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Los estudiantes, esperanzados con dialogar, hemos visto huir al nuevo Ministro encargado de ese navío semihundido que es Bolonia

Miseria de la filosofía

Fuentes: Rebelión

Tal vez sea injusto usurpar para un simple artículo el título de la obra de Marx dedicada a criticar a Proudhon. Tal vez debería escribir «Miseria del filósofo». O del Rector. O del Ministro, si nos atenemos a los últimos acontecimientos. Ángel Gabilondo, Rector de la Universidad Autónoma de Madrid hasta que Zapatero le llamó […]

Tal vez sea injusto usurpar para un simple artículo el título de la obra de Marx dedicada a criticar a Proudhon. Tal vez debería escribir «Miseria del filósofo». O del Rector. O del Ministro, si nos atenemos a los últimos acontecimientos.

Ángel Gabilondo, Rector de la Universidad Autónoma de Madrid hasta que Zapatero le llamó a filas la semana pasada, ha anulado (supongamos que siendo consecuente con su nueva posición) el debate que se había comprometido a mantener el día 23 de Abril. Los estudiantes, eufóricos ante el manifiesto derrumbe de la infame Garmendia1, y llenos de esperanza ante la posibilidad de dialogar con el nuevo Ministro encargado de llevar el timón de ese navío semihundido que es Bolonia, hemos visto huir a Gabilondo con el rabo entre las piernas.

Sin embargo, me niego (nos negamos) en rotundo a perder la oportunidad de llevar a cabo el necesario debate. Ya que el duelo verbal es, por el momento, imposible, nos lanzaremos a llevar a cabo el escrito, tomando como referencia el artículo que Gabilondo escribió en Público el día 8 de Diciembre de 20082.

El título, Universidades: con cuidado pero sin temor, ya dice muchísimo. Comienza su pésimamente escrita3 defensa de Bolonia con un susurrante «Tranquilos, que no os va a doler» y penetra de lleno en la cuestión: es necesaria una reforma de la Universidad.

Estamos de acuerdo, señor Ministro. Pero siga, siga con su intervención.

«Y no deja de ser verdad que hay modelos diferentes de entender en qué ha de consistir ese cambio radical y cuál ha de ser su alcance». ¡Vaya sorpresa! Resulta que, de repente, cuando era Rector, el señor Ministro presenció el debate en torno a cuál de las vías de reforma de la Universidad española era la más apropiada; debate que el resto de nosotros, pobres mortales, nos perdimos. Es muy sencillo defender, ante el público ausente de un debate inexistente, que la senda triunfante fue la de Bolonia… Pero siga, por favor, siga, que esto se pone interesante.

«Empecemos por no satanizar ni descalificar los argumentos de quienes no piensan en este asunto como nosotros». ¡Hey, hey, hey!¡Pare el carro!¿Qué clase de masa uniforme y adormilada de doublethinkers4 embrutecidos se esconde tras ese plural mayestático?

Cuando avanzamos en su intervención, descubrimos que resulta que es «estremecedora» la distancia con la que la Universidad habla de la sociedad5, a la que calificamos (hemos de pensar que siendo simplistas) de mercantilista6. Aunque parece que el Ministro nos niega el carácter mercantil de nuestras sociedades, acto seguido dice que «en gran parte lo son», y añade que «también muchos compartimos valores y convicciones para perseguir y luchar por que el mundo sea más justo y solidario». Se me saltan las lágrimas, señor Ministro, ¡cuantísimo sentimiento7 mana de sus palabras! Tanto, que yo añadiría que esta sociedad, además de mercantilista es, por cortesía del Capital, profundamente hipócrita.

«Ciertamente, en ocasiones el debate más parece tener que ver con las formas de participación (…), con la legitimidad de los órganos de decisión (…), sobre el sentido y alcance de la democracia, hasta acabar por deliberar sobre la globalización y, en definitiva, sobre el mundo. (…) Quizá se trata de eso, en última instancia, siempre que hablamos del conocimiento, de la educación, de la cultura, de la ciencia, de la universidad. Pongamos entonces las cosas en su sitio y, si ese es el debate, centrémonos en él, pero en ocasiones es desconcertante comprobar las derivas argumentativas que, por ejemplo, conducen a algunos a considerar la elaboración de los nuevos planes de estudio como una muestra de la mercantilización de la educación superior8«.

