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Hasta el gorro de todas esas sandeces sobre el reconocimiento de Israel como "Estado judío"

¡Negar, negar!

Fuentes: zope.gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por LB

Se basa en una sarta de frases huecas y definiciones vagas sin ningún contenido real. Sirve para muchos propósitos diferentes y casi todos ellos perversos.

Benjamin Netanyahu lo utiliza como un truco para impedir el establecimiento del Estado palestino. Esta semana ha declarado que el conflicto simplemente no tiene solución. ¿Por qué? Porque los palestinos no aceptan reconocer a Israel como bla, bla, bla.

Cuatro parlamentarios derechistas de la Knesset acaban de presentar un proyecto de ley que pretende facultar al gobierno para impedir el registro de nuevas ONG y disolver aquellas ya existentes que «se nieguen a reconocer el carácter judío del Estado».

Este nuevo proyecto de ley es sólo uno más de una serie diseñada para restringir los derechos civiles de los ciudadanos árabes y de los izquierdistas.

Si el difunto Dr. Samuel Johnson viviera en el Israel actual modificaría su célebre apotegma sobre el patriotismo y lo formularía así: «El reconocimiento del carácter judío del Estado de Israel es el último refugio de los canallas».

En la jerga israelí negar el «carácter judío» del Estado de Israel representa la peor felonía política imaginable, pues significa ni más ni menos que proclamar que Israel es un «Estado de todos sus ciudadanos».

Para un extranjero todo eso puede sonar un poco raro. En una democracia el Estado pertenece claramente a todos sus ciudadanos. Diga eso en los Estados Unidos y estará formulando una obviedad. Dígalo en Israel y estará usted entrando peligrosamente en un terreno que bordea la traición (en eso se quedan nuestros tan cacareados «valores comunes».)

En realidad Israel es de hecho un Estado de todos sus ciudadanos. Todos los ciudadanos adultos de Israel -y sólo ellos- tienen derecho a votar para la Knesset, el Parlamento que nombra el gobierno y dicta las leyes. La Knesset ha promulgado muchas leyes declarando que Israel es un «Estado judío y democrático». Dentro de diez o cien años la Knesset podría izar la bandera del catolicismo, el budismo o del Islam. En una democracia son los ciudadanos quienes son soberanos, no una fórmula verbal.

¿Qué fórmula?, cabría preguntarse.

Los tribunales son partidarios de las palabras «Estado judío y democrático». Pero esa no es, ni mucho menos, la única definición existente.

La más utilizada es la de «Estado judío». Pero eso no es suficiente para Netanyahu y compañía, que hablan del «Estado-nación del pueblo judío», una expresión con un bonito aroma a siglo XIX. «Estado del pueblo judío» también es una fórmula muy popular.

Lo único que tienen en común todas estas marcas es que son perfectamente imprecisas. ¿Qué significa «judío»? ¿Una nacionalidad, una religión o una tribu? ¿Quiénes son los «judíos»? O -más vagamente aún-, ¿quién integra la «nación judía»? ¿Forman parte de ella los congresistas que promulgan las leyes estadounidenses? ¿O las miríadas de judíos responsables de la política estadounidense en Oriente Medio? ¿A qué país representa el embajador judío del Reino Unido en Tel Aviv?

Los tribunales han estado luchando con la pregunta: ¿dónde está la frontera entre «judío» y «democrático»? ¿Qué significa «democracia» en este contexto? ¿Puede un Estado «judío» ser realmente «democrático»?, o, lo que es lo mismo, ¿puede un Estado realmente democrático ser «judío»? Todas las respuestas dadas a estas preguntas por doctos jueces y profesores de renombre son artificiales, o, como decimos en hebreo, «se sostienen sobre patas de gallina».

Volvamos al principio, es decir, al libro que escribió en alemán Theodor Herzl, el padre fundador del sionismo, y que se publicó en 1896. Él lo tituló «Der Judenstaat».

Por desgracia se trata de una de esas típicas palabras alemanas intraducibles. En general se suele traducir al inglés como «El Estado judío» o como «El Estado de los judíos». Ambas traducciones son esencialmente falsas. La traducción más ajustada sería la de «El Judioestado».

