“Quien se trate de acercar a su propio pasado sepultado debe comportarse como un hombre que cava. Eso determina el tono, la actitud de los auténticos recuerdos”.
Crónica de Berlín, Walter Benjamin
“El pasado respira, se mueve hacia nosotros”, escribe Miguel Ángel Hernández en El dolor de los demás, una de sus inquietantes novelas. En la última década una variada galería de personajes y acontecimientos se han escapado del sótano del olvido en el que estaban encerrados. Las Trece Rosas, Marcos Ana, Luisa Carnés, las Sinsombrero, la Desbandá de Málaga o las ocupaciones campesinas del 25 de Marzo en Extremadura son sólo algunos ejemplos de la hornada de omitidos que han visto una nueva luz. Matilde Landa es uno de esos potentes emblemas que han emergido con fuerza, rompiendo la amnesia decretada primero por el franquismo y después por la transición. El rescate de estas figuras y hechos históricos, y en particular la recuperación de una personalidad tan sobresaliente como la de esta dirigente revolucionaria, están sin duda en relación estrecha con la consolidación del movimiento de la Memoria Histórica y con el renovado brío que ha adquirido el movimiento feminista en los últimos años.
El 26 de septiembre de 1942 Matilde Landa se arrojaba al vacío en la cárcel de Palma para evitar su bautismo forzoso. Este es quizás el hecho más conocido de su biografía, una tragedia sobre la que han dado cuenta grandes autores como Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano o Almudena Grandes y que ha contribuido a popularizar de forma extraordinaria el músico Enrique Villareal, más conocido como El Drogas. “La vida entera de un individuo cabe en una de sus obras, en uno de sus hechos; en esa vida cabe toda una época, y en una época cabe el conjunto de la historia humana”, escribió Walter Benjamin. Este suicidio es una astilla que retrata la historia reciente de España, la brutalidad del régimen de terror que se impondría tras la guerra civil y la dignidad de los vencidos, el non serviam de los derrotados.
Pero nuestro personaje es mucho más que ese último gesto de coraje y de indomabilidad. “Cuando se escriba sobre la guerra civil española, la mejor página será dedicada a dos personas: Antonio Machado y Matilde Landa”. El autor de esta solemne afirmación fue Vittorio Vidali, el famoso comandante Carlos, uno de los fundadores del Quinto Regimiento. Matilde Landa tiene la estatura de Simone Weil, la misma determinación de acompañar el sufrimiento de los más humildes; la coherencia de Ernesto Guevara, su misma convicción de que la mejor forma de decir es hacer; el arrojo de su compañera y amiga, la fotógrafa Tina Modotti, su misma disposición a romper las amarras con las prebendas y halagos del mundo cultural; pero, sobre todo, Matilde condensa la grandeza de Tomasa Cuevas, de Juana Doña, de Soledad Real, de Paz Azzati, de Antonia García, de Rosario Dinamitera, de Manolita del Arco y de tantas otras presas republicanas anónimas con quienes aprendió y compartió en las cárceles el arte de la resistencia.
Extremadura, los Landa, la ILE: estratos de la conciencia
Matilde Landa Vaz nació el 24 de junio de 1904 en Badajoz, en el seno de una familia de la burguesía ilustrada, marcada por el compromiso cultural y político. El parentesco con la poeta del romanticismo Carolina Coronado -su tía abuela- o la comparecencia del reputado médico y político republicano Narciso Vázquez Lemus como testigo en el acto de inscripción ante el registro civil, simbolizan muy bien el arraigo y los contornos de la familia.
Su padre, Rubén Landa Coronado, era un abogado con prestigio que durante toda su vida participaría activamente en las pugnas sociales y políticas del país. Había sido educado en los valores del krausismo y desde su juventud mantendrá una estrecha relación con Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, los principales referentes de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), así como con Nicolás Salmerón, un veterano político que llegará a ser presidente de la Primera República en 1873. La ascendencia política de Rubén Landa Coronado se pondrá de manifiesto especialmente en la insurrección republicana de Badajoz en agosto de 1883; en la revuelta constituirá el elemento civil más sobresaliente y tras el fracaso de ella tendrá que exiliarse. Será precisamente durante el destierro en Portugal donde conocerá a Matilde Jacinta Toscano Vaz, una joven de sólo 16 años, de origen brahmánico. Ambos contraerán matrimonio civil en 1886, fecha en la que retornan a Badajoz, al amparo de un indulto decretado por el gobierno de Sagasta. Matilde será la menor de los cuatro hijos que tenga la pareja.
Cuando nace nuestra protagonista, el país se encuentra en plena Restauración borbónica. El turnismo garantiza los intereses del bloque de poder político y económico que ha ido conformándose en el siglo XIX, un compromiso inestable entre la oligarquía terrateniente y el capital emergente, industrial y financiero, siempre al abrigo de la sagrada alianza entre la Monarquía y la Iglesia. El caciquismo será la mejor expresión de este régimen oligárquico, “la sorda opresión cotidiana”, como escribirá Azaña; “la Constitución real del país”, como concluirá años más tarde el historiador Tuñón de Lara. El caciquismo es “un arrecife de coral”, una metástasis ética y política que, como denunciarán los regeneracionistas, es capaz de corromper la sociedad de arriba a abajo. Es un régimen de dominación que se adensa en las regiones rurales en las que predomina el latifundio, como es el caso de Extremadura, la tierra donde Matilde vivirá sus dos primeras décadas. “Aquí llegaron a pagar el voto hasta a 40 pesetas”, escribirá en una carta dirigida a su hermana Jacinta el 3 de junio de 1919, testimoniando la profunda raíz corrupta de este sistema de sometimiento.
