«el judaísmo se ha conservado, no contra la historia, sino por la historia… no busquemos el secreto de los judíos en su religión; busquemos el secreto de la religión en el judío real» Karl Marx «Los judíos constituyen en la historia, ante todo, un grupo social con una función económica determinada. Son una clase, […]
«el judaísmo se ha conservado, no contra la historia, sino por la historia…
no busquemos el secreto de los judíos en su religión; busquemos el secreto de la religión en el judío real»
Karl Marx
«Los judíos constituyen en la historia, ante todo, un grupo social con una función económica determinada. Son una clase, o mejor dicho, un pueblo-clase».
Abraham León
«Hasta ahora, la mayoría de aquellos que se ven a sí mismos como judíos prefieren no vivir bajo soberanía judía, y no enviar sus hijos a arriesgar la muerte en las guerras israelíes. Me parece a mí que [mis críticos] se cuentan entre éstos, incluso si es que piensan que Israel es su «tierra ancestral».
En lo que a mí respecta, por el contrario, vivo en Israel y justifico su existencia continuada, no sobre la base del sufrimiento judío anterior (ningún sufrimiento pasado puede justificar la creación de sufrimiento en el presente) sino porque he vivido acá toda mi vida, y porque sé que la negación de su existencia conduciría solamente a una nueva tragedia»
Shlomo Zand
¿Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío?, del historiador israelí Shlomo Zand, se escribió y publicó en idioma hebreo en el año 2008. El libro se convirtió inmediatamente en best seller en su tierra. Se editó luego en francés y en inglés (bajo el provocativo título «La invención del pueblo judío«, lo cual no hizo más que generar confusiones respecto al tema central del libro), y no sólo fue un éxito editorial, sino que ha generado una verdadera avalancha de críticas, sobre todo negativas.1 Fuentes cercanas al autor me comentan que la editorial AKAL de Madrid prepara lanzar una edición en castellano en el otoño del 2011.
No pude esperar. Decidí escribir estas cortas palabras/comentario y traducir, y compartir con ustedes, una postdata escrita por el autor a la segunda edición de su libro en inglés (ver anexo al final) en la que él responde brevemente a algunos de sus críticos.
Pero antes, a manera de introducción, un par de notas que creo necesarias, porque ponen tal vez en la perspectiva correcta el libro de Zand:
De algunas conversaciones y correspondencia que mantuve con buenos amigos (judíos y no-judíos) sobre «el tema Israel», advertí que hay un dato muy importante generalmente desconocido por el público (o convenientemente ocultado): Israel es un país sin nacionalidad propia.
Así es: no existe la nacionalidad israelí. Creo que para muchos lectores esto debe caer como una sorpresa inexplicable, pero es un hecho.
A diferencia de la mayoría absoluta de las naciones-estado capitalistas modernas, donde estos dos conceptos son sinónimos, en Israel el documento de identidad israelí tiene dos categorías distintas: ciudadanía (ezrajut -אזרחות ) y nacionalidad (leúm – לאום)
Un nativo de Israel recibe por supuesto inmediatamente ciudadanía israelí 2, pero su nacionalidad depende del origen etno-religioso de sus padres: aquellos que pueden demostrar de acuerdo a la halajá -la ley religiosa judía- un linaje judío, reciben una tal nacionalidad judía.
Aquellos nacidos en Israel de padres palestinos, no importa si esos palestinos son católicos, ortodoxo-griegos, musulmanes o ateos, reciben la nacionalidad…árabe.
En el caso de un inmigrante que se naturaliza en Israel, se aplica el mismo criterio: aquel inmigrante que puede demostrar linaje etnoreligioso judío, tiene inmediato derecho a la «nacionalidad judía». Aquel que no, no hay problema: se le anota en su documento de identidad la nacionalidad de su país de origen. Si el inmigrante tiene origen étnico árabe no-judío…pues no recibe nunca la ciudadanía en Israel.
Pero nadie, absolutamente nadie, recibe una nacionalidad israelí.
Shlomo Zand tituló las palabras introductorias a su libro como «En virtud de la memoria acumulada: líneas que definen la contra-historia«. En esta introducción Zand abre diciendo que su libro es un libro de historia, pero advierte que escoge abrirlo contando algunas historias personales, porque «no es un secreto que la investigación académica está a menudo motivada por experiencias personales«, y a pesar de que «estas experiencias tienden a estar ocultas bajo gruesos pliegos de teoría«, le servirán al autor como «plataforma de lanzamiento» en su «acción de zapador para levantar una verdad indiscutible, la que su consciente agudo no le permitiría alcanzar jamás» Así es que antes de lanzarse a su materia de análisis histórico, nos cuenta algunas anécdotas de tipo personal. Una de ellas, comentada con ironía y sentido del humor, es mi favorita, y la voy a reproducir casi en su totalidad:
Bernardo se llamaba un joven catalán nacido en 1924. En 1944 le tocó hacer la mili bajo la España franquista, y coherente con sus ideas republicanas Bernardo decidió desertar con su fusil y atravesar los Pirineos hacia el este. Alrededor del año 1948, encontrándose en Marseille, entró en contacto con un grupo de jóvenes partisanos sionistas-socialistas en rumbo a una granja colectiva en Israel, y se les unió, no por sionismo o judaísmo, sino atraído por la idea de un proyecto colectivista socialista. En el kibutz se estableció, creó una familia, y cambió su nombre por el hebreo Dov. Varios años más tarde es citado a presentarse a las oficinas del Ministerio del Interior israelí, y el siguiente es el diálogo que sostiene con un burócrata del Ministerio, según cuenta Zand:
-«Usted no es judío, señor» -le informa el funcionario.
– «Nunca sostuve que lo fuera», contestó Dov.
– «Tendremos que cambiar sus documentos», continuó en seguida el empleado del Estado.
– «No hay problema, adelante», acordó Dov.
– «¿Cuál es su nacionalidad?»
– «Israelí», contestó con dudas el preguntado.
– «No puede ser», aseguró el funcionario
– «¿Por qué?»
– «Porque no existe la identidad nacional israelí», dijo con un suspiro el funcionario del Ministerio del Interior. -«¿Dónde nació?
