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Marx, iluminando la fábrica

Fuentes: El Viejo Topo

Como en las plantas de Cornigliano, donde el duro trabajo de los obreros de las acerías fue iluminado por la composición de Luigi Nono, la obra de Marx, de cuyo nacimiento se cumplen ahora doscientos años, alumbró la acción proletaria desde la publicación de sus primeros trabajos. Sobre los cimientos de la economía clásica inglesa, […]

Como en las plantas de Cornigliano, donde el duro trabajo de los obreros de las acerías fue iluminado por la composición de Luigi Nono, la obra de Marx, de cuyo nacimiento se cumplen ahora doscientos años, alumbró la acción proletaria desde la publicación de sus primeros trabajos. Sobre los cimientos de la economía clásica inglesa, la filosofía alemana y las luchas de los trabajadores franceses, Marx edificó un sólido cuerpo teórico que nos ayuda desde entonces a entender el mundo, cuyo centro sigue siendo el trabajo, la fábrica, las factorías, los laboratorios y las oficinas donde se desarrolla la explotación humana. Hombre concienzudo, meticuloso, paciente y sencillo, que nunca tuvo la menor arrogancia, Marx estaba obsesionado con el estudio, con las fuentes del conocimiento; aprendió inglés y francés; después, castellano e italiano, y, con más de cincuenta años, ruso. Llegó a escribir una novela con apenas veinte años, y poemas, que dejarían paso después a su obra científica, construida para descifrar el capitalismo y la evolución de la historia, interesado por todas las ramas del saber. Por añadidura, durante toda su vida, tuvo gran estima por Homero, Dante, Shakespeare, Goethe, Heine, por Balzac y Dickens.  

Sus hijas, a quienes antes de dormir leía cuentos de Las mil y una noches o fragmentos del Quijote, lo llamaban el Moro, e incluso lo hicieron Engels y otros camaradas, en los años de Londres, cuando, sin apenas dinero, las horas de ocio de Marx y su mujer, Jenny von Westphalen, consistían en paseos dominicales por Hampstead Heat, acompañados de sus hijos, de Lenchen (Helene Demuth, que estuvo siempre junto a la pareja) y con algunos amigos, como Wilhelm Liebknecht, quien durante la enfermedad de Jenny cuidará de las hijas de Marx. El propio Engels recibirá, en los años de la guerra franco-prusiana, el apodo de «el general», que le puso Jenny, la hija de Marx, por sus análisis bélicos.  

Nacido en Tréveris en 1818, Marx fue a Bonn a estudiar, en octubre de 1835, y, después, a Berlín, donde inició su estudio de Hegel. En 1842, ya doctor, colabora en Rheinische Zeitung , y ejerce en Colonia como director del periódico. En 1843, año de su matrimonio con Jenny von Westphalen , Marx fue a vivir a París, en octubre, donde conoció a Engels, que se convertiría en su amigo y en su camarada. Se instala en la rue Vaneau, 38, y mientras Marx desarrolla el materialismo de Feuerbach, atento a Blanqui y a las luchas obreras, la policía francesa espía su correspondencia . Es cada vez más consciente de que el trabajo explica al ser humano, pero bajo las reglas del capitalismo se convierte en una condena. En los medios obreros parisinos, Marx conoce a la Liga de los Justos, se relaciona con Heine, y, en 1844, nace su hija Jenny, mientras sigue de lejos, emocionado, la rebelión de los tejedores de Silesia. Al año siguiente consigue publicar, junto con Engels, La Sagrada familia en Frankfort, iniciando una colaboración que duraría toda su vida. Ha decidido ya dedicar su vida a la causa del proletariado.  

