Said camina despacio, a cada paso su respiración suena como un acordeón roto. Sufre silicosis, una enfermedad respiratoria irreversible y en muchos casos mortal. Con gran esfuerzo, escala el murete de piedra y pasa al prado donde se han congregado los hombres de la aldea: casi todos están enfermos. Tasliçay es un minúsculo pueblo del […]
Said camina despacio, a cada paso su respiración suena como un acordeón roto. Sufre silicosis, una enfermedad respiratoria irreversible y en muchos casos mortal. Con gran esfuerzo, escala el murete de piedra y pasa al prado donde se han congregado los hombres de la aldea: casi todos están enfermos.
Tasliçay es un minúsculo pueblo del sureste kurdo de Turquía, apenas un puñado de casas y una pequeña escuela pintada de color rosa. A finales de los 90, forzados por la pobreza, los hombres de Tasliçay comenzaron a emigrar a Estambul para buscarse la vida. Un empresario ofreció a Said y a los suyos trabajo en un sector que despuntaba: el blanqueado de pantalones vaqueros.
Polvo en los pulmones
Actualmente no hay tienda de ropa que se precie sin sus vaqueros desgastados. Pero para adquirir ese aspecto son sometidos a un proceso llamado sandblasting: el tejido es tratado con un chorro de arena a presión que deja esas marcas blancas tan de moda. El problema es que este trabajo se realiza en pequeños talleres sin ventilación y a los obreros no se les ofrece ninguna protección. «Trabajábamos 12 horas al día, seis días a la semana. Ninguno teníamos contrato ni seguro médico», explican.
La arena llenaba los talleres y el polvo de sílice se instaló en los pulmones de los vecinos de Tasliçay que fueron a trabajar a Estambul. «La silicosis se manifiesta normalmente al cabo de 15 o 20 años de haber estado expuesto al sílice. Pero en casos de mucha exposición como estos, se producen fibrosis pulmonares en tres meses», explica el doctor Zeki Kiliçaslan, del Hospital Universitario de Estambul, que ha tratado a muchos de los enfermos.
«Un compañero enfermó y, al principio, los médicos no sabían que era silicosis y le trataron de tuberculosis. Se fue del trabajo y al final murió», relata Said. Era la primera vez que en empleados del sector textil se detectaba la enfermedad, más común entre mineros y obreros metalúrgicos. El resto de los trabajadores, asustados, dejaron sus empleos y regresaron a su tierra natal en torno al 2004. No tardaron en comenzar a sentir los síntomas de la silicosis.
Mahmut, como otros muchos jóvenes lugareños, ha quedado incapacitado: «Intento levantar un peso y no puedo. Entonces me deprimo. Voy a pedir trabajo y en cuanto conocen mi estado de salud me cierran la puerta». «Salimos por la mañana de casa, venimos a la plaza y volvemos a casa. Ese es todo nuestro trabajo y solo tenemos fuerza para eso», explica Said. En Tasliçay, dos de los trabajadores afectados por silicosis han muerto en los últimos años y otros dos aguardan la muerte postrados en sus camas. «¿Cómo es posible que con 25 años necesites una bombona de oxígeno para respirar?», clama Mahmut.
Otro problema es que, debido a que su trabajo se hacía sin contratos ni papeles de por medio (el 50% de la economía en Turquía es sumergida), muy pocos logran demostrar que se trata de una enfermedad laboral y recibir una pensión de invalidez. «Yo tengo a 11 personas a mi cargo y un informe médico que dice que sufro una minusvalía del 80%. Recibo una ayuda de 230 euros cada tres meses. ¿Cómo puedo vivir con eso?», se queja Said.
Cadena de subcontratas
Para más inri, aquellos que se han atrevido a denunciar a sus antiguos patrones no han conseguido nada. «El dueño de la fábrica cambió el registro de la propiedad y su nombre ya no aparece en ningún papel. Así que la sentencia fue contra nosotros por calumnias. Tenemos que pagarle 275 euros y las costas del juicio y no tenemos dinero. Ellos tienen mejores abogados y pueden hacer trampas», se lamenta Mahmut.
En toda Turquía hay unos 3.500 obreros de los talleres de sandblasting aquejados de silicosis, calculan sindicatos y médicos. Cuando la cifra oficial de muertes alcanzó las 40, a principios de este año, el Gobierno se decidió a prohibir el uso de esta técnica de blanqueado, por lo que la mayoría de las fábricas se han trasladado a Irak, Siria, Egipto y Bangladés. «Hay que entender que estos hechos no se producen solo por las malas condiciones laborales de Turquía, sino que se trata de algo ligado a la economía global -opina Kiliçaslan-. Todas las grandes marcas de moda han usado este sistema, aunque lo hacen subcontratando a una empresa, que a su vez subcontrata a otra y esta a pequeños talleres, por lo que es muy difícil pillarlas».