– «En Barcelona»
– «Entonces escribiremos nacionalidad española»
– «¡Pero yo no soy español! ¡Y como catalán no estoy dispuesto a que mi identidad se defina como española! ¡Justamente por eso combatí al lado de mi padre en los años 30!»
El funcionario se rascó la cabeza. No sabía mucho de historia, pero sí era un hombre que respetaba a las personas.
– «Escribiremos entonces nacionalidad catalana».
– «¡Perfecto!, lanzó Dov.
Así, Israel se transformó en el primer país en el mundo en reconocer oficialmente a la «nación catalana».
– «Ahora, ¿cuál es su religión?»
– «Soy ateo, no-religioso».
– «No lo puedo registrar como ateo. El Estado de Israel no está dispuesto a reconocer ese concepto. De hecho, ¿cuál es la religión de su madre?»
– «Ella todavía era católica cuando la dejé»
– «Lo registraré entonces como religión cristiana», soltó el funcionario pensando que se le haría más fácil.
A pesar de que Dov era un tipo tranquilo, comenzó a dar señales de nerviosismo:
– «¡No llevaré una cédula de identidad que diga que soy cristiano! ¡No sólo que está en contra de mi visión del mundo, sino que también va en contra de la memoria de mi padre, quien como anarquista quemaba iglesias en la guerra civil!»
…
El oficinista se rascó una vez más la cabeza. Sopesó bien sus ideas, y finalmente encontró una solución: Dov salió del Ministerio con una cédula de identidad azul en la que estaba escrito en letras negras que tanto su nacionalidad como su religión eran…catalán».
En este punto debo aclarar que esta anécdota es mi favorita, no sólo porque pone en perspectiva político/personal uno de los ejes fundamentales del libro de Zand, sino porque yo mismo tuve una experiencia similar hace unas cuantas décadas: todavía conservo el pequeño papelito que me dieron en Israel a mi llegada al aeropuerto, luego de varios minutos de ardua discusión (en inglés, yo no hablaba entonces una palabra en hebreo) con una joven señorita a cargo de control de pasaportes que insistía en anotarme como miembro de la religión cristiana. En mi caso, al igual que Dov, mi padre era ateo y mi madre es católica, pero yo no estoy dispuesto a que ninguna autoridad «oficial», no importa de qué país, me categorice como «cristiano». A pesar de mi insistencia de que la joven anotara la palabra ateo, el papelito que conservo tiene la inscripción ללא דת – «le lo dat«, que se puede traducir en algo así como «sin religión». Yo en ese entonces no era para nada consciente de la monumental batalla que había ganado, que no fue precisamente librada en el campo de la filología.
Pero entrando de lleno al referente libro de Zand: se trata de unas trescientas páginas de análisis histórico demoledor de mitos. Zand de ninguna manera reclama para sí la exclusividad de esta demolición; muchos de los temas abordados en su libro fueron ya abordados por varios otros autores. Pero la particularidad del análisis de Zand da ciertamente una nueva perspectiva, muy fundamentada, a la destrucción de estos mitos. Además, es la primera vez que muchos de estos temas son abordados en idioma hebreo, por un académico israelí, lo cual hace de este libro un libro particularmente valiente.
Algunos de los mitos demolidos, en un recuento breve, muy breve:
El mito de la Biblia como libro de historia. Para muchos de nosotros esto no es una novedad. En realidad, muchos de nosotros estamos ya hartos que el Discovery Channel y el History Channel sigan haciendo una farsa de la capacidad intelectual del público en este sentido. Sin embargo, hay que admitir que los defensores de este mito tienen todavía mucha fuerza, tanto cristianos como judíos, y siguen siendo en muchos casos los dueños del poder político en muchos países occidentales. Shlomo Zand además nos explica cómo en Israel la Biblia se ha «secularizado» y «nacionalizado», al punto de que se enseña desde la escuela primaria, a través de la escuela secundaria, y hasta departamentos especiales en la universidad, como «historia del pueblo judío». Vaya libro de historia.
El mito del éxodo del pueblo judío de Egipto. Acá Zand toca una tecla muy delicada. Sostiene, apoyado en análisis histórico, que no hay ninguna evidencia científica ni verificación arqueológica que sostenga la leyenda o fábula del éxodo guiado por Moisés. No es el primero que lo hace, pero viniendo de un académico israelí el impacto es grande. Conozco israelíes que leyendo este libro con la mente abierta, se vieron particularmente afectados por el desmantelamiento de este mito tan sagrado y venerado, tanto por religiosos como por no-religiosos.
El mito del exilio del pueblo judío por parte de los romanos. Otra tecla delicada, aguda y muy sonora. Zand recuenta datos y hechos históricos que demuestran que la conquista romana no produjo el exilio masivo de los judíos, lo cual contradice, no solo el «conocimiento general» de la historia hasta ahora, sino que en particular se enfrenta con una de las más importantes tesis de la Declaración de la Independencia de Israel.
El mito de la existencia del poderoso Reino Judío unificado de David y Salomón. Estridente sonido, totalmente insoportable para los oídos de muchos, ya que este mito se encuentra en el centro de la caracterización de la «nación milenaria».
El mito de la religión judía como el de una religión «cerrada», que no busca ni admite prosélitos. Creo no equivocarme si sostengo que todo el mundo hoy sostiene y fomenta este mito. Aquello de que «eres judío solamente si naciste de vientre judío». Aunque tampoco exclusivo a él, Zand da numerosos elementos de cómo en la historia antigua y hasta el medievo, el judaísmo era en realidad una superestructura religiosa e ideológica que no sólo buscaba prosélitos, sino que encontraba fácilmente masas, pueblos enteros, ansiosos de convertirse al judaísmo. Decir esto hoy en día en, por ejemplo, la ciudad de Panamá, seguramente provocaría risas y embarazo, debido a lo extremadamente cerrada y elitista que es la comunidad judía en esa ciudad, pero he aquí que no ha sido siempre así. Zand llega a sostener que los judíos yemenitas y los judíos etíopes son seguramente conversos, así como tal vez la mayoría de los judíos del norte de áfrica, y por ende los judíos que llegaron a España con los Berberiscos.
