Introducción No es la primera vez que escribo sobre la Guerra Civil. La primera vez («Revisando a los revisionistas»: http://www.rebelion.org/docs/84829.pdf) me centré en combatir a la historiografía neofranquista. Pienso que dividir las fuerzas revolucionarias en función de las diferentes lecturas de hechos históricos del pasado sería un error sólo al alcance del surrealismo montypythoniano habitual […]
Introducción
No es la primera vez que escribo sobre la Guerra Civil. La primera vez («Revisando a los revisionistas»: http://www.rebelion.org/docs/84829.pdf) me centré en combatir a la historiografía neofranquista. Pienso que dividir las fuerzas revolucionarias en función de las diferentes lecturas de hechos históricos del pasado sería un error sólo al alcance del surrealismo montypythoniano habitual en la izquierda. Quiero -y estoy encantado de- militar con gente que haga lecturas históricas diferentes a las mías acerca de hechos puntuales, como las Jornadas de Mayo del 37.
Sin embargo (o mejor dicho: por eso mismo), en esta ocasión he decidido pronunciarme sobre algo que se ha convertido en un auténtico tema tabú para las izquierdas. Creo en la importancia del debate para construir una memoria histórica veraz como palanca para conquistar el futuro. Y es que, en mi opinión, en el subconsciente colectivo del anticapitalismo sociológico parece haberse instalado una visión muy injusta de la actuación del PCE en la contienda civil.
Yo, que no soy del PCE (pues considero a sus actuales dirigentes unos usurpadores de siglas), quiero decir que los comunistas tienen muchos motivos para sentirse orgullosos de la que antaño fuera su organización. Más allá de sus errores (que aquí no rehuiremos de ningún modo), fue el PCE quien más y mejor resistió al fascismo en el Estado español. Puede decirse que sin el PCE, al igual que sin la CNT, la defensa de Madrid no habría sido posible.
Sin embargo, suele recordarse con frecuencia que la política de Frente Popular respondía a los intereses de la política exterior soviética. También es habitual oír que la división interna del bando antifascista fue una de las causas de nuestra derrota en la Guerra Civil. Y ambas cosas son ciertas, pero han de ser contextualizadas si verdaderamente queremos entender las cosas.
En primer lugar, habría que preguntarse por qué queda excluida automática e inexplicadamente la posibilidad de que los intereses soviéticos y los intereses de la clase trabajadora de los pueblos del Estado español fueran coincidentes. Pero además, con respecto a la cuestión de «la división», habría que preguntarse quién fue su culpable, quién rompió la unidad antifascista y quién, en cambio, la defendió al defender el Frente Popular.
Libertades y tierras
Viendo la película Tierra y Libertad, de un cineasta algo lineal pero interesante como Ken Loach, puede uno llegar a hacerse una idea tremendamente inexacta de lo que ocurrió en la Guerra Civil y, particularmente, en los Sucesos de Mayo. La película, de un maniqueísmo panfletario desbocado, se inspira parcialmente en Homenaje a Cataluña, de George Orwell. Tanto Gabriel Jackson como Pierre Vilar subrayan que este autor estaba imbuido de cierto romanticismo exotista y mitificador. Vilar, define a Orwell como «el testigo más despistado en el combate más confuso de la historia»; Jackson, por su parte, opina que Orwell, como extranjero poco familiarizado con la coyuntura política española, era incapaz de comprender sus particularidades.
Tras ver este filme (es curioso que una película sin demasiada calidad como ésta se haya hecho tan famosa, mientras que poca gente conoce la extraordinaria trilogía sobre la Guerra Civil del director catalán Jaime Camino), el público puede quedarse con la impresión de que, en los Sucesos de Mayo del 37 en Barcelona, las balas sólo se disparaban en una dirección (hacia el POUM). Pero ese Mayo del 37 no existe. Nada más lejos de la realidad: muchas de las víctimas fueron militantes del PSUC o Guardias de Asalto. Igualmente, se publican en el Estado español incesantes libros sobre la «desaparición» de Andreu Nin. Efectivamente, el asesinato de Nin por parte de los comunistas fue un acto despreciable, pero no más que el asesinato de Antonio Sesé, dirigente del PSUC y secretario general de la UGT, por parte de los anarquistas, como narra Fernando Hernández Sánchez en su último y recomendable libro, Guerra o revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil. De igual modo, es cierto que debe denunciarse que el PCE no supiera defender su línea política sin inventar calumnias (como que el POUM estaba «conchabado con el fascismo»); pero también lo es que deben denunciarse las calumnias del POUM hacia el PCE, tachado de contrarrevolucionario y siervo de la burguesía.