La Institución Libre de Enseñanza (ILE) representa “una isla de libertad en un mar de dogmatismo”, un proyecto pedagógico humanista que se alza frente al oscurantismo y al autoritarismo de la España tridentina. La ILE se asienta en una cosmovisión racionalista, científica y laica. Aboga por una educación integral, que desarrolle en plenitud el espíritu y el cuerpo, el cultivo de los oficios, pero también el sentido estético y moral. Una educación activa, en libertad, que rechaza el sectarismo y defiende la secularización de la enseñanza. Ese será el éter que envuelva a Matilde, el manantial ideológico del que beberá y el nodo donde se tejan sus relaciones personales durante gran parte de su vida. Empezará sus estudios en Badajoz y allí recibirá una esmerada educación. Estudia piano, se maneja perfectamente con el francés y adquiere nociones de inglés y alemán. En el curso 1919-1920 se desplaza a Galicia y comienza a estudiar en la Escuela de Comercio de A Coruña, acogida en la casa de su hermana Jacinta. En los cursos siguientes continúa sus estudios de bachillerato en Badajoz y, frente a la opinión del padre, se asienta su determinación de salir de la ciudad y realizar estudios universitarios fuera: “Me horroriza pensar que tengo que pasarme la vida en este pueblucho indecente”. En 1923, pocos meses después de la muerte de su padre, empieza a estudiar Ciencias Naturales, en Madrid. Allí se alojará en la Residencia de Señoritas, una institución emparentada con la Residencia de Estudiantes, vinculada también a la ILE. Es el primer centro en España cuyo fin explícito es fomentar la incorporación de las mujeres a la Universidad. Por la Residencia de Señoritas pasará una parte sustancial de la vanguardia artística y científica. Entre las más conocidas, cabe señalar figuras como la profesora María Goyri, la filósofa María Zambrano, las escritoras Victoria Ocampo, María de la O Lejárraga y Concha Méndez, las abogadas Victoria Kent y Matilde Huici, la pintora Maruja Mallo o la física Felisa Martín Bravo. La mala salud de Matilde Landa frustrará en gran medida sus estudios universitarios. En el otoño de 1923 le es detectado un principio de tuberculosis, lo que le fuerza a desplazarse a Salamanca, al cuidado de su hermano Rubén. Entre 1923 y 1927 alternará su estudio en Ciencias Naturales entre la Universidad Central de Madrid y la de Salamanca.
Una familia de la burguesía ilustrada, la ILE como vivero ideológico y la España caciquil de la restauración, son los tres componentes fundamentales que marcarán la formación de Matilde Landa. Los años siguientes constituirán un período de grandes cambios, un tiempo de maduración en la vida privada y de convulsiones en el campo social y político. El primero de los cambios es la formación de una nueva familia, su matrimonio con Paco Ganivet y el nacimiento de sus dos hijas, Carmen en 1931 y Jacinta, en 1933, que moriría a los pocos meses. Durante unos años se dedicará sobre todo al cuidado de su hija. En 1935 comienza a trabajar en el laboratorio del Instituto Cajal, donde ya realizara las prácticas como estudiante universitaria. Pero, al tiempo, se implica de forma creciente en la lucha social y política. No puedes ser neutral en un tren en marcha, como le gustaba decir al historiador Howard Zinn. La República, definitivamente, lo cambiará todo. La burguesía culta e ilustrada tendrá que optar. El pueblo o sus verdugos. Los obreros y campesinos o los dueños de las fábricas y de la tierra. La democracia o el fascismo en ascenso.
La II República: excavar en la esperanza de emancipación
La Segunda República, proclamada en 1931, había encarnado una gran esperanza de transformación social. Por primera vez en mucho tiempo el pueblo tomaba la palabra y le ponía nombre y calendario a los viejos sueños. La reforma agraria, el fin de la explotación laboral, la reducción drástica del analfabetismo, la separación de la Iglesia y el Estado, el sufragio universal y femenino, el reconocimiento de las nacionalidades y los estatutos de autonomía, la reforma militar… La República representaba un ambicioso programa atravesado por valores alternativos a los que habían estado vigentes durante siglos: democracia radical, política de paz, laicismo.
La consolidación del fascismo en Italia y la irrupción del nazismo en Alemania, en 1933, es, al tiempo, el gran telón epocal de fondo. Está en curso lo que el historiador Enzo Traverso ha denominado como la guerra civil europea. También para Matilde Landa es un tiempo de revolución personal y política. Todas las piezas de su vida se están recomponiendo. También ella va a comprometerse plenamente, como lo harán muchos intelectuales de su tiempo. Neruda, César Vallejo, Breton, Brecht, Diego Rivera, Frida Kahlo, escritores, pintores, cineastas, científicos, un extraordinario núcleo de intelectuales que en todo el mundo se está adhiriendo al comunismo. Es el momento en el que la revolución soviética aparece como el gran cortafuegos contra la guerra y el fascismo.
1934 será un año decisivo para la República y también para la revolucionaria extremeña. Hitler ha ascendido al poder en Alemania y también en España se insinúa ya la amenaza del fascismo. La lucha de clases se adensa, el gobierno radical-cedista ha echado atrás la timidísima reforma agraria que inició el primer gobierno republicano. La represión contra la huelga general del campo en junio ha sido brutal. El gobierno la ha declarado ilegal, solamente en Extremadura han detenido a 12.000 campesinos y a 600 de ellos los ha llevado a cárceles fuera de la región, a Ocaña y Burgos. En octubre estalla la insurrección obrera en Asturias, la primera revolución socialista en España. Para Matilde ese período supondrá un salto en su compromiso político. Su participación se plasmará en principio en dos grandes movimientos que están emergiendo, el del feminismo antifascista y el de la solidaridad internacionalista. El Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo -el antecedente orgánico de la Agrupación de Mujeres Antifascistas- será una organización llamada a jugar un extraordinario papel de movilización en los próximos años. En julio se celebra en Madrid el primer congreso y a él asistirán “mujeres de distintas tendencias políticas, comunistas principalmente, pero también republicanas y algunas socialistas, llegadas desde diferentes puntos de España. Obreras, campesinas, estudiantes, intelectuales” que “llenas de entusiasmo y decisión, discutieron y crearon una organización para liberar a la mujer española del lastre de la ignorancia y los prejuicios seculares, incitándola a asumir su papel en la sociedad”, escribió Irene Falcón. Matilde Landa participará en la convocatoria fundacional de este movimiento.
