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Mi… «¿Querido?»… FBI. (Duodécima parte)

Fuentes: Rebelión

EL FBI Y SUS CONFABULACIONES Y CEGUERA ANTE LOS PLANES MAGNICIDAS CONTRA FIDEL. (II) La enfermiza obsesión por asesinar a Fidel Castro, patrocinada por la FNCA y el terrorista Posada Carriles, se mantuvo en plena efervescencia durante toda la década de los noventa. El 27 de octubre de 1997 fue capturado en Puerto Rico el […]

EL FBI Y SUS CONFABULACIONES Y CEGUERA ANTE LOS PLANES MAGNICIDAS CONTRA FIDEL. (II)

La enfermiza obsesión por asesinar a Fidel Castro, patrocinada por la FNCA y el terrorista Posada Carriles, se mantuvo en plena efervescencia durante toda la década de los noventa. El 27 de octubre de 1997 fue capturado en Puerto Rico el yate «La Esperanza», propiedad del contrarrevolucionario José Antonio Llamas, directivo de la Fundación, en aguas cercanas a esta Isla del Encanto, cerca del Cabo Rojo, por el barco Barnoff de la Guardia Costera de los Estados Unidos. Sus cuatro ocupantes. Ángel Manuel Alfonso Alemán, Juan Bautista Márquez, Miguel Ángel Hernández Rojo y Francisco Secundino Córdova, planearon realizar un atentado contra Fidel Castro, durante su asistencia a la VII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, a realizarse entre los días 8 y 9 de noviembre, en Islas Margarita, Venezuela.

El operativo implicado en este magnicidio, había realizado estudios previos sobre el terreno, con vistas a detectar aquellos puntos factibles para realizar disparos con dos sofisticados fusiles semiautomáticos calibre 50, marca Barret y modelo 82A1, dotados con miras telescópicas, contra la aeronave que transportaría al jefe de estado cubano o contra los carros blindados que lo transportarían. Contaban además con siete cajas de proyectiles para estas armas, cada uno con 10 cartuchos, así como varios uniformes militares, 6 radios portátiles, un teléfono satelital, visores nocturnos, y miras telescópicas, además de un total de cerca de mil dólares

La preparación de este atentado contó con la organización de Posada Carriles y Arnaldo Monzón Plasencia, otros directivos de la FNCA, así como grupos contrarrevolucionarios radicados en Venezuela y Miami. Entre los primeros se encontraban Salvador Romaní, Ricardo Koesling, Francisco Pimentel, Hermes Rojas Peralta, Pedro Morales y Nelly Rojas, esposa de este último. Entre los contrarrevolucionarios radicados en la Florida, vinculados todos a la FNCA, se encontraban Alberto Hernández, Francisco José Hernández Calvo, Alfredo Domingo Otero, José Antonio Llamas, Horacio Salvador García Cordero, Pedro Martín Pérez y otros.

La célula venezolana de Posada Carriles, a su vez, se encargó de realizar estudios en Isla Margarita que contemplaron el descubrimiento y análisis de las medidas gubernamentales de seguridad en la misma, el examen del recorrido posible de la aeronave cubana que transportaría a Fidel, previo a su aterrizaje, sus vías de desplazamiento en el lugar, así como otras importantes tareas logísticas.

Detenidos por el FBI, los cuatro terroristas hicieron disparatadas y contradictorias versiones sobre el plan. Más adelante se esclarecerían los hechos. Pocos días después, durante el proceso investigativo, los fiscales federales se encontraron que el plan de atentado no era un hecho realizado aisladamente por estos individuos, sino una de las madejas de una conspiración. Ante los abrumadores hechos acusadores, la portavoz del Buró en San Juan, Sara Lema, se vio obligada a declarar, totalmente ajena a las maniobras que ulteriormente tejería su jefe, el Agente Especial a Cargo, Héctor Pesquera, para exculpar a los magnicidas, lo siguiente: «Estamos conduciendo la investigación y la indagación continúa para constatar el supuesto atentado contra la vida del presidente cubano».

