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Más allá del 500 aniversario de La Habana (i)

Fuentes: Rebelión

Y sobre un programa que indique cómo queremos que sea esta ciudad en el futuro, y la decisiva participación popular

A Eusebio Leal Splenger

Como habanero amo a mi ciudad y la considero una de las más bellas del mundo. Junto ella, he sufrido su paulatino deterioro, ahora me enorgullezco de su mostrada vitalidad y resistencia, de su capacidad para curar sus heridas e intentar renacer para ser mucho más bella y funcional. Me he sentido impelido a escribir lo que he soñado y debatido durante años con familiares y amigos. Pido a los especialistas en este complejo tema que me excusen por ideas y juicios que consideren inadecuados o faltos de sustento profesional. Las opiniones y sugerencias no están solo enmarcados en (o para) estos dificultosos años, he tratado con racionalidad de pensar en futuro.

El 16 de noviembre de 2019 se conmemorará el 500 aniversario de la fundación de la ciudad de La Habana, otrora villa de San Cristóbal de La Habana. Es meritoria y concluyente la atención directa y sistemática ofrecida por Miguel Díaz Canel, presidente de la República de Cuba con la participación de ministros y las autoridades de la capital, para que la ciudad comience a revertir su acentuado deterioro de años y poco a poco recupere y acreciente su esplendor. Esto da un preciso e imprescindible respaldo a tan enorme esfuerzo. Es relevante en este empeño el aseverar que el programa no se detendrá el 16 de noviembre y continuará indefinidamente hasta lograr una ciudad total y verdaderamente «maravillosa». Pero por encima de todo, los 500 años de la fundación de La Habana nos deben compeler a pensar y planear de manera integral en cómo queremos que sea en el futuro esta legendaria ciudad.

No es preciso señalar la importancia de La Habana para el país. La capital de Cuba es la de mayor población y superior desarrollo económico del país. En ella radican las más altas instituciones del Estado. Aquí se celebran los más importantes congresos y eventos de carácter nacional e internacional. Nuestra ciudad tiene una historia extraordinaria, su población laboriosa, perennemente ha respondido a todas las tareas de la Revolución. Un pueblo de gente apasionada y cariñosa, de trato agradable, que quiere continuar disfrutando de la paz y la tranquilidad ciudadana y anhela con todas su fuerzas ver como su ciudad se hermosea y ennoblece.

Pese al deterioro y la destrucción de numerosas obras urbanísticas de valor, La Habana no sufrió la pérdida de lo más significativo de su patrimonio histórico, como si sucedió en muchas otras ciudades del mundo por alcanzar una pretendida modernidad. En la Habana, como resultado de un singular pasado coexisten en un pasmoso y bello enredo disímiles estilos arquitectónicos construidos en diferentes épocas históricas, lo que le da a la ciudad una imagen ciertamente fantástica. S e suceden uno tras otro el mudéjar andaluz-criollo, le siguen el barroco cubano, el neoclásico, y ya en los primeros cincuenta años del siglo XX, el eclecticismo, el Art Novo y el Art Decó.

La capital de Cuba también se caracteriza (al igual que todo el país) por una gran tranquilidad ciudadana y un bajísimo nivel delincuencial, muy distante a la situación en otras urbes en las que prevalece la inseguridad y las familias viven con un perenne temor a la violencia criminal. Todas estas condiciones y la calidad de su gente provocan en muchos de quienes nos visitan un impar arrobamiento y un profundo amor, así se explica que pese al palpable deterioro que sufre, haya sido declarada en 2016 como una de las «siete ciudades maravillas contemporáneas».

