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La Guerra de los Cinco Días de Gaza

Mata a cien turcos y descansa

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por LB

Esta semana me vino a la memoria la vieja historia sobre la madre judía que se despide de su hijo, que ha sido llamado a filas para servir al ejército del Zar contra los turcos.

«No te fatigues demasiado,» le aconseja la madre, «Mata un turco y descansa. Mata a otro turco y vuelve a descansar …»

«Pero madre,» exclama el muchacho, «¿Y si los turcos me matan a mí? «

«Matarte a ti?» exclama la madre, «¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Acaso les has hecho algo?»

Esto no es un chiste (y esta tampoco es una semana propicia para chistes). Es una lección de psicología. Me acordé de ella mientras leía las declaraciones de Ehud Olmert en las que afirmaba que lo que más lo irritaba era la explosión de alegría en Gaza tras el atentado de Jerusalén en el que murieron ocho estudiantes de una yeshiva [centro de estudios de la Torá].

Antes de eso, el pasado fin de semana el ejército israelí mató a 120 palestinos en la Franja de Gaza, la mitad de ellos civiles y entre ellos docenas de niños. No fue un caso de «mata a un turco y descansa». Fue un caso de «mata a cien turcos y descansa». Pero Olmert no lo entiende.

La Guerra de los Cinco Días de Gaza (como la denominó un líder de Hamas) fue solamente otro breve capítulo en la historia de la lucha israelo-palestina. Este sanguinario monstruo nunca se da por satisfecho, cuanto más devora más hambre siente. Este capítulo comenzó con la «eliminación selectiva» de cinco activistas dentro de la Franja de Gaza. La «respuesta» fue una salva de cohetes que en esta ocasión aterrizaron no solo en Sderot, sino también en Ashkelon y Netivot. La «respuesta» a la «respuesta» consistió en la entrada en Gaza del ejército israelí y la ulterior matanza indiscriminada.

El pretexto esgrimido, fue, como en anteriores ocasiones, detener el lanzamiento de cohetes. La estrategia: matar a la mayor cantidad posible de palestinos para darles una lección. La decisión se basó en el inveterado principio israelí: golpea a la población civil una y otra vez hasta que derroque a sus líderes. Esto lo han intentado cientos de veces y cientos de veces ha fracasado.

Como si necesitáramos una ilustración de la locura de los abanderados de este concepto, pudimos disponer de ella en televisión por gentileza del general Matan Vilnai cuando declaró que los palestinos «se están labrando una Shoa». La palabra hebrea Shoa es universalmente conocida con un significado neto: el Holocausto perpetrado por los nazis contra los judíos. Las palabras de Vilnai corrieron como la pólvora por todo el mundo árabe causando una auténtica conmoción. También yo recibí docenas de llamadas telefónicas y correos electrónicos procedentes de todo el mundo. ¿Cómo convencer a la gente de que en el lenguaje hebreo cotidiano Shoah «solo» significa un gran desastre y que el general Vilnai, antiguo candidato al puesto de Jefe de Estado Mayor del ejército, no es precisamente la persona más inteligente del mundo?

Hace algunos años el presidente Bush lanzó una llamada a la «cruzada» contra el terrorismo. El hombre no tenía la más mínima idea de que para cientos de millones de árabes la palabra «cruzada» evoca uno de los mayores crímenes de la historia humana, la espantosa masacre cometida por los cruzados europeos contra los musulmanes (y los judíos) en las callejuelas de Jerusalén. En un concurso de inteligencia entre Bush y Vilnai el resultado, de haberlo, sería incierto.

Vilnai no comprende lo que la palabra «Shoah» significa para otros, y Olmert no entiende por qué la gente se alegra en Gaza tras el ataque contra una yeshiva en Jerusalén. Sabios como estos son los que dirigen el Estado, el Gobierno y el ejército. Sabios como estos son los que controlan a la opinión pública a través de los medios de comunicación. Todos ellos tienen algo en común: una sensibilidad embotada con respecto a los sentimientos de cualquiera que no sea judio/israelí. De ahí nace su incapacidad para comprender la psicología del otro, y de ahí derivan las consecuencias de sus propias palabras y actos.

Esto se refleja también en su incapacidad para comprender por qué la gente de Hamas se arrogó la victoria en la Guerra de los Cinco Días. ¿Qué victoria? Después de todo solo murieron dos soldados y un civil israelí, mientras que murieron 120 palestinos, tanto combatientes como civiles.

