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Elementos para una crítica

Movimientos sociales, post-política e hipótesis populista

Fuentes: Rebelión

La idea de este texto es criticar algunas de las propuestas de Laclau y Mouffe, que se han convertido en las principales referencias teóricas de Podemos. Para ello vamos a situarlos en el marco de la filosofía política francesa y vamos a utilizar otro autor de moda para ver algunos de sus puntos débiles: Slavoj […]

La idea de este texto es criticar algunas de las propuestas de Laclau y Mouffe, que se han convertido en las principales referencias teóricas de Podemos. Para ello vamos a situarlos en el marco de la filosofía política francesa y vamos a utilizar otro autor de moda para ver algunos de sus puntos débiles: Slavoj Zizek.

Lo político y lo post-político

La filosofía política francesa alcanza una cierta relevancia política en la década de los ochenta. La izquierda tradicional, más afin a la economía política, habría desdeñado a la filosofía política, que tendía a interpretarse como invariablemente liberal. Frente a esto, diversos autores proponen una aproximación crítica a esta disciplina. Ranciere, Badiou o Laclau coinciden en ser discípulos de Althusser, post-althusserianos, educados en el marxismo estructuralista pero derivando a una crítica post-estructuralista o post-moderna. Otro autor que vamos a mencionar, Bolivar Echeverría, procede de una tradición diferente pero entra a su manera en la misma discusión.

Uno de los elementos que primero llama la atención de este debate es el la propia concepción de la política. En términos muy generales todos estos autores tienden al menos a distinguir la política de lo político. La política sería la política institucional, de los partidos y los políticos profesionales, mientras lo político referiría un contenido básico de la sociedad que es interpretado como el contenido ineludible, conflictivo y antagonista de la misma (Mouffe, Zizek). Esto es importante, porque a partir de lo noventa, y tras la caída del muro, estos autores empiezan a hablar de una situación post-política. Esta sería una en que lo político desaparece y solo queda la política como gestión de los aparatos del estado. El conflicto, la disputa política quedan reprimidas o escondidas por la gestión tecnocrática de la política y cualquier horizonte de cambio social desaparece.

Otra forma de plantear esta diferencia es la división del acto político entre dos momentos (Echeverría, Badiou). Por un lado, un momento extraordinario, de fundación y refundación de la sociedad, que puede ser fruto de una guerra, guerra civil, revolución, crisis política, etcétera, que sería lo político por excelencia. El acto político no sería algo que funciona en un determinado marco de relaciones sociales, sino algo que cambia este el propio marco que condiciona como funcionan las cosas. Por otro lado, la política en la vida cotidiana, como prolongación del momento extraordinario, que completa la acción transformativa o que funciona como un trabajo a-político que sirve a los eventos del momento extraordinario.

Nuevos movimientos sociales, autonomía y populismo en una situación post-política

Las trasnformaciones internas del sistema capitalista y los cambios geopolíticos después de los años setenta condujeron a un progresivo declive del movimiento obrero y anti-capitalista. La creciente hegemonía del capitalismo neoliberal desde entonces, hasta llegara una situación virtualmente post-política en los noventa, ha intentado ser revertida desde distintos poyectos políticos. Mouffe y Laclau proponían en los ochenta la democracia radical y pluralista basada en los nuevos movimientos sociales y, más recientemente, Laclau lanzaría su conocida hipótesis populista.

Una de las manifestaciones del giro político de los años setenta fue la emergencia de los llamados Nuevos Movimientos Sociales (NMS). Frente a los viejos movimientos sociales anti-sistemicos, como el nacionalismo y el movimiento obrero, los NMS adquirirían un caracter post-materialista y perderían interés en la toma del estado. La acción de estos NMS favoreció el auge de una Nueva Izquierda, la cual incluyo gran parte de sus propuestas en materia de ecología, derechos sexuales o igualdad de género, desplazando los temas relacionados con el sindicalismo y la desigualdad social. Esto coincide a su vez con el auge de lo que podríamos denominar una perspectiva autonomista, que se expande desde el movimiento okupa alemán de principios de lo ochenta al alzamiento zapatista en el México de lo noventa. La idea de autonomía refiera aquí un modelo organizativo y de principios basado en los la acción política de base y las estructuras horizontales (asambleas, consejos, soviets), rechazando o al menos independizándose de instituciones mediadoras como los partidos políticos y los sindicatos jerarquizados.

En el contexto de la emergencia de los nuevos movimientos sociales, Laclau y Mouffe desarrollan una crítica al supuesto esencialismo marxista y al rol primordial asignado a la lucha de clases (en su libro Hegemonía y estrategia socialista). Proponen una redefinición del proyecto socialista en términos de una radicalización de la democracia liberal. La democracia debería trabajar en este proyecto articulando la irreductible multiplicidad de luchas contra diferentes tipos de subordinación: de clase, sexual, racial, ecológica, etcétera. La lógica de la representación de la clase por el partido daría paso a una lógica de equivalencia entre luchas particulares y autónomas. No obstante Laclau y Mouffe privilegian la lucha política por la democracia, de tal forma que todas las otras luchas son en últimas instancia la aplicación del principio de democracia a otros dominios: raza, sexo, religión, economía, etcétera. Así que la nueva misión de la izquierda no sería luchar contra la ideología liberal-democrática sino lo contrario, profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia plural y radicalizada. Valga decir que el término socialista queda en esta obra vaciado de cualquier contenido socio-económico y de clase y difícilmente está justificado su uso en el título.