Si jamás se produjo entre ellos un debate respetuoso sobre líneas políticas, desde la convicción de que defender una vía diferente no implicaba estar aliado al enemigo, no caigamos nosotros ahora en el mismo error. Estamos, al fin, en disposición de hacer un juicio histórico mesurado, equilibrado, menos sesgado que Orwell y Loach desde un lado, pero también menos sesgado que Ibarruri y Díaz desde el otro.
Camuflajes enormes
Esto no será posible mientras gentes presuntamente de izquierdas sigan recomendando libros tan inaceptables como The Grand Camouflage: the comunist conspiracy in the spanish civil war, de Burnett Bolloten, publicado en la España de Franco por Manuel Fraga Iribarne y, posteriormente, con un título más adaptado a los nuevos tiempos, en la España de Juan Carlos I.
Ya Herbert R. Southworth, quien pasa por ser el mayor experto que ha habido nunca sobre la Guerra Civil Española, ajustó cuentas con este auténtico panfleto anticomunista de la Guerra Fría, que incluye testimonios falaces supuestamente atribuidos a «El campesino», pero que en realidad escribió Gorkin (confesándolo más tarde). En esa época, Gorkin se había degenerado por completo y trabajaba para el «Congreso para la libertad de la cultura» (abiertamente financiado por la CIA). Bolloten, en sus últimos años, supo la verdad por medio de una carta del propio Gorkin, pero no hizo nada por modificar los errores de su libro en la última edición que realizó. Ni siquiera -y esto es incomprensible- le reprochó nada a Gorkin por la falsa información suministrada.
Contra los comunistas valía todo. Pero nosotros no podemos seguir viendo las cosas así. Intentemos, pues, analizar los hechos de la manera lo más objetiva posible, antes de posicionarnos.
¿Qué sucedió en Barcelona?
Los Hechos de Mayo del 37 supusieron un antes y un después en la historia de la guerra. Siguiendo a Tuñón de Lara, nos encontramos con que el edificio de la Telefónica de Barcelona, que en teoría debía ser controlado por la CNT y la UGT, había sido ocupado por los autodenominados «Amigos de Durruti». Huelga decir que Buenaventura Durruti, ya muerto por aquel entonces, jamás habría aprobado la política de dicho grupúsculo, ya que el digno dirigente de la CNT había acabado por aceptar, a grandes rasgos, la prioridad de vencer en la guerra contra el fascismo.
Los Amigos de Durruti no permitían (en mitad de la guerra) una normal comunicación entre el gobierno republicano y la Generalitat. El comisario de Orden público se personó por dicho motivo en la Telefónica y fue recibido a tiros. Más tarde, las Juventudes Libertarias, los Amigos de Durruti y el POUM llamaron a la huelga general (insistamos: en mitad de la guerra), levantaron barricadas y así comenzó el enfrentamiento. A pesar de la oposición de los máximos dirigentes de la CNT (como Joan Peiró, García Oliver o Federica Montseny), que pedían a los anarquistas serenidad y abandonar las barricadas, dos batallones (la 46 división, anarquista, y la 29, poumista) abandonaron el Frente y trataron de marchar sobre Barcelona, sin éxito.
La inversión de Ken Loach
Más tarde, como sabemos, la sublevación fue derrotada y el POUM ilegalizado. Sin embargo, en Tierra y Libertad, Laverty y Loach realizan una crucial inversión en el orden de los hechos: en la película, es la persecución contra el POUM la que motiva los Hechos de Mayo, no (como sucedió en la vida real) los Hechos de Mayo los que motivan la persecución contra el POUM. ¿Casualidad o manipulación?
Por otro lado, si este director quería narrar traiciones de la Guerra Civil, ¿por qué no narró el golpe de Estado del coronel Casado, en el cual elementos de todos los grupos no comunistas del Frente Popular (empezando por elementos anarquistas y socialistas), negociaron a espaldas del Presidente de la República y se rindieron a Franco, encarcelando y entregando al enemigo a cientos de comunistas?
Carece también de sentido afirmar, como han hecho Gorkin y otros, que el proceso judicial contra el POUM fue una reproducción de los procesos de Moscú. Con ello, en realidad, le han dado alas a la teoría de Pío Moa de que la República se había transformado en un régimen «totalitario» y sin garantías jurídicas, por lo que Franco fue un mal menor. El caso es que, para empezar, sólo se juzgó a varios líderes del POUM, sin inculpar a sus militantes de base.
