Tarde pero aparecieron, reflejo de los apasionantes aunque complejos caminos de la Revolución cubana y de sus mecanismos de funcionamiento social. Transcurridos nueve días desde de la celebración de los sufragios electorales para la renovación de la Asamblea Nacional (Parlamento) y de las Asambleas Provinciales, la Comisión Electoral Nacional cubana publicaba este pasado miércoles las […]
Tarde pero aparecieron, reflejo de los apasionantes aunque complejos caminos de la Revolución cubana y de sus mecanismos de funcionamiento social. Transcurridos nueve días desde de la celebración de los sufragios electorales para la renovación de la Asamblea Nacional (Parlamento) y de las Asambleas Provinciales, la Comisión Electoral Nacional cubana publicaba este pasado miércoles las cifras generales y territoriales obtenidas de los resultados oficiales de las elecciones.
El retraso dio pie a todo tipo de conjeturas especialmente en determinados ámbitos de la prensa internacional, sobre las razones que explicarían un silencio prolongado a la hora de dar a conocer los votos pormenorizados de los más de 8.642.000 cubanos y cubanas mayores de 16 años llamados a las urnas. Pero cualquiera que conozca un poco los particulares mecanismos de funcionamiento social de este país sabe que los caminos de la Revolución siguen siendo tan apasionantes como complejos.
Sin duda los datos llegaron con retraso, teniendo en cuenta el nivel de informatización del sistema, pero para eliminar cualquier suspicacia y como muestra de transparencia, la edición del diario «Granma» hacía públicas este miércoles 30 de enero todas las cifras con detalle.
Finalmente, la participación alcanzó el 96,89% del electorado y los votos válidos fueron el 95,24%, de ellos, el llamado «voto unido» (priorizado en la propia papeleta y que consistía en votar a todos los candidatos y candidatas de la lista convirtiéndose, de hecho, en la «opción oficial» a todos los efectos) fue refrendado por el 90,90% de los votantes. De esta forma, los candidatos a los 614 puestos a diputados y diputadas y los 1201 delegados provinciales, fueron elegidos en la primera vuelta.
Y en cualquier análisis de resultados hay que destacar como primer elemento el mantenimiento de una tendencia sostenida al crecimiento de la participación, desde el año más duro de la crisis económica y política -1993- hasta el día de hoy (92,97% en 1993; 94,98% en 1998; 96,14% en 2003; y 96,89% en 2008). En segundo lugar el ya mencionado «voto unido» (es decir la elección de todos los candidatos en conjunto -que es la propuesta oficial y ampliamente promocionada-) aunque sigue siendo la opción seguida por la mayoría de los electores mantiene un tendencia permanente a la baja, lo que indica a su vez un crecimiento sostenido de un voto revolucionario «crítico», y sólo basta señalar que éste ha ido subiendo sin ninguna inflexión, desde el 4,04% de 1993 hasta el 9,10% de estas elecciones.
Por otro lado, siguiendo la tendencia de las elecciones locales de octubre del año pasado, las provincias orientales de Granma y Guantánamo, que son las más afectadas por las dificultades socio-económicas y de servicios, continúa manifestando, curiosamente, el mayor grado de consenso con la Revolución (en una tendencia también sostenida), mientras que los datos oficiales de estos comicios generales confirman que las contradicciones cotidianas de las grandes concentraciones urbanas, Ciudad de La Habana, Holguín y Santiago, siguen reproduciendo cifras particulares de disenso (sin ser significativas) que son netamente superiores a las del resto del país.
Mención aparte merecen la notable e inexplicable bajada, en apenas tres meses, del voto nulo, del 3,08 % al 1,04 %, voto que de manera general refleja una actitud sumamente agresiva contra la Revolución. O los extraños resultados del Municipio Especial Isla de la Juventud que triplican todos los índices nacionales de rechazo o crítica (abstención, nulo, blanco y voto selectivo) y que parecen obedecer más a una situación de evidente y grave descontento local que a una lectura de política nacional.
Sistema peculiar
El sistema electoral cubano es realmente peculiar y mezcla componentes de verdadera democracia de base con otros de clara orientación de la voluntad popular. Es cierto que el proceso parte en su origen de las estructuras locales (cuadras, barrios, municipios) en un manifiesto ejercicio de lo que podríamos denominar «estructuración horizontal», que existe la posibilidad de no ejercer el derecho al voto (matizable pero, sin duda, con una absoluta flexibilidad si lo comparamos con buena parte de las llamadas «democracias regionales» de su entorno), que está exento del juego mediático de la «sociedad del espectáculo» occidental, que no existe «profesionalización de la política» (ninguno de los elegidos cobra salario alguno por ejercer su función, debe rendir cuentas a sus electores en asambleas abiertas al menos una vez al año y puede ser solicitada su revocación en cualquier momento de su mandato), que el perfil de los candidatos propuestos responde de forma estrictamente democrática y equitativa a la realidad del tejido social de la Cuba de hoy (en cuanto a variables como cualificación profesional, nivel de estudios, género, edad, raza o adscripción religiosa…)
Pero, simultáneamente, un proceso electoral como el celebrado el 20 de enero se mueve más en claves de ratificación popular de los principios revolucionarios genéricos (elementos simbólicos que, evidentemente, siguen contando con un consenso mayoritario en la República) que de libre designación de unos candidatos a diputados o delegados provinciales. No deja de ser significativo, en este sentido, que en los textos que acompañaban las decenas de miles de fotos de los nombres postulados que han sido colocadas a lo largo y ancho de los núcleos poblacionales del Archipiélago, aparecieran como reiteradas y exclusivas referencias las actividades profesionales y militancias políticas (desde el Partido a las organizaciones de masas) desarrolladas por los hombres y mujeres hoy ya elegidos sin establecer en ningún caso líneas o propuestas de trabajo a promover en el desempeño del nuevo cargo (una consigna muy popular en la Cuba de los años 70 establecía elementos de contraste: «No me digas lo que hiciste, dime lo que estás haciendo»). Ni tampoco parece una cuestión menor que a lo largo de toda la campaña en prensa, radio y televisión se haya establecido un binomio más o menos sutil ente la llamada a la participación electoral y la identificación del «voto unido» como el «verdaderamente revolucionario» (incluso desde la víspera de la jornada electoral en la puerta de muchas circunscripciones se podía leer la frase «Vota pronto y vota bien»).
En definitiva, un proceso de ratificación más que de elección directa que en estas próximas semanas se enfrenta a una nueva fase no exenta de especulaciones, internas y externas, respecto a los nombres que van a ocupar los más altos cargos en el nuevo organigrama institucional. No es una cuestión menor en un Republica socialista inmersa en un proceso de cambios y transformaciones, más allá de la visualización de las mismas o de su ritmo de aplicación. Pero aquí en Cuba todo el mundo sabe o intuye que esta nueva Asamblea Nacional recién elegida tiene por delante una tarea enorme en un momento sumamente especial. Y todo ello, en un país que, hoy por hoy, sigue conjugando términos tan en desuso en estos tiempos como ética colectiva, dignidad o justicia social.