El problema más significativo del debate que tiene lugar en torno a la nueva agresión israelí es que pareciera que el conflicto entre Palestina e Israel comienza con el lanzamiento de cohetes de fabricación casera por parte de los milicianos de Hamas en semanas pasadas, lo que habría provocado la reacción del gobierno y el […]
El problema más significativo del debate que tiene lugar en torno a la nueva agresión israelí es que pareciera que el conflicto entre Palestina e Israel comienza con el lanzamiento de cohetes de fabricación casera por parte de los milicianos de Hamas en semanas pasadas, lo que habría provocado la reacción del gobierno y el ejército de Israel en defensa de sus ciudadanos. Las condenas que algunos gobiernos e intelectuales han lanzado contra la «desproporcionada respuesta» de Israel sigue la pista que estableció la ONU tras los bombardeos lanzados sobre Gaza: hubo un uso excesivo de la fuerza en la «respuesta». Algunos intelectuales política y estéticamente correctos y pulcrísimos en su estilo literario se lamentan de la desproporción en los ataques israelíes sobre Gaza y deploran los costos en vidas humanas y algunas de las acciones del gobierno israelí, como si fuera posible «criticar» algunas de las acciones de los nazis contra los judíos a mediados del siglo pasado (José Steinsleger, dixit1). En fin, ya sabemos cuál es su parámetro moral.
Uno de los mitos construidos a modo para justificar lo moralmente inaceptable es el «argumento» de la «legítima defensa». Decir que el ataque israelí fue la «respuesta» a Hamas, no es sino una estratagema para legitimar el derecho a la «defensa» de Israel, como si fuera justificable lo que hace un estado colonialista que mantiene expatriados a miles de palestinos y sin posibilidad de retorno y a otros tantos los hacinan en centros de reclusión que piadosamente y siguiendo rigurosamente los cánones de la corrección política y estética se han dado en llamar «campos de refugiados», cuando no los mantienen en condiciones infrahumanas en ese gigantesco gueto en que han convertido Gaza y los excretan tras un ignominioso muro.
El problema de fondo en el conflicto más largo de la historia de la humanidad está en la esencia misma del Estado de Israel, en su naturaleza excluyente, confesional, racista y colonialista, así como en la pretensión de legitimar una creencia religiosa por encima de otras a punta de tanques y misiles.
¿Equivale esto a afirmar que los judíos no tienen derecho a una vida segura y pacífica? ¡FALSO! No hay estratagema más pueril y repulsiva que la construida por la propaganda sionista, que consiste en que toda oposición, crítica o condena al colonialismo israelí, a sus crímenes contra el pueblo palestino, a la usurpación de sus tierras y a la pretensión de que los palestinos no tienen derecho a vivir allí, porque esa es la tierra que dios prometió al pueblo elegido, es antisemita. En realidad esta ofensiva y degradante calumnia (toda forma de racismo -como lo es el antisemitismo- es degradante, intolerable y no tiene legitimidad posible alguna) ha sido convertida en insulto que se espeta a todo aquel que no esté dispuesto a aceptar la pretensión sionista de apropiarse de la tierra de los palestinos por medios por demás condenables: colonialismo, xenofobia y limpieza étnica, atrocidades que comete el gobierno de Israel contra el pueblo palestino. Esta forma de difamar y denostar es manifestación de una acción arrogante que presupone que el derecho de los judíos es superior al de los palestinos y musulmanes en general, a quienes se ha impuesto el estigma de terroristas sin hacer distingos entre las agrupaciones de esa naturaleza y los árabes que desean liberar a sus pueblos de la dominación y que, al igual que los israelíes, esperan vivir en paz en sus territorios, libres de amagos, agresiones e invasiones.
La barbarie nazi no debe ser olvidada jamás, pero quienes la emulan día a día son quienes se apoderan de tierras, casas y bienes de palestinos para construir asentamientos en los que se ubican inmigrados de otras nacionalidades, usando para ello ejércitos con helicópteros artillados, bulldozers y tanques frente a civiles a los que además impiden el acceso al agua y otros recursos, son quienes construyen muros ignominiosos y quienes usan el poder de sus ejércitos para destruir la bases materiales de la vida cotidiana de otro pueblo en nombre de una venganza histórica disfrazada de autodefensa, que si alguna legitimidad tuviera está mal direccionada.
