El horror que está viviendo la población libanesa es indescriptible. El ejército israelí actúa con saña contra los civiles y la infraestructura de Líbano, bombardeando redes telefónicas, puentes y arterias que conectan al sur con el resto del país, asesinando civiles (entre ellos muchos niños), destruyendo viviendas, atacando puestos de observación de la misión de […]
El horror que está viviendo la población libanesa es indescriptible. El ejército israelí actúa con saña contra los civiles y la infraestructura de Líbano, bombardeando redes telefónicas, puentes y arterias que conectan al sur con el resto del país, asesinando civiles (entre ellos muchos niños), destruyendo viviendas, atacando puestos de observación de la misión de la Organización de Naciones Unidas (ONU). El poder aplastante del ejército israelí, la ausencia casi total de oposición política interna, el apoyo incondicional estadunidense y la imposibilidad de una acción conjunta de los europeos refuerzan la determinación del gobierno del premier Ehud Olmert de proseguir su ofensiva esquizofrénica. Como lo demostró recientemente la conferencia de Roma, los principios sobre los que la comunidad internacional interpreta el conflicto no consienten un análisis constructivo de los acontecimientos actuales y sus consecuencias.
En 1982 Israel invadió Líbano y ocupó la capital, Beirut. En el curso de esa invasión lanzó miles de toneladas de bombas sobre centros habitados por civiles, la mayor parte de los cuales no tenía nada que ver con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). La ocupación de diversas partes de Líbano continuó hasta 2000. Las operaciones militares de envergadura contra el territorio libanés -como la de julio 1993 y la de abril 1996- persiguieron el objetivo de explotar las tensiones entre el Estado libanés y Hezbollah; ambas se basaron en la destrucción del sur de Líbano para presionar a los gobiernos libaneses (entonces apoyados por Siria) a detener los ataques de Hezbollah en la frontera norte de Israel. El número de refugiados libaneses estimado en ambas operaciones fue de más de 500 mil. El objetivo general era provocar una crisis entre Siria y Líbano y romper su coordinación bilateral en política exterior. En todos estos casos, Damasco desempeñó un papel central como mediador entre la resistencia chiíta y los israelíes, con el asentimiento de Washington.
Actualmente, Israel y la comunidad internacional (entre comillas) buscan forzar al gobierno libanés a aplicar la resolución 1559, que pide el desarme de Hezbollah, y extraer a Líbano de la zona de influencia siria. Todo apunta a que Israel no trata sólo de disuadir o contener a Hezbollah, sino vencerlo y eliminarlo, de acuerdo con las nuevas reglas del juego que impone la estrategia neoconservadora. Esta vez se da el tiro de gracia al sistema de disuasión que había operado con relativo éxito entre Siria e Israel desde 1967. Por su parte, Washington rehúsa tratar con los sirios con el fin de impedirles toda influencia o contribución; las comunicaciones son prácticamente inexistentes desde que George W. Bush retiró a su embajadora en Damasco, Margaret Scooby, en febrero de 2005. El presidente estadunidense prefiere mandar a Kofi Annan a hablar con los sirios. La cuestión es que Damasco sabe que la ONU pesa poco en la región, igual que Europa. No se diga los países árabes reaccionarios o títeres (a los que contra toda evidencia se les sigue llamando «moderados»), como Egipto, Jordania y Arabia Saudita, cuya credibilidad en la región es casi nula. Con quien Siria busca negociar es con Estados Unidos. En el pasado (desde 1974) el diálogo que, con sus bemoles, predominó entre Washington y Damasco había contribuido a propiciar mayor flexibilidad en la política exterior siria. Pero los neocoservadores se desviaron de esa conducta diplomática y han preferido desde los ultimos cuatro años presionar al régimen sirio y arruinar la economía del país. Tanto en editoriales del New York Times como del Wall Street Journal, así como en declaraciones de ex funcionarios estadunidenses como Richard Murphy (ex secretario de Estado para asuntos de Medio Oriente durante la administración de Ronald Reagan y ex embajador en Siria), se reconoce tácita o explícitamente que el dogma sobre los «estados canalla» ha atado las manos al gobierno de Bush y lo ha llevado a perder progresivamente su margen de maniobra diplomática en la region.
El drama es que muchos, empezando en la administración estadunidense, parecen suponer que Israel tiene licencia para golpear a sus enemigos sin importar el costo. Los que denuncian «el uso desproporcionado de la fuerza» del ejército israelí olvidan cuestionar el derecho mismo de Israel de haber emprendido esta acción militar. Es importante recordar que tanto en el caso del raid de Hamas que llevó a la invasión actual de Gaza como la acción del Hezbollah que llevó a la agresión contra Líbano se trató de asaltos contra el ejército regular israelí (secuestro de soldados), no contra los civiles. A los que se indignan de las violaciones de la soberanía israelí por Hezbollah o Hamas sería útil recordar las decenas de violaciones por Israel de la soberanía libanesa desde finales de los años sesenta, las incursiones masivas de mediados de los setenta y principios de los ochenta, las invasiones de 1978 y 1982 y la ocupación de la capital, los cientos de miles de refugiados, la ocupación del sur del país, y después del retiro en 2000, los asesinatos, los carros bomba, las masacres y las violaciones continuas del suelo y el espacio aéreo libaneses, por no mencionar la detención de prisioneros libaneses. Respecto a las violaciones israelíes de la «soberanía» palestina, la lista sería interminable. Las ejecuciones extraterritoriales y extrajudiciales de líderes palestinos no ha parado desde los años sesenta. Cerca de 650 mil arrestos han tenido lugar desde 1967, y 9 mil palestinos están actualmente en prisiones israelíes, incluyendo muchos encarcelados antes y a pesar de los acuerdos de Oslo, y muchos otros que Israel no quiere liberar argumentando que tienen «sangre en las manos», como si Tel Aviv tuviera una superioridad moral o un estatus especial cuando va al campo de las reivindicaciones morales.
La conferencia de Roma concluyó sin resultado positivo alguno. Ninguna demanda unitaria de tregua, nada de acuerdo sobre los peacekeepers; sólo se acordó dar luz verde a la ayuda humanitaria. El principio del que se partió es que Hezbollah es el problema. Que Hezbollah en su ataque a la patrulla israelí el 12 de julio violó una frontera internacional es incontestable. Pero Hezbollah no es el problema o, en todo caso, no es el único ni el principal. Ademas, la idea de que Hezbollah puede de alguna forma ser removido de Líbano es una fantasía. Hezbollah es un movimiento local, con una base chiíta sólida que ve en esa organización su principal apoyo. A diferencia de los palestinos durante la guerra civil libanesa, sus miembros no podrán ser eliminados o evacuados en un barco a Túnez.
Al tercer día de la guerra de Israel contra Líbano, el primer ministro libanés, Fouad Siniora, declaraba que la situación actual de su país «es más grave que en 1982, 1993 o 1996». Es sin duda una cruda ironía que durante casi dos años tanto la Unión Europea como Estados Unidos aprovecharon todo momento para expresar su apoyo incondicional a un Líbano libre del terrorismo (entre comillas) de Siria. Pero ahora, como en el pasado, se constata que el terrorismo de Estado de Israel avanza con el favor de unos y la irresolución de otros. El resultado de la invasión militar israelí de 1982 fue el nacimiento del Hezbollah. ¿Quiénes serán los enemigos (entre comillas) de mañana?