La Constitución republicana ha representado un avance importante en la igualdad de derechos de las mujeres y ha abierto la expectativa de una transformación más profunda. El Partido Comunista de España (PCE) será una de las formaciones que pelee por impulsar un movimiento amplio de mujeres. En palabras de Dolores Ibárruri, el objetivo es conseguir “que las mujeres pasen de ser “reserva de la reacción y la contrarrevolución” a “elemento activísimo de la revolución”. El partido “tiene un programa muy avanzado en cuestiones de género. Recoge medidas como la igualdad salarial, los permisos de embarazo y maternidad, la creación de guarderías, el derecho al aborto libre y gratuito, y la amnistía para las mujeres encarceladas por haber abortado clandestinamente. La paradoja del Partido es el contraste entre lo feminista de su programa y la realidad de una organización en la que la presencia femenina sigue siendo muy escasa”. Pasionaria, por esas fechas, lo sintetiza con determinación: “Esto hay que cortarlo de raíz: no podemos llamarnos vanguardia del proletariado si abandonamos a la mujer a las fuerzas de la reacción”.
Como señala Mercedes Yusta, entre 1934 y 1936 se va a constituir un auténtico “Frente Popular” de las Mujeres. Aunque la iniciativa parte del PCE y la presidencia efectiva es desempeñada por Dolores Ibárruri, sin embargo en el movimiento participarán desde su inicio mujeres de otras corrientes políticas, como María Lejárraga, Victoria Kent o Rosa Chacel. Tras la revolución de Asturias el Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo también será ilegalizado. Dolores Ibárruri y Veneranda Manzano, en aquel momento diputada por Asturias, serán encarceladas y Margarita Nelken, diputada por Badajoz, conseguirá burlar la persecución y exiliarse. Las líderes del movimiento, con la ayuda del Socorro Rojo Internacional, crean el Comité Pro Infancia Obrera, que al tiempo que garantiza el auxilio a los huérfanos, mantiene la llama viva del movimiento de mujeres e impulsa la solidaridad internacional con las víctimas de la represión. Será ahí precisamente, en el duro telar de las alianzas, donde nos encontraremos a Matilde Landa, entregada ya de lleno a la lucha revolucionaria.
El Socorro Rojo Internacional (SRI) será el gran movimiento en el que desarrolle su compromiso militante. Es una organización de solidaridad que la Internacional Comunista ha creado en 1922. En España, desde la revolución minera de Asturias en 1934, se convertirá en un poderoso movimiento cada vez más amplio y plural. La campaña por la amnistía se articulará sobre todo alrededor de los locales y la iniciativa del SRI. El apoyo a los presos y a sus familias, su defensa jurídica, la constitución de cajas de resistencia, la extensión de la solidaridad tanto en España como en el extranjero, todo ello irá conformando al Socorro Rojo como una extraordinaria herramienta, influyente tanto en el terreno asistencial como en el del proselitismo político. Como señala la historiadora Laura Branciforte, su ductilidad, su capacidad para adaptarse a las circunstancias más diversas la convertirán en una de las organizaciones con mayor número de afiliados en España, pasando de 33.000 afiliados en 1932 a casi un millón al terminar la guerra.
Desde el año 1935 hasta 1938, Matilde Landa será de facto una de las principales dirigentes del Socorro Rojo Internacional en España y por ello una de las personas con un vínculo más intenso con los delegados de la Internacional Comunista, muy especialmente con dos legendarios dirigentes revolucionarios, Vittorio Vidali y Tina Modotti. Tina y Matilde serán compañeras y amigas inseparables. Compartirán militancia en los primeros días del Quinto Regimiento; estarán juntas en el Hospital Obrero de Cuatro Caminos; en la desbandá y evacuación de Málaga y Almería; en el Congreso de Intelectuales Antifascistas; en Córdoba, donde convivirán, durante alguna de las misiones; o en Barcelona, donde resistirán, junto a Vidali, hasta un día antes de la entrada de las tropas franquistas en la ciudad.
El 16 de febrero de 1936 se producirá la victoria del Frente Popular. El triunfo se debe en gran medida al extraordinario movimiento de unidad por la base que se ha gestado en los dos últimos años y al que se ha entregado Matilde Landa en cuerpo y alma. Un auténtico movimiento popular al que han tenido que responder las propuestas y estrategias de todas las formaciones y corrientes políticas, ya sean republicanas, socialistas, comunistas o anarquistas. Parece que al fin se van a acometer las grandes transformaciones prometidas, pero desde la misma noche del triunfo del Frente Popular comienza la conspiración para impedir que se consolide el cambio político. El 18 de julio se produce el golpe militar contra la II República, pero la resistencia tenaz de las clases populares lo aborta en gran parte del país. Como escribiera Miguel Hernández, “la guerra eriza su lomo de bestia desesperada”.
La guerra civil: aludes de opresión y arcillas de resistencia
Tras la insurrección fascista Matilde se adhiere plenamente a la causa republicana. Se incorpora al Quinto Regimiento de las Milicias Populares, un cuerpo de voluntarios que ha contribuido de forma excepcional a la derrota del golpe militar en Madrid. “En las semanas iniciales de la guerra también hubo mujeres que empuñaron las armas en las milicias. Y fue Dolores quien promovió la creación de un batallón femenino en el Quinto Regimiento, en el que se alistaron Matilde Landa y Tina Modotti, quienes llegaron a realizar instrucción militar”, señala Mary Nash. Pero las tareas de nuestra protagonista seguirán ligadas en lo esencial a la organización del Socorro Rojo y, en un primer momento sobre todo, a la sanidad militar. Faltan camillas, camilleros, ambulancias, enfermeras, médicos, víveres…
Como explica Mercedes Yusta, “los años de la guerra significaron una amplia socialización de las mujeres en el antifascismo y, para muchas que nunca habían salido de su hogar y del cuidado de sus hijos, una experiencia que las sacó del espacio privado y les hizo sentir que participaban en un esfuerzo colectivo de lucha en el cual sus tareas, aunque diferentes de las de los hombres, eran tan dignas y necesarias como las de estos”. Miles de ellas ingresarían en los partidos, sindicatos y organizaciones femeninas. Sólo la Agrupación de Mujeres Antifascistas, según Mary Nash, contará ya en el verano de 1936 con más de 50.000 afiliadas y en los tres años siguientes constituirá 255 agrupaciones locales.