Las inexactitudes del proceso investigativo llevado a cabo por el FBI, a todas luces deliberadas y comprometidas con la mafia de Miami, el ocultamiento y omisión de pruebas y declaraciones de los acusados, los controvertidos vínculos entre la parte acusadora y la defensa, que planteaban un lógico conflicto de intereses, así como otras actuaciones controvertidas, anunciaron desde un inicio el triunfo de la impunidad sobre la justicia. Un ejemplo de ello es que la Oficina del Fiscal de EEUU en Puerto Rico evaluó inicialmente que el proceso fuera conducido por un Gran Jurado Federal para procesar a los terroristas, pero luego se dedicó a exculpar primero a los autores intelectuales y, posteriormente, a propiciar la absolución de los implicados directos.

Lo primero en aparecer en la fase investigativa fue una cuenta bancaria a nombre de Juan Bautista Márquez en el CITIBANK de Miami, con un depósito de $2,000. Sospechosamente, esta cuenta fue incrementándose en los próximos días al recibir una transferencia inicial de $2,990 y un depósito ulterior de $127.00. Hoy se ha comprobado que estas sumas de dinero fueron entregados a Juan Bautista por Alfredo Domingo Otero, uno de los jefes de operaciones del grupo paramilitar de la FNCA. Asimismo, las investigaciones arrojaron que los dos fusiles Barret fueron comprados por Francisco «Pepe» Hernández, presidente de la FNCA y Juan Evelio Pou, otro de los integrantes de esta organización terrorista. Más adelante, el jurado de instrucción comprobó que el dueño de la nave era José Antonio Llama, otro de los directivos de la FNCA. Incomprensiblemente, no se molestó a ninguno de los autores intelectuales comprometidos en el magnicidio.

A pesar de que todos los tripulantes capturados por la embarcación «Barnoff», de la Guardia Costera, tenían amplios antecedentes que los vinculaban a acciones terroristas contra Cuba, poco se hizo por investigar sus antecedentes delictivos y evaluar su potencial peligrosidad. Ángel Manuel Alfonso Alemán había estado condenado en Cuba por actividades terroristas y era vicepresidente de la Asociación de Ex Presos Políticos en el Exilio, así como era un reconocido traficante de armas. Francisco Córdova, por su parte, participó en la derrotada invasión de Playa Girón en 1961 y se había mantenido realizando acciones violentas contra Cuba en los años anteriores. Juan Bautista Márquez, fue ex capitán de buque de la CIA y también un reconocido narcotraficante vigilado por la DEA.

Lo sorprendente de todo fue que, a pesar de los delitos cometidos, los acusados fueron liberados bajo fianza. Miles de dólares fueron desembolsados por la FNCA para pagar las fianzas impuestas y los gastos de la defensa. Sorpresivamente, cuando se esperaba que ellos purgaran su crimen con sanciones adecuadas con su delito, fueron acusados simplemente de dos delitos menores. Por arte de magia, fueron escamoteados los delitos de más peso: conspiración para cometer asesinato, tráfico de armas y falsos testimonios. Era, sin lugar a dudas, una muestra más de la parcialidad de la justicia norteamericana con los terroristas de origen cubano. A la larga, luego de clamar por la realización de este en juicio en Miami, la mafia logró la absolución de los detenidos en diciembre de 1999. Uno de los exonerados por falta de pruebas en 1999, Juan Bautista Márquez, quien se encontraba aún bajo fianza, fue capturado después por la DEA, en enero de 1998, con un cargamento de 365 kilos de cocaína, Fue acusado de varios delitos, entre ellos el de tráfico de drogas y lavado de dinero.

Mientras tanto, muchos de los agentes del FBI en la División de Miami, como el propio Paul R. Philip, el agente especial en el cargo de la oficina de Miami del FBI; el Agente Especial Raúl Fernández, asignado a la Dirección Operativa de Miami desde 1987 y David A. Cardona, agente especial a cargo de Supervisión, teniendo a varios infiltrados dentro de la FNCA y los grupos terroristas asentados en Miami, tácitamente dieron luz verde al operativo de muerte, sin impedir la salida de La Esperanza del Puerto de Miami. Ni tan siquiera se limitaron a comunicar este hecho a su homólogo de la División de San Juan, Héctor Pesquera y, si lo hicieron, éste tampoco hizo algo por detenerlo.

La captura casual del yate La Esperanza, colocó al jefe del FBI en Puerto Rico desde 1992 en una situación complicada. No tuvo más remedio que actuar contra los cuatro terroristas, pero en contubernio con Ricardo Pesquera, su propio hermano, acudió a las más impensables triquiñuelas para lograr, definitivamente, para que los cargos contra ellos fueran retirados. Fue, sin lugar a dudas, otro de los bochornosos capítulos que almacena el FBI en su larga historia.

