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«Mi país es Palestina»

Fuentes: Rebelión

En Cisjordania, dicen los que saben, no se puede planear bien con el tiempo. Una distancia de media hora se puede hacer en una hora, en dos o más todavía. Y eso depende de muchas cosas: si está bajo construcción la carretera, si el camino es más largo de lo normal porque el ejército israelí […]

En Cisjordania, dicen los que saben, no se puede planear bien con el tiempo. Una distancia de media hora se puede hacer en una hora, en dos o más todavía. Y eso depende de muchas cosas: si está bajo construcción la carretera, si el camino es más largo de lo normal porque el ejército israelí cortó el paso del camino normal o si, al final, en el checkpoint tienes que aguantar por horas la humillación sufrida.

En todos esos casos siempre hay un soldado apuntando la carabina hacia ti, hacia la abuela que quiere ir a rezar a la mezquita de Al – Aqsa en Jerusalén, hacia la mujer que va al mercado, hacia el hombre que busca alimentar su familia. Incluso hacia un niño de 12 años cuyo nombre es Nour – luz – y tiene un hermano dos años menor que se llama Amir y otras cuatro hermanas y al que su perro de tres años lo rasguñó y que tira piedras hacia la carabina que apunta a la hija de su hermana.

Esta puede ser la primera imagen de un país ocupado por un ejército fortalecido como sólo muy pocos lo son en el mundo entero. Un ejército, que aparte de los mandos altos que son militares profesionales, está formado de soldados de 18 – 21 años, e injustamente reprime diariamente al pueblo palestino en su propio territorio.

Así lo que más vale tener en Palestina es paciencia. Paciencia para trabajar donde no hay trabajo, para moverse donde no hay libertad, para comer donde puede no haber comida, para rezar donde te niegan el acceso a los lugares sagrados, para amar si todavía la supervivencia te lo permite. Paciencia para aguantar la injusticia de no poder estar en la casa de tus ancestros. Paciencia para aguantar el maltrato hacia tu familia. Paciencia para aguantar los abusos diarios que sufren tus hijos y tus hijas en el camino y en sus propias casas. Paciencia por no poder viajar y por no poder ir de un lugar al otro incluso dentro del territorio palestino. Paciencia por no dormir noches enteras frente a la posibilidad de que el ejército entra en las casas de los vecinos y en tu propia casa buscando nuevas víctimas.

Y paciencia, sobre todo, para sobrevivir. Y de eso trata la resistencia palestina hoy como ayer y como las últimas décadas. Sobrevivir y seguir siendo un pueblo con idioma, costumbres y, sobre todo, con tierra para vivir. Porque, al final y al cabo, lo que está intentando el gobierno israelí es acabar con un pueblo entero, con su misma mentalidad, para quitarle su territorio y usarlo para sus intereses económicos. Porque esa ocupación que el pueblo palestino vive por tantos años es total. Ocupación de la tierra, de la economía, de las personas, familias y comunidades, del cuerpo, de la mente, del agua, de la educación, del aire. «Nosotros nacimos aquí en la tierra ocupada. Y aquí envejecemos. La ocupación está grabada en nuestros cuerpos, en nuestras venas, en nuestros corazones, en lo que pensamos, en lo que sentimos».

«Ya todo el territorio palestino se puede recorrer en casi 3 horas», dice un joven que viaja de Jenin, su ciudad natal al norte, a Al – Khalil (Hebrón) al sur. «Eso es lo que nos dejaron, todo lo demás lo tomó Israel. Nosotros nos quedamos con unas poquitas ciudades y un poquito de tierra y ellos se apoderaron de nuestras ciudades hermosas y gran parte de nuestro territorio».

Las armas, los gases lacrimógenos y todas las máquinas hechas para la guerra las lleva el ejército israelí. Pero también los colonos ilegales, que Israel metió en territorio palestino, están armados y son, si se puede decir, los más peligrosos porque hagan lo que hagan no sufren ninguna consecuencia y viven en la impunidad. Sus colonias ilegales están dispersas en todo territorio palestino, son cientos de miles, cerradas con rejas y bien protegidas por su ejército. Ahí viven en su mundo imaginario colonos que piensan que atrás de los muros viven terroristas. A diario los colonos ilegales salen a cazar «árabes». Los atacan y no los dejan trabajar a su tierra, recoger sus cosechas, sacar sus borregos a la montaña para alimentarse.