Pero el desborde inicial, que cuestionaba los roles de género, fue paulatinamente reconducido o resignificado. Pese a que “en el mismo verano de 1936, la figura de la miliciana dentro del ejército popular se convirtió en el símbolo internacional de la movilización del pueblo contra el fascismo”, Largo Caballero decretaría su retirada del frente. Desaparecía el icono de la miliciana y en su lugar se las presentaría como las heroínas de la retaguardia. Pese a todo, esta imagen de la madre combativa, de baluarte de la retaguardia, llegará a ser “un factor importante en las estrategias para movilizar a las mujeres hacia las causas antifascista y revolucionaria”. Así, el discurso que combinaba pacifismo y maternalismo se convertiría en una extraordinaria herramienta de conciencia.
La maquinaria del Socorro Rojo se pondrá en marcha al día siguiente de iniciarse la sublevación militar. La respuesta será inmediata y masiva: cinco mil mujeres se ofrecen como enfermeras y donantes de sangre. La primera tarea, en la que se implicará totalmente Matilde, será convertir el antiguo asilo privado para tuberculosos conocido como Hospital Obrero de Cuatro Caminos, en Sanatorio de Milicias Populares, en hospital de sangre. El hospital será incautado por el Socorro Rojo el día 23 de julio y al día siguiente comenzará a funcionar con personal nuevo. La activista extremeña asumirá la responsabilidad de coordinar al personal. “Nunca levantaba la voz, que era suave y melodiosa y jamás se alteraba. Matilde y Planelles fueron el sostén y respaldo político del Socorro Rojo Internacional. Me dijeron que Matilde tenía marido, pero nunca lo vi. Indudablemente era idealista y poseía esa cualidad única de poder conseguir todo lo que se proponía sin ruidos ni alardes”, escribirá Mary Bingham, una enfermera australiana a la que la guerra ha sorprendido en Madrid y se ha incorporado como voluntaria. Ahí, en la brega que construye desde abajo y con denuedo los nodos de resistencia, crecerá el aura que envuelve a Matilde Landa, la leyenda de Monja Laica.
A finales de 1936 se traslada a Valencia y comienza a asumir otras tareas en el Socorro Rojo. Como señala David Ginard, durante la guerra, la organización, además de poner en pie una red sanitaria decente, se responsabilizará de otros muchos cometidos como “la ayuda a los refugiados procedentes de la zona franquista, la asistencia a los soldados heridos y mutilados y a las familias de los caídos en combate, la creación de hogares infantiles, y la educación y alfabetización de los combatientes. Fueron también esenciales sus labores de propaganda, para las que dispuso de una emisora de radio y de una extensa red de publicaciones entre las que descollaba su órgano central, Ayuda. Intelectuales de la talla de Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti, María Teresa León, Ramón J. Sender, León Felipe y Emilio Prados colaboraron en estos periódicos”.
Matilde Landa y Tina Modotti junto a Isidoro Acevedo y Luis Zapiraín constituirán la dirección efectiva del Socorro Rojo. Landa representará a la organización en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura y en la Conferencia Sanitaria de Ayuda a España, celebrada en París. Ambos encuentros tienen lugar en 1937. El Congreso de Escritores Antifascistas, como se le conocerá, tiene lugar en Valencia y congregará a un buen número de intelectuales que apoyan a la República Española. Matilde participará como ponente compartiendo tribuna con Antonio Machado, Pablo Neruda, Juan Marinello y Fernando de los Ríos. En la Conferencia Sanitaria de Ayuda a España, resaltará en ella la “necesidad de desarrollar el sentimiento de solidaridad internacional para intensificar la ayuda a España”. La atención hospitalaria a los voluntarios de las Brigadas Internacionales, la evacuación de 200 mujeres embarazadas desde Madrid a la Casa de Maternidad en Valencia, los trabajos de inspección de las colonias y comedores infantiles, fueron algunas de las tareas en las que se implicó de lleno. Pero, sin duda, el hecho más trascendente en el que intervendrá, por su enorme gravedad, es en la evacuación de la masacre en la carretera Málaga-Almeria, más conocida popularmente como la Desbandá. Se calcula que alrededor de cinco mil personas perdieron la vida a consecuencia del ataque por mar y aire. Tras la caída de Málaga, a principios de febrero de 1937, huyeron de la ciudad más de 150.000 personas, población indefensa que sufriría los bombardeos y ataques del ejército fascista, apoyado por aviación italiana y alemana. El valor físico y la serenidad de Matilde Landa en ese trance trágico será recordado por testigos de aquella experiencia de barbarie, como Vidali o José Morante, secretario del SRI en Almeria.
Las tensiones y el agotamiento, acabarán haciendo mella en la salud de Matilde, ya de por sí endeble, que terminará siendo internada en un sanatorio durante dos meses. Cuando se recupere permanecerá ya muy poco tiempo en las tareas del Socorro Rojo y, a partir de abril de 1938, comenzará a trabajar en la Sección de Información de la Subsecretaria de Propaganda del gobierno republicano, trasladando su domicilio a Barcelona. Su función en el nuevo desempeño consistirá en producir materiales de propaganda del gobierno utilizando para ello todos los recursos posibles, la radio, el cine, la literatura, el arte o los carteles.