Sin embargo, esta batalla se libró contra uno de los ejércitos más poderosos del mundo, equipado con el armamento más moderno del mundo y enfrentado a unos cuantos miles de combatientes irregulares equipados con armamento primitivo. Si la batalla acabó en empate -y este tipo de batallas siempre acaban en empate- se trata de una gran victoria para la parte débil. En la II Guerra del Líbano y en la Guerra de Gaza.

(Esta semana Binyamin Netanyahu hizo una de las declaraciones más estúpidas al pedir que «el ejército israelí debe moverse del desgaste a la decisión». En una lucha de este tipo nunca hay una decisión.)

El auténtico efecto de una operación de ese tipo no se expresa en términos materiales y cuantitativos: tantos muertos, tantos heridos, tanta destrucción. Se expresa en resultados psicológicos que no pueden cuantificarse y son por consiguiente inasibles para las mentes de los generales: cuánto odio se ha añadido al pozo desbordante, cuántos nuevos suicidas potenciales se han generado, cuánta gente ha jurado venganza y se ha convertido en bombas de relojería -como el muchacho de Jerusalén que esta semana se levantó una clareada mañana, cogió un arma, puso rumbo a la yeshiva Mercaz Harav -la madre de todos los asentamientos- y mató a tantas personas como pudo.

Ahora la dirigencia política y militar israelí está sentada discutiendo qué hacer, cómo «responder». De ellos no ha salido ni saldrá ninguna idea nueva, pues ninguno de esos políticos y generales es capaz de alumbrar ideas nuevas. Lo único que saben hacer es volver a hacer lo que ya han hecho cientos de veces y con lo que han fracasado en otras tantas ocasiones.

El primer paso para salir de esta locura pasa por la disposición a poner en tela de juicio todos los conceptos y métodos que hemos utilizado en los últimos 60 años y a repensarlo todo partiendo de cero.

Esta es siempre una tarea difícil. Y lo es más aún para nosotros, pues nuestra dirigencia no tiene libertad de pensamiento: su pensamiento está estrechamente ligado al pensamiento de la dirigencia usamericana.

Esta semana se ha publicado un documento estremecedor: el artículo de David Rose en Vanity Fair. En él describe cómo funcionarios usamericanos han dictado en los últimos años hasta el último detalle todos y cada uno de los pasos dados por la dirigencia palestina. Aunque el artículo no aborda el tema de la relaciones USA-Israel (una sorprendente omisión), ni que decir tiene que el rumbo de los USA, hasta el asunto más nimio, se coordina con el gobierno israelí.

¿Por qué estremecedor? Estas cosas ya se sabían en general, y en ese sentido el artículo no deparaba sorpresas: (a) Los usamericanos ordenaron a Mahmoud Abbas celebrar elecciones al Parlamento para dar la imagen de que Bush llevaba la democracia a Oriente Medio. (b) Hamas obtuvo una sorprendente victoria. (c) Los usamericanos impusieron el boicot contra los palestinos para anular el resultado de las elecciones. (d) Abbas se apartó por un momento de la política que le dictaban y bajo los auspicios (y presión) de Arabia Saudí concluyó un acuerdo con Hamas, (e) los usamericanos pusieron fin a eso y obligaron a Abbas a entregar las riendas de todos los servicios de seguridad a Muhammad Dahlan, a quien habían elegido para desempeñar el papel de hombre fuerte en Palestina, (f) Los usamericanos proporcionaron a Dahlan dinero y armas en abundancia, entrenaron a sus hombres y le ordenaron ejecutar un golpe militar contra Hamas en la Franja de Gaza, (g) El gobierno electo de Hamas se anticipó al movimiento y llevó a cabo su propio contragolpe armado.

Todo esto ya se sabía. Lo novedoso es que la mezcla de noticias, rumores y conjeturas inteligentes ha cuajado ahora en un informe autorizado y solidamente documentado basado en informes usamericanos. Constituye la prueba de la abisal ignorancia usamericana sobre los procesos internos palestinos.

George Bush, Condoleezza Rice, el neocon sionista Elliott Abrams y el surtido de generales usamericanos ayunos de todo conocimiento compiten así con Ehud Olmert, Tzipi Livni, Ehud Barak y nuestro propio surtido de generales, cuya perspicacia sólo alcanza hasta donde llega la punta de los cañones de sus tanques.