Antes de 1959 la Habana Vieja, centro histórico de la ciudad, declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad (un verdadero tesoro arquitectónico de la época colonial hispana), estaba destinada a ser derribada por el menosprecio de las autoridades de entonces que no valoraban las joyas arquitectónicas e históricas que se escondían debajo de la mugre y los daños causados por el tiempo. En su lugar se erigiría un conglomerado urbano con elevados edificios destinados a bancos, grandes comercios y viviendas de una población de altos ingresos. Ya en la época de Gerardo Machado, se planeó infructuosamente que al terminar la edificación del Capitolio, se construyeran a partir de la propia edificación dos anchas avenidas que terminarían en la bahía, razón por la que hubiera desaparecido gran parte de la Habana Vieja.

La Habana de la década del 50 del pasado siglo, al igual que todas las capitales de la América Latina exhibían en esa época el mismo escenario urbano: por un lado una vitrina del paraíso burgués (y de las capas medias) y por el otro, su invisibilizado, oculto y ancho lado oscuro, desbordado por la miseria y el hambre de sus pobladores. Hoy, el neoliberalismo ha agudizado esta situación en Latinoamérica multiplicando sus villas miserias y favelas. Cuando hablo del esplendor de La Habana de antes del 1959, como es lógico me refiero principalmente a las zonas que en otra época lo fueron y que eran las visitadas por los extranjeros: Miramar, donde descollaba la deslumbrante 5ta Avenida y otras partes del actual municipio Playa; casi todo el Vedado en el de Plaza, y Santos Suárez, en lo que es hoy el municipio 10 de Octubre, así como otras pequeñas áreas residenciales ubicadas en distintas partes de la ciudad.

El Malecón era (y es), la vistosa avenida que distingue a la ciudad, y la calle Galiano, la principal arteria comercial de la ciudad. San Rafael, Neptuno, Monte, Belascoaín y otras se destacaban por sus numerosas y acreditadas tiendas y comercios. En los años 50 se desplazó el centro de la ciudad de Galiano y San Rafael hacia La Rampa. Un sector de la alta burguesía a donde se trasladó y construyó regios palacetes en los repartos Country Club (Siboney) y La Coronela (Atabey). Al mismo tiempo en el Vedado se construían 17 lujosos rascacielos. Existían además pequeños y hermosos repartos como los de Fontanar y Alta Habana entre otros, que se edificaron en esa misma época para sectores de las capas medias.

En la etapa de la república burguesa el resto de la ciudad no impresionaba por su belleza, pues esos gobiernos no se destacaron nunca por priorizar y atender las otras áreas mucho más pobladas y humildes de la capital. Esta casi absoluta falta de atención e inversiones también se manifestó para con las otras ciudades y pueblos del país, que languidecían sin perspectiva alguna de desarrollarse.

Durante la primera mitad del siglo XX , la bella y/o suntuosa arquitectura, así como el atrayente ordenamiento urbanístico de algunos municipios, barrios y repartos privilegiados, solo eran disfrutados por la parte de la población favorecida, la mayoría de los habaneros vivía a en sus barrios humildes, aquejados en diferentes grados por el desempleo, el hambre, la incultura, la falta de atención médica e impedidos en muchas ocasiones por su manifiesta pobreza y/o su color de piel (salvo que prestaran servicios como empleados), hasta de caminar por esas hermosas y bien cuidadas calles y avenidas, siempre limitados a asomarse siquiera a las aristocráticas mansiones, a los regios rascacielos o a los lujosos hoteles, tiendas, bares o restaurantes, clubes afamados o hermosas playas privadas. También en esa época proliferaban en la ciudad barrios (verdaderas villas de horror) donde la miseria y las enfermedades prevalecían como La Yaguas y Quita y Pon, y zonas de tolerancia con decenas de miles de prostitutas. Estas tristes lacras sociales fueron eliminadas por la Revolución. Dan fe de esto los documentales, noticieros, las películas, la literatura y la prensa de aquellos años.

