Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Como hijos e hijas nativos de Palestina, los ciudadanos palestinos en Israel siempre se sienten chocados por los argumentos: «Si no os gusta vuestro estatus inferior – podéis iros; si os definís como palestinos y simpatizáis con la lucha palestina por la libertad y la autodeterminación – os podéis unir a vuestros hermanos y hermanas en Palestina.»
Por cierto, los que lanzan esos argumentos no se dan cuenta de la ironía que subyace a su forma de pensar:
Primero: Inmigrantes – incluyendo a inmigrantes recientes como el ministro en el gabinete Avigdor Lieberman – o descendientes de inmigrantes le dicen a la población indígena que se vaya de su propia patria.
Segundo: Mediante la imposición de políticas estatales, la discriminación institucionalizada, y una cultura popular de odio, están haciendo que las vidas de los nativos sean insoportables a la espera de que se sientan «alentados» a partir.
Tercero: Esos argumentos implican la falsa presunción de que la minoría palestina sería una minoría de inmigrantes como los turcos en Alemania o los paquistaníes en el Reino Unido. Como minoría de inmigrantes, se espera, dice el argumento, que se ajusten a su nuevo país de elección y soporten las consecuencias de la enajenación frente a la nueva realidad y los símbolos del Estado. No pueden seriamente tener quejas sobre su condición porque ellos mismos han decidido migrar a ese Estado. Si no les gusta, pueden volver a migrar.
Las mismas personas que utilizan ese tipo de argumento se mostrarán consternadas si alguien responde a sus quejas sobre la «hostilidad árabe» hacia Israel y los «ataques terroristas» diciendo: «Decidisteis inmigrar a Palestina y establecer un Estado en Oriente Próximo en una región árabe a costas del pueblo indígena. Si no os gusta esa realidad podéis partir.»
La realidad es que no fueron los ciudadanos palestinos los que inmigraron a Israel; más bien habían vivido en su patria mucho antes de que Israel se hiciera realidad.
Cuarto: otra ironía es que las propias políticas israelíes impiden la emergencia de un Estado palestino. Al negarse al retiro de la tierra ocupada, al destruir la autoridad palestina en la reciente Intifada, al construir más y más colonias y al expandir el Gran Jerusalén, al construir un muro de separación dentro de Cisjordania, al rechazar toda negociación que tenga sentido durante más de seis años, al repudiar y boicotear a los funcionarios palestinos democráticamente elegidos (sea el gobierno de Arafat o el de Hamás), al destruir la economía palestina (como acaba de señalar un informe del Banco Mundial), y al despedazar a los territorios en bantustanes aislados – Israel hace que un Estado palestino se convierta en algo como un sueño remoto.
Además, Israel hace que la vida palestina ordinaria sea insoportable, al «alentar» a más gente a inmigrar. Piden a los ciudadanos palestinos de Israel que se sumen a esta realidad artificial. Sólo para que se les vuelva a pedir que se vayan.
Desde luego, la reacción automática a este último argumento por parte de los apólogos de Israel es: «Israel se retirará cuando termine la violencia palestina.» Este argumento no considera que el pecado original es la propia ocupación y que la resistencia es un resultado histórico natural. Tampoco responde al problema de la construcción de colonias y del envío de más colonos judíos. Tampoco responde al problema del por qué Israel no se ha retirado de las Alturas del Golán.
Durante cuatro décadas, la línea del cese al fuego sirio-israelí ha sido de las más tranquilas del mundo y a pesar de ello Israel no muestra intención alguna de retirarse; al contrario, sus colonias florecen. En el año pasado vimos cómo Israel rechazó una invitación siria para negociaciones. Finalmente, este argumento también trata vanamente de presentar a Israel como víctima, como si reaccionara ante los eventos, sin actividad política propia.
El argumento de «podéis partir,» sin embargo, no es sólo desconcertante e irónico. También es alarmante. Primero: sirve para justificar la discriminación institucionalizada contra la población nativa: «¿Pensáis que es malo? Podemos empeorarlo,» o «Podéis pasarlo peor en otra parte, así que quedaos tranquilos.» En esta perspectiva sionista, el palestino es un visitante indeseable y superfluo. En su calidad de visitante el palestino debe portarse bien, de otra manera se le despojará de su ciudadanía. Como visitante en su propia patria, se espera que el palestino se muestre agradecido por los despojos de derechos que le puedan conceder los nuevos amos del país.
Segundo: no se trata sólo de un argumento; también forma la base para propuestas políticas serias de ministros del gabinete, formadores de la opinión pública y miembros del parlamento israelí. Hay una larga lista de políticos influyentes, académicos y periodistas que han propuesto variaciones sobre el tema del «canje de tierras» o «canje de poblaciones» o incluso de la expulsión con el propósito de librarse de los ciudadanos nativos y de acentuar el carácter étnico e ideológico del Estado. Dos tercios de la mayoría judía expresaron en los últimos años su exigencia de que el gobierno «aliente» a los ciudadanos palestinos a emigrar. Y un tercio de los israelíes judíos apoyan la expulsión de los ciudadanos palestinos.
Estas proposiciones forman parte del concepto de que los ciudadanos palestinos constituyen una «amenaza demográfica.» Un Estado judío conlleva el mantenimiento de una sólida mayoría judía. Por ello, no puede coexistir con una gran minoría palestina. Ha estado y siempre estará – mientras sea definido como tal – preocupado por cuántos árabes y judíos nacen en un cierto año. Cada niño palestino recién nacido dentro de Israel representa una amenaza directa a la ecuación demográfica. Es por eso que instituciones y conferencias serias y prestigiosas (como la Conferencia Herzliya, el Centro Demográfico, el Consejo Público de Demografía) llaman a discutir cómo «contener» esa amenaza demográfica.
Por eso Benny Morris lamentó (incluso en el Guardian) que Ben Gurion no completase su proyecto de expulsión de los nativos en 1948.
La existencia de ciudadanos palestinos en un Estado judío y sionista revela la contradicción inherente del proyecto sionista: no se puede tener una supremacía judía y afirmar al mismo tiempo que se es democrático, puesto que no se propone una ciudadanía igual y universal.
Fuente: http://commentisfree.guardian.co.uk/nimer_sultany/2007/05/natives_not_immigrants.html