La ciudad de Al – Khalil, al sur del territorio palestino, es un caso único siendo la única ciudad palestina ocupada actualmente por el ejército y con colonos ilegales viviendo en su interior. Al – Khalil puede representar en micrografía lo que está pasando en todo Palestina y a un nivel extremo. Hay dos áreas oficialmente separadas: la H1 donde viven las familias palestinas y la H2. La H2 es de los colonos. En la H2, la zona ocupada, la «ciudad fantasma» como la llaman, viven los colonos y ahí los palestinos no pueden estar. Checkpoints, soldados, tanques, pistolas automáticas. Colonos andando en las calles con armas en la mano. Y todo está mezclado. En algunas partes los colonos viven prácticamente encima de los palestinos en los pisos altos de los edificios en la ciudad vieja. Varias calles de la ciudad vieja están divididas. A la parte izquierda se les permite a los palestinos caminar. La parte derecha es de los colonos. Algunas escuelas palestinas quedaron dentro del territorio ocupado por los colonos. Las niñas y los niños palestinos sufren todo tipo de abusos diarios mientras van a la escuela. La presencia del ejército es diaria y permanente para «proteger» a los colonos. Escenario de guerra. Son muchos los soldados y están en todos lados.

En Al – Khalil no hay descanso para los palestinos. En cualquier momento pueden sufrir un ataque por parte de los colonos, adultos y niños, que cada rato tiran basuras y piedras prácticamente encima de sus cabezas, y peor todavía, salen a las calles y agarran palestinos, mujeres incluso y niños, y abusan de ellas, entran a sus casas y sus negocios y los destruyen. Para entrar a la mezquita de la ciudad tienes que pasar por varios checkpoints. En su entrada son revisados hombres, mujeres y niños musulmanes que van a rezar. La mitad de la mezquita fue tomada por Israel y sirve como sinagoga para los colonos judíos. Los viernes durante el ramadán es impresionante la cantidad de gente que se junta ahí para rezar. Se necesitan horas para que pase una por una cada persona por los checkpoints y las armas del ejército israelí. La vida en la ciudad vieja apenas existe. Ahora ves la mayoría de las tiendas cerradas y en las noches un silencio de muertos domina las calles. Casi no hay trabajo para los habitantes. La economía de la ciudad está prácticamente destruida.

En la casa de Leila viven ocho personas. Sus dos hijas, sus dos nietas, sus dos hijos, ella y su tía. Su marido está en Israel trabajando. El marido de su hija está en la cárcel. Leila trabaja en una cooperativa que la formaron 120 mujeres de 8 pueblos palestinos desde hace ya tres años. Cada una trabaja en su casa, hacen bordados, pulseras, vestidos, chales y tienen una pequeña tienda en la ciudad vieja de Al – Khalil donde los venden. Leila abre la tienda todas las mañanas. Ya bien tarde regresa a su casa, descansa un poco platicando con su familia y los amigos que la visitan. En la casa no tienen agua, fue cortada por los colonos. Ninguna casa en la ciudad vieja tiene agua. Una de estas noches el ejército israelí tocó la puerta de su casa. Todos estaban dormidos. Entraron seis soldados a las 3 de la madrugada. Metieron a los hombres en un cuarto y a las mujeres en otro. Revisaron la casa. Leila y su familia tuvieron que quedarse encerradas en los cuartos de su propia casa por dos hora.

Las montañas de Cisjordania se pintan de rojo cuando el sol va bajando, a esconderse tras el mar que los palestinos imaginan que sigue ahí donde lo dejaron pero que ya no pueden ver, para dar lugar a la noche fresca. Hasta el fondo del horizonte se ven las montañas, secas en el verano, que alguna vez estuvieron llenas de olivos y uvas y higos… Ahí siguen muchas parcelas de olivos pero hay ceros enteros que se ven los árboles cortados desde la raíz. Por asuntos de seguridad, anuncia el gobierno israelí, y sin vergüenza destruye árboles que están ahí desde hace siglos ya que su aceite de olivo alimenta a los 3 millones de palestinos que permanecen aquí.