El mito racial ashkenazi. Al pulsar esta tecla, Zand hizo estallar el piano. Básicamente sostiene que la mayoría de los judíos provenientes de Europa oriental, conocidos como ashkenazis, tienen seguramente un origen étnico en conversos del desaparecido Reino Jázaro (que existió entre el siglo I y el siglo X DC en lo que es hoy el sur de Rusia), y no necesariamente en «la semilla de Abraham». Digo que Zand rompió el piano al pulsar esta tecla porque este sólo punto se ha convertido para muchos, racistas de ambos lados, semitas y antisemitas, en el eje central del libro, siendo que de ninguna manera lo es. Pero es sencillamente impresionante ver cómo este delicado asunto racial ha llenado de bilis los cerebros de críticos en todo el mundo, y sobre todo entre gente de la comunidad judía de EEUU. Terrible. En las palabras que escribe a suerte de postdata a la segunda edición inglesa de su libro (ver adjunto), Zand se lamenta de ver la terrible ironía de que los hijos de aquellos que sufrieron en carne propia las terribles consecuencias de una ideología social basada en «pureza racial», en la que se implementó aquella «madre de todo terrorismo de Estado», el holocausto nazi, anden buscando hoy pruebas de ADN para justificar la «pureza» de su ascendencia racial milenaria.
Y hay más, mucho más.
Pero desde mi perspectiva, el eje central de este extraordinario libro, es la definición de que todos los mitos históricos arriba expuestos sirvieron de base para la construcción (invención) de una «idea nacional», la moderna ideología sionista, producto de la cristalización de ideas nacionales en todo el mundo a fines del siglo XIX, y no antes, y que permitieron la creación de un Estado de características coloniales etnocentristas en pleno apogeo mundial de la democracia burguesa liberal.
Zand no duda en negar que el carácter del Estado de su país sea democrático-liberal, sino el de una teocracia absolutista, o en el mejor de los casos el de una etnocracia segregacionista.
A pesar de que la crítica, sobre todo proveniente de los sionistas en EEUU, le atribuye a Zand el ser, ¡Horror!, comunista, Zand no parte de una caracterización marxista de la historia de los judíos, y en realidad los modelos de régimen político consagrados por el capitalismo en su etapa imperialista -las democracias liberales- son para él un modelo a seguir. Zand desearía para su país un modelo político similar al de EEUU o de Bélgica.
Zand sostiene que el sionismo ha fracasado históricamente en construir una nación por el sencillo hecho de que la absoluta y abrumadora mayoría de los judíos del mundo no quieren, ni se proponen siquiera, vivir bajo «soberanía judía» -emigrar a Israel, sino que prefieren por lejos seguir siendo cómodamente ciudadanos de los países occidentales donde residen, a la vez que mantienen «la carta en la manga» de ser también ciudadanos potenciales (pero de hecho) del país supranacional. Esto es totalmente cierto.
Pero el sionismo ha triunfado sin embargo en construir un Estado capitalista «clásico» en medio oriente, y este triunfo es además particularmente sui generis, en el sentido de que es el único Estado Capitalista en el mundo entero donde la clase dominante, la burguesía colonial, es supranacional, y donde hasta la propiedad de la tierra -derecho burgués básico- está en manos de un ente supranacional, ni siquiera en manos del Estado. Israel no es una democracia liberal, propiedad de todos los ciudadanos que la habitan, sino un Estado burgués colonial propiedad de los judíos de todo el mundo, vivan o no vivan en Israel.
En su afán de proveer un «refugio» a las masas judías contra el antisemitismo, el sionismo ha logrado en un sentido la continuidad moderna del antisemitismo. El pueblo judío ya no es más un «pueblo-clase», según la definición de Abraham León, «ubicado en los poros» de la sociedad feudal, y posteriormente en los poros de la sociedad capitalista. En virtud del sionismo, el pueblo judío es hoy una especie de «pueblo-Estado«, colonizador, agresor y militarista, a quien las masas populares del mundo difícilmente puedan ver como amigo o aliado. Zand teme que la «nueva identidad judía», la cual «conduce a los judíos a un aislamiento de sus vecinos y conlleva una identificación de los judíos con el militarismo israelí» sea hoy por hoy una fuente de preocupación. Y tiene razón. En mi opinión, no habrá paz en medio oriente mientras el Estado de Los Judíos siga siendo un ente supranacional, a contracorriente incluso de la misma historia del desarrollo del capitalismo moderno.
Y sin embargo, la esperanza
Noten que hasta ahora no he dicho nada respecto a «la causa palestina». Por supuesto que Shlomo Zand sí aborda el tema en su libro. Muy en resumen, como su idea de estado liberal es, dijimos, la de por ejemplo Bélgica, Zand aboga de última por un Estado Laico Binacional para su país, en donde los palestinos, junto con toda la población nativa, tengan plenos derechos igualitarios. Yo personalmente no estoy tan seguro. Aunque reconozco total y absolutamente el pleno derecho del pueblo palestino (creado por el sionismo) a la soberanía y la autodeterminación nacional, confieso que se me hace muy difícil ver una dirección clara, en vista del carácter corrupto y maniobrero de la dirección política actual de los palestinos no religiosos, y sobre todo, sobre todo, el carácter criminal, retrógado y oscurantista de los elementos teocráticos islamistas que al parecer están ganado la simpatía de la mayoría palestina.
Existe por otro lado hoy en día en el espectro político israelí un grupo de intelectuales que han formado un movimiento cívico autodenominado Aní Israelí -אני ישראלי (yo soy israelí). Creo -no estoy seguro- que Shlomo Zand es uno de los firmantes de su proclamación de principios. Este movimiento se ha enfrentado al establishment sionista, incluyendo su aparato legal, reclamando el derecho a la existencia de la nacionalidad israelí para todos los habitantes de esa tierra, al margen de su origen étnico o religioso.
Este movimiento reclama a viva voz el derecho a la existencia continuada de la sociedad israelí, que como un fait accompli está hoy compuesta por una mayoría judía, y ha dado pruebas extraordinarias de una pujante cultura, que ha generado dentro de sí una (todavía lamentablemente pequeña) minoría generadora de humanismo y pensamiento libre, de la cual el libro de Shlomo Zand es una muestra.