En la década del 50 del pasado siglo, la mafia estadounidense liderada por el conocido «capo» Meyer Lansky, en alianza con el dictador Fulgencio Batista habían acordado convertir a La Habana en un gran lupanar, en la capital del juego, la droga, la prostitución y el lavado de dinero, en donde campearían los «carteles» del crimen organizado. Se planeó rellenar, robándole territorio al mar, la herradura del malecón para construir unos 50 hoteles, por supuesto todos con casinos de juego. El triunfo de la Revolución en 1959 impidió realizar esos propósitos y fue entonces que la mafia se vio obligada a desplazarse a Las Vegas convirtiéndola en lo que es actualmente la «meca del juego… En esa coyuntura el negocio del narcotráfico predestinado a radicarse en Cuba, se enraizó con sus carteles en Colombia.

Al triunfar la Revolución en 1959, la inmensa mayoría de las inversiones se ejecutaban en la capital en detrimento del resto del país, que sufría del olvido de los gobiernos de la República burguesa. A partir de esa fecha se aplicó una justa política y se benefició a quienes habían sido preteridos. Esta disposición extendida erróneamente por demasiado tiempo provocó que la capital favorecida antes de 1959 se afectara severamente, a lo que luego se unió en 1990, la profunda crisis económica (Periodo Especial) por la desaparición de la URSS y al recrudecimiento del inhumano bloqueo de los EE.UU. contra Cuba. Paradójicamente esto hizo que La Habana conservara la misma estructura urbana y arquitectónica hoy tan admirada. En el afán por destinar los pocos recursos en la construcción de más viviendas, hospitales, presas, vaquerías etc… en todo el país, se cometió otra equivocación al no destinar recursos para dar mantenimiento y así contribuir a preservar la herencia ancestral de la capital.

La belleza de una urbe no solo la dan los imprescindibles e impresionantes rascacielos. La tendencia a calcar a New York ha hecho que muchas ciudades hayan mermado su identidad y su encanto. Las capitales europeas preocupadas por mantener su rico patrimonio urbano han fijado los límites de altura y hasta los estilos arquitectónicos para construir nuevas edificaciones en sus centros históricos. Destacados urbanistas señalan que de haber continuado la construcción desordenada de rascacielos en el Vedado, esta área, una de las zonas más hermosas y singulares de La Habana, irrepetible por demás, en unos pocos años hubiera perdido completamente su bella y original distinción para infortunio de la capital .

Ya e n los 80 del siglo XX se planteó la construcción de un edificio de 50 plantas en la avenida Boyeros, al lado de la Biblioteca Nacional, para las oficinas del Consejo de ayuda mutua económica (CAME). Por suerte no se llegó a construir, pues hubiera arruinado el elegante equilibrio urbanístico de la Plaza de la Revolución. En Centro Habana, en la calle Zanja se erigieron dos edificaciones de 20 plantas que para muchos especialistas no estaban en correspondencia con el entorno. En la misma época se comenzó a construir el conjunto urbanístico de Alamar destinado a viviendas para el pueblo. Aunque como otros critiqué el proyecto por ser poco atractivo estéticamente, sirvió para ofrecerle vivienda a cientos de miles de habaneros. También demostró que no podemos olvidar preocuparnos por el entorno en el que vamos a construir y el crear previa y paralelamente las urbanizaciones, las infraestructuras y todos los servicios básicos sin excepción, incluidos los culturales y recreativos.

Existen zonas en el propio Vedado y en el resto del municipio Plaza y en otras de la ciudad en donde previo estudio por las instituciones correspondientes, se deben construir edificios altos (y medianos) que no dañarían el entorno urbanístico patrimonial y evitarían que la capital, ya de por sí con una excesiva extensión, siga ampliándose. Como La Habana debe crecer pero sin dilatarse más, se requerirá edificar en los espacios que se hallen disponibles y en los inmuebles desocupados. En un futuro, y de acuerdo a planes será necesario demoler los conocidos «solares o ciudadelas» y aquellas barriadas con precarias condiciones y sin valores urbanísticos, para levantar edificios que serán ocupados por esos mismos habitantes, con lo que se mejorarían sus condiciones de vida y la belleza del barrio. De igual modo se impone en un futuro el crear nuevas calles y buscar soluciones para aquellas arterias que se congestionan por el tráfico. En estos 60 años solo se han hecho las de Vento y la Ave. 25 en Playa.