Después, expulsado de Francia por Guizot, va a Bruselas, sin recursos, donde se reúne de nuevo con Engels. En julio de 1845, ambos amigos viajaron a Inglaterra, a Manchester, cuna del capitalismo, con el propósito de investigar, profundizando en su idea de que la vida determina la conciencia y las ideas, y no al revés, noción que se concretará en La ideología alemana. Después, Marx mantendría una relación frecuente con Ernest Charles Jones, un dirigente cartista que le invitó a escribir en el periódico que dirigía, y, en junio de 1847, la Liga de los Justos celebra un congreso en Londres, al que Marx no pudo asistir por falta de recursos, aunque sí pudo hacerlo al de noviembre de 1847, también en la capital británica, donde la organización pasa a denominarse Liga de los Comunistas. Escribe entonces, con Engels, el programa de la Liga, un folleto destinado a convertirse en el texto político más influyente de la historia: el Manifiesto del Partido Comunista. El Manifiesto Comunista nace con las revoluciones de 1848, y Marx va a París de nuevo, que cuenta con un gobierno republicano, que apenas durará. Se instala en Colonia, esperanzado con una posible rebelión, pero es expulsado de Prusia, y vuelve a París, asolada entonces por la contrarrevolución.  

Acaricia entonces la esperanza de una revolución en Gran Bretaña, en Francia, y el futuro parece sonreírle: a finales de febrero de 1848, llegan noticias de la insurrección en Francia, que acaba con Luis Felipe y proclama la república desde las barricadas de París. Después, cae Metternich. En Bruselas, Marx entrega buena parte de la herencia que ha recibido de su padre para comprar armas destinadas a los obreros belgas: le detiene la policía, pero el gobierno republicano francés le ofrece asilo, y Marx marcha a París, desde donde sigue la situación y las protestas en Berlín y Viena; acaba por dirigirse, en abril, a Colonia, donde funda la Neue Rheinische Zeitung e intenta crear un partido obrero alemán, cuando el zar ruso y el rey prusiano son los grandes valedores de la reacción en Europa. En junio, los obreros parisinos son derrotados, y centenares son fusilados en las calles. Marx padece también la persecución de la policía prusiana, y, durante tres semanas, va a Berlín y Viena para coordinar esfuerzos de los núcleos obreros y democráticos. En octubre, la revolución obrera en Viena cae ahogada en sangre, y la contrarrevolución triunfa en Berlín. Marx tiene que defenderse ante los tribunales, mientras, en Colonia, los colaboradores del periódico que dirige guardan armas para defender la redacción del asalto de la policía. En mayo de 1849, el gobierno prusiano expulsa por la fuerza a Marx y cierra el periódico; marcha entonces a París, pero también el gobierno francés lo expulsa: tiene que dirigirse a Londres, adonde llega en agosto de 1849. Jenny y sus tres hijos han tenido que quedarse en París hasta que Marx consiga dinero para sufragar su viaje a Inglaterra.  

En Gran Bretaña, Marx impulsa la solidaridad con los exiliados que han debido huir de tierras alemanas trabajando en una comisión de la Asociación Obrera londinense, junto con Heinrich Bauer y Karl Pfänder. Consigue, con mucho esfuerzo, traer a Jenny y sus tres hijos, Jenny, Laura y Edgar. Organiza reuniones políticas en su casa: allí acude un joven estudiante, Wilhelm Liebknecht, que se convertirá en amigo fraternal y discípulo, hasta el punto de que cuando nazca su hijo, en 1871, le pondrá de nombre Karl: será el futuro espartaquista y fundador del Partido Comunista Alemán. En ese Londres de 1849, los Marx soportan duras condiciones de vida, metidos en un apartamento de Chelsea. Engels llega también a la capital británica, sin recursos. En marzo de 1850, los echan de la casa, por sus dificultades económicas, y Marx y Jenny (cuyo difunto padre era barón) tienen que vender hasta las camas para pagar las deudas. Van a parar a unas diminutas piezas en un hotel pobre, y consiguen después un mísero apartamento en la calle Dean, en el Soho. La pobreza es espantosa, pero Jenny y Karl son jóvenes y se quieren, y luchan contra todo. En 1851, el gobierno prusiano envía policías a Londres para acosar y espiar a Marx, al tiempo que intenta destruir a la Liga Comunista recurriendo a la brutalidad y la mentira, para lo que falsifica documentos e intenta comprar a miembros de la Liga.  