Zand sueña:
«Y al final del día, si fue posible cambiar la imaginería histórica de manera tan radical, ¿por qué no reclamar también la creación, por medio de mucha imaginación, de un mañana de otro tipo? Si el pasado de la nación fue en su mayor parte un sueño, ¿por qué no comenzar a soñar el futuro de nuevo, un momento antes de que el sueño se transforme en una pesadilla?»
SHLOMO ZAND
Postada a la segunda edición inglesa de
«The invention of the Jewish People«
Editorial VERSO, 2010
Postdata: ¿un pueblo sin tierra, una tierra sin pueblo?
Algunas respuestas a mis críticos
Por: Shlomo Zand
«Y las diásporas que se disuelven al reagruparse en Israel todavía no constituyen un pueblo; (serían) simplemente una población y un grupo de seres humanos desparramados, sin lenguaje, educación o raíces, si es que no fueran alimentados por la visión de una nación.»
David Ben-Gurión – Renacimiento y destino de Israel. 1950
Escribí Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío en idioma hebreo, y naturalmente las primeras críticas fueron hechas en ese idioma. La publicación del libro en francés y luego en inglés dio lugar a una ronda de respuestas adicionales, y no podré -en el contexto de estas páginas- presentar un espectro de argumentos y defensas suficientes para responder a todas.
En particular, me siento más bien desarmado ante el argumento de que todo lo que escribí es a la vez ya conocido y completamente falso. Por esta razón elegí enfocarme en ciertas objeciones claves que se hicieron a la meta-narrativa perturbadora esbozada en mi libro.
En primer lugar, y para esquivar malos entendidos: lejos de haber sido mi intención la de escribir una historia de los judíos, básicamente me lancé a criticar construcciones y conceptos historiográficos que han sido largamente prevalentes en esta área de estudio. Propuse entonces ciertos criterios que hacen posible definir el concepto de nacionalidad que sirvió de canción de cuna para el Estado de Israel, y a la cual los historiadores han contribuido tanto. La colonización sionista ciertamente no se pudo haber emprendido sin una preparación ideológica que diera lugar al florecimiento y cristalización de mitos. Es también necesario enfatizar que la construcción histórica que ha alimentado nuestros mitos nacionales no es especialidad de la empresa sionista, sino que forma una parte intrínseca de la formación de la conciencia colectiva a lo largo del mundo moderno. Todos saben hoy por hoy que una memoria nacional no puede nacer sin la devota participación de «conmemoradores certificados».
«LOS JUDÍOS HAN EXISTIDO SIEMPRE COMO UN PUEBLO»
Recurrir al fluido término «pueblo» ha sido suficientemente común en la era moderna. Si en un distante pasado esta palabra fue aplicada a grupos religiosos tales como «el pueblo de Israel», «el pueblo cristiano», o «el pueblo de Dios», en tiempos modernos ha servido más para designar colectivos humanos que tienen elementos laicos y lingüísticos en común. En un sentido general, antes del advenimiento de la imprenta, de los libros y de la educación estatal, es muy difícil usar el concepto de «pueblo» para definir a un grupo humano. Cuando las líneas de comunicación entre tribus o aldeas eran débiles y poco fiables, cuando la mezcla de dialectos variaba entre un valle y el próximo, cuando el restringido vocabulario disponible al agricultor o pastor abarcaba apenas un poco más que su trabajo y sus creencias religiosas, la realidad de la existencia de pueblos en este sentido puede ser seriamente cuestionada. El definir una sociedad de productores agrarios analfabetos como a un «pueblo», siempre se me ha ocurrido como problemático y como portador del sello distintivo de un anacronismo perturbador.
Entonces, la definición del Reino Asmoneo como la de un Estado-Nación, como la encontramos en libros de texto de historia sionista, provoca una sonrisa. Una sociedad cuyos gobernantes hablaban arameo, mientras que la mayoría de sus súbditos se expresaban en una variedad de dialectos hebreos, y en la que los mercaderes del reino hacían sus negocios hablando la lengua griega koiné, de ninguna manera constituía una nación, y podemos seriamente cuestionar si es que puede ser definida como un pueblo.
Los historiadores -siempre dependientes de la palabra escrita, tal como ésta fue transmitida por los centros de poder intelectuales de una cierta época- se han visto inclinados precipitadamente a generalizar, y a aplicar a sociedades enteras las identidades de una delgada capa de «élites» cuyas acciones quedaron registradas en documentos escritos. En Reinos y Principados dotados de una lengua administrativa, el grado de identificación con el aparato administrativo era -para la gran mayoría de sus súbditos- muy a menudo cercano a cero. Si alguna forma de identificación ideológica con el Reino pudo haber existido, ésta era la de los nobles con tierras y la de las élites urbanas que aceptaban a los gobernantes y les proveían una base a su poder.
Antes del advenimiento de la modernidad, no existía ninguna clase de individuos cuya misión fuera la de expresar o representar la opinión del «pueblo». Con la excepción de los historiadores o cronistas de la monarquía, los únicos intelectuales preocupados por transmitir y desarrollar una identidad entre amplios estratos de la población eran los miembros del clero. El grado de relativa autonomía que estos últimos conseguían obtener en relación a los gobernantes dependía en la fortaleza de la fe religiosa y sus fundamentos. El poder de los «agentes» de la religión dependía tanto del nivel de solidaridad ideológica como de la intensidad de comunicación que existía entre ellos: por un lado ellos mantenían la fe, mientras que eran ellos por otro lado los únicos en transmitir y formar la memoria colectiva. Es por esto que los Berberiscos que se convirtieron al judaísmo en las Montañas Atlas sabían más acerca del Éxodo de Egipto y las Tablas entregadas a Moisés en el Sinaí que lo que sabían acerca del príncipe que los gobernó desde una capital distante; igual que los campesinos del reino de Francia estaban más familiarizados con la historia de la Navidad que con el nombre de su propio rey.