Y se queda tan ancho. Resulta que, aunque sea pertinente (y lo es) hablar de la democracia en la Universidad9, de globalización, e incluso del mundo, no lo es, para el Ministro, hablar de mercantilización de la Universidad. ¡Y eso que, según él mismo, las sociedades son «en gran parte» mercantilistas! ¿Será que, para el Ministro, la sociedad ha de ser considerada al margen del mundo?

Pero no nos preocupemos por estas naderías, porque enseguida cambia de parecer y se erige en defensor de la Universidad pública. De repente, la mercantilización no es sólo parte del mundo, sino que se convierte en un problema que el Ministro, Campeón de Campeones, va a solucionar.

Siga, pues, con el cantar de gesta que narra sus propias e increíbles (sobre todo increíbles) hazañas, situadas en un futuro utópico, indeterminado y luminoso más allá de los negros nubarrones de Bolonia. Adelante, adelante, que soñar es gratis (de momento).

«Ni los organismos públicos y privados (…) son clara expresión de la perversidad del mundo, ni atender las demandas de la sociedad es signo de la claudicación a los intereses del mercado (…) No somos adiestradores profesionales ni nuestro objetivo es capacitar para producir, pero estimamos que formar para poder desarrollar una actividad, no es incompatible con ser dignos ciudadanos, ciudadanos dignos».

Lamento decirle, señor Ministro, que tiene usted un pequeño lío en la cabeza. Un «digno ciudadano» es lo mismo, gracias a la flexibilidad de esa lengua que usted maltrata, que un «ciudadano digno»; pero no es lo mismo «formar para producir» que «producir una vez formado».

Pero, dice él, «ni hemos nacido para ser empleados ni para que otros lo sean por nosotros».

Ahí está su error, señor Ministro. Permítame que, encajando a golpes la mayéutica en un triste monólogo (es culpa suya, que lo sepa), le muestre cuál es la situación real:

Dejando de lado su argumentación contradictoria, ¿estamos de acuerdo en que la sociedad, como parte sustantiva del mundo, es capitalista y, por tanto, necesita de la mercantilización de absolutamente todo? Evidentemente, cómo iba a negarlo. Y, estando eso claro, ¿no es evidente que, si usted quiere sobrevivir, más le vale trabajar para comprar todo lo que necesita con su salario? Hombre, esto es innegable. Entonces, llegamos a la siguiente conclusión: para el capitalismo somos, evidente y primordialmente, «funcionarios» que o bien compran fuerza de trabajo o bien la venden, que o bien explotan o bien son explotados, etc.

En ese sentido, en tanto que animales sociales que, por puro azar, hemos nacido en una sociedad capitalista, lo hacemos, en ese contexto específico, como empleados o como empleadores. Parece, pues, que le estoy dando la razón a quien afirme que la mercantilización no sólo es «natural» sino que, como tal, es «buena». ¡Falso! Lo que sucede es que los cambios del mercado son tan impredecibles como rápidos, de forma que, ajustar los planes de estudio a las necesidades económicas de un determinado instante, garantiza peor formación y no un mejor empleo. Ganarse la vida no tiene que ver (o no mucho) con lo que uno estudia, sino con la suerte que uno tenga y con las circunstancias externas que le toque vivir. ¿Está claro? Sigamos, pues.

«El debate ha de centrarse en los aspectos relativos a las acciones más específicas en las que ahora nos ocupamos. Modificar las formas de aprender y elaborar nuevos planes de estudios». Es posible que no sea acertado aplicar la misma metodología a materias tan dispares como Ingenierías, Medicina, Filologías o las diferentes Ciencias Sociales (de hecho, es una majadería).

«Están llenas de sentido nuestras precauciones para que la formación no suponga una pérdida de conocimientos a favor de un amaneramiento de las habilidades, pero también es cierto que determinadas competencias son también conocimiento».