Gracias a un original proyecto de Fidel y Eusebio Leal, el municipio Habana Vieja «autofinancia» su propio desarrollo. El centro histórico salvó así, su rica heredad y se está transformando en un lugar de ensueño. Leal, Historiador de la ciudad, durante largos años luchó denodadamente contra la generalizada concepción de demoler a la Habana Vieja. Con su fecunda labor ha sentado pautas en el hacer por conservar, reparar, embellecer y darle un amplio uso social y económico al patrimonio histórico de La Habana y haberle procurado a ese hermoso proyecto un profundo sentido humano. Los resultados alcanzados han servido para crear en los cubanos una cultura de amor por el patrimonio del país. En las ideas de Eusebio Leal siempre estuvo que Habana Vieja no se convirtiera en un «museo urbano» solo para visitantes, como ocurre en otras ciudades en el extranjero. Ahora este municipio renace de sus ruinas y en sus inmuebles reconstruidos habita un pueblo que estudia y trabaja.

La arquitectura señorial y deslumbrante siempre ha sido desde la época de los faraones egipcios o de los reyes babilónicos, un privilegio de naciones o personas ricas y poderosas, ya que son los que pueden crear obras majestuosas. Estas magnas edificaciones admiradas hoy por todos, se erigían sobre la miseria y el dolor de los pueblos. De igual modo sucedió en la Cuba colonial y en la Republica burguesa.

La revolución socialista en un país subdesarrollado, que no poseía recursos naturales de ningún tipo, con una población desempleada y de bajísimos niveles escolares y de salud, y sufriendo por el triunfo revolucionario del éxodo de numerosos profesionales, no podía destacarse por desarrollar una hermosa arquitectura, ni a construir obras monumentales enfrascado como se hallaba en la necesidad de desarrollar la economía, y dar empleo, alimentos, educación, salud, cultura, y promover la ciencia y el deporte, sin olvidar los cuantiosos caudales que debió invertir en la defensa por hallarse bloqueado y acosado ferozmente por los gobiernos de EE.UU. por espacio de 60 años (1). Apremiada en los primeros decenios por construir más y más viviendas para la población hasta esos momentos desposeída, utilizó ampliamente prefabricados de los denominados Gran panel y el Girón, los que no contribuyeron a embellecer a nuestra ciudad. Entre 1960 y 1990 se edificaron alrededor de 2 millones de unidades habitacionales, miles de escuelas, cientos de secundarias, preuniversitarios y universidades, hospitales, policlínicos, presas, decenas de miles de Kms. de viales, etc… Luego, en 1990, con el derrumbe de la URSS y del socialismo europeo, sobrevino el largo Período Especial. Esta terrible crisis hundió al país en una economía propia de la guerra por espacio de más de dos decenas de años, y entonces lo único posible para Cuba era tratar de sobrevivir. A esto se unió que muchos de los que gobernaban no eran oriundos de la ciudad, a la falta en general de conocimientos sobre arquitectura y urbanismo, y no dejemos a un lado los escasos recursos y la poca exigencia de las administraciones provinciales por preservar, lo que ha afectado negativamente a todos los municipios de la ciudad.

La terrible crisis económica, como una pesadilla dañó con fuerza telúrica todos los aspectos de la vida en La Habana. Por espacio de casi dos decenas de años, la población sufrió numerosas penurias y los edificios, las viviendas, y calles, aceras, el arbolado urbano, se fueron estropeando. No hubo nada que se salvara de esta hecatombe, se redujeron hasta límites insospechados: la alimentación, el transporte público, la falta de combustibles, la escases de medicinas… La ciudad perdía poco a poco su elegancia, y por añadidura estas terribles y anómalas condiciones afectaron enormemente las costumbres y las formas de pensar y actuar de los habaneros. En la población se resquebrajaba la disciplina social y comenzaron a manifestarse conductas no acordes con el alto nivel escolar y la educación alcanzadas hasta esos momentos por los habaneros.