En 1852, Marx publica El 18 Brumario de Luis Bonaparte donde mantiene que una república burguesa no acabará con la explotación obrera. Las dificultades para llevar a cabo su trabajo son muchas, y la dura tarea de copiar sus manuscritos recae sobre Jenny. Ese año, Marx escribe a Engels explicándole su difícil situación: no tiene dinero ni para comprar medicinas para Jenny y una de sus hijas, que están enfermas, y toda la familia se ha alimentado, durante diez días, sólo con pan y patatas; además, no puede obtener ingresos porque le impiden publicar. En 1850, muere de pulmonía su hijo Heinrich (o Henry), de sólo un año, y en 1852 muere su hija Franciska, también de un año: la pobreza es tal que Jenny tiene que pedir prestadas las dos libras que cuesta el ataúd. Aún llegaría otro terrible mazazo para los Marx: en 1855, muere su hijo Edgar, de ocho años. La tragedia los ahoga. Desde Manchester, Engels envía pequeñas cantidades a Marx, con las que pueden subsistir, sin salir de la pobreza. Pese a ello, luchan con alegría y no se dejan vencer por el pesimismo.  

Marx estudia, trabaja, escribe, pasa diez horas diarias en la biblioteca del Museo Británico, comparte opiniones y materiales con Engels, que está en Manchester. Entonces, por fortuna, Charles Dana (director del New York Daily Tribune , una publicación democrática norteamericana) a quien Marx había conocido en 1848 en Colonia, le propone escribir un artículo cada semana para el periódico, a finales de 1851: esa colaboración será decisiva para superar la penuria, aunque a partir de 1862 ya no pudo publicarlos. Engels le ayuda: traduce sus textos al inglés, escribe artículos que se publicarán con el nombre de Marx, trabaja con denuedo. Así, a lo largo de diez años, Marx publica más de quinientos artículos en el Tribune. En ese período, Marx se interesa por la situación en China y la India, y mantiene la denuncia de la explotación capitalista en las colonias, apoyando a los movimientos de liberación. Trabaja tanto que, en 1858, cae enfermo, y su situación vuelve a ser crítica: a veces, no tiene ni dinero para hacer copia de sus libros (como le ocurrió con su Crítica de la economía política), medida imprescindible en esa época para prevenir pérdidas durante su envío para la edición. En esa obra, Marx examina el «valor de uso» y el «valor de cambio» de las mercancías, y se prepara el terreno para El capital, que empezará a desarrollar a partir de 1861.  

Las luchas políticas en los países alemanes, las relaciones internacionales entre Napoleón III, Cavour, el zar Alejandro II, lord Palmerston y los Hohenzollern atraen la atención de Marx, siempre preocupado por la organización proletaria. También se interesa por la guerra civil en los Estados Unidos o por la sublevación, en 1863, de los polacos contra el zar, a quienes respalda frente al rey prusiano y el zar ruso. En 1860, Marx recibe duros ataques de Karl Vogt, un científico y político alemán que estaba a sueldo de Napoleón III, y que actúa por indicación del emperador francés: le contestará en un libro, Herr Vogt, donde desenmascara las acusaciones anticomunistas del mercenario. Años después, en 1868, Napoleón III inicia una dura persecución contra los miembros de la AIT, con numerosas detenciones y procesamientos. En esa época, Marx se relaciona con sus camaradas que se encuentran exiliados en Londres, Friedrich Lessner (conocido como Carstens), Johann Georg Eccarius, que después sería secretario de la AIT; Karl Pfänder y Karl Schapper, quien se había encargado de publicar el Manifiesto comunista en 1848.

