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¿Necesita Podemos un Secretario General con una Ejecutiva hecha a su imagen y semejanza en aras de la eficacia?

Fuentes: Rebelión

Podemos se juega esta semana su ser o no ser y su futuro: algo mucho más importante que ganar unas elecciones. Dos formas radicalmente opuestas de concebir la acción política se enfrentan en su seno: ajustarse al patrón habitual de funcionamiento de los partidos tradicionales donde todo gira en torno al «jefe», el aparato y […]

Podemos se juega esta semana su ser o no ser y su futuro: algo mucho más importante que ganar unas elecciones.

Dos formas radicalmente opuestas de concebir la acción política se enfrentan en su seno: ajustarse al patrón habitual de funcionamiento de los partidos tradicionales donde todo gira en torno al «jefe», el aparato y la cúpula, o contar con la participación activa de la gente.

Sus militantes están obligados a elegir entre un partido vertical, fuertemente jerarquizado y personalista (Claro que Podemos respaldado por Pablo Iglesias), y un movimiento de nuevo cuño, plural, participativo y horizontal (Sumando Podemos defendido por Pablo Echenique) que otorga todo el poder y protagonismo a las bases y no a los líderes (reducidos a la condición de portavoces).

El mayor error que podrían cometer sus miembros sería que, impulsados por el miedo a quedarse huérfanos de liderazgo, o animados por un espejismo electoral cortoplacista, desechasen la que en conciencia consideren la mejor alternativa.

Si Podemos se inclina por el primer modelo, homologable con el del resto de formaciones políticas, terminará cayendo en los mismos vicios y defectos que ellas, porque transitando por los mismos caminos, se llega inevitablemente a los mismos sitios.

El mismo entusiasmo e ilusión colectiva despertado por Podemos llevó antes a UGT, Comisiones Obreras y al PSOE a ganar las elecciones e incluso a ser hegemónicos en su ámbito respectivos sin que nadie lo notase, porque las elecciones las ganaron «ellos», no la gente.

No se debe mitificar ganar. Ganar no es un fin, ni constituye una garantía de nada. Felipe González ganó con mayoría absoluta y el cambio prometido se convirtió en un timo, porque el único que cambió fue él, que pasó del anonimato a formar parte de la casta.

Tampoco nuestro psoecialista de pana se privó de chantajear a su partido exigiéndole: «el marxismo o yo», comportamiento calcado del de Pablo Iglesias que ya ha anunciado que si su propuesta no triunfa, «se echará a un lado». Y es que, a todos los líderes les gusta tener las manos lo más libres posibles para actuar y rodearse de una corte de fieles que les permitan perpetuarse en el poder.

Pablo Iglesias propugna un modelo organizativo de tipo presidencialista, en el que el Secretario General se arroga la potestad de designar a la Ejecutiva, cuando eso debería hacerlo toda la organización… porque si Podemos es plural, ¿por qué su Ejecutiva tiene que ser monolítica?, ¿se trata de elegir al equipo de Pablo Iglesias o al de Podemos?, ¿acaso solo puede trabajar con las personas que le gustan y piensan como él?, ¿por qué tener tres portavoces en vez de uno no va a ser eficaz, cuando hasta ahora sí lo ha sido?

Lo que se necesita no es un liderazgo fuerte sino un movimiento fuerte; compartir el poder en vez de acumularlo y enterrar definitivamente y para siempre «el todo para el pueblo, pero sin el pueblo».

El bueno de González ya sostuvo en su día que lo importante no era que el gato fuera blanco o negro, sino que cazase ratones. Y vaya que sí los cazó: solo que los ratones fuimos nosotros, los pardillos.

Eficacia a tope, demostrada, aunque eso sí, salimos escaldados de ella.

No podemos volver a caer en la trampa de sacrificar la democracia en aras de la eficacia, ni servirá para nada sustituir una casta amortizada por otra renovada si, además de los músicos, no cambiamos la partitura.

Blog del autor: http://andresherrero.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.