«No existe nada que pueda justificar las atrocidades que el ejército israelí comete», dice un chavo israelí que cumplió con su servicio militar de tres años y sólo saliendo de ahí reflexionó y se dio cuenta que todo eso fue injusto y mal hecho. De todas maneras hasta ahora todavía no puede pronunciar el nombre Palestina y se refiere al territorio sólo como Israel. Hay muchos israelís que no están de acuerdo con la política de su gobierno. Algunos de ellos y ellas se niegan cumplir con su servicio militar. Muchos de ellos y ellas participan en grupos en contra del muro y de la ocupación. Casi todas las semanas participan a las manifestaciones que se organizan en los pueblos fronterizos en contra del muro. El muro ahí, en muchos casos, divide las parcelas de los palestinos en la mitad. Los campesinos no tienen acceso a sus cultivos menos unos que tienen permisos especiales para ir a trabajar por unas horas en el mejor de los casos. Y eso no sin abusos por parte del ejército y de los colonos que viven al otro lado de las rejas. Estas comunidades están bien castigadas por el ejército justo por no conformarse con esa situación. Hay invasiones nocturnas a sus pueblos por el ejército que entra a sus casas para arrestar los shebab, chavos jóvenes que supuestamente en las manifestaciones tiran piedras al ejército.

En el pueblo Bil’in el ejército está en busca de 200 personas. Hace ya varios meses que familias enteras no duermen en las noches y vigilan para ver el ejército llegando y tener tiempo para esconder la gente perseguida si eso es posible. A veces los soldados entran en el pueblo y se esconden bajo los árboles de olivo esperando el momento adecuado para invadir. Otras veces llegan es sus jeeps como lo hicieron una de esas noches. Cuatro vehículos militares llegaron al centro del pueblo a las 4 de la madrugada. Más de cincuenta soldados salieron a la calle con sus armas automáticas listas para la acción. Cercaron varias casas. Entraron a una. Declararon el jardín de la casa zona militar cerrada. Hamish, dueño de la casa, que estaba vigilando en otro lado del pueblo llegó con su cámara de vídeo en la mano. No le permitieron grabar. Sacaron su hermano de la casa y se lo llevaron. «¿Te imaginas? Mi casa zona militar cerrada. Mi propia casa!», dice Hamish. Muchos internacionales estaban presentes, también grabando e intentando parar el ejército que estaba empujando y declarando: «no nos obliguen a usar violencia» como si hubieran llegado pácificamente. Lo mismo pasa en todos los pueblos fronterizos. No hay familia en todo Palestina sin presos, perseguidos, heridos y muertos.

El Nakbah, la catástrofe, que Israel sembró en 1948 despojó a los palestinos de sus casas y de sus tierras. Las familias entonces salieron de sus hogares con las llaves en la mano pensando que después de la guerra, en unos meses, en unos años, iban a regresar a su tierra. Perseguidos por el ejército muchas familias llegaron a las montañas en Nablus. «Mi abuela estaba embarazada a mi madre cuando tuvo que dejar su hogar. Llegando a la montaña tuvo que parir en la cueva, donde se quedaron por un año. Así que ahí nació mi madre. Después del año ya bajaron a la ciudad de Nablus y ahí en un lugar en las fueras, donde habían milpas de maíz, se construyeron tiendas de campaña para los refugiados que llegaron desde muchas ciudades. Mi madre es de Jaffa. Mi padre es de Haifa. Yo nací aquí, en el campo de refugiados Balata. Aquí empezaron a vivir en las tiendas de campaña, pues al principio pensaban que iban a regresar a sus hogares rápido. Pero los años pasaban y ahí seguían. Así que poco a poco empezaron a construir sus casas con material sólido. Primero se hicieron casitas de un piso, pues al principio se alojaban en Balata unas 5 mil personas. Pero después estás familias tenían más hijos e hijas, y ellas también se casaban y sus hijos tenían sus propios hijos y así llegó a tener hoy más de 20 mil habitantes en el mismo espacio que era el campo de refugiados en 1950. Es por eso que empezamos a construir más pisos en nuestras casas y ya no son casas bajitas sino edificios de muchos pisos. Ahora aquí en Balata hay de todo. Escuela, clínica… y todo eso en un kilómetro cuadrado».

«Balata fue un lugar de mucha importancia en la segunda Intifada. Todas las familias aquí tienen muchos hijos. La mía es de las más pequeñas, pues sólo somos 7 hermanos y hermanas. Dos familias que viven cerca de mi casa estaban en competencia. Pues cuando una se queda embarazada luego luego su vecina también se embaraza. Una vez una de ellas tuvo gemelos y luego luego la otra también tuvo gemelos. Esa es la parte chistosa de las historias acá. Pero hay una otra parte muy triste. Esas familias perdieron muchos de sus hijos en la segunda Intifada. Esta familia de 17 hijos perdió sus 5 hijos durante la Intifada y uno más que se quedó paralizado, no se puede mover ni hablar. Pues aquí tuvimos muchos mártires, fueron asesinadas por el ejército israelí más de 200 personas».