Sólo cuatro de los líderes fueron condenados, pero, a diferencia de lo sucedido en la URSS, el tribunal no aceptó las calumnias vertidas contra el POUM que se referían a espionaje y traición. Sólo se aceptó la acusación de sublevación contra la República en los Hechos de Mayo. Aunque condenados a cárcel, fueron liberados al final de la guerra, para que pudieran escapar a Franco (a diferencia de las víctimas del golpe de Casado…)
Estas notables diferencias con respecto a los Procesos de Moscú fueron resaltadas por Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, autores de Queridos camaradas. La internacional comunista en España, 1919-1939, un libro, pese a todo, muy crítico con la Komintern y la URSS. ¿Resultado? Una airada acusación de «estalinistas» contra ellos por parte de Pierre Broué. Voltaire decía que en geometría no existen las sectas; lástima que no pueda decirse lo mismo de la historiografía.
La verdadera colectivización
Dejaré de lado, no obstante, los documentos alemanes que prueban que Faupel informó al gobierno alemán de que los Sucesos de Mayo habían sido originados por provocadores franquistas. Estoy de acuerdo con Tuñón de Lara, que considera que dichas informaciones fueron inventadas o exageradas, probablemente para apuntarse un tanto en los ámbitos diplomáticos. Sin embargo, hay que hacer ciertas precisiones sobre la actitud de los sublevados.
Lo primero es que estaban haciendo su revolución armada en la retaguardia en mitad de una guerra civil. Esto era catastrófico. Por un lado, se retiraban fuerzas del frente para alimentar la «revolución» de la retaguardia. Por otro, se decretaba una huelga general que suponía un grave perjuicio para el esfuerzo de guerra. Por no hablar de los 500 muertos y de los miles de heridos.
No es, en suma, que los dirigentes de la CNT (opuestos, recordemos, a la sublevación) se hubieran transformado de repente en unos «traidores» vendidos a la burguesía, sino que entre ellos y los sublevados existía una discrepancia acerca de lo que es el poder revolucionario y del alcance de la política en alianzas en la revolución.
En opinión de Ferrán Gallego, autor de La crisis del antifascismo. Barcelona, mayo de 1937, los anarquistas sublevados continuaban entendiendo el poder como una configuración fragmentaria, en la que cada fuerza debe tratar de mantener sus posiciones. Así, no defendían la Telefónica como propiedad de la clase obrera ni del pueblo, sino como propiedad de su sindicato.
Los sublevados nunca comprendieron que una verdadera colectivización habría supuesto el establecimiento un servicio público, y no la propiedad exclusiva de una u otra organización. Y los Hechos de Mayo no son, en realidad, más que el capítulo final de una larga lucha entre las distintas organizaciones de la izquierda barcelonesa por hacerse con los resortes del poder.
¿Contrarrevolución o superrevolución?
Cuando se contrapone «revolución y contrarrevolución» de manera simplista, habría que pensar mejor de lo que se está hablando. Aun con distinto éxito dependiendo del lugar, las tierras nunca fueron devueltas a sus antiguos propietarios (que, por otro lado, estaban en el bando franquista), sino por lo general nacionalizadas como es natural en una economía de guerra. Lo mismo cabe decir de una importante porción de la industria.
¿Por qué los «superrevolucionarios» (como los ha llamado en alguna ocasión Fidel Castro) no dicen jamás una sola palabra acerca de las dificultades económicas del Consejo de Aragón, la hiperinflación, la falta de planificación que acabó conllevando el caos económico, los casos de comités que fabricaban productos innecesarios para la guerra y hacían el comercio exterior por su cuenta, los casos de indisciplina entre las milicias, los abusos contra campesinos y pequeños propietarios, los asesinatos innecesarios de clero y un largo etcétera?
Quizá porque no quieren admitir que ganar la guerra era el modo de hacer la revolución, pero que para ganar la guerra era precisa, lógicamente, una economía de guerra, una centralización de la producción y un ejército regular con un mando único. Ideas no aceptada fácilmente por los anarquistas, pero tampoco por Orwell, quien, sobrado de romanticismo pero falto de realismo, consideraba que un miliciano estaba espiritualmente predispuesto a rendir mejor que un soldado.