Hace quinientos años no existía el pueblo francés; no más de lo que existía el pueblo italiano o vietnamita. Y de la misma manera, no existía un pueblo judío desparramado por todo el mundo. Ciertamente existía -fundada en ritos religiosos y fe- una importante identidad judía, de variable fortaleza de acuerdo al contexto y a las circunstancias. Cuanto más alejados de la práctica religiosa estaban los componentes culturales de esas comunidades, tanto más se asemejaban a las prácticas culturales y lingüísticas de su entorno no-judío.
Las considerables diferencias en la vida diaria de las distintas comunidades judías forzó a los historiadores sionistas a enfatizar un solo origen «étnico»: la mayoría de las poblaciones judías, si no todas, supuestamente derivaban de una sola fuente, aquella de los antiguos hebreos.
Ciertamente, la mayoría de los sionistas no creían en una raza pura; como expliqué en este libro, la religión judía no permitía tal idea. Y sin embargo casi todos estos historiadores se refirieron a un origen biológico común como el criterio decisivo de pertenencia a un solo pueblo. Así como los franceses fueron persuadidos de que sus ancestros fueron los galos, y los alemanes valoraban la idea de que ellos descendían directamente de los arios teutones, así los judíos tenían que saber que ellos eran los auténticos descendientes de los «hijos de Israel» que salieron de Egipto. Sólo este mito de ancestros hebreos pudo justificar el derecho que ellos reclaman sobre Palestina. Mucha gente está todavía convencida de esto aún hoy. Todos saben que -en el mundo moderno- pertenencia a una comunidad religiosa no otorga derechos a un territorio, mientras que un pueblo «étnico» siempre tiene una tierra que puede reclamar como su herencia ancestral.
Esta es la razón por la cual, en los ojos de los primeros historiadores sionistas, la Biblia dejó de ser un impresionante texto teológico y se transformó en historia secular, cuya enseñanza es todavía dispensada a todo alumno judío israelí en clases especialmente designadas, desde el primer año de escuela primaria hasta su graduación en la escuela secundaria. De acuerdo con estas enseñanzas, el pueblo de Israel no estaba ahora compuesto por aquellos elegidos por Dios, sino que se convirtió en una nación creada de la semilla de Abraham. Y entonces, cuando la arqueología moderna comenzó a mostrar que no hubo tal Éxodo de Egipto, y que la grandes, unificadas monarquías de David y Salomón nunca existieron, se encontró con una agria y vergonzosa reacción por parte del público laico israelí. Algunos ni siquiera se inmutaron al acusar a los «nuevos arqueólogos» de «negar la Biblia».
EXILIO Y MEMORIA HISTÓRICA
La secularización de la Biblia fue conducida en paralelo con la nacionalización del «exilio». El mito que recontaba la expulsión del «pueblo judío» por parte de los romanos se volvió la suprema justificación para reclamar derechos históricos sobre Palestina, a la cual la retórica sionista transformó en «la tierra de Israel».
Tenemos acá un ejemplo particularmente pasmoso de moldeo de una memoria colectiva. Por lo tanto, a pesar de que todos los especialistas en historia hebrea antigua saben que los romanos no deportaron a la población de Judea (no hay ni siquiera el más mínimo trabajo de investigación histórica en este asunto), otros, individuos menos calificados, han estado -y por lejos continúan estando- convencidos de que el antiguo «Pueblo de Israel» fue desarraigado a la fuerza de su patria, como se declara solemnemente en la Declaración de Independencia del Estado de Israel.
Historiadores sionistas tomaron el término «exilio» (Golá o Galut en hebreo), el cual en la religión judaica expresaba un rechazo a la salvación cristiana, y le dieron un sentido físico y político. Con cierto estilo, transformaron la profunda polaridad metafísica y teológica de «exilio/redención» en «exilio/patria». A lo largo de siglos, los judíos añoraron arduamente a Sión, su ciudad santa. Pero nunca se les ocurrió, ni siquiera a aquellos que vivían en las cercanías, el ir allí y establecerse en el curso de sus vidas terrenales.3 Es ciertamente difícil vivir en el corazón de un lugar santo, y lo es mucho más cuando la pequeña minoría que vivía allí estaba muy consciente de cómo ellos continuaban viviendo en el exilio: no debemos olvidar que sólo la venida del Mesías les permitiría alcanzar la Jerusalén metafísica, junto con todos los ya muertos.
Este es el punto en el que hay que hacer una aclaratoria: muy por el contrario a lo que varios críticos han reclamado, yo no escribí este libro a efectos de desafiar los derechos históricos de los judíos a Sión4. Ingenuamente yo creía, hace unos años, que el Exilio había realmente tenido lugar en los tempranos años de la Era Cristiana. Pero nunca pensé que dos mil años de ausencia confirieran derechos sobre la tierra, mientras que mil doscientos años de presencia otorgaban ningún derecho a la población local.
A nadie se le ocurriría negar la existencia de los Estados Unidos porque pueblos indígenas fueron robados de sus tierras cuando la nación se formó. Nadie reclamaría que los conquistadores normandos deberían ser expulsados de las Islas Británicas, o que los árabes deberían ser traídos de regreso a España. Si queremos evitar transformar el mundo en un gigante hospital siquiátrico, debemos resistir el impulso de re-distribuir poblaciones de acuerdo a algún modelo histórico.
Israel puede hoy reclamar el derecho a existir simplemente con aceptar que un doloroso proceso histórico condujo a su creación, y que cada intento de desafiar este hecho va a producir nuevas tragedias.
¿SON LOS PALESTINOS DESCENDIENTES DE LOS ANTIGUOS JUDÍOS?
¿Qué pasó con la población de Judea si no fue sometida al exilio? Fui acusado de sostener que los palestinos de hoy son sus descendientes directos. Esta no es ciertamente una idea que se me ocurrió a mí. En mi libro cité las declaraciones de prominentes líderes sionistas, incluyendo David Ben-Gurión, Itzjak Ben-Zvi e Israel Belkind, quienes todos creían que los «felahs» que encontraron en los tempranos años de la colonización eran descendientes del antiguo pueblo judío, y que las dos poblaciones debían ser reunidas. Ellos sabían perfectamente que no hubo exilio en el primer siglo DC, y lógicamente concluyeron que la gran masa de judíos se había convertido al Islam con el arribo de las fuerzas árabes al comienzo del siglo VII. David Ben-Gurión más tarde llegó a expresar una posición completamente diferente -cuando ayudó a escribir el borrador de la Declaración de Independencia del Estado de Israel- sin explicar jamás su retractación.