Por otra parte creció aceleradamente la migración (de carácter económico) que recibíamos de otros territorios de Cuba. La Habana d e acuerdo al censo de 2012 cuenta con una población de más de 2 millones de habitantes. De ellos medio millón son inmigrantes provenientes de otros territorios del país, para un 25%. Esta población generalmente con un menor desarrollo escolar y económico, también contribuyó al surgimiento de indisciplinas sociales que se manifiestan de diversas formas. Parte de ellos se concentra en locales que no reúnen las condiciones de vivienda o se asienta ilegalmente en terrenos en la periferia de la ciudad, en los que no están creados los entornos urbanos para vivir. Aunque las autoridades y el Instituto de Planificación Física tratan por diversos medios de impedir esto y buscarle alternativas, la solución definitiva es aumentar la construcción de viviendas en La Habana y en esos otros territorios del país. Debemos destacar que la ciudad dada la falta de fuerza de trabajo los necesita. La mayoría de ellos se desempeñan con eficacia en todas las esferas económicas y sociales y garantizan la vida de La Habana.

La introducción en esa época de crisis y escaseces, de mecanismos mercantiles en la economía para salvar a la revolución socialista, incidió enormemente en la degradación de las relaciones humanas que se habían forjado durante años, y surgió una capa social de personas incultas, egoístas, guaposas o picaras que medran inventando «negocios», acaparando productos para revenderlos y todo lo resuelven por medio de lo que llaman «luchar» alternándolo con la vagancia. Este sector generalmente de bajo nivel de instrucción y desprovisto de valores incomoda y ejerce una nociva influencia en la sociedad.

La Habana, pese a recibir esta amplia inmigración interna, sufre un grave problema con el progresivo estancamiento de su población debido a la baja natalidad, a que el número de fallecimientos ya supera los nacimientos, y a la emigración para otros países. Entre las causas de esta emigración se hayan entre otros, la difícil situación económica del país acentuada por el Bloqueo de los EE.UU. y el deseo (estimulado por la propaganda que reciben a través de películas, series…) de migrar a países desarrollados para mejorar su nivel de vida, otro elemento de importancia es el de la reunificación familiar. El no crecimiento de la población de La Habana (y de toda Cuba) por la baja natalidad, es un fenómeno social, cultural y económico muy complejo. Considero que en nuestro país es principalmente expresión del desarrollo social y cultural de la población y de las mujeres en particular y en segundo término por la difícil situación económica. No se puede explicar este fenómeno solo por razones económicas, ya que en muchos países europeos como España e Italia y otros con superiores niveles de vida se comprueba el mismo problema. En cambio, países con condiciones económicas paupérrimas tienen altos índices de natalidad. El gobierno cubano comprende la necesidad de adoptar medidas dirigidas a detener el decrecimiento de la población. Se ensayan acciones como la de ofrecer viviendas a las mujeres con tres hijos menores de 14 años, o la de la procreación asistida por el sistema de salud pública, a más de 100 mil familias deseosas de tener descendencia, pero esto no basta y se requiere profundizar en este tema.

Las indisciplinas, conductas antisociales, actividades ilegales y la mala educación que se manifiestan desde la falta de higiene cuando vecinos botan la basura en las calles y aceras (2), o derrochan el agua en jardines y parterres; ruidos insoportables (música con altos decibeles, motos sin tubos de escape, incluidos los provocados por los llamados vendedores callejeros), hombres sin camisa caminando por las calles, personas tomando bebidas alcohólicas en las vías, o la violación de las regulaciones urbanísticas con la alteración de inmuebles, especialmente de fachadas, sin permisos oficiales, o talleres de mecánica improvisados en las aceras, alquileres de viviendas y taxistas ilegales, focos de mosquitos Aedes Aegypti en viviendas y centros de trabajo, la contaminación del aire, los ríos y el mar; etc….

