Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La campaña israelí contra la película del cineasta palestino Mohamed Bakri film Jenín Jenín forma parte de una lógica retorcida que exige que los palestinos se disculpen por los crímenes israelíes.
La historia comenzó en abril de 2002, cuando la FDI (el ejército israelí) invadió el campo de refugiados palestinos en la ciudad cisjordana de Jenín, lo arrasó, mató a más de 70 personas y enterró vivos a civiles en sus casas demolidas y en os edificios humeantes.
Durante la Operación Escudo Defensivo, el nombre israelí de la masacre de Jenín, la IDF se negó a permitir que periodistas, organizaciones de derechos humanos y humanitarias entraran aen el campo. Jenín siguió acordonada durante días después de la invasión.
Bakri fue uno de los primeros en entrar al campo después de la masacre y en recolectar testimonios orales de residentes locales. Su cinta Jenín Jenín cuenta la historia del campo arruinado y de los sobrevivientes de la masacre.
El 23 de junio de 2002, el productor ejecutivo de la película, Iyad Samoudi, fue asesinado Alyamoun por soldados israelíes al terminar la filmación. El propio Bakri sigue recibiendo amenazas de muerte. La guerra por Jenín Jenín continúa.
La campaña de Israel contra Jenín Jenín no tiene que ver con la política de la cinta. Todo el que haya visto la película habrá quedado impresionado por la capacidad de Bakri de mantener un alto grado de profesionalismo en medio de las ruinas del campo. No se ha permitido ideología ni política en la narrativa. El propio Bakri no habla en la película, son los residentes del campo quienes cuentan sus propias historias. Su compromiso con la verdad es la única forma de narrativa que opera en la cinta.
La película ha ganado dos premios: Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Cartago en 2002 y el Premio Internacional por Filmación e Información Documental Mediterránea. A pesar de ello, ha sido prohibida por el Consejo de Cine de Israel, y el alto tribunal israelí la ha calificado de «mentira propagandística». Escritores de prensa israelí se han apresurado a calificarla de antisemita.
Y esto no ha sido el fin de la historia. En 2007 cinco soldados israelíes que participaron en la masacre de Jenín demandaron a Bakri por «angustia emocional» a pesar de que los soldados no aparecen en la película. Su demanda llevó al tribunal israelí a exigir que Bakri pida disculpas a los soldados y modifique la cinta de manera que no sea «ofensiva para los sentimientos de los soldados israelíes». Bakri se negó.
La política de Israel hacia los palestinos se ha basado desde hace tiempo en asegurar que la sangre palestina siga siendo mucho más barata que los «sentimientos» de sus soldados. No obstante, debemos recordar que lo que Israel exige es una disculpa de sus víctimas, y lo dice en serio.
La violencia contra los palestinos no es sólo legítima desde la perspectiva israelí, sino también necesaria. La forma de racionalidad de Israel es única, y tiene su propia lógica y moralidad. La demanda de Israel de que Bakri pida disculpas por el crimen de Israel no es por lo tanto solo chutzpah (descaro) o audacia. También es la expresión de una mentalidad colonial.
Escritores liberales en Israel critican la hipocresía de un Estado que se sigue presentando como la única democracia en la región, mientras al mismo tiempo prohíbe que se diga la verdad. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿no es precisamente esta democracia la que permite que Israel mate palestinos y luego exija que se disculpen cuando lamentan sus víctimas? ¿No es el oxímoron de un Estado judío-democrático que permita que soldados israelíes maten palestinos cada vez que lo desean y luego se sientan «ofendidos» cuando se les recuerdan sus crímenes?
¿De qué otra manera se puede encontrar el sentido de las diversas leyes aprobadas por el parlamento israelí, la Knéset, que afectan a los palestinos, comenzando por la ley Nakba y continuando con la ley de lealtad, la ley de conversión religiosa, la ley que regula la admisión a comunidades solo para judíos, y la ley contra boicots extranjeros contra los asentamientos? ¿Qué otra cosa es la democracia de Israel que algo que se ha puesto al servicio de una empresa colonial basada en la hegemonía étnica?
Si las críticas a Israel siguen girando alrededor de su hipocresía política contemporánea sin tomar en cuenta sus fundamentos coloniales, esas críticas serán una pérdida de tiempo. La ocupación es hipócrita por su propia naturaleza, y vive y respira hipocresía.
No se debería permitir que las críticas de la violencia israelí contra los palestinos se conviertan en una polémica desperdiciada o en ejercicios políticos. No debemos olvidar que Israel fue fundado por una mentalidad racista colonialista, y que la violencia no es un sujeto de negociación moral.
El equipo que hizo Jenín Jenín es el primero, y no será el último, en sufrir la campaña de Israel para aterrorizar a los cineastas, artistas y activistas palestinos cuya lucha por la verdad apenas puede progresar al mismo paso que la violencia israelí contra los palestinos en Cisjordania, Gaza y dentro del propio Israel.
Israel continuará su guerra de Sísifo contra la verdad, y gente como Bakri seguirá haciendo lo posible por informar al mundo al respecto. Es donde debería comenzar la lucha.
«Masacrando la verdad» fue el título utilizado por un periodista israelí para motejar a Bakri. Esta identificación de la víctima con el acto de la masacre, una estrategia tan característica del chutzpah israelí y de su insistencia por manipular la verdad, forma parte de los intentos israelíes de reordenar el mundo a pesar de toda la evidencia contraria.
En esta industria de la manipulación, los verdugos se convierten en víctimas y las víctimas en verdugos. No es ninguna maravilla que la supuesta victimización sistemática se haya convertido en la narrativa fundacional del propio discurso político de Israel.
Debería invertirse el título -«verdad masacrada»- para recordarnos que la verdad no puede manipularse eternamente. Viene a la mente otro proverbio árabe: «ningún derecho se pierde mientras alguien siga exigiéndolo».
El autor es estudiante de doctorado en estudios arábigos e islámicos en la Universidad Georgetown.
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