NUEVOS PLANES MAGNICIDAS.

La mano de Posada, confabulada en este estropeado plan, no descansó luego de ver frustrados sus objetivos. En los primeros meses de 1998, Posada estuvo realmente ocupado con la preparación de otro atentado contra Fidel Castro durante su esperada visita a República Dominicana, en ocasión de la Cumbre de Jefes de Estados Asociados del Caribe, a celebrarse meses después, entre los días 20 y 25 de agosto de ese año.

Su primer paso fue viajar a Estados Unidos el 10 de abril de 1998, entrando a este país con total impunidad y empleando un pasaporte falso, presumiblemente para encontrarse con altos dirigentes de la FNCA, entre los que se encontraban Alberto Hernández, Francisco José Hernández Calvo y Roberto Martín Pérez, entre otros. De Arnaldo Monzón Plasencia recibió 10 mil dólares para gastos iniciales. Como segundo paso, ya coordinado el plan con sus socios de la FNCA, convocó a una importante reunión pública en el Hotel Holliday Inn, de Ciudad Guatemala, entre los días 19 y 21 de julio de 1998, en la que participaron junto a él, entre otros, los contrarrevolucionarios de origen cubano Enrique Bassas, Ramón Font y Luis Orlando Rodríguez. Con total desenfado, Posada explicó a sus socios de correrías el empleo de dos cohetes tierra aire, como primera opción, o el uso de cargas explosivas en las rutas de tránsito de de la delegación oficial cubana o en algún lugar al que ésta asistiera. Todo, en realidad, estaba preparado. Cuatro meses antes, Posada ingresó a Nicaragua por el Aeropuerto Internacional «Augusto César Sandino», precisamente el 26 de marzo de 1998, con falsa identidad a nombre de Franco Rodríguez Mena, avalada con el pasaporte salvadoreño el Nro. 143258, empleado por él en varias oportunidades y que usaría en noviembre del año 2000 durante el fallido atentado contra Fidel en Panamá, para adquirir los medios necesarios para perpetrar el atentado contra el jefe de estado cubano. Desde Managua viajó a la ciudad de Estelí, donde contactó a un grupo de contrarrevolucionarios cubanos, miembros de su extendida célula, a los que encargaría adquirir una cierta cantidad de explosivo plástico C-4 y dos lanzacohetes portátiles.

Posada Carriles estaba entusiasmado con el plan y presionó a sus abastecedores de armas para obtener los explosivos y los lanzacohetes ya solicitados. Por tal motivo, volvió a viajar a Nicaragua, esta vez por vía terrestre, utilizando el Paso de Las Manos el 7 de mayo de 1998, procedente de Honduras. Su apuro se debía, sobre todo, porque era conocedor de que otros miembros de la FNCA también estaban inmersos en otras variantes para ejecutar el atentado contra la vida de Fidel. Posada no desconocía que Roberto Martín Pérez, otro de los directivos de la Fundación, había realizado varios viajes a República Dominicana, ávido de protagonismo, para ser él quien dirigiera la liquidación de Castro. Martín Pérez usó sus viejas relaciones con el contrarrevolucionario Frank Castro, residente en República Dominicana, y con Ramón Ignacio Orozco Crespo, para cumplir tal cometido. El hecho de que Orozco perteneciera al PUND, organización terrorista radicada el 215 W 17th. Avenue, en Miami, y dueña de un campo de entrenamiento en Facahatchee Park, en Miami, así como sus vínculos con miembros de la misma como Sergio González Rosquete, y otros criminales como Darío López, Higinio Díaz y Enrique J. Rabade, le daban cierta ventaja sobre Posada en la ejecución del pretendido magnicidio.

Posada y Martín Pérez corrían contra reloj, pues eran sabedores que Rufino Álvarez Oquendo, jefe del auto titulado Ejército de Resistencia Interna, muy amigo de Martín Pérez y de Horacio Salvador García Cordero, en ese entonces miembros de la Junta de Directores de la FNCA, se encontraba también preparando otro plan alternativo de atentado contra Fidel Castro cuando éste visitara Santo Domingo en el venidero agosto. Fue esta visita de Fidel al exterior, sin lugar a dudas, una de las más peligrosas por la impunidad y el frenesí empleado por los mafiosos anticubanos por privarlo de su vida.