A principios de 1939 la República agoniza. Cataluña está a punto de caer, el ejército franquista avanza hacia Barcelona. Matilde regresará a la ciudad el 19 de enero. El día 23 Negrín da la orden de evacuar la capital catalana. Al día siguiente se produce una reunión del núcleo dirigente del Socorro Rojo. Todo el mundo es ya consciente de que la guerra está perdida. Matilde se reúne en Barcelona con Tina Modotti, Isidoro Acevedo y Vidali. Les dice que ella se queda, que no se va al exilio como harán en las próximas semanas los principales dirigentes del Frente Popular y también Paco Ganivet, hasta hace muy poco tiempo su marido. Matilde se muestra irreductible en su decisión de permanecer en España. Como Miguel Hernández, rehúsa las invitaciones y consejos. Quiere compartir la suerte que intuye le espera a tantos hombres y mujeres anónimos. En la novela Tinísima, Elena Poniatowska reconstruye la amargura de aquella tarde, tomando como referencia sus conversaciones con Vittorio Vidali.
El 26 de enero cae Barcelona. Matilde vuelve a Madrid, que todavía resiste, a hacerse cargo del Socorro Rojo. El 5 de febrero, quien fuera Presidente de la República, Manuel Azaña, abandona España y se marcha con su familia a París. El 21 de febrero envía una tarjeta postal a su hermano Rubén, que reside en Moscú. Es consciente de que a la República le quedan días, semanas a lo sumo, pero quiere tranquilizarlo: “Estoy bien. Buenas noticias Carlos y Florencio. Te iré dando noticias de los demás. Vine de Cataluña fines enero. Aquí, mucho trabajo y mucho entusiasmo continuar lucha. Para ti y para Carmencilla el cariño de Matilde” . El 5 de marzo se produce el golpe del coronel Casado contra el gobierno de Negrín, en colaboración con las redes de espionaje franquista y la Quinta Columna de Madrid. La clandestinidad ha comenzado, Matilde ahora se llama Elvira y va rotando los domicilios en los que se esconde como medida de seguridad. El 26 de marzo se produce una reunión del buró político del PCE: Matilde, junto a un grupo de camaradas menos quemados públicamente, Joaquín Rodríguez, Victoria Moreno, Felipe Sánchez, María Guerra Micó y Antonio García Esteva, serán los encargados de intentar poner en pie la resistencia en la nueva e inminente etapa clandestina. Matilde es designada “como responsable del PCE, del aparato ilegal” en el Comité provincial de Madrid, cuyo ámbito incluye también las provincias de Cuenca, Guadalajara y Toledo. Desde ese momento el núcleo de dirección que encabeza es el máximo referente del PCE en el interior del país. El 1 de abril Franco declara el final de la guerra.
Pero aquel comité provincial clandestino del PCE en Madrid, del que Matilde es la máxima responsable, no llegará a cuajar. Su primera misión, la de liberar a Domingo Girón, Eugenio Mesón y Guillermo Ascanio, dirigentes detenidos en las últimas semanas, fracasa. Matilde es detenida el 4 de abril. Hasta finales de septiembre permanecerá en la sede de la Dirección General de Seguridad, en los tristemente célebres calabozos de la Puerta del Sol, la mayor parte del tiempo incomunicada en los sótanos y sin ver la luz.
A la derrota política hay que añadirle la tragedia familiar. La guerra ha desgarrado a la familia Landa, como a tantas otras. Durante los últimos tres años todos los hermanos han estado vinculados a la retaguardia educativa de la República. Rubén y Jacinta acabarán recalando en el exilio mexicano. Aida, será la única que permanezca en España y quién librará una batalla constante para salvar a Matilde del fusilamiento. Pero, con todo, será su hija, Carmen López Landa, quien pague el precio más alto. En julio de 1938, de acuerdo con Paco Ganivet, de quien se ha separado de forma amistosa, ha decidido trasladar a Carmen a la Unión Soviética. “Durante dos años, cuando tenía entre cinco y siete, estuve sometida a un continuo trasiego, como un paquete de correos, de aquí para allá. Ni siquiera con ayuda de la familia he podido atar todos los cabos. En 1938 me envían a la URSS. No sé cómo ni por qué se tomó la decisión. Supongo que sería porque las cosas se ponían feas y porque allí tenía ya familia”. La separación de su hija será la mayor herida para Matilde que, a pesar de la distancia, nunca renunciará a participar en su educación. La treintena de cartas que se conservan dirigidas a su hija son una buena muestra de ello y también de la altura ética, política y literaria del personaje. En ellas, con un lenguaje contenido va destilando observaciones y consejos, al tiempo que informa de su situación penitenciaria, valiéndose de ardides y bellas metáforas. A pesar del tiempo que ha transcurrido sin verla y de los censores al acecho (“el tiburón”, en el lenguaje cifrado que emplea Matilde), las cartas rebosan afán de cercanía, ternura y serenidad.
Las cárceles le tienen miedo a la esperanza
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados;
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
Las cárceles, Miguel Hernández
El 25 de septiembre de 1939 Matilde Landa ingresa en la cárcel de Ventas. Se trata de la prisión donde el nuevo régimen está concentrando el mayor número de presas. “La Ventas de la primavera y el verano de 1939 era, tanto en un sentido real como figurado, un almacén humano”, en palabras del historiador Fernando Hernández. Un almacén, “una masa de carne” según Ricard Vinyes, pero al tiempo un espacio con muchas militantes experimentadas y con un coraje irreductible. Prácticas como el acuerdo tácito para que las primeras que pasaran al economato o al lavadero sin esperar turno fuesen las mujeres que habían estado en la primitiva galería de la muerte nos hablan de ese ethos comunitario que las presas políticas están empezando a construir.