Aunque el viaje era arriesgado por la amenaza de la policía, en 1861 Marx viaja a Zaltbommel, una pequeña población holandesa cercana a Utrecht, por cuestiones familiares, y después va a Berlín, a casa de Ferdinand Lassalle, para discutir la posible publicación de un nuevo periódico, aunque no llegan a ponerse de acuerdo. Intenta recuperar la ciudadanía prusiana, pero el ministro del Interior se niega. Pasa también por Tréveris para visitar a su madre, adonde volverá, en diciembre de 1863, cuando ella muera. Las acciones en solidaridad con los polacos, organizadas por los obreros alemanes, franceses o ingleses, impulsan a Marx a defender la creación de una organización internacional que agrupe a las distintas asociaciones proletarias. De esa forma, el 28 de septiembre de 1864, se convoca un acto de solidaridad en el Saint Martin’s Hall de Long Acre, en Londres, donde, entre otros oradores, interviene Eccarius, y donde se decide fundar la Asociación Internacional de Trabajadores, o I Internacional como se conocerá después, y Marx es elegido miembro del comité que dirigirá la organización, a cuyo trabajo se entrega con entusiasmo desde el primer momento, escribiendo la mayoría de sus documentos, entre ellos el Manifiesto Inaugural y los Estatutos provisionales, que definen el camino a seguir por la Internacional, muchas de cuyas reuniones en la sede de la calle Greek, 18, en el Soho, se prolongaban después en el apartamento de Marx . Para impulsar el internacionalismo obrero, Marx propone también que se incorporen a la dirección Friedrich Lessner, Karl Pfänder, Georg Lochner y Karl Kaub, que completan, junto con el propio Marx, Eccarius y Hermann Jung, el grupo comunista en la dirección de la AIT, que tendrá como presidente del Consejo Central a George Odger y como secretario general a William Randal Cremer, ambos ingleses.  

La emancipación obrera y el internacionalismo van de la mano desde el principio. Unas semanas después de la asamblea, Marx escribe en el Manifiesto inaugural de la Internacional: » Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo? No ha sido la prudencia de las clases dominantes, sino la heroica resistencia de la clase obrera de Inglaterra a la criminal locura de aquéllas, la que ha evitado a la Europa Occidental el verse precipitada a una infame cruzada para perpetuar y propagar la esclavitud allende el océano Atlántico. La aprobación impúdica, la falsa simpatía o la indiferencia idiota con que las clases superiores de Europa han visto a Rusia apoderarse del baluarte montañoso del Cáucaso y asesinar a la heroica Polonia; las inmensas usurpaciones realizadas sin obstáculo por esa potencia bárbara, cuya cabeza está en San Petersburgo y cuya mano se encuentra en todos los gabinetes de Europa, han enseñado a los trabajadores el deber de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla, en caso necesario, por todos los medios de que dispongan; y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones. La lucha por una política exterior de este género forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase obrera. ¡Proletarios de todos los países, uníos!»  

Los problemas para organizar a la clase obrera son muchos. Además, Marx está preocupado por el predominio del reformismo en las organizaciones proletarias inglesas, y por la influencia de Proudhon y Blanqui entre los franceses, así como por la autoridad de Lassalle entre los obreros alemanes, y de las ideas de Mazzini entre los trabajadores italianos; en suma, Marx está preocupado por la dependencia de las incipientes organizaciones obreras de los círculos de la burguesía liberal y de concepciones románticas como la revuelta armada que preconizaba Blanqui en Francia. Como secretario de la Asociación, Marx desarrolla una activa correspondencia y contactos con dirigentes obreros, sugiriendo y proponiendo iniciativas, mientras pone de manifiesto la falsedad de la economía política en que se apoya la burguesía que «había predicho, y demostrado hasta la saciedad, que toda limitación legal de la jornada de trabajo sería doblar a muerto por la industria inglesa»  

En 1864, su situación material mejora, gracias a la herencia de su madre, y la familia Marx puede trasladarse a una casita en Haverstock Hill, aunque la falta de ingresos regulares (a veces, no tiene dinero ni siquiera para comprar papel) sigue atenazando a su prole: un año después, tiene que recurrir otra vez a Engels pidiéndole ayuda económica. Marx trabaja en El capital, mantiene un estrecho contacto con las asociaciones obreras alemanas, y con Liebknecht; entonces, Bismarck intenta comprarlo enviándole un agente personal con el señuelo de ofrecerle colaboraciones en un periódico gubernamental, intento que repite en 1867 cuando Marx visita Hannover: el gobierno prusiano conoce su difícil situación económica y cree que puede tentarlo, aunque desconoce por completo la firmeza de las opiniones y la honradez de Marx. Cuando, en 1866, Bismarck derrota a Austria y aglutina bajo el mando prusiano a veintidós estados alemanes, Marx es consciente del desastre que supone, por el reforzamiento de la burguesía prusiana, pero sabe también que el movimiento obrero tendrá que adaptarse a la nueva situación, desde su debilidad: a finales de los años sesenta, la fuerza de la Internacional radica, sobre todo, en Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Suiza, pero no en Alemania o Estados Unidos, aunque la situación empezará a cambiar; en 1867, August Bebel y Wilhelm Liebknecht son elegidos parlamentarios, y, al año siguiente, las organizaciones obreras alemanas discuten ya la necesidad de adherirse a la Internacional. Dos años después, se funda el Partido socialdemócrata en Eisenach (dirigido por Liebknecht, Bebel y Wilhelm Bracke ) que publica la «declaración de Eisenach» proclamándose la sección alemana de la AIT.  