Estas anomalías tienen principalmente un carácter cultural-económico y por supuesto responden a la perenne falta de control de las autoridades provinciales. Apoyados en el sector docente enriquezcamos la educación, los valores y la cultura general y estética de los educandos, de la familia y de la sociedad. Crear atractivos programas conducentes a cultivar (de verdad) en los niños, adolescentes y jóvenes el hábito de lectura, los valores de la disciplina, la educación formal, el respeto a los mayores, el cuidado a la propiedad, el amor a su ciudad (estos planes serán interesantes para estos sectores etarios si se complementan con las Tics). No pueden faltar en esta voluntad política la participación de los medios, las organizaciones de masas y sociales y otras instituciones. Pero es imprescindible que paralelamente elevemos el nivel económico y la calidad de la vida de los habaneros (construyendo viviendas en primer término).

Pero estas feas conductas no desaparecerán solo por esto. El ejemplo democrático de la discusión de la Constitución por el pueblo, debe servirnos para enfrentar esta situación. Sometamos a debate con la población (a través del periódico Tribuna y en los centros de trabajo y en las cuadras) un proyecto de Normas de convivencia social, previamente publicado en los medios (se incluiría el tema de la higienización de la ciudad). ¿Cómo quiere el pueblo que sea la disciplina social en La Habana? Tras enriquecer el documento con las opiniones de la población, se debatirá en las Asambleas del Poder Popular de los municipios y el documento que resulte de estos análisis, sería refrendado por el Gobernador provincial con su firma. Este documento debía contemplar tres pasos para con los infractores: Actas de Advertencia, Multa (gravosa) y finalmente (si fuera necesario) las Salas de lo Civil de los Tribunales Populares Municipales.

Por espacio de tres meses se divulgarían ampliamente las «Normas de convivencia social» aprobadas y las autoridades del Orden Público, los inspectores y el pueblo llamarán la atención educativamente a los infractores. Trascurrido este tiempo se exigirá coactivamente el cumplimiento de las Normas de convivencia social. Previamente se requerirá preparar a las organizaciones de masas, a los miembros del Orden Público, así como revolucionar el deficiente sistema de inspectores.

Las indisciplinas no son exclusivamente de la población. Las numerosas indisciplinas administrativas y también desidias e ilegalidades, son parte indiscutible del problema. Cuando un centro de trabajo no abre a su hora o cierra antes de tiempo, o en una tienda adulteran los precios, o no tienen cambio monetario, o un gerente impasible no le busca soluciones a las colas, o un ómnibus no se detiene como está establecido en las paradas, o un rutero estatal cobra más de lo establecido, o un funcionario negligente no llega a su hora, o entorpece el proceso, o quien interesado por «regalas» ilegales alarga el asunto, y muchas, muchas más… son indisciplinas, indolencias e ilegalidades administrativas que afectan y desmoralizan a la sociedad en su conjunto. Es responsabilidad absoluta de las administraciones superiores erradicar estas repudiables conductas y de la población criticarlos e informar.

Notas:

(1) Aunque pueden señalarse entre otras, estas excelentes obras: Coppelia, el Palacio de las Convenciones, el Cenic, la Cujae. Cerca de la ciudad se construyeron el Parque Lenin, el Jardín Botánico y el Zoológico Nacional. Además se desarrollaron otras áreas urbanas como Nuevo Vedado en Plaza, San Agustín en La Lisa y otros.

(2) Las capitales de las ciudades de las provincias, como Santiago de Cuba son un ejemplo a imitar de higiene y limpieza.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.