En el mundo árabe, la mayoría de los sindicatos siempre han estado afiliados a los gobiernos, pero ahora comienzan a emerger organizaciones independientes de trabajadores. En Túnez y Egipto, los sindicatos tuvieron un papel directo en el derrocamiento de los respectivos regímenes, y en Argelia y Bahrein convocan también a protestas. Para los grupos de […]
En el mundo árabe, la mayoría de los sindicatos siempre han estado afiliados a los gobiernos, pero ahora comienzan a emerger organizaciones independientes de trabajadores.
En Túnez y Egipto, los sindicatos tuvieron un papel directo en el derrocamiento de los respectivos regímenes, y en Argelia y Bahrein convocan también a protestas. Para los grupos de trabajadores árabes, el Estado debe dedicarse a consolidar la transición económica, y la privatización no es la solución.
«En Túnez, decimos que las chaquetas reversibles se han agotado. Algunos miembros de la UGTT (Unión General Tunecina del Trabajo, central sindical) afiliados al RCD (el partido del derrocado presidente Zine el Abidine Ben Ali) pusieron al reverso sus chaquetas (como símbolo) y apoyaron la revolución. Pero el proceso llegó a su límite», dijo a IPS el secretario general de la Federación General de Salud de Túnez, Belgacem Afaya.
La UGTT jugó un papel central en las protestas de enero contra Ben Ali, junto a la asociación de jueces y abogados, estudiantes y activistas de Internet.
Afaya y otros sindicalistas han llegado a Ginebra para participar de una reunión de la Internacional de Servicios Públicos (ISP), confederación mundial de trabajadores del sector público. En la región árabe, el ISP tiene 36 afiliados en 10 países.
«La mayoría de los sindicatos en la región árabe están vinculados con el gobierno, y sólo dos federaciones nacionales han apoyado las recientes revoluciones: la UGTT en Túnez y la recién creada federación en Bahrein, que actualmente es reprimida por el gobierno», dijo a IPS el subsecretario general de la IPS para el mundo árabe, Ghassan Slaiby.
En Egipto acaban de ser creados dos sindicatos independientes, algo que era ilegal hasta el derrocamiento del régimen Hosni Mubarak.
También están naciendo otros, pero los viejos todavía existen y ahora apoyan al nuevo gobierno. «Saben cómo hacerlo, están acostumbrados. En Egipto, las chaquetas reversibles no se han agotado», ironizó.
Los sindicatos en el mundo árabe tienen grandes dificultades. Incluso entre los afiliados a la ISP, las posiciones difieren grandemente. En Yemen, un sindicato apoya la revolución, mientras que otros dos están del lado del régimen.
En Libia no apoyan ni al líder Muammar Gadafi ni a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que se supone defiende sus intereses.
«¿Por qué (la OTAN) no interviene también en Siria, Bahrein y Palestina?», preguntó Afaya.
En Jordania, muchos sindicalistas están a favor de un cambio político radical, pero todavía se encuentran muy aislados.
Sin embargo, derrocar el gobierno es una cosa, y garantizar una transición económica viable es otra muy diferente. «En Túnez, el desempleo y el insuficiente poder de compra han llevado a la gente a las calles», señaló Afaya. «Hoy la situación es todavía tensa, aun cuando el gobierno, negando los presentes rumores, dice que hay suficiente dinero para pagar los salarios hasta julio».
La deuda externa tunecina representa casi 40 por ciento del producto interno bruto, y por eso Afaya cree que el nuevo gobierno está cometiendo el mismo error: pedir prestado.
En cambio, sostuvo, debería intentar recuperar el dinero robado por Ben Ali y sus funcionarios, mejorar la justicia social y fiscal, y lograr la equidad entre las diferentes regiones, respaldar los servicios públicos y promover el derecho a la atención a la salud.
«Ben Ali creó un sistema de salud de dos velocidades», señaló. «Los hospitales quedaron a un lado y la gente va a clínicas si pueden pagarlas. Ahora tenemos que mejorar el sistema y uno de nuestros más grandes éxitos recientes es un acuerdo con el gobierno para acabar con los empleos temporales y precarios y prohibir la subcontratación en los hospitales».
Argelia es una situación diferente. Nassira Ghozlane, secretaria general de la unión nacional de trabajadores de la administración pública de ese país, SNAPAP, cree que, a pesar de dos duramente reprimidas manifestaciones en febrero, la población no está lista aún para una revolución.
«No quieren repetir el escenario de los años 90, cuando 200.000 personas murieron y 10.000 desaparecieron», dijo a IPS.
«Pero queremos romper este muro de temor porque necesitamos un cambio radical. No creemos en las reformas que el gobierno acaba de anunciar. El país es gobernado por el aparato de seguridad militar y todo el sistema debe cambiar, no sólo el presidente (Abdelaziz) Bouteflika. Deben irse», añadió.
Las privatizaciones masivas han llevado al cierre de miles de empresas públicas, mientras que la venta de agua, gas y petróleo a compañías extranjeras continúa.
«Estamos en contra de esas privatizaciones», dijo. «Los salarios son los más bajos en el norte de África. Millones de argelinos tienen contratos precarios y ganan 25 euros por mes. En los hospitales, los médicos de emergencia ganan entre 40 y 90 euros. El salario de un maestro de secundaria es seis veces más bajo que el de uno tunecino, y el salario de un profesor universitario es cuatro veces más bajo que el de uno mauritano».