De mi parte, yo creo que los palestinos de hoy derivan de una variedad de orígenes, tal como todos los pueblos contemporáneos. Cada conquistador dejó su marca en la región: egipcios, persas y bizantinos, todos fertilizaron a las mujeres locales, y muchos de sus descendientes deben estar todavía allí. Aun así (aunque esto no es tan importante en mi punto de vista), yo creo que el joven Ben-Gurión estaba en lo cierto -aunque impreciso: es muy probable que un habitante de Hebrón sea más cercano en su origen a los antiguos hebreos que lo que lo son la mayoría de aquellos en todo el mundo que se identifican a sí mismos como judíos.
EL ÚLTIMO RECURSO: UN ADN JUDÍO
Después de agotar todos los argumentos históricos, varios críticos han recurrido a la genética. La misma gente que mantiene que los sionistas nunca se refirieron a una raza, concluyen sus argumentos invocando un gen común judío. Su razonamiento puede ser resumido como sigue: «no somos una raza pura, pero somos igual una raza».
En los años 1950 hubo en Israel investigaciones sobre huellas digitales judías características; y desde los ’70, biólogos en sus laboratorios (a veces incluso en EEUU) han buscado una marca genética común a todos los judíos. Yo comenté en mi libro su falta de datos, la frecuente evasividad de sus conclusiones y su ardor etno-nacionalista, el cual no tiene apoyo en ningún descubrimiento científico serio.
Este intento de justificar el sionismo a través de la genética es reminiscente de los procedimientos de antropólogos de finales del siglo XIX quienes se plantearon descubrir características específicas de los europeos.
Hasta hoy, ningún estudio basado en muestras de ADN anónimo ha tenido éxito en identificar una marca genética específica a los judíos, y no es probable que algún estudio alguna vez lo haga. Es una ironía amarga el ver a los descendientes de sobrevivientes del Holocausto plantearse encontrar una identidad biológica judía. ¡Hitler hubiera estado ciertamente satisfecho! Y es aún más repulsivo que este tipo de investigación se desarrolle en un Estado que durante años se halla emprendido en una política declarada de «judeización del país», en el que aun hoy a un judío no le está permitido casarse con un no-judío.
CONVERSOS, JÁZAROS E HISTORIADORES
Casi ninguna crítica académica ha contradicho mi afirmación de que no hubo un exilio forzado de un pueblo judío en el primer o segundo siglo DC, y la mayoría de los críticos están perfectamente conscientes de que la Biblia no es un libro de historia.
Pero la sección de mi libro dedicada al tema de los Jázaros (o Khazarios) ha atraído muchos críticos: «todos leímos acerca de los Jázaros cuando niños…es un mito desgastado e infundado…el escritor antisemita Arthur Koestler lo inventó…los árabes lo han estado diciendo por mucho tiempo…», etc. Lo que es particularmente impactante acerca de estas respuestas es que provienen de críticos quienes no tienen ni una palabra que decir acerca de las conversiones impuestas por los Asmoneos sobre sus vecinos, ni de las masivas conversiones realizadas en la antigüedad alrededor de la cuenca mediterránea5, ni de Adiabena en la Mesopotamia, ni de la conversión del Reino Himyarita al sur de la península arábica, ni de los Berberiscos judaizados del norte de África.
Contrario a concepciones modernas, desde el siglo II AC, hasta los comienzos del siglo IV DC, el judaísmo era una religión proselitista, dinámica y en expansión, y no hay datos que puedan refutarlo. El retiro comunitario fue un fenómeno muy posterior, cuando la persistencia de minorías judías -dentro del ahora dominante mundo cristiano y musulmán- era condicional a la cesación de todo proselitismo judío. Pero en las religiones «paganas», el judaísmo continuó atrayendo nuevos seguidores, lo cual nos lleva al asunto de los Jázaros.
El Reino Khazario fue el último en convertirse al judaísmo, muy probablemente en el siglo VIII DC. Hasta aquí esto no tiene disputas, pero la ira de los historiadores sionistas se desató con el intento de conectar la muy sustancial presencia judía en Europa oriental con el rompimiento del Reino Jázaro y la emigración de sus súbditos judíos hacia Ucrania, Rusia, Polonia y Hungría. Es importante tener en mente, de todas maneras, que la tesis que sostiene que la fuerte presencia demográfica judía en estas regiones sería incomprensible sin la existencia de un Reino Khazario judío, no fue inventada por Arthur Koestler, cuyo único problema fue que se demoró en publicar su libro The thirteen tribe. En riguroso hecho, a través de los años 1960 casi todos los historiadores, incluyendo los sionistas, apoyaban esta posición, y yo cito a algunos de éstos en mi libro.6
Ben-Zion Dinur, el padre de la historiografía israelí, así como exministro de educación, llamó a Khazaria «la madre diáspora, la madre de uno de las diásporas más grandes, de Israel en Rusia, Lituania y Polonia». De acuerdo con el historiador judío estadounidense Salo Baro, quien no escondía sus simpatías por Israel:
Antes y después de la conmoción mongólica, los Khazarios mandaron muchos vástagos hacia las ignotas tierras eslávicas, ayudando de última a construir los grandes centros judíos de Europa oriental…durante el medio milenio de su existencia (740-1250), sin embargo, y sus secuelas en las comunidades del Este de Europa, este notable experimento en Estatismo judío sin duda ejerció una influencia en la historia judía mayor de la que podemos todavía envisionar. Desde Khazaria los judíos comenzaron a dispersarse hacia las estepas de Europa oriental, tanto durante el período de prosperidad de su país como en el de su declinación.
Cuando el gran historiador Marc Bloch tuvo que adoptar una definición de los judíos, los describió como «un grupo de correligionarios originalmente reunidos desde cada rincón del mundo Mediterráneo, Turco-Khazario y Eslavo»7
El trabajo más importante que demuestra que el origen de la mayoría de los judíos de Europa oriental descansa en las tribus Turcas y Eslavas del Reino Khazario es el de Abraham Polak, profesor y fundador del Departamento de Historia de Medio Oriente en la Universidad de Tel Aviv.
