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Mujeres de Beit Hanoun

Fuentes: Sin Permiso

Las mujeres desarmadas de la Franja de Gaza estuvieron en la avanzada de la resistencia a los últimos sangrientos ataques israelíes. La diputada palestina Jameela al-Shanti ofrece un estremecedor testimonio en primera persona.

Ayer, cuando amanecía, la fuerza aérea israelí bombardeó y destruyó mi hogar. Yo era el objetivo, pero en el ataque asesinaron a mi cuñada Nahla, una viuda con ocho hijos a su cargo. En esa misma incursión, la artillería israelí bombardeó un barrio residencial en la ciudad de Beit Hanoun, en la Franja de Gaza, dejando 19 muertos y 40 heridos, muchos de ellos muertos en sus camas. La familia Athamnas perdió 16 miembros en la masacre: el muerto más viejo, Fátima, tenía setenta años; el más joven, Dima, un año. Siete de los muertos fueron niños. En una semana, el número de muertos en Beit Hanoun superó los 90.

Es ésta la décima incursión israelí en Beit Hanoun desde que anunciaron su retirada de Gaza. Han convertido a la ciudad en una zona militar cerrada, sus 28.000 residentes sufren una condena colectiva. Durante varios días la ciudad fue rodeada y bombardeada por los tanques y las tropas israelíes. Cortaron todos los suministros de agua y electricidad, y si bien el número de muertos aumentó, el ingreso de las ambulancias no está permitido. Los soldados israelíes merodean las casas, silencian a las familias y colocan francotiradores en los tejados que disparan sobre cualquier cosa que se mueva. Nosotras aún no sabemos qué ha sido de nuestros hijos, esposos y hermanos, puesto que el pasado jueves todos los hombres de más de 15 años fueron sacados violentamente de sus casas, obligados a permanecer en ropa interior, esposados y expulsados.

No es fácil para una madre, una hermana o una esposa contemplar cómo desaparecen ante sus ojos los seres amados. Es posible que eso haya sido lo que me ayudó a mí y a otras 1.500 mujeres a superar el miedo, a desafiar el toque de queda del último viernes e intentar liberar a algunos de nuestros hombres jóvenes que estaban refugiados en una mezquita mientras nos defendían -a nosotras y a nuestra ciudad- de los ataques de la maquinaria militar israelí.

Enfrentamos, desarmadas, al ejército más poderoso de la región.

Los soldados fueron expulsados junto con las armas y no teníamos nada, sólo nos teníamos la una a la otra, y teníamos nuestro anhelo de libertad. Ni bien atravesamos la primera valla, nos sentimos más confiadas, más decididas a romper el opresivo cerco. Los soldados israelíes de la llamada «fuerza de defensa» no dudaron en abrir fuego sobre mujeres desarmadas. Durante toda mi vida me acompañarán las imágenes de mis amigas íntimas, Ibtissan Yusuf abu Nada y Rajja Ouda, bañadas en sangre, respirando en jadeo de agonía.

Luego, un avión israelí bombardeó un colectivo que llevaba niños al jardín de infantes. Asesinaron a dos de ellos y a su maestra. En la última semana murieron 30 niños. Cuando visito el hospital atestado de gente, me conmueve profundamente observar esos cuerpecitos estragados por cicatrices, amputados de miembros. Cuando nos recogemos por la noche, nos abrazamos con fuerza a nuestros niños, deseando en vano poder protegerlos de los tanques y los aviones israelíes.

Pero nosotros, los palestinos, también somos el objetivo de un ataque sistemático impuesto por el sedicente mundo libre, como si la ocupación y el castigo colectivo no fueran suficientes. Nos castigan con el hambre y el asedio, porque nos atrevemos a ejercer nuestro derecho democrático a decidir quién nos gobierne y represente. No hay nada que socave más los pretendidos esfuerzos de occidente por defender la libertad y la democracia que lo que está ocurriendo en Palestina. Poco después de anunciar su proyecto de democratizar el Oriente Medio, el Presidente Bush hizo todo lo que pudo para estrangular nuestra incipiente democracia: arrestó a nuestros ministros y legisladores (MPs). Todavía no he podido escuchar voces de condena ante el atentado que he sufrido como legisladora electa, en el que las bombas israelíes destruyeron mi hogar y asesinaron a mis parientes. Ni una palabra de los defensores de los derechos de las mujeres de Capitol Hill y del 10 de Downing Street ante el espectáculo de los cuerpos lacerados de mis amigas y colegas.

¿Por qué nosotros, los palestinos, deberíamos aceptar sin protestar y sin resistir el robo de nuestra tierra, la limpieza étnica de nuestros pobladores encarcelados en campos de refugiados abandonados, y la negación de nuestros derechos humanos más básicos? La lección que el mundo debería aprender de lo que ocurrió la última semana en Beit Hanoun es que los palestinos nunca abandonaremos nuestras tierras, nuestras ciudades y villas. Nunca renunciaremos a nuestros legítimos derechos por un pedazo de pan o un puñado de arroz. Las mujeres de Palestina resistiremos esta monstruosa ocupación que nos han impuesto bajo amenazas de muerte, ocupación y hambruna. Nuestros derechos y los de las generaciones futuras no están sujetos a negociación.

Todo aquel que desee la paz en Palestina y en la región debe dirigir sus palabras y sanciones al ocupante y no al ocupado; al agresor y al victimario, no a la víctima. Lo cierto es que la solución no está en manos de las mujeres y los niños palestinos, sino en Israel, en su ejército y en sus aliados.

Jameela al-Shanti es diputada en el Parlamento palestino

Traducción para www.sinpermiso.info : María Julia Bertomeu

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