Para la mayoría de occidentales, la religión musulmana se ha convertido, a base de la constante desinformación, en sinónimo de fundamentalismo, intransigencia y fanatismo. En cambio, el judaísmo e Israel nos parece algo muy diferente. Moderno, desarrollado, con ciudadanos de piel clara, incluso le llaman la única democracia de Oriente Medio. Dos recientes libros escritos […]
Para la mayoría de occidentales, la religión musulmana se ha convertido, a base de la constante desinformación, en sinónimo de fundamentalismo, intransigencia y fanatismo. En cambio, el judaísmo e Israel nos parece algo muy diferente. Moderno, desarrollado, con ciudadanos de piel clara, incluso le llaman la única democracia de Oriente Medio.
Dos recientes libros escritos por mujeres ayudan a conocer la realidad y romper esos estereotipos. El primero, «El islam sin velo» (Planeta), de la iraní Nazanín Amirian y la alemana Martha Zein, ayuda desde una perspectiva laica y agnóstica a superar prejuicios y falsedades sobre esa religión. El segundo es de la periodista Olga Rodríguez (Debate), buena conocedora de Oriente Próximo. Se titula «El hombre mojado no teme la lluvia», y es un ejemplo de periodismo en estado puro, donde recoge testimonios de Iraq, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Afganistán y Egipto.
Es el capítulo de Israel el que quisiera destacar. Un país tan racista que ha llegado a realizar análisis de ADN a los emigrantes etíopes para comprobar que de verdad tenían orígenes judíos. Su fundamentalismo religioso es tan rígido que incluye unas leyes dietéticas, kashrut, entre las cuales se encuentra la obligación de no mezclar la carne con productos lácteos, hasta el punto de disponer de utensilios de cocina diferentes que deben ser lavador por separado, incluso disponiendo de dos fregaderos. La comunidad judía ultraortodoxa tiene como norma los viernes, el saabat, prescindir de todo aquello que suponga electricidad (desde un coche a un teléfono o el timbre de la vivienda). Olga Rodríguez explica cómo quien atraviese en coche por alguno de sus barrios se arriesga a recibir pedradas, insultos o ser apaleado.
Los judíos ortodoxos tienen prohibido tocar -incluso rozar- a una mujer que no sea su esposa. En las zonas en que predominan -afirma Olga Rodríguez- hay autobuses con áreas divididas de hombres y mujeres y pasos de cebra exclusivos para mujeres. En algunas localidades hay aceras solo para hombres y otras solo para mujeres. «Una de las veces que visité el barrio se estaba celebrando el funeral de un rabino ultraortodoxo. (…) Yo caminaba hacia aquella muchedumbre compuesta solo de hombres. Cuando me vieron, gritaron presos del pánico, salieron escopetados de la calzada y se agolparon en las aceras, apretujados, mientras yo continuaba mi marcha, un tanto acongojada, a través de un ancho pasillo de la calle que habían dejado vacío para mí, una mujer, el pecado, lo intocable», relata la periodista. Una actitud digna de los talibanes afganos que tanto nos ha escandalizado en Occidente. Yo no vi nada parecido en los países de mayoría musulmana en los que he estado (Jordania, Líbano, Iraq o Túnez). No se debe pensar que esta comunidad ultraortodoxa es marginal en el país, son el diez por ciento de la población y tienen casi la cuarta parte de los escaños del Parlamento israelí.
De modo que, cuando oigamos hablar de fundamentalistas, quizás va siendo hora de que, además de burkas, imaginemos levitas, sombreros negros y tirabuzones judíos.