En lo que respecta al «problema Khazario», la diferencia entre sionistas y no-sionistas es que los primeros adelantan la improbable tesis de que la masa de judíos en el Reino Khazario vinieron de «Eretz Israel», y buscaron de preservar en su nueva tierra el principio de la descendencia de Abraham.
Tal vez todos estos historiadores están equivocados. Pero en todo caso, la conexión entre los judíos conversos del gran reino khazario y el desarrollo del «pueblo Idish» en Europa oriental no fue objeto de ningún estudio serio desde los escritos de Abraham Polak en los años 1940. Ningún descubrimiento histórico ha visto la luz, ninguna investigación se ha hecho desde entonces para mostrar o explicar cómo, de una pequeña minoría judía en Alemania occidental, una masiva emigración estuvo en posición de generar, a principios del siglo XVIII, una presencia de más de tres cuartos de millón de judíos solamente en la comunidad Polaco-Lituana (sin Rusia, Ucrania oriental, Rumania, Hungría y Bohemia). Un número enorme incluso anterior al repunte demográfico de los siglos XIX y XX.
Los cálculos de varios demógrafos sionistas sosteniendo que los judíos se multiplicaban diez veces más rápido que sus vecinos -en particular porque se lavaban las manos antes de cada comida- son totalmente carentes de basamento.8 Hasta que una nueva y creíble tesis venga a refutarlo, solamente la existencia en el Este de un reino judío medieval es capaz de explicar esta «explosión» demográfica, sin equivalente en ninguna otra región del mundo en ese tiempo. Además, investigaciones filológicas recientes han mostrado cómo los orígenes de la lengua Idish difieren de los del dialecto judeo-germano de los guetos de Alemania occidental.
Sin embargo, en tiempos de descolonización global y del ascenso del movimiento nacional palestino, mientras Israel mantenía el control sobre la totalidad del área entre el Mar Mediterráneo y el Valle del Río Jordán, no era posible dejar lugar a dudas sobre los orígenes de los conquistadores de Jerusalén: todos ellos, o por lo menos la gran mayoría de ellos, tenía que ser presentado como siendo descendientes de los reinos de David y Salomón. Y así los judíos Jázaros fueron expulsados de la historia dos veces: primero por la historiografía soviética después de la Segunda Guerra Mundial, y luego por la historiografía sionista luego de la guerra de Junio de 1967. En ambos casos, la necesidad ideológica reconstruyó la memoria nacional.
NEGANDO LA EXISTENCIA DE UN PUEBLO ISRAELÍ
Fui acusado de negar la existencia del pueblo judío,9 y tengo que reconocer que esta aseveración, aunque a menudo cargada con un evidente y ofensivo sesgo acusatorio que insinúa una equivalencia con la atrocidad que constituye la negación del Holocausto -no es totalmente infundada.
La pregunta que se debe hacer es: ¿acaso el lento surgimiento de líneas de comunicación más amplias y confiables que nunca, a través de las cuales poblaciones enteras comenzaron a forjarse a sí mismas como pueblos, en el contexto de reinos centralizadores y embrionarios Estados-Nación, crearon un pueblo judío? La respuesta es negativa.
Con la excepción de Europa oriental, donde el peso demográfico y la estructura excepcionalmente distintiva de la vida judía alimentaron una forma específica de cultura popular y lenguaje vernáculo, ningún pueblo judío -como única, cohesiva entidad- apareció nunca. El partido Bund, el cual representaba una de las expresiones «proto-nacionales» de la población judía de Europa oriental, entendió que las fronteras del pueblo cuyo representante y defensor se planteó ser coincidían con aquellas del idioma Idish.
Es interesante, por demás, notar que los primeros sionistas destinaron Palestina para los judíos del mundo de habla Idish, y no para ellos mismos; ellos buscaban por su parte ser propiamente Ingleses, Alemanes, Franceses o Americanos, e incluso se unieron apasionadamente en la guerra nacional de sus respectivos países.
Si no hubo una cosa llamada pueblo judío en el pasado, ¿tuvo éxito el sionismo en crearlo en tiempos modernos?
En todas partes del mundo donde las naciones se formaron; en otras palabras, donde grupos humanos reclamaron soberanía para ellos mismos o lucharon por preservarla, pueblos fueron inventados y dotados de largos antecedentes y distantes orígenes históricos. El movimiento sionista procedió de la misma manera.
Pero si el sionismo tuvo éxito en imaginar un pueblo eterno, no se las arregló para crear una nación judía mundial. Hoy, judíos en todas partes tienen la opción de emigrar a Israel, pero la mayoría de ellos ha elegido no vivir bajo soberanía judía, y prefiere retener tras nacionalidades.
Si el sionismo no ha creado un pueblo judío mundial, y aún menos una nación judía, ha dado, sin embargo, nacimiento a dos pueblos, e incluso a dos nuevas naciones que desafortunadamente rehúsa reconocer, considerándolos vástagos ilegítimos.
Existe hoy un pueblo palestino; creación directa del colonialismo, que aspira a su propia soberanía y lucha desesperadamente por lo que queda de su patria. Asimismo existe un pueblo israelí dispuesto a defender con entrega total su independencia nacional. Este último, a diferencia del pueblo palestino hoy, no goza de ningún reconocimiento, a pesar de que tiene su propio lenguaje, su sistema general de educación, y una herencia artística en literatura, cine y teatro que expresa una vigorosa y dinámica cultura laica.
Los sionistas a lo largo del mundo hacen donaciones a Israel, y aplican presión sobre los gobiernos de sus países en apoyo a las políticas de Israel, pero más que a menudo no entienden el lenguaje de la nación que se supone es de ellos, se abstienen de unirse al «pueblo que ha emigrado a su patria», y declinan de mandar a sus hijos a tomar parte en las guerras del medio oriente.
En momentos en que estas líneas son escritas, el número de inmigrantes israelíes a países occidentales es mayor que aquel de los sionistas asentándose en Israel.