Lo interesante de estos planes es que el FBI tenía pleno conocimiento de los mismos. Enrique Bassas, uno de los participantes del plan urdido en Guatemala, había sido recientemente investigado por agentes del Buró, el ATF y la DEA sobre la base de sospechas de narcotráfico mediante su agencia naviera Bassas Cargo Internacional y por el uso de sus embarcaciones y bodegas para el ocultamiento de grandes cantidades de armamento. El FBI también conocía las actividades ilícitas de Ramón Font, implicado desde los años sesenta a la guerra sucia de la CIA contra Cuba y en operaciones terroristas que vulneraban la Ley de Neutralidad norteamericana. Por su parte, Luis Orlando Rodríguez fue el encargado de sufragar los gastos de los asistentes al encuentro en el Holliday Inn. Estaba claro que ese dinero no salió de su bolsillo sino de las arcas de la FNCA. Su vida, a grandes rasgos, demuestra su eterna vinculación a causas cuestionables: ex escolta de Fulgencio Batista en el Campamento de Columbia, integrante de una organización terrorista fruto de la CIA, el Frente Democrático Revolucionario; ex mercenario de la brigada 2506 y jefe de la 2da Compañía del Batallón; especialista de la CIA entrenado en Fort Benning; ex militar de la US Army en Vietnam; así como participante en las operaciones de la CIA en la Base de Ilopango en la sucia contra la Nicaragua Sandinista.

Otro de los implicados en estos planes, Francisco José Hernández Calvo, presidente de la FNCA, fue citado en 1997 por los oficiales del FBI bajo el mando del SAC Paul R. Philip, por hallarse involucrado en un plan que contemplaba ataques contra Cuba, empleando aviones teledirigidos y cargados de explosivos, a un precio de 50 000 dólares cada uno, los que se lanzarían contra algunos de los objetivos de los que yo, supuestamente, había identificado en 1994 con el GPS. SAC Paul R. Philip se limitó a hacer una tímida advertencia al prominente jefe de la FNCA, luego de darle un efusivo apretón de manos. Ni siquiera un documento dejó constancia de la citación.

Uno de los defectos que reiteradamente ha traicionado a Posada Carriles es su ego desmesurado y su afán de protagonismo. Y fue ese ego quien lo hizo dar un paso en falso: mientras se encontraba envuelto en la tarea de realizar los planes de atentado contra Fidel Castro en República Dominicana, Posada concedió una entrevista a dos periodistas del New York Times, Ann Louise Bardach y Larry Rohter, el 13 de julio de 1998, a los que impuso con desfachatez su participación en las actividades terroristas contra Cuba en las últimas décadas. Olvidándose de dos refranes que uno debe tener siempre presente en la vida: «El habla es plata; el silencio es oro» (alemán) y «Luego que has soltado la palabra, ésta te domina. Pero mientras no la has soltado, eres su dominador» (árabe), Posada no tuvo el menor reparo en sobredimensionar su papel en la guerra sucia contra Cuba e implicar en atentados terroristas y planes magnicidas a la FNCA, particularmente a sus más prominentes jefes como Jorge Mas Canosa y su hijo Jorge Mas Santos, Alberto Hernández, Francisco José Hernández Calvo, Feliciano Foyo, Arnaldo Monzón Plasencia, José Antonio Llamas, Roberto Martín Pérez y otros directivos de la Fundación, algunos de los cuales la abandonaron en el cisma del 2001 para integrar el Consejo por la Libertad de Cuba. También involucró en sus declaraciones a otros compañeros de correrías criminales como Gaspar Jiménez Escobedo, Ramón Orozco, Félix Rodríguez Mendigutía, Guillermo Novo Sampoll, Pedro Crispín Remón y otros, de amplios records criminales. No pudo faltar en su alardoso discurso su vinculación estrecha con la CIA y el FBI, a los que dijo reconocer como sus patrocinadores y protectores.

El nuevo milenio sorprendió a Posada Carriles y a sus socios de la FNCA tramando nuevos planes de terrorismo contra la Revolución Cubana, como si no bastaran para ellos el tiempo y el cansancio para desistir de su obcecada beligerancia. Posada Carriles entró ilegalmente a los Estados Unidos el 26 de abril del 2000, procedente de Centroamérica, haciendo uso de un pasaporte falso salvadoreño a nombre de Franco Rodríguez Mena. El propósito de su visita era, sin lugar a dudas, organizar y coordinar un futuro atentado contra Fidel Castro en noviembre de ese año, cuando éste visitara Panamá. Allí se reunió con sus viejos compinches residentes en Miami con vistas a recabar fondos para la operación y organizar el team terrorista que lo ejecutaría. Fue recibido particularmente por Alberto Hernández y Francisco José Hernández Calvo, quienes se encargarían de financiar la operación. Dentro de este plan contaba, desde luego, con la infraestructura terrorista que había creado en Centroamérica durante largos años.