Los cohetes que lanza Hamas son más muestra de desesperación y frustración que un ataque militar articulado que pudiera poner en riesgo la seguridad de Israel. Una de las consecuencias de haberle negado a los palestinos su derecho a tener un estado es que no tienen un ejército regular ni pueden sostener relaciones internacionales con otros estados y para defenderse de la agresión sionista deben recurrir a milicias. Las muertes que han provocado no son justificables, porque se trata fundamentalmente de inocentes, pero no son la causa ni justifican que Israel ejecute una limpieza étnica tan deplorable y repulsiva como las que se llevaron a cabo en los Balcanes la década pasada o como la intensión nazi de exterminar a los judíos. El pueblo judío ha sufrido un milenio de persecuciones y expulsiones en tierras europeas (incluyendo Rusia) y ha sido estigmatizado no solo durante la llamada edad media, sino en nuestros tiempos «modernos», cuando fueron sometidos a pogromos, guetos y al intento de exterminio. Eso es abominable, sin la menor duda. Pero, usar esas vivencias y la memoria del Holocausto para legitimar los crímenes del sionismo en Palestina es sencillamente perverso.
La oposición interna en Israel al sionismo sigue creciendo, afortunadamente. La mayor parte de los judíos estadounidenses no ve con buenos ojos la barbarie israelí y suelen votar por el partido demócrata, lo que los ubica, en el tablero político de ese país, en el flanco opuesto al conservadurismo y buena parte de los intelectuales judíos en ese país integran las filas del progresismo liberal y de izquierda. De manera que las asociaciones que se puedan hacer entre «los judíos» y posturas políticas, ideológicas, raciales y morales son sencillamente estupideces xenófobas tan intolerables como la que practican el establishment israelí y los lobbys que detenta en el mundo occidental y muy particularmente en el Complejo Militar Industrial y en los centros de poder financiero internacional.
Un connotado estudioso del judaísmo, Yakov Rabkin, considera que «el sionismo y la creación del Estado israelí fue un invento europeo que rompió intencionalmente con la tradición cosmopolita milenaria del judaísmo. La oposición judía al estado de Israel se alza contra esa discontinuidad. A menudo silenciada o tergiversada -cuando no reprimida físicamente-, esta oposición critica la fundación y vigencia de ese estado, y en algunos casos también lucha por desmantelarlo en apoyo de la soberanía palestina sobre toda la Tierra Santa». El enorme valor moral e intelectual de Rabkin consiste en que libera al debate sobre el Estado de Israel del estigma del antisemitismo. «Comprender el irreductible antagonismo entre judaísmo y sionismo es fundamental para la resolución de un conflicto que desestabiliza el Medio Oriente y amenaza la paz mundial»2.
En el clímax del delirio los sionistas suelen atacar a los judíos antisionistas de self-hating jews y han recurrido a bajezas como distorsionar premeditada y alevosamente unas declaraciones del presidente Ahmadinejad para hacerlo aparecer diciendo que a los judíos habría que echarlos al mar y que Israel debería desaparecer, solo para justificar lo que es el objetivo geopolítico más importante del sionismo actual: impedir que emerja una competencia militar en una región del mundo a la que han sido asignados como gendarmes de los intereses corporativos transnacionales. Lo cierto es que quienes están acorralando contra el mar a los palestinos son los sionistas que han tomado el poder en Israel, al encerrar a los palestinos tras un muro, bombardear los túneles por los que se abastecían desde Egipto (60 en los últimos días), dejándoles únicamente las costas del Mediterráneo como «única salida». Sin embargo, si se considera que también han bombardeado Gaza desde el mar, todo indica que los que están tratando de desaparecer de la faz de la tierra a los palestinos son los sionistas, para dar rienda suelta a esa aspiración de sus padres fundadores (Ben-Gurión y Weismann, vinculados a los grupos terroristas Haganá e Irgún) que es la fantasía bíblica del Gran Israel. Para su desgracia y nuestra fortuna, hay rabinos ortodoxos dentro y fuera de Israel que consideran que la existencia del Estado de Israel es sionismo puro y que éste es contrario a los preceptos de su religión.