La dialéctica entre guerra y revolución
En «Sobre la contradicción», Mao expone cómo un proceso complejo está atravesado por múltiples contradicciones imbricadas, resultando una de ellas la principal (la que permite avanzar al proceso) y el resto secundarias o aplazables. Por ejemplo, para derrotar al invasor japonés era imprescindible unirse a los nacionalistas burgueses chinos, aplazando provisionalmente la contradicción de clase los que separaba de los campesinos. Sólo tras expulsar al ocupante, los comunistas chinos habrían conquistado un escenario en el que desarrollar la lucha de clases contra su propia burguesía y alcanzar el socialismo.
A pesar del lenguaje dogmático, propio de la época (y presente también en autores como Lenin), la noción creada por el guerrillero chino es muy importante, porque algo similar argumentaba el PCE en relación a la revolución española. No puedes profundizar la revolución cuando estás siendo atacado por el ejército de tu propio Estado, aliado a dos potencias fascistas y sin olvidar a las tropas coloniales. Sencillamente, había que ganar la guerra primero, no ya para pensar en la revolución, sino para pensar en cualquier otra forma de vida que no fuera el fascismo.
Sólo la victoria contra el fascismo podía garantizar la persistencia de las profundas transformaciones que se llevaron a cabo durante la guerra, abriendo las puertas al socialismo. De lo contrario, si Franco vencía, las organizaciones obreras serían prohibidas y aniquiladas, como de hecho sucedió. En todos los procesos revolucionarios, el primer paso es ganar la guerra a la contrarrevolución, para generar las condiciones en las cuales pueda iniciarse el proceso revolucionario. Fidel Castro, por ejemplo, no nacionalizó la United Fruit Company en 1956, sino en 1960.
Así se comprende la política de Frentes Populares: como rectificación de la línea del tercer periodo (la política de «clase contra clase»), que, en su negativa a cualquier pacto con elementos reformistas, facilitó el ascenso al poder de Hitler en Alemania (hecho duramente criticado por Trotsky). Hay que recordar que tanto el POUM como la CNT apoyaron a -o participaron en- el gobierno del Frente Popular (hecho… también duramente criticado por Trotsky). Así eran cosas con el profeta desarmado: por activa o por pasiva, todo lo que se hiciera sería calificado de error.
Los paralelismos históricos…
Existen casos similares que pueden examinarse a modo de ejemplo. Por ejemplo, el caso del MIR chileno, que abandonó la lucha armada en cuanto, en 1970, accedió al poder la Unidad Popular de Salvador Allende, sin por ello dejar de mantener una actitud crítica hacia el gobierno y rechazar la teoría de la «vía pacífica» al socialismo. O el actual PCV, que apoya críticamente al gobierno de Chávez, a pesar de no estar integrado en el PSUV.
Tanto la Unidad Popular de Allende como el PSUV de Chávez son gobiernos de tipo frentepopulista. Por eso, si establecemos el paralelismo con la Revolución Bolivariana de Venezuela, la actitud de Jaime Balius y los sublevados poumistas en mayo del 37 sólo puede parangonarse a la actitud de la LIT-CI (trotskista ortodoxa), para la cual el gobierno de Chávez ni siquiera es de izquierdas, sino «bonapartista» e incluso habla de «derrocarlo», como a «cualquier Estado burgués».
Un último paralelismo podría establecerse con la Rebelión de Kronstadt, en marzo de 1921, duramente reprimida por Trotsky. Los sublevados rusos luchaban por gobierno de los comités y soviets obreros y contra un gobierno del «contrarrevolucionario» partido bolchevique que, recordémoslo, en esas fechas proponía el establecimiento de la NEP, que el propio Lenin definía como una etapa intermedia de «capitalismo de Estado».
Marta Harnecker escribió en una ocasión que lo más revolucionario no es lo más radical, sino lo que permite avanzar al proceso. Y es que lo más revolucionario sobre el papel puede llegar a ser un freno para la revolución, si se incurre en precipitaciones estratégicas.
… y los límites del paralelismo
Creemos que hacer paralelismos históricos es posible. Hemos comparado las similitudes relativas entre algunos gobiernos populares latinoamericanos y el gobierno de la España del 36 (que, recordemos, era entonces un país atrasado, analfabeto, semi-feudal y dependiente del capital extranjero, con un 70% de la población concentrada en el medio rural, etc.)
Sin embargo, en ocasiones se hacen paralelismos inaceptables, para ocultar la realidad en lugar de para arrojar luz sobre la misma. Por ejemplo, recientemente Cayo Lara intentaba convencer a la federación extremeña de IU para que pactara con el PSOE. ¿El argumento? Emular al Frente Popular.