En 1867, el Moro termina el primer volumen de El capital: para entregar el manuscrito en Hamburgo tuvo que recibir, de nuevo, ayuda de Engels: su precariedad es tan extrema que incluso tenía que recuperar su traje en la casa de empeños. Viaja a Alemania el 10 de abril, y el libro aparece en septiembre, con una pequeña tirada de mil ejemplares. En él, Marx examina el capitalismo, la obtención de la plusvalía, el objetivo de la revolución socialista, pero no podrá completar su propósito: en vida, sólo alcanzó a ver publicado el primer volumen, y los otros dos serían publicados por Engels tras la muerte de su camarada. Poco después del congreso de Eisenach, Marx vuelve a Alemania, donde permanece unas semanas, en Aachen, Maguncia y Hannover, entrevistándose con dirigentes obreros. Marx se preocupa por la difusión de la obra, y la traducción al ruso y al francés en 1872 será motivo de enorme alegría, y por el fortalecimiento de la AIT, que agrupa nuevos asociados y que se halla inmersa en la doble batalla por conquistar la democracia (en Gran Bretaña, en la campaña por el voto) y por ganar el socialismo, a la vez que intenta conseguir mejoras en las condiciones de vida y de trabajo para los obreros de cada país, reforzando los sindicatos como preconizaba Marx, a diferencia de los seguidores de Lassalle o de Proudhon. En 1869, en el congreso de Basilea de la Internacional, se proclama «el derecho a abolir la propiedad privada de la tierra» y hacerla un bien común. En 1870, se constituye en Ginebra una sección rusa de la Internacional, cuyos miembros piden a Marx que actúe como su representante.  

La guerra franco-prusiana lleva a Marx y a la AIT a denunciar el militarismo prusiano, el peligro para el futuro que supondría la anexión de Alsacia y Lorena por Alemania, y el nacionalismo. Cuando, en septiembre de 1870, se proclama la República francesa, Marx la defiende e impulsa una campaña de solidaridad. Justo en esos días, Engels se instala en Londres: los dos camaradas llevaban casi veinte años viviendo en ciudades distintas. A partir de ese momento, gracias a Engels, la familia Marx dejará la penuria atrás. En marzo de 1871, se proclama la Comuna de París, que Marx, entusiasmado, saluda: «¡La historia no conoce otro ejemplo de grandeza semejante!», aunque la mayoría de los miembros del Consejo de la Comuna son seguidores de Blanqui y de Proudhon, y los partidarios de la Internacional apenas una minoría. Es en esos días, cuando Marx escribe a su amigo el médico Ludwig Kugelmann, que los obreros de París se habían lanzado «al asalto del cielo», se comunica con extrema dificultad con sus camaradas parisinos: las tropas de Thiers y los soldados prusianos mantienen rodeada la ciudad: el 28 de mayo, la Comuna hace su último disparo antes de morir. Después, la feroz matanza (decenas de miles de obreros asesinados) que causan los soldados de Thiers en las calles de París afecta profundamente a Marx, que incluso enferma: el mundo contempla cómo los versalleses matan a los federados, a mujeres, niños, ancianos; mayo culmina con la sangre de la Comuna, con el vértigo de odio burgués a la primera revolución obrera. Después, a Marx le absorbe la denuncia de las calumnias lanzadas contra la Comuna, y la ayuda que hay que ofrecer a los refugiados que llegan a Londres: a algunos los aloja en su propia casa. Escribe: «la Comuna ha sido un gobierno de los trabajadores». A la capital británica llega también un comunard, Eugène Pottier, que en esos días de fuego y dignidad de la Comuna había escrito unos versos: «Arriba, parias de la tierra», que culmina con un llamamiento que, desde entonces, será inolvidable para el mundo: «Agrupémonos todos/en la lucha final; y se alcen los pueblos con valor/por la Internacional».  

