Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Mañana será el trigésimo segundo aniversario del primer «Día de la Tierra», uno de los acontecimientos definitorios en la historia de Israel.
Recuerdo bien el día. Me hallaba en el aeropuerto Ben Gurion de viaje a una reunión secreta en Londres con Said Hamami, el emisario de Yasser Arafat, cuando alguien me dijo: «¡Han matado a muchos manifestantes árabes!»
Eso no era totalmente inesperado. Unos días antes nosotros -los miembros del recién formado Consejo Israelí para la Paz israelo-palestina- habíamos dado al Primer Ministro, Isaac Rabin, un memorando urgente que advertía de que la intención del gobierno de confiscar grandes parcelas de tierra de los pueblos árabes provocaría un estallido. Incluíamos una propuesta para una solución alternativa elaborada por Lova Eliav, un veterano experto en asentamientos.
Cuando volví del extranjero, el poeta Yevi sugirió que hiciéramos un gesto simbólico de dolor y arrepentimiento por las matanzas. Tres de nosotros -el propio Yevi, el pintor Dan Kedar y yo- pusimos coronas en las tumbas de las víctimas. Esto despertó una ola de odio contra nosotros. Sentí que algo profundamente significativo había pasado, que la relación entre los judíos y los árabes dentro del Estado había cambiado fundamentalmente.
Y de hecho el impacto del Día de la Tierra -como se llamó el hecho- fue más fuerte incluso que la matanza de Kafr Kassem de 1956 o las matanzas de los hechos de octubre de 2000.
Las razones se remontan a los primeros días del Estado
Después de la guerra de 1948, sólo quedaba en el Estado una pequeña, débil y asustada comunidad árabe. No sólo habían sido desarraigados (aproximadamente 750.000 personas) del territorio que se había convertido en el Estado de Israel, sino que, además, los que se quedaron estaban sin liderazgo. Las élites políticas, intelectuales y económicas habían desaparecido, la mayoría de ellos justo al principio de la guerra. El vacío fue ocupado, en cierta forma, por el Partido Comunista a cuyos líderes se les había permitido volver del extranjero, principalmente para complacer a Stalin, que en su momento apoyó a Israel.
Después de un debate interno, los líderes del nuevo Estado decidieron otorgar a los árabes del «Estado judío» la ciudadanía y el derecho a votar. Eso no estaba claro. Pero el gobierno quiso aparecer ante el mundo como un estado democrático. En mi opinión, la razón principal fue partidista: David Ben-Gurion creyó que podía coaccionar a los árabes para que votaran por su partido.
Y de hecho la gran mayoría de los ciudadanos árabes votó por el Partido Laborista (entonces llamado Mapai) y sus dos partidos-satélite árabes que habían sido formados para ese propósito. No tenían ninguna opción: estaban viviendo en un estado de miedo, bajo la mirada vigilante de los servicios de seguridad (entonces llamados Shin Bet). A cada hamulah árabe (familia extensa) se le dijo exactamente cómo votar, o por el Mapai o por uno de los dos subsidiarios. Puesto que cada candidatura electoral tenía dos papeletas diferentes, una en hebreo y otra en árabe, había seis posibilidades para los árabes leales en cada colegio electoral, y fue fácil para el Shin Bet asegurarse de que cada hamula votaba exactamente como se le había instruido. Más de una vez Ben Gurion consiguió la mayoría en la Knesset con la ayuda de estos votos cautivos.
Por cuestiones de «seguridad» (en todos los sentidos) los árabes quedaron sometidos a un «gobierno militar». Cada detalle de sus vidas dependía de él. Necesitaban un permiso para salir de su pueblo e ir al pueblo o la ciudad de al lado. Sin el permiso del gobierno militar no podían comprar un tractor, enviar a una hija a la universidad, conseguir trabajo para un hijo u obtener una licencia de importación. Bajo la autoridad del gobierno militar y de toda una serie de leyes, se confiscaron grandes parcelas de tierra para los pueblos judíos y los kibbutz.
