido al barrio. Fue un proyecto auténticamente participativo donde los vecinos dijeron cómo querían que fuera su barrio. En un debate de este estilo, donde se trenzan y a veces se contraponen los intereses generales con los particulares, la autoridad moral de quien se lo juega todo para que prevalezca el bien común, es clave. Claro que el ayuntamiento se encargó de frustrar aquellas ilusiones. Las grandes inversiones de la Barcelona olímpica no alcanzaron a los barrios de la zona Norte.

La importancia de los etcéteras

El dirigente comunista catalán Atanasi Céspedes solía hablar de la importancia de los etcéteras, refiriéndose a los anónimos militantes sin cuyo trabajo molecular, intersticial ninguna transformación social sería posible. Esos miles y miles que, cada uno en su particular trinchera o casamata, construyen desde abajo un mundo nuevo. Esos de cuyos nombres las historias oficiales suelen olvidarse, pero sin los cuales no habría historias oficiales. Manuel Vital era uno de esos. Fue consecuente con sus ideas y con su origen. Siempre se mantuvo fiel a los ideales por los que se incorporó a la lucha social, aunque los tiempos y las formas de conseguirlo hubieran cambiado, pero sobretodo se mantuvo fiel al compromiso con el barrio y con su gente. Cuando los territorios fueron abandonados por aquellos militantes sociales que al llegar las libertades políticas entendieron que la lucha ya no era necesaria, y no pocos de ellos pasaron a formar parte de las nuevas administraciones democráticas, Vital continuó en el barrio, siguió organizando la lucha de sus vecinos.

La ciudad no es un simple espacio geográfico sino la suma de sus habitantes, los ciudadanos. Son ellos los que constituyen la ciudad. Pero los ciudadanos aunque sean teóricamente iguales ante la ley, en realidad no lo son, están divididos en clases y está división en clases se instala y se expresa en el territorio. Así la lucha de clases tiene una clara expresión en el territorio de la urbe, en el urbanismo, en la configuración social, territorial, en las condiciones de vida, de salud, de enseñanza, en la esperanza de vida. Manuel Vital comprendió esa realidad y se aplicó a cambiarla. Para que la lucha por la igualdad social prosiga necesitamos miles de Manolos Vital, miles de etcéteras y etcéteras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.