La diabetes ha marcado la vida de Olga y de las mujeres de su familia. A sus 80 años, una insuficiencia renal crónica la llevó a depender de las diálisis, un método sustitutivo de la función de los riñones. Pero la diabetes fue la causa inicial de «tener que estar conectada a una máquina para […]
La diabetes ha marcado la vida de Olga y de las mujeres de su familia. A sus 80 años, una insuficiencia renal crónica la llevó a depender de las diálisis, un método sustitutivo de la función de los riñones. Pero la diabetes fue la causa inicial de «tener que estar conectada a una máquina para limpiar la sangre tres veces a la semana» y sufrir la amputación de una pierna.
Estrella Acosta es la hija menor de Olga Callao. Costurera y ama de casa, Acosta tiene a su cargo la mayoría de los cuidados de su mamá. «También vivo con diabetes», comenta la mujer de 50 años, para quien cada día «es un reto enfrentarse a una enfermedad que puede ser discapacitante».
«Tengo que vivir pendiente de cualquier herida, lastimadura, los niveles de glucosa de ambas, porque para una persona que padece diabetes, la cicatrización puede ser un gran problema», dice a SEMlac.
«Paso la semana entre la casa y el hospital», aclara; también por los otros padecimientos que aquejan a las dos: hipertensión, artritis, asma, alergias. «Mi hermana mayor murió de cáncer con solo 59 años y, desde mucho antes, ya había debutado con la diabetes», recordó.
De acuerdo con el Anuario Estadístico de Salud 2018, la diabetes mellitus es la octava causa de muerte en Cuba, con una sobremortalidad femenina. «Es la única por la cual mueren más mujeres que hombres. En 2018, la tasa de mortalidad para ellos fue de 17,5 por cada 100 000 habitantes, y para las mujeres ascendió a 24,8», indica el informe.
Son ellas también las que tienen una tasa de prevalencia mucho más alta para la diabetes mellitus (mujeres 75,1 por cada mil habitantes y hombres, 53,4); la hipertensión arterial (243,4 y 206,8, respectivamente) y asma bronquial (95,7 ellas y 89,5 ellos), señala el anuario.
La literatura científica sostiene, además, que el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares se triplica para las personas con niveles de glucosa elevados.
En las mujeres, las enfermedades del corazón son la primera causa de muerte y, para los hombres, la segunda; la demencia ocupa el quinto lugar para ellas, mientras que en los hombres alcanza el sexto puesto. En cuanto a las enfermedades glomerulares y renales, la cubanas se ubican en el décimo lugar y los hombre en el 12, precisa el anuario de salud.
Tal diferencia de 3,95 años a favor de ellas se ha mantenido estable en el tiempo, sin rebasar los 4,5 años, y ubica las mayores reservas de supervivencia en las mujeres, a partir de la edad adulta y de la adultez mayor, rasgo que difiere respecto a países con niveles de mortalidad similares.
En resumen, las cubanas viven mayor número de años, pero las investigaciones revelan que están en desventaja por riesgo de mortalidad respecto a otras poblaciones femeninas del mundo. Es lo que especialistas llaman «años de vida perdidos».
El profesor titular en Ciencias Económicas, Juan Carlos Albizu-Campos, señala que, en otras naciones con indicadores de salud y de esperanza de vida similares al de la nación caribeña, la esperanza de vida masculina es semejante a la de los varones cubanos, mientras que la femenina es superior en, al menos, dos años.
En su artículo «La esperanza de vida en Cuba hoy», publicado en la Revista Novedades en Población (2018), este especialista indica que ese diferencial se hace más pequeño cuando se combina con la variable color de la piel.
Para el experto, el mejoramiento de las condiciones de supervivencia de la población no blanca, en ambos sexos, es más lento, resultado de un estatus social que introduce diferencias en el acceso a prácticas modernas de salud.
Lo más notable, en su opinión, es que la combinación sexo femenino y color de la piel no blanco parece ser particularmente desventajosa. «La brecha socio-económica hace que la esperanza de vida al nacer de estas mujeres supere por muy poco a la de los hombres blancos, en apenas algo más de dos años», sostiene.
En su texto «La mortalidad en Cuba según el color de la piel» (2014), añade: «Su desventaja de capacidad de supervivencia en relación con las mujeres blancas es siempre superior a lo encontrado entre los hombres no blancos, incluso llegando a ser dos veces mayor en la región oriental y más de cinco veces en la zona rural».