Una historia se grabó en mi memoria: mi difunto amigo, el poeta Rashed Hussein, del pueblo de Musmus, fue convocado por el gobernador militar en Netanya, quien le dijo: Se acerca el Día de la Independencia y quiero que escriba un buen poema para la ocasión. Rashed, un joven orgulloso, se negó. Cuando volvió a casa encontró a toda su familia sentada en el suelo y llorando. Al principio pensó que alguien había muerto, pero entonces su madre clamó: «¡Nos has destruido! ¡Estamos acabados»! Así que escribió el poema.
Cada iniciativa política árabe independiente se ahogaba al nacer. Así, el primer grupo -el grupo nacionalista al-Ard (la tierra)- fue suprimido rigurosamente. Se ilegalizó, desterraron a sus líderes y se prohibió su periódico, todo con la bendición del Tribunal Supremo. Sólo el Partido Comunista quedaba intacto, pero a sus líderes también se les perseguía de vez en cuando.
El gobierno militar no se desmanteló hasta 1966, después de la salida de Ben Gurion del poder y poco tiempo después de mi elección en la Knesset. Tras manifestarme en su contra tantas veces, tenía el placer de votar para su abolición. Pero en la práctica cambió muy poco; en lugar del gobierno militar oficial, permaneció uno extraoficial, como la mayoría de la discriminación.
El Día de la Tierra cambió la situación. Una segunda generación de árabes había crecido en Israel, ya no tan tímidamente sumisa, una generación que no había experimentado las expulsiones en masa y cuya posición económica había mejorado. La orden que se dio a los soldados y la policía de abrir fuego contra ellos causó conmoción. Así comenzaba un nuevo capítulo.
El porcentaje de ciudadanos árabes en el Estado no ha cambiado: desde los primeros días a la actualidad es alrededor del 20%. La proporción natural de crecimiento, mucho más alta en la comunidad musulmana, fue equilibrada por la inmigración judía. Pero los números han crecido significativamente: de los 200.000 al principio del Estado a casi 1.300.000; dos veces el tamaño de la comunidad judía que fundó el Estado.
El Día de la Tierra cambió dramáticamente la actitud del mundo árabe y de la población palestina hacia los árabes de Israel. Hasta entonces fueron considerados traidores, colaboradores de la «entidad sionista». Recuerdo una escena de la reunión de 1965 que tuvo lugar en Florencia auspiciada por el legendario alcalde Giorgio la Pira, que intentó reunir personalidades de Israel y del mundo árabe. En aquel momento se consideró una propuesta muy atrevida.
Durante uno de los descansos, estaba charlando con un importante diplomático egipcio en una plaza soleada fuera del lugar de la conferencia, cuando dos jóvenes árabes de Israel que habían oído hablar de la conferencia se acercaron. Después de abrazarlos se los presenté al egipcio, pero él se volvió de espaldas y exclamó: «¡Estoy dispuesto a hablar con usted, pero no con estos traidores!»
Los sangrientos hechos del Día de la Tierra devolvieron a los árabes israelíes al rebaño de la nación árabe y del pueblo palestino que ahora los llaman «los árabes de 1948».
En octubre de 2000, la policía disparó de nuevo y mató a ciudadanos árabes cuando intentaron expresar su solidaridad con los árabes muertos en Haram al-Sharif (Montaña del Templo) de Jerusalén. Pero entretanto, una tercera generación de árabes había crecido en Israel, muchos de los cuales, a pesar de todos los obstáculos, habían asistido a las universidades y se habían convertido en gente de negocios, políticos, profesores, abogados y médicos. Es imposible ignorar a esta comunidad; a pesar de que el Estado trata de hacer exactamente eso con todas sus fuerzas.
De vez en cuando se expresan quejas sobre la discriminación, pero todos nos encogemos ante la pregunta fundamental: ¿Cuál es el estatus de la creciente minoría árabe en un Estado que se define oficialmente como «judío y democrático»?
Un líder de la comunidad árabe, el difunto miembro de la Knesset Abd-al-Aziz Zuabi, definió su dilema esta manera: «Mi Estado está en guerra con mi pueblo». Los ciudadanos árabes pertenecen tanto al Estado de Israel como al pueblo palestino.