Obviamente, Lara fue abucheado por los extremeños. Entre el PSOE de Largo Caballero, dirigente que defendía incluso la «dictadura revolucionaria del proletariado», y actual PSOE de Zapatero, ¿de verdad no encuentra Lara alguna que otra diferencia? Nadie es tan ignorante como para no saber que la II República, con sus luces y sus sombras, fue la mayor conquista de la clase trabajadora en la historia del Estado español, aunque la entendamos sólo como revolución democrática y burguesa, que trató de construir un Estado laico, una red de transportes moderna o un cuerpo jurídico para garantizar las libertades mínimas, así como de suprimir el latifundio, alfabetizar a la población y construir un marco autonómico para las distintas nacionalidades.
Evidentemente, el Frente Popular fue una táctica defendida de manera excepcional, ante el riesgo de caer en el fascismo (como comprendieron la CNT e incluso, inicialmente, el propio POUM). Un riesgo que, desgraciadamente, ningún «superrevolucionario» puede ya tachar de exagerado. Evidentemente, existía una gran diferencia entre la República y el régimen autoritario de corte fascista implantado por el general Franco. Sin embargo, hoy día no existe la menor diferencia entre un gobierno del PSOE y otro del PP, ya que ambos defienden el mismo proyecto político, conformando, en palabras de Carlos Tena, el Partido Único del Capital, ya que el bipartidismo es una trampa para desarmar a la izquierda con chantajes morales como ese que habla de una fantasmagórica «pinza».
Conclusión
Pero volvamos al asunto que nos ocupa. ¿Qué era lo correcto? ¿La sublevación contra la República o la defensa del Frente Popular?
A nivel ideológico-político, es indudable que el Frente Popular fue un rotundo éxito. Mientras se había llevado a cabo la política del tercer periodo, el PCE había sido una fuerza marginal y de escasa influencia (como lo fue siempre el POUM). Sin embargo, ahora, tras la bandera de la cultura antifascista, el PCE se convirtió en una fuerza muy popular entre las masas; en un espacio nutrido por las ricas tradiciones autóctonas de republicanismo, laicismo, instrucción popular… Surgió así una «galaxia PCE» de organizaciones sociales (Socorro Rojo, Amigos de la Unión Soviética, Mujeres Antifascistas) que extendieron su hegemonía ideológica y su mensaje a sectores sociales tradicionalmente alejados del marxismo.
¿Era, pues, correcta la política de Frentes Populares? En un pequeño inciso de El orden de El Capital, Liria y Zahonero afirman que había sin duda buenos motivos para optar por una u otra estrategia política o bélica. Y es cierto. Por eso mismo, va a ser absurdo que, por este artículo, se me tilde sin más de complicidad con los horrores del Gulag, sin necesidad -por supuesto- de refutar mis argumentaciones políticas o mis motivaciones tácticas.
No importa. Por mi parte, defiendo al Frente Popular por el mismo motivo por el que defiendo gobiernos de Unidad Popular como los de Allende y Chávez y por el que me opongo a quienes, como la LIT-CI, llaman a derrocar a dichos gobiernos, dando muestras de una precipitación táctica suicida y poniendo en peligro un escenario que permite a las organizaciones populares acumular fuerzas y desarrollarse.
Para ir concluyendo, debemos recordar una cita que el propio Joaquín Maurín, primer secretario general del POUM, escribió muchos años después en carta a Víctor Alba. Citada por Javier Iglesias Peláez en Stalin en España. La gran excusa, la carta decía lo siguiente:
«El ejecutivo del POUM no comprendió nunca que lo primero era ganar la guerra. Antepuso la revolución a la guerra, y perdió la guerra, la revolución y se perdió a sí mismo. Lo que Engels dijo de los anarquistas españoles en 1873, es decir, que actuaron como no debían haber actuado, puede decirse aproximadamente del POUM en 1936-1937″.
En suma, la repulsa justa y necesaria ante el asesinato de Nin o ante la difamación «fascista» del rival político no debe confundirse con un cheque en blanco, por el cual haya que entregar la razón eterna a quienes con demasiada frecuencia han jugado la carta del victimismo para justificar las políticas más sectarias. Y es que la escena final de Tierra y Libertad, en la que los militantes del PSUC prácticamente son equiparados a los fascistas, es un auténtico insulto contra la memoria de mucha gente que padeció la ejecución, la cárcel o el exilio a causa de su militancia comunista.
Cierro con las palabras de uno de aquellos comunistas muerto en los calabozos de Franco y que se llamaba barro aunque Miguel se llamara:
Un albañil quería… Pero la piedra cobra
su torva densidad brutal en un momento.
Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra
fueron precipitados él y el viento.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.