Más tarde, Laclau se desplazaría desde la democracia radical hacia su particular definición de populismo. Para Laclau, populismo no es un movimiento político específico, sino lo político en su forma más pura, una matriz neutral, un campo de lucha abierto cuyos contenidos están definidos por la lucha contingente por la hegemonía. El populismo ocurre cuando una serie de demandas democráticas particulares son encadenadas en una serie de equivalencias y este encadenamiento produce «el pueblo» como el sujeto político universal. Lo que caracterizad el populismo es la emergencia de la gente como sujeto político, y todas las diferentes luchas y antagonismos particulares aparecen como parte de la lucha entre el pueblo y el Otro. En un contexto donde el poder hegemónico no puede incorporar una serie de demandas particulares, una fuerza antagonista podría luchar por y abanderar ciertos significantes vacíos (democracia, justicia, decencia), los cuales podrían incorporar las múltiples demandas particulares insatisfechas de la población. Esta tesis estaría basada en gran medida en la observación del funcionamiento del discurso peronista en Argentina y habría sido muy influyente en el planteamiento estratégico de Podemos.

La politización de la economía

Diversas críticas han sido lanzadas contra el proyecto de las múltiples identidades y la política radical, así como contra la hipótesis populista de Laclau. Aquí nos vamos a valer fundamentalmente de las críticas de Zizek, que acusa a ambas propuestas de tener un contenido post-político. Para empezar, para Zizek, las políticas posmodernas de la identidad, vinculadas a estilos de vida particulares, encajan muy bien con la idea de una sociedad despolitizada. La proliferación de grupos culturales y estilos de vida alternativos es solo concebible en el contexto de la globalización capitalista. El único vínculo que conecta todas estas múltiples identidades es el mercado capitalista, siempre dispuesto a satisfacer la demanda de sus clientes. Esto también habría implicado una determinada forma de hacer política desde los movimientos sociales, en la que se habrían abandonado progresivamente la acción política colectiva y los proyectos globales de sociedad alternativos. En palabras de Jodi Dean, de tanto decir que lo personal es político hemos llegado a asumir lo político como algo intrínsecamente personal. Para Swyngedowu, la tendencia a que las protestas políticas tengan un carácter local y particularista (parroquial) implicarían una colonización de lo político por lo social. Esta colonización, más que politizar flanquea la dimensión política, sustituida por una proliferación de comunidades fragmentadas e identitarias.

Además, Zizek critica la defensa de Laclau de la «invención democrática», ya que en la propia definición de la democracia política existe una tendencia a excluir lo no-político, la esfera liberal de la política como algo separado de lo cultural y de lo económico.

El otro punto clave es el abandono de la crítica al capitalismo. El posmodernismo ha politizado aspectos previamente considerados a-políticos o privados, pero también ha contribuido a la despolítización de la economía y la naturalización del capitalismo. Zizek apunta que las luchas económicas son necesariamente reprimidas en el campo de las luchas particularistas. Las políticas de izquierda que proponen cadenas de equivalencias entre diversas luchas tienen una correlación absoluta con la aceptación del las relaciones económicas capitalistas como un marco incuestionado. Para Zizek, la huida del esencialismo marxista que llevan a cabo Laclau y Mouffe conduce a la aceptación del capitalismo y a la renuncia a cualquier intento real de superar las condiciones sociales de existencia actuales. Algo similar ocurre con la necesaria externalización del Enemigo en un intruso o un obstáculo por parte del populismo. Para el populismo la causa de todos los males es en última instancia no el sistema en si mismo, sino el intruso que lo corrompe (la corrupción política y no el capitalismo, los especuladores financieros y no los capitalistas como tales), el problema no son las consecuencias estructurales e inevitables del sistema capitalista sino un elemento que no tiene un rol propio en la estructura. Además, Zizek pone en duda la existencia de una polarización entre la administración post-política y la politización populista. Los dos podrían incluso coexistir en la misma fuerza política (pone el ejemplo de Berlusconi), reemplazando la tolerancia multi-culutralista como el suplemento ideológico de la administración post-política (de Hilary Clinton a Donald Trump, por poner un ejemplo reciente, lo importante es que la economía neoliberal no se pone en cuestión en ningún momento). Así, tanto para Slavoj Zizek como para Jodi Dean, salir de la situación post-política actual parece pasar irremediablemente por repolitizar la dimensión económica (y de clase) que ha quedad fuera de toda discusión.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.