¡Con la LOGSE hemos topado! Señor Gabilondo, ahora hay que ponerse serios. Todo ese discurso huero oculta un problema gravísimo y que, sin querer con ello camuflar el que tiene la Universidad, he de decirle que está en otro sitio: en la educación secundaria. La Universidad no puede ni debe convertirse en el lugar donde un mancebo de dieciocho años aprenda a hablar en público o a escribir correctamente; eso se hace en la educación secundaria, que es donde hay que realizar una reforma radical (que acompañe, claro, a la de la Universidad), atendiendo siempre a ese punto que hasta ahora permanece ignorado, a saber, que la situación de la Universidad española (y del sistema educativo en su conjunto) no permite implantar correctamente lo que Bolonia plantea como ideal intencionadamente irrealizable ni nada que se le parezca.

¿Quiere hacer algo sensato y que se le recuerde, no como un buen Ministro, sino como uno «mejor»? Plantee en serio (y lleve a cabo) una moratoria y deje discutir a los que saben del tema, que no ganamos nada subiendo a un tren (el de Bolonia) que hace rato que ha descarrilado.

Miguel León, Estudiante de Ciencias Políticas y de la Administración (UCM)

Notas:

1. Martes, 7 de Abril. Zapatero ante los medios después de los cambios efectuados en el Gobierno. Pregunta: El hecho de que Universidades vuelva a Educación… ¿se puede interpretar como un fracaso?. Respuesta: El cambio en Educación responde, en buena medida, a la personalidad del Ministro de Educación. Creo que tenemos un reto, como es todo el proceso de adaptación al llamado Proceso de Bolonia, de gran calado, que además exige explicación y diálogo en los ámbitos universitarios… Se puede entender como una rectificación.

2. Ver en: http://blogs.publico.es/dominiopublico/944/universidades-con-cuidado-pero-sin-temor/

3. No digo esto porque sí. El texto está lleno de frases vacías, lugares comunes, contenidos inconexos, anacolutos y un largísimo etcétera.

4. «Doblepensantes» sería la traducción al castellano del vocablo inventado por George Orwell para designar a aquellos que, en el ejercicio del poder, son capaces de sostener al mismo tiempo una cosa y la contraria como si no existiera contradicción alguna. El artículo está plagado de estas contradicciones.

5. ¿No será que la distancia existente entre Universidad y sociedad es, precisamente, la que conviene que mantenga el sujeto investigador con relación a su objeto de estudio? Corramos un tupido velo, no vaya a ser que seguir leyendo se convierta en un sinsentido.

6. Veamos lo que dicen del tema dos «simplistas» de primera categoría. Luis de Góngora, poeta que vivía en una sociedad ya mercantilista aunque no capitalista (porque lo primero es condición necesaria aunque no suficiente para lo segundo), escribe:

Todo se compra este día,

todo el dinero lo iguala.

La corte vende su gala,

la guerra, su valentía,

y hasta la sabiduría

vende la Universidad.

Esto que digo es verdad.

Karl Marx, gran genio del siglo XIX al que nuestro Ministro, en tanto que filósofo, debería conocer medianamente, escribe: La riqueza de las sociedades en las que predomina el modo de producción capitalista se presenta como un «enorme cúmulo de mercancías». TODO, señor Ministro, T-O-D-O es mercancía, y no es ninguna sorpresa que la Universidad, que ya lo fue en tiempos de Góngora, lo sea.

7. El sentimiento. Como advertía Lacan con un demoledor juego de palabras, Le senti ment («El senti-miente», sería la traducción).

8. A ver, dejemos esto claro antes de seguir. Crear grados de 4 años cuando en Europa son de 3, no puede ir encaminado (por ser una contradictio in adjecto) a agilización de las convalidaciones. Se trata de establecer la misma medida (el ECTS) y el mismo «código de barras» (grado, master, doctorado) a la gran variedad de mercancías universitarias para hacer posible, igual que cuando se trata de televisores, la competencia interna. ¿Cuál es el propósito? «Abordar un proceso de reducción del número de universidades, bien mediante procesos de fusión, transformación o extinción pura y simple»; palabras del Secretario de Estado de Universidades, Mario Rubiralta.

9. El gran problema de la democracia en la Universidad es que, si realmente la hubiera, Bolonia no habría salido adelante.