El 3 de noviembre del 2000 Posada Carriles arribó a Panamá procedente de Costa Rica. En esta oportunidad volvió a emplear el mismo pasaporte salvadoreño A-143258 a nombre de Franco Rodríguez Mena, usado para su viaje a EE UU unos meses antes y que empleó también en agosto de ese año para desplazarse por la región. Una vez en Ciudad Panamá, se hospedó en la habitación 215 del Aparta hotel Las Vegas, donde contactó con uno de los miembros de la célula centroamericana, el cubano César Matamoros. Con el mismo analizó las cuestiones logísticas para la futura y tenebrosa operación de asesinar al mandatario cubano Fidel Castro Ruz.

Como una medida de lógica precaución y haciendo gala de su experiencia operativa, Posada Carriles se cambió al Coral Suites el día 8 de noviembre, comunicando previamente su intención a César Matamoros. De esta forma trataba de escabullirse de cualquier posible seguimiento de las autoridades panameñas o de otras personas. Un día después, el 9 de noviembre, arribó a Panamá por el Aeropuerto Internacional de Tocumen otro de los miembros de la célula terrorista centroamericana de Posada, el salvadoreño de origen cubano Raúl Hamouzova, quien integraría el comando magnicida. Tanto el recién llegado, como su cómplice, alquilaron un Mitsubishi Lancer de color rojo y con matrícula 223 251, en la agencia «Dollar-Rent-A-Car», que les serviría para sus desplazamientos por la ciudad y que sería manejado por un empleado de Matamoros nombrado José Manuel Hurtado.

Posada dedicó los próximos días para preparar y organizar el futuro operativo terrorista sobre el terreno, chequeándose y contra chequeándose sistemáticamente. Dentro de los planes alternativos de fuga ha previsto el apoyo de otro contrarrevolucionario de origen cubano nombrado José Valladares, conocido como «Pepe, el Cubano», a quien visitó en su hacienda en Chiriquí el 14 de noviembre. La ubicación de esta hacienda nombrada Jacu, en la zona fronteriza con Costa Rica, cerca del Puerto de Paso Canoa, punto fronterizo por donde él entró a Panamá apenas unos días antes, la hacía favorable como punto de recepción de los otros implicados. Allí esperará una noche el arribo de Guillermo Novo Sampoll, quien llegó un día después.

El 16 de noviembre ambos esperaron el arribo de Pedro Crispín Remón y Gaspar Jiménez Escobedo, quienes entraron a Panamá por el mismo Puerto fronterizo de Paso Canoa. Con total impunidad y con la posible ayuda de funcionarios aduanales lograron introducir dentro del equipaje la cantidad de 33,4 kilogramos de explosivos de nueva generación, así como los medios detonantes necesarios. Otra versión plausible es que los explosivos entraron a Panamá por uno de los senderos secretos fronterizos dedicados al frecuente contrabando en la zona y que Pedro Crispín Remón los recogió al adentrarse en la espesura aledaña a la frontera. No cabe duda que, de ser cierta esta versión, fueron previamente colocados allí por cómplices de su célula centroamericana residentes en Costa Rica.

Lo sorprendente de este paso por la frontera es que, si bien Guillermo Novo y Pedro Remón utilizaron pasaportes norteamericanos legales con números 043788076 y 084987631, respectivamente, Gaspar Jiménez Escobedo empleó un pasaporte falso de la misma nacionalidad a nombre de Manuel Díaz y con número 044172940. Nadie se percató ni de los explosivos ni del pasaporte falso empleado por Jiménez Escobedo.