Sabemos también que si hubieran podido escoger en su momento, la gran mayoría de judíos que dejaban la URSS hubiérase mudado directamente a los EEUU, tal como los judíos que hablaban Idish de Europa oriental hicieron un siglo antes. (Es más: ¿hubiera el Estado de Israel nacido si los Estados Unidos de Norteamérica no hubieran cerrado sus fronteras a los inmigrantes de Europa central y oriental en los años 1920, una política implacablemente mantenida durante la década siguiente contra los refugiados escapando la persecución nazi, y aún durante las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial hacia los judíos que escapaban de Europa?).
El medio oriente es hoy probablemente la región más peligrosa del mundo para aquellos que se consideran a sí mismos judíos. Entre las razones de esto está la negación de los sionistas a la existencia de un pueblo israelí, a quien ellos consideran simplemente como una cabeza de puente de un «pueblo judío» ocupado en la colonización que debe continuar, y a quienes los sionistas prefieren envolver en una ideología etnocéntrica auto contenida.
NACIONALIDAD ÉTNICA Y EL ESTADO DE ISRAEL
A medida que dan sus primeros pasos, casi todas las nacionalidades son guiadas por el sueño de personificar la concientización y memoria de un pueblo «étnico». La necesidad de definir a un grupo nacional dio origen a conflictos a lo largo del siglo XIX, algunos de los cuales continúan en varios lugares hoy. En la mayoría de los Estados-Nación liberal-democráticos, una concepción civil y política de nacionalismo ha eventualmente triunfado, mientras que en otros, una definición etnocéntrica de pertenencia y de propiedad del Estado se ha mantenido dominante.
El sionismo, nacido en Europa central y oriental, de manera inequívoca asemeja las corrientes etno-biológicas y etno-religiosas prevalentes en el ambiente de donde se origina.
Los contornos de la nación no son vistos como tendidos por el lenguaje, una cultura laica cotidiana, presencia en el territorio y un deseo político de integración en el colectivo. En cambio, el origen biológico, combinado con fragmentos de una religión «nacionalizada»,
Y estos elementos originales están aún hoy en vigencia en Israel. Esta es la fuente verdadera del problema.
La colonización sionista reforzó esta forma de nacionalismo. En sus primeros estadios había realmente cierta vacilación acerca de los límites de la nación judía. Se previó en un momento incluir a los árabes presentes en Palestina, sobre la base de su propio origen «etno-biológico». Pero tan pronto como los árabes comenzaron vigorosamente a oponerse a la colonización, la definición de la nación fue definitivamente re-enfocada bajo líneas etnocéntricas y religiosas. Criterios etnobiológicos no fueron mantenidos tan firmemente en todas las sociedades creadas a partir de colonización. (si este criterio dominó por largo tiempo las definiciones nacionales de la colonización de los puritanos en Norteamérica, los mismos fueron disueltos más rápidamente en las naciones establecidas en América Central y Sur, donde predominó el catolicismo)10
En Israel, los años 1960 vieron la expresión embriónica de una nacionalidad cívica. Pero luego de 1967, la posición subordinada de la totalidad de la población árabe entre el mar Mediterráneo y el valle del Jordán significó que la definición del «etnos» imaginario judío se volviera crecientemente estrecha.
El etnocentrismo judío ha continuado haciéndose más pronunciado en años recientes. El debilitamiento del mito territorial ha sido acompañado con el fortalecimiento del mito «étnico». Los resultados de las últimas elecciones legislativas son una elocuente expresión de esta tendencia.
En paralelo, en el mundo occidental, la retirada de la clásica nacionalidad civil y el alza de formas cerradas de comunitarianismo, ligadas con la globalización cultural y los trastornos de la inmigración, han envalentonado tendencias a un retiro hacia una exclusiva identidad judía. Ya sea religiosa o secular, tal identidad judía no es de ninguna manera censurable, y después de Hitler y el nazismo sería tonto e incluso sospechoso oponérsele.
Sin embargo, cuando esta identidad está vacía de experiencias espirituales, culturales o éticas, cuando conduce al aislamiento de los judíos de sus vecinos y conlleva la identificación de los mismos con el militarismo israelí y una política que tiende a la dominación de otro pueblo por la fuerza, hay lugar a preocupación.
Israel, en los albores del siglo XXI, se define a sí mismo como el Estado de los judíos y propiedad del «pueblo judío». En otras palabras, de judíos viviendo en cualquier parte en el mundo, y no la posesión del conjunto de los ciudadanos israelíes viviendo sobre su tierra, por lo cual es apropiado definirlo como una etnocracia y no una democracia.
Los trabajadores foráneos y sus familias, despojados de ciudadanía, no tienen absolutamente ninguna posibilidad de ser integrados en el cuerpo social, incluso si han vivido en Israel por décadas; incluso si sus hijos han nacido allí y hablan solamente hebreo. Y respecto a esa cuarta parte de la población identificado por el Ministerio del Interior como «no-judío», aunque tengan ciudadanía no pueden decir que Israel es «su» Estado.
Es difícil saber cuánto más los árabes israelíes, que representan el 20 por ciento de los habitantes del país, van a continuar tolerando ser vistos como extranjeros en su propia patria. Como el Estado es judío, y no israelí, cuanto más esos ciudadanos árabes se «israelizan» en términos de cultura y lenguaje, tanto más se vuelven anti-israelíes en sus posiciones políticas, un hecho que de ninguna manera es paradoxal.
¿Es realmente tan difícil imaginar que una de las próximas «intifadas» podría ocurrir, no en los territorios ocupados en la margen occidental del Jordán, que están sujetos a un régimen estilo apartheid, sino estallar en el mismo corazón de la etnocracia segregacionista, o sea, dentro de las fronteras israelíes de 1967?
Es todavía posible cerrar los ojos de uno a la verdad. Muchas voces van a continuar manteniendo que el «pueblo judío» ha existido por cuatro mil años, y que «Eretz Israel» siempre ha pertenecido a él.
Y sin embargo, los mitos históricos que una vez fueron -con la ayuda de una gran cantidad de imaginación- capaces de crear la sociedad israelí, son ahora fuerzas poderosas ayudando a elevar la posibilidad de su destrucción.
Shlomo Zand
Universidad de Tel Aviv, 2010
Traducción del inglés:
El negro Gómez
Coyoacán, México, 24 de diciembre del 2010
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