Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Un hombre duerme en las ásperas calles de Hatikva, un barrio emblemático de la pobreza. Ellen Barhat, dueña de una tienda, se esconde detrás de la persiana de hierro cerrada de su tienda. Sólo una estrecha abertura la separa de la calle. Pocos clientes entran en la tienda, que en todo caso tiene muy poco para vender. La puerta del refrigerador ha sido arrancada de sus goznes y Barhat ya retiró los fragmentos de las muchas botellas rotas. Sólo los ladrillos rojos apoyados en el suelo -fueron arrojados a la tienda durante la manifestación de la semana pasada contra los inmigrantes- y el agujero en la pared de placas de yeso permanecen como evidencia de lo ocurrido en el barrio Hatikva de Tel Aviv.
Cuando nos deslizamos por la estrecha abertura de la tienda esta semana, Barhat se apresuró a preguntar: «¿Hay balagan [lío] en la calle?». Es una de las pocas palabras hebreas que conoce. Esta semana abrió la tienda solamente en los momentos en que estaba en compañía de sus familiares. Cuando se fueron cerró la persiana de hierro y se acurrucó en los dormitorios pequeños de la parte trasera de la tienda. Allí, en el baño, es donde se escondió cuando los residentes del vecindario arrasaron su tienda. Sólo quedaron unas cuantas botellas de vino, todas las de cerveza resultaron destrozadas. Las botellas de la marca egipcia «Isla» de jugo de guayaba no fueron tocadas.
Barhat cruzó el desierto del Sinaí para venir aquí. Dice que pagó 7.000 dólares a sus pasadores. Aún no está lista para hablar de los horrores que experimentó en el camino; es de Eritrea, su hijo de ocho años quedó allá. La última vez que habló con él fue hace tres semanas. Ella no habla mucho. Tiene 23 años y ha vivido en Israel durante casi un año y medio. Hace dos meses alquiló este local a una vecina del barrio por 3.500 NIS mensuales.
Los israelíes compran en su negocio especias africanas y lentejas, los africanos compran productos básicos. Cuenta que los manifestantes robaron 9.000 NIS de su caja registradora, su ganancia semanal. Decenas de habitantes irrumpieron en la tienda en la víspera de la fiesta de Shavuot; se apresuró a pedir ayuda a un familiar que vino en un taxi compartido, pero cuando llegó el daño ya estaba hecho. Los daños de la tienda se estiman en unos 12.000 NIS, con el robo incluido. Nadie le ha ofrecido compensación.
Un día de esta semana al mediodía el famoso mercado de Hatikva estaba casi vacío de compradores. «Aquí están los medios de comunicación asquenazíes «, nos llamó un vendedor ambulante. En nuestra infancia, Hatikva [el barrio] se consideraba peligroso. Después, en la época del Primer Ministro Menahem Begin, un proyecto de renovación urbana dio al barrio un aspecto agradable y limpio. Ahora, el abandono reina otra vez. Los restaurantes, que estuvieron de moda durante unos años ya no son lo que fueron. Algunos han cerrado, otros atienden a una clientela de ultra-ortodoxos. La composición de la población también ha cambiado. Como ocurre en todos los barrios en dificultades, los inmigrantes africanos también han llegado a este barrio emblemático de la pobreza en Tel Aviv.
Hace unos meses lo visité en compañía de Munir Dwek -nuestro taxista cuando estamos en Gaza- que, sorprendentemente, había recibido una visa de entrada por una sola vez a Israel. Dwek se crió aquí y hasta el día de hoy puede recitar una de las oraciones de Yom Kippur de memoria. Muchos comerciantes del mercado lo reconocieron y lo saludaron con emoción y alegría manifiesta.
«Usted viene aquí por el olor y se queda por el sabor», promete un cartel en el mercado. Un trabajador sudanés parte el pan a la sombra de un restaurante que te saluda con un cartel que decía: «Bienvenido a la tierra de los alimentos de Irak».
No se ven muchos africanos hoy aquí, tampoco miembros de la Policía de Fronteras que enviaron esta semana. Inspectores municipales y miembros de la unidad Oz de la Autoridad de Inmigración patrullaban las calles comprobando los documentos de los africanos y sus posesiones. La calle adyacente al mercado se llama Rehov Hamevasser (Herald Street): «La primera persona que anuncia la salvación, el rescate, de un individuo o de los grupos en peligro, está cerca», según la explicación grabada en la placa de la calle.
En el centro de está la casa de Jabad, «Mesías House, un centro para la propagación del judaísmo y el jasidismo para alabar a nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro Rabino, que viva una vida larga, amén, el Rey, el Mesías».
Un color peligroso
La tienda de comestibles del comerciante de Eritrea Bahbolom Ukbzeki es más grande que la de Ellen Barhat, con chupetes de silicona que previenen los problemas de ortodoncia colgando en la entrada. La abrió hace cuatro meses, aunque lleva viviendo aquí cuatro años. Hay un camión que descarga mercancías para la tienda de comestibles, el conductor es israelí y su trabajo está en Eritrea.
Salim Armalat está de compras en la tienda. Parece africano, pero en realidad es un beduino del Néguev. Exmiembro del ejército israelí es un veterano zapador discapacitado que vive en Lod y renueva casas en el barrio Hatikva. En los últimos meses también a él le abucheron en varias ocasiones y le gritaron: «Negro, vete de aquí». La Policía de Inmigración le ha detenido en varias ocasiones para inspeccionar sus papeles. Le piden una visa. Él saca una tarjeta de identidad israelí y le dicen: «Estás bromeando».
Se divierte con todo el asunto: «Mi color se ha vuelto peligroso», dice con una sonrisa. A veces la gente cree que es de la India. Durante las manifestaciones de la semana pasada se escondió, sólo para estar en el lado seguro.
«Los africanos son buenas personas», dice, «pero también hay individuos problemáticos entre ellos. También hay árabes y judíos que crean problemas. ¿Sabe usted cuántos árabes cometen violaciones? ¿Y cuántos judíos? Pero no se oye hablar de ellos».
Mientras tanto, Ukbzeki cerró la tienda para llevarnos a otro sitio, donde tenía previsto abrir un cibercafé para su hermana, Bahari Yordanos. Pide a Meir, de la tienda de zapatos de al lado, que mantenga un ojo en la tienda de comestibles y en las botellas vacías de fuera. «Todo el mundo tienen derecho a vivir», señala Meir.
Ukbzeki ya cuenta en su tienda de comestibles con servicios de comunicación para los africanos -varios teléfonos y una computadora- pero quiere expandirse. Aquí está el contrato de alquiler de la nueva tienda, entre Shabo Naomi y Yordanos Bahari: «País de origen, Eritrea», dice el contrato; 1.500 NIS al mes, a pagar dos meses de antelación. El día después de la manifestación de la semana pasada rompieron las cerraduras de la nueva tienda, donde ya se habían instalado las mesas para los ordenadores. Los equipos todavía están en el camino. Ukbzeki compró nuevas cerraduras, pero las volvieron a rompen ese mismo sábado por la noche. La policía no acudió y tiene que presentar una denuncia en la comisaría.
El dueño de la propiedad dice que no es su problema. Mientras tanto, el cibercafé está bloqueado y no puede abrir su negocio. Ukbzeki teme que también rompan las próximas cerraduras que compre. Por encima de todo esto cuelgan algunas banderas israelíes pequeñas, tal vez dejadas el pasado Día de la Independencia. Ya están en mal estado. Y quizá también un poco avergonzadas.
Fuente: http://www.miftah.org/Display.cfm?DocId=24892&CategoryId=5