Una vez reunidos todos en la hacienda Jacu discutieron el plan operativo para el atentado y analizaron las orientaciones provenientes de sus socios de Miami. Posteriormente, ese mismo día, todos se desplazaron hacia Ciudad Panamá. Posada Carriles, Guillermo Novo y Pedro Crispín Remón lo hicieron en una avioneta alquilada previamente por su socio Valladares, mientras Gaspar Jiménez Escobedo lo hizo por tierra, en el Mitsubishi Lancer manejado por José Manuel Hurtado, haciéndose acompañar por la poderosa carga explosiva. Ya reunidos todos en Ciudad Panamá, se hospedaron en el Coral Suites: Posada y Remón en la habitación 310, mientras Jiménez Escobedo y Novo Sampoll lo hacían en la 509. Indudablemente fue un error operativo el concentrarse todos en el mismo hotel, lo que permitió su fácil y posterior captura. Posiblemente fue un exceso de confianza del tradicionalmente desconfiado Luis Posada Carriles o que hizo «honor» a uno de sus seudónimos (Lupo/Lobo), acostumbrado a deambular en manadas tras su presa.

Como una medida lógica, propia de un experimentado conspirador, se deshizo del Mitsubishi Lancer que emplearon en los días iníciales, rentando dos autos diferentes: un Mitsubishi Lancer de color negro y otro Mitsubishi modelo Galant. Novo y Gaspar Jiménez se movieron en el primero, empleando a Hurtado como chofer, mientras Posada Carriles y Remón usaron el Galant para desplazarse por la ciudad. En el Mitsubishi negro se dedicaron Novo Sampoll y Gaspar Jiménez a realizar los primeros estudios operativos con vistas a seleccionar el lugar del futuro atentado contra Fidel Castro. Recorrieron inicialmente las áreas aledañas al Ceasar Park, hotel en que se llevarían a cabo las sesiones de la Décima Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, comprobando la existencia de severas medidas de seguridad, lo que les hizo descartar este sitio. Posteriormente se dirigieron a la Universidad y se acercaron al Paraninfo, lugar en que se reuniría Fidel Castro con más de un millar de estudiantes universitarios. En horas de la noche del 17 de noviembre ya estaba claro que el lugar idóneo para el magnicidio sería el Paraninfo de la Universidad de Panamá, sin importarles poner en riesgo la vida de numerosas personas inocentes. Novo y Gaspar Jiménez Escobedo emplearon a José Hurtado para que realizara un estudio «in situ» dentro de las áreas de la Universidad de Panamá.

Mientras los terroristas daban punto final a la organización de su criminal operativo, Hurtado llevaba el Mitsubishi rojo a un punto de fregado, ya que sería entregado al día siguiente, 18 de noviembre. Al revisar el auto, José Hurtado se percató del inexplicable olvido por parte de Luis Posada Carriles de la maleta negra portadora de los explosivos. Al llamar a su jefe, César Matamoros, éste le indicó que la devolviera a sus dueños. Todavía hoy sorprende este «olvido» del material explosivo por parte de los operativos contrarrevolucionarios, los que contaban con amplia experiencia en operaciones encubiertas dada su larga actividad como expertos de la CIA.

Los acontecimientos se sucedieron de manera precipitada una vez que el Comandante en Jefe Fidel Castro denunció en una conferencia de prensa los planes de magnicidio que involucraban a Posada Carriles y sus cómplices. Todos los complicados en el fallido atentado fueron capturados sobre las 4 de la tarde del 17 de noviembre en el Coral Suites y sus áreas aledañas, viéndose Hurtado imposibilitado de devolverles la maleta con los explosivos. Ante este imprevisto escondió la maleta con los explosivos en un terreno baldío cercano al aeropuerto de Tocumen. La detención de Posada Carriles y sus cómplices por parte de efectivos de la Dirección de Seguridad de la Policía Técnico Judicial, dirigidos por Roger Díaz Quintero, dio paso a los interrogatorios preliminares en que los detenidos negaron su vínculo con el Mitsubishi Lancer en que Hurtado logró fugarse inicialmente.

El día 19 de noviembre, una vez capturado Hurtado, éste indicó a la Policía Técnico Judicial el lugar en que se encontraban ocultos los explosivos. Al abrirla se comprobó su peligroso contenido. A los 33,44 kilos de explosivo plástico le acompañaban todos los medios iniciadores y de control remoto requeridos para asegurar la detonación. De la misma manera, las indagaciones periciales corroboraron la presencia de muestras y trazos humanos dentro del contenido. Posada y sus cómplices negaron su vinculación al plan magnicida en la indagación judicial en los primeros días de diciembre del año 2000, lo que despertó profundas sospechas en los investigadores.