Mientras tanto los usamericanos han destruido a Dahlan delatándolo públicamente como su agente, en la tradición del «es-un-hijo-de-puta-pero-es-nuestro-hijo-de-puta». Esta semana Condoleezza propinó también un golpe mortal a Abbas. Éste había anunciado por la mañana que suspendía las (inútiles) negociaciones de paz con Israel, que era lo mínimo que podía hacer en respuesta a las atrocidades de Gaza. Rice, que recibió la noticia mientras desayunaba en la excitante compañía de Livni [ministra de asuntos exteriores israelí], llamó inmediatamente a Abbas y le ordenó que anulara su anuncio. Abbas cedió , exponiendo así a la vista de todo el mundo su absoluta desnudez.

La lógica no es algo que se entregara a los judíos en el monte Sinai, sino lo que recibieron los antiguos griegos en el monte Olimpos. A pesar de sus defectos, tratemos de aplicarla.

¿Qué pretende conseguir nuestro gobierno en Gaza? Quiere derrocar el gobierno de Hamas (y de paso detener el lanzamiento de cohetes contra Israel).

Trató de conseguir ese objetivo imponiendo un bloqueo total a la población civil, confiando en que ésta se levantara y derrocara a Hamas. El plan falló. La opción alternativa consiste en conquistar de nuevo la Franja de Gaza en su totalidad. Ello podría suponer un precio muy alto en vidas de soldados, tal vez más alto de lo que el público israelí estaría dispuesto a pagar. Y tampoco serviría de nada, pues Hamas regresaría en el mismo instante en que las tropas israelíes se retiraran (de acuerdo con la regla de oro para las guerrillas formulada por Mao Tse Tung: «Cuando el enemigo avanza, retrocede. Cuando el enemigo retrocede, avanza»). El único resultado tangible de la Guerra de los Cinco Días es el fortalecimiento de Hamas y la adhesión en torno a esa organización del pueblo palestino, no solo en la Franja de Gaza, sino también en Cisjordania y Jerusalén. Su celebración de la victoria estaba justificada. El lanzamiento de cohetes no se ha interrumpido. El alcance de los cohetes sigue aumentando.

Ahora bien, supongamos que esta política hubiera tenido éxito y que Hamás hubiera resultado descalabrada. ¿Entonces qué? Abbas and Dahlan solo podrían regresar a lomos de tanques israelíes, en calidad de subcontratistas de la ocupación. Ninguna compañía de seguros aceptaría suscribir una póliza por sus vidas. Y si no regresaran habría caos, del cual podrían surgir fuerzas extremistas cuya naturaleza no podemos ni siquiera imaginar.

Conclusión: Hamas está ahí. No se la puede ignorar. Tenemos que alcanzar un alto el fuego con ella. No vale una oferta de pacotilla tipo «si cesan de disparar primero nosotros cesaremos de disparar después». Un alto el fuego, como un tango, necesita de dos. Puede surgir de un acuerdo detallado que incluya el cese de todas las hostilidades, armadas y otras, en todos los territorios ocupados.

El alto el fuego no se mantendrá si no se acompaña de negociaciones aceleradas para un armisticio (Hudna) a largo plazo y para la paz. Dichas negociaciones no pueden mantenerse con Fatah mientras se excluye a Hamas, ni con Hamas mientras se excluye a Fatah. Así pues, lo que se necesita es un gobierno palestino que incluya a ambos movimientos. Debe hacer sitio a personalidades que disfruten de la confianza de todo el pueblo palestino, gente como, por ejemplo, Marwan Barghouti.

Eso es exactamente lo opuesto a la actual política israelo-usamericana, que prohíbe a Abbas incluso hablar con Hamas. En toda la dirigencia israelí, así como en toda la dirigencia usamericana, no hay nadie que se atreva a decir esto abiertamente. Por consiguiente, lo que ha ocurrido hasta ahora es lo que ocurrirá en el futuro. Mataremos a cien turcos y descansaremos. Y de vez en cuando vendrá un turco y matará a algunos de nosotros.

¿Pero, por qué? ¿Qué les hemos hecho?

Fuente: http://www.counterpunch.org/avnery03102008.html