¿Qué hacer? Ha llegado la hora de actuar
Si alguna utilidad realmente humanitaria tiene la presión internacional llevada al extremo de un bloqueo económico, como se aplicó contra Sudáfrica, es que contribuye a derrotar a un régimen tirano sin necesidad de una guerra, intervención militar, invasión de territorio ni ataques preventivos, por una razón simple: no cuenta con el apoyo de las mayorías. Los bóers tuvieron que regresar su país a los negros africanos que ahora lo gobiernan, gracias a la incansable lucha de un pueblo heroico y su líder Nelson Mandela y a una presión internacional activa, no retórica.
En la guerra colonial de Israel contra Palestina hay un pueblo heroico, pero falta la presión internacional.
En Palestina hay un pueblo heroico que resiste denodadamente a la crueldad y perversidad de un estado racista y colonialista que pretende agotarlos para extenderse definitivamente sobre toda su tierra y volverlos… ¿errantes?, ¿cosmopolitas? No, simplemente miserables sin tierra. Pero la tozudez de la demografía juega en contra de esas nefastas aspiraciones, por eso deben importar «ciudadanos» y establecerlos en las tierras arrasadas de los palestinos, a la par que llevan a cabo una limpieza étnica. Una perversión total y absoluta que la «comunidad internacional» (esto es, el bloque occidental dominante) no valora como tal y se limita a hacer llamados hipócritas a las dos partes a la mesura y al diálogo. Una simulación nauseabunda pletórica de eufemismos, cobardía, cinismo e inmoralidad, palabras todas sinónimas del occidente decrépito. Occidente -civilización devenida en patente de corzo de la explotación capitalista que se camufla bajo eso que se ha dado en llamar democracia, abortando previamente, claro está, todo el significado que tuvo para los griegos en su momento y los utopistas modernos más tarde, y bajo una retórica moralina que se recubre de principios y valores y usurpa la noción de derechos humanos para fines enteramente aviesos- boicotea las acciones que pudieran apoyar la heroica lucha de los palestinos por su sobrevivencia y su derecho a ser reconocido como una nación con estado y un pueblo con tierra; Pero le ha impuesto el bloqueo a Cuba, donde están fracasando rotundamente, se lo aplicó a Irak hasta que logró imponer a sus títeres en el gobierno con un costo de medio millón de niños muertos por falta de medicinas, y amenaza con imponérselo a Irán. ¡Oh, poderosas Afrodita y Atenea iluminen a sus vástagos cegados por la fatuidad de un hedonismo rampante (es decir, una placentera vida burguesa)!
La cobardía de las monarquías petroleras desdicen las buenas intenciones que hubiera podido tener el Rey Faisal en su momento, pero sea como fuera allí está la generosa propuesta de Arabia Saudita para «solucionar el conflicto». Bien podría ser un paso intermedio, pero que se tenga claro que los pueblos que luchan por su liberación, como lo hiciera el sudafricano, no se detienen en concesiones y migajas miserables; eso hacen los traidores y cobardes (como Al Fatah) y los vendidos o cortos de mira que desean presurosos no más que un «nuevo estatus» aunque ello suponga una esclavitud disfrazada.
Israel debe acatar las resoluciones de Naciones Unidas para que sus reclamos de paz y seguridad tengan alguna legitimidad y credibilidad y el bloqueo debe imponer esa condición.
Fernando Sánchez Cuadros nació en Lima, Perú en 1957. Vive en México D. F. desde 1981, donde estudió economía. Fue Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica y Vicepresidente de la Federación de Estudiantes del Perú. Profesor universitario en temas de teoría económica, historia del pensamiento económico, macroeconomía, economía mexicana, comercio internacional y finanzas internacionales.