«Históricamente, la mujer no blanca en Cuba ha sido depositaria de la más agresiva desigualdad que alguna vez existió. Por su condición de mujer y de no tener la piel blanca, padeció una discriminación más abierta», enfatiza el texto.
Con ello coincide Zoe Díaz Bernal, profesora e investigadora de la Escuela Nacional de Salud Pública, para quien estas fisuras son palpables en los propios desafíos de salud y las condicionantes sociales.
«El color de la piel contiene en sí todos los ingredientes de una larga historia de desigualdades, discriminaciones, desventajas, vulneraciones y exclusiones», señaló la también coordinadora de la Red Latinoamericana de Género y Salud Colectiva de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (Alames).
«Tenemos que reconocer que diversos elementos económicos, culturales y sociales condicionaron la aparición de contrastes en el desarrollo histórico entre diversos grupos dentro de la sociedad cubana y esas discrepancias también se registran en el comportamiento de la salud», dijo.
«En ese contexto, las mujeres perdieron un año hacia el final de la primera mitad de los noventa, mientras que en los hombres la pérdida alcanzó 0,9 años», ejemplifica Albizu-Campos en «La esperanza de vida en Cuba hoy«.
Pero advierte que la diferencia en esperanza de vida al nacer entre hombres y mujeres apenas llega a sobrepasar los cuatro años, cuando debiera esperarse una brecha entre los sexos de al menos dos años por encima de lo registrado.
En su opinión, el análisis de los datos trasluce que el sexo femenino en Cuba dispone de reservas inexploradas de incremento de su capacidad de supervivencia. En ese sentido, el experto sostiene que es preciso cambiar de estrategia en el sector de la salud, si se quiere incrementar la capacidad de supervivencia de la población cubana.
Ello implica «hacer hincapié en la lucha contra las enfermedades de sociedad, cardio y cerebro-vasculares y el cáncer, así como en todas aquellas en las que se revela una sobremortalidad femenina efectiva», apuntó.
Pero ese cambio de estrategia en el sector sanitario debe encaminarse a eliminar la «ceguera de género» que ha caracterizado el campo de la salud, aunque no es exclusivo de este, precisó por su parte Díaz Bernal.
Es preciso entender que hay determinantes sociales de la salud vinculadas a factores socio culturales, y en el caso de las mujeres pasa por los roles históricamente asignados a estas y la sobrecarga de labores y cuidados, dijo.
Hay miles de mujeres como Estrella, a las que el tiempo «no le alcanza ya para hacer sus costuras», con una pobre red familiar de apoyo para el cuidado que necesita su madre, y cuya salud como cuidadora también se ve comprometida.
En Cuba las mujeres fallecen por enfermedades del corazón, tumores malignos, enfermedades cerebrovasculares, influenza y neumonía, demencias y enfermedad de Alzheimer, accidentes, enfermedades crónicas de las vías respiratorias inferiores, enfermedades de arterias, arteriolas y vasos capilares, diabetes mellitus, y enfermedades glomerulares y renales, en ese orden.
En tanto, la Encuesta Nacional de Envejecimiento Poblacional (2017) constató que, entre 60 y 74 años y por encima de los 75 de edad, ellas padecen más enfermedades que los hombres en esos mismos rangos etarios. El 86 por ciento de las adultas de más de 60 años dijo tener algún padecimiento, contra 74, 4 por ciento de los hombres de ese grupo.
Respecto al estado de salud general, en todos los rangos de edades los hombres mostraron mayor auto percepción positiva en relación con las mujeres.
Para Albizu-Campos, «la elevación de la calidad de vida de la población ha de ocupar un lugar prioritario» y ello va más allá de «la solución del problema de la mortalidad y abarca hasta el posible retroceso de la esperanza de vida».
Especialistas aseguran que abordar el problema requiere de un estudio multidisciplinario sobre los riesgos de morir por enfermedades infecciosas, parasitarias, endocrinas y del sistema nervioso, con foco en las mujeres.
Albizu-Campos se aventura más. En su libro Mortalidad en Cuba sostiene: «pareciera que la mujer cubana es depositaria de unos modos de vida que la someten a una sobremortalidad relativa a la que no está expuesto el hombre».