Matilde ha ingresado en el penal con un informe de la Fiscalía que es concluyente: “En todo momento ha sido eficaz colaboradora del P. Comunista, habiendo quedado encargada por el mismo de su organización en la España de Franco en calidad de secretaria General”. En las circunstancias represivas del momento eso supone casi con toda certeza su condena a la pena máxima. A pesar de ello, nuestra protagonista supondrá un revulsivo para el núcleo de las compañeras más activas. La labor suya que marcará una huella imperecedera será la puesta en marcha de la “Oficina de Penadas”. El 5 de agosto se ha producido el asesinato de las Trece Rosas—conocidas entre las presas también como Las Menores— y Matilde, aunque el recuerdo de la ignominia está tan cercano solicitará a la directora de la prisión, Carmen Castro, que les permita crear una oficina dentro de la propia prisión que pueda encargarse de asesorar a las presas y presentar las peticiones de indulto o alegaciones relacionadas con sus procesos judiciales. De nuevo aparece la sombra de la Institución Libre de Enseñanza. La directora de la cárcel mantiene mucha relación con María Sánchez Arbós, profesora e integrante de la ILE en su día. Matilde ha conseguido que la reciba la directora que, en un primer momento se niega en rotundo a la petición. “Entonces quiere usted que pase como con Las Menores, que se quedaron las instancias encima de su mesa del despacho”, le espetará Matilde cuando está saliendo del despacho. El reproche, medido pero completamente veraz, sería mano de santo, la cuña oportuna que se coló en los escasos resquicios de conciencia que le quedaban a la directora de la prisión. Y entonces, avergonzada o sencillamente desconcertada, le autorizaría a organizarlo.
La oficina de penadas se monta en la propia celda de Matilde, con cajas de madera, alguna silla y una mesa para redactar los escritos. “Ahora, aunque estoy en el sanatorio, trabajo. Cuido a las enfermas más graves, me ocupo de su plan y voy consiguiendo que algunas, que después de operadas estaban desahuciadas por los médicos, mejoren”, cuenta Landa a su hija en una carta, escrita en el lenguaje cifrado para eludir la censura postal. Frente a la arbitrariedad y la humillación sistemática de la cárcel, hay que tejer la solidaridad más elemental. Cada presa le cuenta su caso con detalle a Matilde y a las compañeras que la apoyan. Y ellas se encargan de redactar la instancia de indulto o petición que corresponda. La oficina desarrollará una intensa actividad aunque cuente con medios tan paupérrimos.
Después de que Matilde sea trasladada a Palma la dirección de la cárcel cerrará la oficina de penadas, pero la huella del camino, la lección es ya imborrable. A pesar de todo, siempre se puede y se debe luchar, por duras que sean las condiciones, por pequeños que sean los márgenes de maniobra. Frente a la represión sólo cabe la organización, la autodisciplina. En las décadas siguientes los presos y presas antifascistas convertirán las cárceles en comunas donde se comparten todos los bienes, en escuelas y universidades donde se accede a los saberes negados.
El juicio contra Matilde tendrá lugar el 7 de diciembre de 1939. La sentencia considera a la procesada autora de un delito de adhesión a la rebelión y la condena a la pena de muerte. El día 19 de diciembre la auditoría aprueba la sentencia, decretando la suspensión hasta que se reciba el “enterado” del Jefe del Estado. El caso tiene una enorme relevancia política para el régimen. Así se deduce del escrito que su hermana Aida le hace llegar, dando cuenta detallada de las gestiones que ha realizado ante las autoridades franquistas Manuel García Morente, un influyente filósofo y sacerdote ligado a la ILE durante algun tiempo, al que ha recurrido la familia para que interceda ante las autoridades. “Este sumario ha sido estudiado y revisado yo creo que por todo el cuerpo jurídico y por todas las autoridades en estos asuntos (…) Se cree que de las personas que han quedado en España Matilde es la que tiene mayor influencia política. Con todo esto y a pesar del deseo que había por hacerla desaparecer, yo comprendí que no había nadie que se atreviese a firmar esa sentencia de muerte”. Al final el gobierno accede al indulto de la pena de muerte y a su conmutación por la de treinta años, pero establece que la presa debe abandonar la península. El día que sale de la cárcel de Ventas ocurrirá algo insólito. Lo cuenta Tomasa Cuevas: “El día que Matilde se marchó fue sensacional. Las once mil mujeres que había allí en Ventas se pusieron en plan de despedida. Toda la cárcel estaba en pie; las galerías las cerraron, nos encerraron a todas, pero encaramadas detrás de las rejas despedimos a Matilde cantando, gritando y escandalizando. Nos incomunicaron durante quince días por todo lo que habíamos hecho; pero Matilde salió de allí en medio de una gran aclamación”.
El 2 de agosto de 1940 es trasladada al penal Can Sales en Palma de Mallorca, una prisión custodiada por las Hermanas de la Caridad. El nuevo destino presenta para ella luces y sombras. Por un lado el traslado a Baleares la aísla más y dificulta la relación con Aida, que está desempeñando un papel tan activo en su cuidado. Pero por otro lado la familia dispone en la isla de un contacto relevante que puede ayudar a la presa, el del escritor Miquel Ferrà, amigo de su hermano, que la visitará con asiduidad en especial desde finales de 1941. Pero hay un factor importante, que estará en la base de su creciente inestabilidad, el papel de marcaje y cerco que establecerá el fuerte aparato religioso que controla la prisión. Matilde es un objetivo a rendir tanto por sus evidentes dotes de liderazgo como por el relevante papel político que ha jugado y juega aún estando presa, y además porque no está bautizada. Las autoridades penitenciarias y las catequistas de Acción Católica, entre cuyas tareas está el apostolado para convertir a las presas republicanas, le prestarán una especial atención. La presa extremeña se convertirá en el primer objetivo de la cruzada evangelizadora bajo la atenta vigilancia del señor Obispo, José Miralles Sbert, una figura muy relevante por su complicidad con la represión política en la isla. Buscarán conseguir el bautismo de Matilde Landa, del mismo modo que han logrado ya otras sorprendentes “conversiones a la fe”, como es el caso de Regina García, antigua dirigente socialista, una retractación de la que el régimen ha hecho un gran alarde propagandístico.