Su pertenencia al pueblo palestino es evidente. Los ciudadanos árabes de Israel que últimamente tienden a llamarse «palestinos de Israel», sólo son una parte del atacado pueblo palestino formado por muchas ramas: los habitantes de los Territorios Ocupados (ahora divididos entre Cisjordania y la Franja de Gaza), los árabes de Jerusalén Este (oficialmente «residentes» pero no «ciudadanos» de Israel) y los refugiados que viven en muchos países diferentes, cada uno con su propio régimen particular. Todas estas ramas tienen un sentimiento fuerte de pertenencia conjunta, pero la conciencia de cada una está formada por su propia situación particular.
¿Cómo es de fuerte el componente palestino en la conciencia de los ciudadanos árabes de Israel? ¿Cómo puede medirse? Los palestinos de los Territorios Ocupados se quejan a menudo de que se expresa mayormente en palabras, no en hechos. El apoyo que dan los ciudadanos árabes de Israel a la lucha palestina por la liberación es principalmente simbólico. Aquí y allí un ciudadano es arrestado por ayudar un atacante suicida, pero éstas son raras excepciones.
Cuando el extremista del odio a los árabes Avigdor Liberman propuso que un cordón de pueblos árabes de Israel junto a la Línea Verde (llamado «el Triángulo») fueran devueltos al futuro Estado palestino a cambio de los bloques de asentamientos judíos de Cisjordania, ni una sola voz árabe se levantó en apoyo. Es un hecho muy significativo.
La comunidad árabe está mucho más arraigada en Israel de lo que parece a primera vista. Los árabes juegan una parte importante en la economía israelí, trabajan en el Estado, pagan impuestos al Estado. Disfrutan de los beneficios de la seguridad social; por derecho, puesto que pagan por ellos. Su nivel de vida es mucho más alto que el de sus hermanos palestinos de los Territorios y más allá de ellos. Participan en la democracia israelí y no tienen en absoluto el deseo de vivir bajo regímenes como los de Egipto o Jordania. Tienen graves quejas y justificadas, pero viven en Israel y seguirán viviendo.
En los últimos años, los intelectuales de la tercera generación árabe de Israel han publicado varias propuestas para la normalización de las relaciones entre la mayoría y la minoría.
Existen, en principio, dos alternativas principales:
La primera dice: Israel es un estado judío, pero un segundo pueblo también vive aquí. Si los israelíes judíos han definido derechos nacionales, los israelíes árabes también deben definir derechos nacionales. Por ejemplo la autonomía educativa, cultural y religiosa (como el joven Vladimir Zeev Jabotinsky exigió hace cien años para los judíos en la Rusia zarista). Deben permitirles tener conexiones libres y abiertas con el mundo árabe y el pueblo palestino de la misma forma que los ciudadanos judíos tienen conexiones con la diáspora judía. Todo esto debe especificarse en la futura constitución del Estado.
La segunda dice: Israel pertenece a todos sus ciudadanos y sólo a ellos. Cada ciudadano es un israelí como cada ciudadano estadounidense es estadounidense. Hasta donde compete al Estado no hay ninguna diferencia entre un ciudadano y otro, tanto si es judío, musulmán o cristiano, árabe o ruso, así como desde el punto de vista del Estado estadounidense no hay ninguna diferencia entre ciudadanos blancos, castaños o negros, si descienden de europeos, de africanos o de asiáticos, protestantes, católicos, judíos o musulmanes. En lenguaje israelí, esto se llama «un Estado de todos sus ciudadanos».
Tengo que decir que soy partidario de la segunda alternativa, pero estoy listo para aceptar la primera. Cualquiera de las dos es preferible a la situación actual en la que el Estado pretende que no hay ningún problema excepto algunos rastros de discriminación que tienen que ser superados (sin hacer nada al respecto).
Si falta el valor para curar una herida, se infectará. En los partidos de fútbol, la chusma grita: ¡»Muerte a los árabes»! y en la Knesset los diputados de la extrema derecha amenazan con expulsar a los miembros árabes de la cámara y también del Estado.
En el trigésimo segundo aniversario del Día de la Tierra, con el sexagésimo Día de la Independencia acercándose, es hora de agarrar este toro por los cuernos
Original en inglés:
http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1206829001/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.