 Empieza entonces un feroz ataque contra la Internacional; Bismarck y el zar Alejandro II, Thiers y Francisco José I, todos se apresuran a perseguir a los internacionalistas. Por si no fuera suficiente con el terror impuesto por los gobiernos y la patronal, estallan las divergencias en la AIT entre los seguidores de Marx y los de Bakunin. En 1871, las discusiones con los bakuninistas son tensas, y en la Conferencia de Londres, aunque predominan las propuestas y el análisis de Marx, los anarquistas impugnan la línea seguida hasta entonces. En el enfrentamiento con los partidarios de Bakunin, Marx y Engels se apoyan en camaradas como los polacos Walery Wroblewskiy Josef Rozwadowski (que había dirigido el ejército de la Comuna), el húngaro Léo Frankel, Édouard Vaillant , el periodista francés Charles Longuet (que se casaría con Jenny, la hija mayor de Marx), y el dirigente de los obreros franceses del bronce, Albert Theisz. Las duras polémicas culminan en el Congreso de La Haya, en septiembre de 1872, donde las propuestas bakuninistas resultan derrotadas, y el propio Bakunin queda excluido de la Internacional. Engels presenta entonces la propuesta de trasladar la sede del Consejo General de la AIT de Londres a Nueva York: era una forma de eludir la represión política de los gobiernos y, además, de marginar a la corriente más reformista de la Internacional, aunque ello implicaba que los propios Marx y Engels quedaban fuera de la dirección. Marx, que vive con la policía en los talones, vuelve a Londres. Sin embargo, el traslado de la AIT no fue una decisión afortunada: en 1876, la conferencia de Filadelfia decide la disolución de la Internacional. La falta de experiencia del movimiento obrero norteamericano, el alejamiento de las organizaciones proletarias europeas (a la reunión de Filadelfia sólo asiste un delegado europeo, alemán), y la dimisión del secretario del Consejo, el alemán Friedrich Sorge, pusieron punto final a la AIT.  

A partir de 1873, la salud de Marx se resiente; aunque sólo tiene cincuenta y seis años, sus camaradas lo llaman el viejo. En 1874, va a Karlsbad a recuperarse (cura que repite los tres años siguientes, gracias a la ayuda de Engels), después a Leipzig, Dresden, Berlín, Hamburgo. Los últimos años de su vida en Londres los dedica a El capital, mientras sigue frecuentando a los dirigentes obreros, a científicos, a personas que piden sus opiniones, y trabaja en nuevas ediciones del primer volumen de El capital, mientras atiende las peticiones de consejo de organizaciones obreras francesas, alemanas, rusas, belgas; examina las propuestas, como hizo en 1875 con la Crítica del programa de Gotha; y elabora con Engels el Anti-Dühring. Cuando, en 1878, Bismarck lanza su campaña represiva contra el movimiento obrero alemán, Marx trabaja en la solidaridad con los apresados, pero su salud es muy débil, y apenas puede trabajar en sus últimos años. Marx y Jenny hacen un esfuerzo y van a ver a su hija Jenny a Francia, en 1881, y, unos meses después, Marx padece una pulmonía, y su esposa Jenny muere. El golpe es demoledor, pero Marx intenta recuperarse, viaja a Argelia, y a Francia, en busca de un clima más cálido. Vuelve a Londres, pero el último invierno de su vida fue especialmente duro: el once de enero de 1883, muere también su hija Jenny, con tan sólo treinta y ocho años. Marx sólo la sobrevive dos meses. Ante su tumba en Highgate, Engels dirá, emocionado, que millones de obreros del mundo, «desde las minas de Siberia hasta California», recordarían a Marx. «Las revoluciones son las locomotoras de la historia», escribió el Moro en La lucha de clases en Francia. En Londres, donde vivió el resto de su vida, en ese cementerio de Highgate, bajo su sencillo busto, nunca faltan flores frescas.  

Fuente: El Viejo Topo, septiembre de 2018

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.