Pasando por los callejones estrechos que hay en medio de las casas, tan estrechos que apenas puede una pasar, no se deja de pensar como pueden tantas personas vivir en un espacio tan limitado y por tantos años. «Aquí no hay privacidad nunca», cuenta Ahmad mientras pasa por los callejones saludando a sus vecinos. «También nos cuidamos mucho entre nosotros, pero todo es muy difícil. En las noches sigue llegando el ejército, nos saca de las casas, nos arresta, tenemos muchos presos políticos injustamente encarcelados en las cárceles de Israel».

Casi la misma historia se repite en el otro campo de refugiados Dheisheh, cerca de Bethlehem. Ahí viven casi 12 mil personas y el lugar no aguanto y cuando se lleno muchas familias empezaron a vivir al otro lado de la carretera armando ya hoy una ciudad. «Mi hermano tiene 26 años y está en la cárcel desde hace ya 7 años, desda la segunda Intifada. Le dieron 35 años de sentencia. Sólo lo visité dos veces en todo ese tiempo. No me dejaron verlo más. Ahora hace dos años que no lo veo. Cuando me vio se sorprendió mucho. Me dijo que pensaba que nunca me iba a ver de nuevo. Ahí me contó como sufren en las cárceles. Que los torturan, los desnudan y les tiran agua una vez muy caliente y luego muy fría. A mi hermano lo pusieron a aislamiento estricto por tres meses y no tenía idea de lo que estaba pasando al mundo afuera. Es que los guardias los provocan y los hacen enfurecer. Así que mi hermano a veces pega a los guardias y por eso lo encierran sólo».

«Estamos cansados con esa situación. Y tenemos rabia y no sabemos que hacer. Sobrevivimos sólo para luchar. Palestina es una cárcel grande. Puedes tener dinero, coche pero aún así seguirás viviendo en una cárcel. Esa es la injusticia más grande. Y también la ironía. Nosotros no podemos viajar en nuestro territorio. Hay gente extranjera que va por donde quiera y nosotros la preguntamos que como es este lugar y el otro y que vieron allá. Todo es irónico. Y es muy difícil vivir así. Para todo tenemos que pedir permiso. Mira ahí esta montaña. Ahí es donde hay agua. Ahora está llena de colonos y no nos permiten tener agua, sólo nos dan un poquito».

Muhammad tenía 15 años y vivía en el campo de refugiados Al – Jalazun cerca de la ciudad de Ramallah. A unos sólo metros de la escuela montada por las naciones unidas en el campo hay una colonia ilegal israelí. En una de las esquinas que ve a la escuela está la torre de control del ejército israelí. Un día Muhammad iba a una piscina que está cerca de la escuela con unos amigos. Iban caminando y jugando en la parcela de olivos que hay entre la escuela y la colonia. Los soldados israelís dispararon. Muhammad cayó muerto en unos pocos minutos. Tres de sus amigos resultaron heridos por balas. Hace unos años el ejército israelí mató otro cinco niños en el mismo campo con manera parecida. El padre de Muhammad fue asesinado por el ejército hace siete años. Estuvo perseguido por dos años y medio hasta que el ejército lo encontró donde se escondía en las montañas y lo mató.

El mapa de Cisjordania y de la Franja de Gaza está amarrado con un cordón. Es la imagen de un preso, un preso con muchas caras y de muchas edades. El cordón se forma de un muro y vallas y ametralladoras y tanques y mentiras e intereses. El cordón diario se está apretando y se hunde más al cuerpo desgastado que alguna vez fue y, aunque menos, sigue siendo Palestina. Mientras el cordón más se aprieta más las heridas sangran y el dolor es tan grande que no hay mar donde lavarlo. Hay una memoria histórica y colectiva muy viva en el pueblo palestino. La memoria, y la nostalgia al mismo tiempo, de lo que fue que se sigue alimentando de un presente de sufrimiento diario. Pensar en el futuro es difícil, imaginar la vida cuesta trabajo. Pero, según un mural en Dheisheh, hay una mano que escribe en la pared que «mi país es Palestina». Y cuando esa mano estará amarrada habrá una voz gritando que «mi país es Palestina». Y cuando esa voz sea apagada habrá un pensamiento dentro de la cabeza soñando que «mi país es Palestina». Y cuando este cuerpo será asesinado saldrán muchas manos jóvenes escribiendo en la misma pared con su sangre que «mi país es Palestina».

Elpida forma parte del ISM ( (International Solidarity Movement): http://palsolidarity.org/