Matilde no es fácilmente moldeable. Los responsables de la prisión han podido comprobarlo con su negativa a cantar el Cara al sol con la energía y rigidez corporal que a ellos les gusta o cuando se ha negado a besar el anillo del obispo, gestos de rebeldía que le han ocasionado la reclusión en la celda de aislamiento. Pero las presiones se intensificarán mes a mes y mellarán progresivamente su equilibrio. El papel de la catequista Bárbara Pons será crucial en estos meses. Bárbara es la persona dialogante, la policía buena, la amiga. Y luego, en combinación, la coacción directa. Sobre todo en forma de aislamento y separación de las compañeras pero además con un repertorio de chantaje psicológico, que se intensificará gradualmente. La prohibición de escribir a la hija y a su familia, la amenaza de trasladarla a Canarias y la extorsión consistente en condicionar la alimentación de los hijos de las presas, que vivían en la cárcel con sus madres hasta los tres años, a la conversión de Matilde al catolicismo serán tres de las principales medidas de coerción.
El cerco se estrecha. El 26 de septiembre de 1942 las autoridades prevén bautizarla en un acto al que asistirán el obispo y el gobernador. Algún engranaje se romperá en lo más íntimo de Matilde Landa. Ella sabe que su rendición simbólica es la pieza más buscada, que esa imaginaria conversión al catolicismo será utilizada contra los vencidos, contra sus compañeras de presidio y contra el pueblo que ha tenido la osadía de desafiar la opresión de siglos, que su bautismo se utilizará para legitimar la dictadura. Hacia las seis de la tarde Matilde pide permiso para subir a la enfermería a ponerse una inyección de aceite alcanforado, llega a la planta de arriba y se arroja al vacío. Las compañeras se arremolinan en la terraza, pero la dirección de la prisión les ordena retirarse. El capellán y varias monjas acuden con rapidez y se llevan a la moribunda. Tres cuartos de hora más tarde termina la agonía.
Unas semanas después la familia, a través del fraile franciscano Pedro Cerdá, conocerá un dato esclarecedor que se les había ocultado. Durante los tres cuartos de hora de agonía previos a la muerte, Matilde Landa había sido bautizada in artículo mortis. El 19 de octubre, Aida Landa le envía a Miquel Ferrá una carta expresando su dolor e indignación: “La inesperada y terrible desgracia de mi hermana me tiene deshecha y destrozada el alma. Y por si era poco el dolor de haberla perdido también he sabido con la crueldad que la trataron en sus últimos momentos. Aprovechando aquellos tres cuartos de hora de su agonía hicieron lo que no habían logrado hiciese mientras vivió. La bautizaron y administraron los sacramentos católicos que ella había rechazado a pesar del asedio constante durante su estancia en las cárceles. Matilde era incapaz de una farsa y con su delicadeza exquisita les hizo ver siempre a los encargados de catequizarla la firmeza de sus ideas. Solamente por esta firmeza en sus ideas merecía el mayor respeto”.
La memoria: la prospección cuidadosa del viejo topo
Levantar las grandesconstrucciones con los elementos constructivos más pequeños, confeccionados conun perfil neto y cortante. Descubrir entonces en el análisis del pequeño momentosingular, el cristal del acontecer total.
Libro de los pasajes, Walter Benjamin
En un extraordinario texto autobiográfico, Crónica de Berlín, Walter Benjamin utiliza la metáfora de la excavación para referirse a la necesaria metódica de la memoria. El pasado, los recuerdos genuinos, son “almacenamientos, capas, que sólo después de la más cuidadosa exploración entregan lo que son los auténticos valores que se esconden en el interior de la tierra”. Para explorar el pasado, y especialmente el pasado omitido, arrinconado durante décadas o siglos por el poder, hace falta determinación y un plan. Pero, dice Benjamin, “igual de imprescindible es la prospección cuidadosa de tanteo en la tierra oscura”. El sucinto repaso biográfico de la vida de Matilde Landa que hemos hecho es un humilde tanteo en la tierra oscura de nuestra historia reciente.
La historia y la memoria son frágiles, tornadizas, un campo de batalla permanente donde pelean sentimientos e intereses antagónicos, las lealtades del pasado y los atajos del presente. Eso explica, en gran medida, el olvido en el que ha permanecido durante tanto tiempo una figura enorme como la de Matilde Landa. La transición, generaría un nuevo panteón de recuerdos, como le gustaba decir a Rafael Chirbes. El nuevo régimen, “producto del pacto entre los arribistas de los dos bandos” sólo podía nacer de la desmemoria, del olvido. “Se necesitaban nuevos héroes para una nueva época (…) Hablar de moderación no fue más que un eufemismo para decir que el modelo se había cerrado y que la narración canónica había sido establecida como única posible”. Durante las décadas de los años ochenta y noventa, el recuerdo de Matilde, como el de tantos otros referentes y acontecimientos de la España antifranquista, iría recluyéndose a los espacios más íntimos o militantes, a quienes la conocieron o a los especialistas en la historiografía comunista. El recuerdo de nuestra protagonista llegaría a ser tan borroso que una tesis doctoral relacionada con su hermano, Rubén Landa Vaz, publicada en 2006, y de la que se hace eco otra tesis de 2017 señalaba que Matilde había fallecido en su calabozo: “La vida en la prisión fue un escollo que la extremeña no pudo superar, apareciendo un día muerta en su celda”.
Como dice Benjamin en el texto referido, hace falta “ensayar épica y rapsódicamente” nuevas prospecciones de tanteo de la memoria “en lugares siempre nuevos, indagando en los antiguos mediante capas cada vez más profundas”. Apuntemos cuatro reflexiones que puedan acompañar esa necesaria exploración sobre la memoria de Matilde Landa y de tantos otros omitidos de la historia reciente de nuestro país.