Los otros confabulados corrieron diferente suerte. Por su parte, Raúl Hamouzova consiguió evadir a la justicia panameña, mientras César Matamoros logró evadir la prisión mediante diversos vericuetos legales. Otro de los implicados, José Valladares Acosta, falleció en su hacienda Jacu el 7 de octubre de 2003 mientras se encontraba bajo arresto domiciliario y en espera de la realización del juicio a sus cómplices. Era, sin lugar a dudas, uno de los miembros de la célula terrorista centroamericana, confabulado en la preparación y aseguramientos de acciones violentas, así como uno de los miembros de las actividades de narcotráfico en la región, en unión de su socio Orestes Cosío, deportado a EE UU por actividades de narcotráfico.

La mafia miamense estaba nerviosa. Durante la celebración del juicio a los cuatro terroristas en la sede del Tribunal Marítimo en Ciudad Panamá, llamó la atención la presencia de un sinnúmero de contrarrevolucionarios de origen cubano entre los que se destacaron Francisco Pimentel, Osiel González Rodríguez, Pedro Gómez, Ernesto Abreu y Alicia del Busto.

El juicio en Panamá fue una verdadera farsa. Los terroristas juzgados recibieron condenas irrisorias entre 8 y 7 años de prisión en el 2004, sin tenerse en cuenta sus antecedentes criminales y la magnitud de los delitos cometidos por ellos, ya que algunos, como Posada Carriles y Gaspar Jiménez Escobedo, se encontraban prófugos de la justicia venezolana y mejicana respectivamente, mientras que todos contaban con abultados dosieres como terroristas e, incluso, como narcotraficantes.

El desenlace de este circo ya es conocido por todos: Los terroristas fueron perdonados por Mireya Moscoso, entonces presidenta de Panamá, a cambio de una cifra millonaria. Luego, todos arribarían por diversas vías a Miami.

El ingreso de Posada Carriles a Miami fue preparado por las altas esferas del poder en Estados Unidos y la mafia miamense, con el visto bueno del entonces Agente Especial a Cargo (SAC) Jonathan I. Salomón. Sin lugar a dudas tuvo que ser así, pues ¿de qué otra forma se podía burlar la férrea vigilancia del entonces Agente Especial Auxiliar a Cargo en la División de Miami, Stu MacArthur, responsable del cuarto Programa de Contraterrorismo más grande del FBI en EE UU y jefe de la South Task Force, con 150 investigadores y analistas de 38 agencias bajo su control, para permitir el acceso impune de Posada carriles a Los EE UU?

A MANERA DE CONCLUSIONES

Fidel ha sido uno de los líderes más perseguido por sus enemigos en la historia de la humanidad, a la par que uno de los más admirados por la gran mayoría de los hombres de su tiempo. Es un ícono que representa las ansias de libertad de los oprimidos, la verdad y la justicia. Centenas de planes se han fraguado contra él y ha salido ileso, unas veces por propia intuición y otras por la entrega desinteresada de quienes lo protegen y cuidan, que es su propio pueblo. Sobre esta entrega por protegerlo y preservarlo de las sucias maquinaciones criminales, expresó Carlos Rafael Rodríguez en el acto por el XX aniversario de la Revolución: «Cuidar a Fidel es cuidar a la Revolución en su conjunto. Fidel es el tesoro de nuestra patria, es el punto coagulante del proceso revolucionario».

Fidel ya no es solo de los cubanos. Es, indudablemente, parte del mundo y, por tanto, trascenderá en la historia por encima de sus enemigos. Podrá un día sucumbir de muerte natural y nadie más convencido que él de este hecho. Es por ello que expresó el 22 de enero de 2009 en una de sus Reflexiones: «He reducido las Reflexiones tal como me había propuesto para el presente año, a fin de no interferir ni estorbar a los compañeros del Partido y el Estado en las decisiones constantes que deben tomar frente a dificultades objetivas derivadas de la crisis económica mundial. Yo estoy bien, pero insisto, ninguno de ellos debe sentirse comprometido por mis eventuales Reflexiones, mi gravedad o mi muerte.»

«He tenido el raro privilegio de observar los acontecimientos durante tanto tiempo. Recibo información y medito sosegadamente sobre los acontecimientos. Espero no disfrutar de tal privilegio dentro de cuatro años, cuando el primer período presidencial de Obama haya concluido.»

Sin embargo, confío, que el Jefe todavía dará mucha lucha a nuestros enemigos. Simplemente ha sido, y es, un batallador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.