La primera: Matilde Landa no es una excepcion individual, sino la expresión individual de una excepción colectiva, de un periodo histórico extraordinario en el que las clases populares desafiaron al poder y se plantearon la construcción de una sociedad alternativa, de “un mundo nuevo”, como diría Durruti. Su estatura está íntimamente relacionada con la extraordinaria capacidad y creatividad colectiva del pueblo, con la creación de espacios y herramientas tan fértiles como la Institución Libre de Enseñanza (ILE), la Unión de Hermanos Proletarios (UHP), la Agrupación de Mujeres Antifascistas, el Socorro Rojo, el Frente Popular, el Quinto Regimiento o la Oficina de Penadas. Matilde es el pico más alto de un denso sistema montañoso construido de forma paciente y colectiva durante décadas. No apliquemos la lógica de las películas americanas, su relato hegemónico basado en el héroe individual, ni la rancia historiografía de los grandes hombres, en la elaboración de un discurso crítico sobre el pasado.
La segunda: la fuerza mítica de Matilde Landa arraiga en sus rupturas, no en sus continuidades. Los poderosos, incluidos los que detentan la propiedad de las Academias, claman contra los mitos. Contra los mitos de las clases populares, claro. El mito Pasionaria, el mito Che Guevara, el mito Durruti, el mito Matilde Landa. Ellos, los fabricantes oficiales de mitos, con mando y diploma en plaza, dicen que hay que “desmitificar la historia”. O, en todo caso, que los de abajo lleven sus mitos al museo, que los conviertan en momias.
Los mitos remiten a las historias sagradas, “al tiempo primordial cuando todo era noche” (Bernardo Atxaga), a los momentos de ruptura con lo instituido y a la fundación de algo nuevo. El mito nos habla de acontecimientos prodigiosos, de verdades elementales, de dignidad irreductible. Se necesitan mitos populares, mitos-abreojos, emblemas que hablen de otros horizontes y otras vidas posibles.
El aura mítica de Matilde Landa reside sobre todo en sus tres rupturas: con su clase, con la concepción dominante de la política y, en cierto modo, con la familia. De nuevo Walter Benjamin viene en nuestro auxilio: “El homenaje o la apología procuran encubrir los momentos revolucionarios del curso de la historia. Lo que de verdad les importa es establecer una continuidad (…) Se les escapan aquellos momentos donde la tradición se interrumpe, y con ello sus peñas y acantilados, que ofrecen un asidero a quien quisiera ir más allá de ella”. Matilde se desclasa hacia abajo, romperá con la burguesía ilustrada de la que procede. El relato que pretende establecer una continuidad entre la burguesía liberal y el movimiento obrero revolucionario es una construcción ideológica con una endeble base histórica. Rompe –y es la fractura que le será más dolorosa- con la familia. Primero con el rol de género que quiere convertirla en una señorita de provincias; pero, además anteponiendo la revolución a la familia. Hoy nos es difícil entenderlo porque ha desaparecido el horizonte de la revolución, pero durante las décadas más intempestivas del siglo XX miles, millones de personas arriesgaron su vida para conseguir una sociedad libre e igualitaria. Y por último, desdeña una cultura política dominante que disocia dirección y base, que escinde la ética de la política.
La tercera reflexión: Matilde Landa es un emblema feminista y revolucionario. Funde feminismo, laicismo, internacionalismo y comunismo. Y además lo hace con sensibilidad, de modo virtuoso, con una ternura excepcional, extraña a la política convencional.
Matilde es feminista avant la lettre. Lo es desde el hacer, desde el ejemplo de quien se revela contra el destino de género que ha previsto su padre, que le dice “vas a ir a casa de las de Rubio a aprender a cortar, y déjate de bachillerato ni de monerías”. El ejemplo de quien abre caminos en la Universidad, en la Asociación de Mujeres Antifascistas o en la militancia y dirección del Socorro Rojo y el PCE. El feminismo que representan las más de 30.000 mujeres presas después de terminar la guerra civil, las “hijas de Caín”, las “individuas de dudosa moral”, como las denominarán los próceres del franquismo. El feminismo de las maestras e intelectuales republicanas, sí, pero también el de las lavanderas, las mozas de servir, las costureras, las obreras y campesinas, invisibilizadas detrás de las siglas S.L. en los documentos oficiales.
El traje progresista y socialdemócrata con el que a veces se la ha tratado de presentar se da de bruces con el rigor histórico. Matilde Landa es una militante revolucionaria, una de las dirigentes de la III Internacional en España, que huye del divismo y que está dispuesta a llevar su compromiso hasta las últimas consecuencias.
La cuarta reflexión: para rescatar el pasado de los personajes y luchas emancipatorias hay que construir constelaciones con el presente, encontrar y señalar las citas secretas que unen a las generaciones oprimidas de ayer y de hoy. En el olvido de Matilde Landa, en su relegación, además de la “reglamentaria” amnesia consustancial a la transición, han influido otras razones de peso. La invisibilidad general de las mujeres en la historia dominante, la presentación convencional del suicidio como una turbiedad personal y, además, las ampollas que podía levantar el gesto último de Matilde, que apuntaba a otro tabú, el del lazo íntimo que había unido al régimen de Franco y a la jerarquía de la Iglesia Católica.
En mi opinión se necesita una memoria que no se convierta en una expresión de nostalgia inoperante y menos aún en una burda herramienta al servicio de la recuperación o la conservación del poder. Una memoria y un memorialismo que no se acomoden a las necesidades de ninguna de las facciones del poder realmente existente. Una historia y una memoria que, por decirlo con las palabras de Traverso, restablezcan una perspectiva de transformación, que conecten el pasado como campo de experiencia y el futuro como horizonte de espera, los dos polos de la dialéctica histórica. Los valores de dignidad y solidaridad que representa Matilde Landa constituyen una levadura ideal para construir ese imprescindible horizonte utópico.
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