Si la expresión [Judenstaat] suena un poco antisemita no es por casualidad. Este dato puede sorprender a muchos, pero la palabra Jundenstaat no la inventó Herzl. La utilizó por primera vez un noble prusiano de patronímico impresionante -Friedrich August Ludwig von der Marwitz-, fallecido 23 años antes del nacimiento de Herzl. Se trataba de un ferviente antisemita mucho antes de que otro alemán inventara el término «antisemitismo» como expresión del saludable espíritu alemán.

Marwitz, un general ultraconservador, se opuso a las reformas liberales propuestas en aquel tiempo. En 1811 advirtió de que esas reformas amenazaban con convertir a Prusia en un «Judenstaat», un judioestado. No pretendió decir que los judíos estuvieran a punto de convertirse en mayoría en Prusia -¡vade retro!-, sino que los prestamistas y otros pérfidos comerciantes judíos iban a corromper el carácter del país y acabar con las virtudes de la vieja Prusia.

El propio Herzl nunca soñó con fundar un Estado que perteneciera a todos los judíos del mundo. Al contrario, su idea era que todos los verdaderos judíos se trasladaran al Judenstaat (aún no tenía decidido dónde establecerlo, si en Argentina o en Palestina). A partir de ese momento, solo ellos -y nadie más que ellos- seguirían siendo «judíos». Todos los demás acabarían asimilándose en sus países de acogida y cesarían por completo de ser judíos.

Todo eso queda lejos, pero que muy lejos, de la noción de «Estado-nación del pueblo judío» tal como lo conciben hoy muchos sionistas, incluidos millones de personas que no tienen la más mínima intención de emigrar a Israel.

De niño participé en decenas de manifestaciones contra el gobierno británico en Palestina. En todas ellas coreábamos al unísono: «¡Libertad de inmigración! ¡Estado Hebreo!» No recuerdo ni una sola manifestación en la que el lema coreado fuera «¡Estado judío!».

Era lógico. Sin que nadie nos lo hubiera ordenado establecimos una nítida distinción entre nosotros, los hebreoparlantes de Palestina, y los judíos de la diáspora. Algunos de nosotros convertimos esto en una ideología, pero para la mayoría de la gente era sólo una expresión natural de la realidad: agricultura hebrea y tradición judía, clandestinidad hebrea y religión judía, kibutz hebreo y Shtetl judío. Yishuv hebrea (la nueva comunidad del país) y diáspora judía. Que a uno lo llamaran «judío diaspórico» era el peor insulto concebible.

Para nosotros todo eso no tenía nada de antisionista. Todo lo contrario: el sionismo quería crear una antigua/nueva nación en Eretz Israel (como se llama a Palestina en hebreo), y esa nación naturalmente se diferenciaba claramente de los judíos de otros lugares. No fue hasta el Holocausto y su enorme impacto emocional que cambiaron las reglas verbales.

Entonces, ¿cómo llegó a introducirse subrepticiamente en el discurso la fórmula «Estado judío»? En 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico publicó la llamada Declaración Balfour, que decía: «el Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío…»

Cada palabra de ese documento fue elegida cuidadosamente tras meses de negociaciones con los líderes sionistas. Uno de los principales objetivos de los británicos era ganarse para la causa aliada a los judíos rusos y estadounidenses. La Rusia revolucionaria estaba a punto de salirse de la guerra y la entrada de los EEUU aislacionistas era vital.

(Por cierto, los británicos rechazaron utilizar las palabras «la transformación de Palestina en un hogar nacional para el pueblo judío», e insistieron en escribir «en Palestina», anticipando así la ulterior división del país.)

En 1947 la ONU aprobó dividir Palestina entre sus poblaciones árabe y judía. Nada dijo sobre el carácter de los dos futuros Estados, limitándose a usar las definiciones empleadas habitualmente por las dos partes en conflicto. Cerca del 40% de la población del territorio asignado a los «judíos» era árabe.

Los partidarios del «Estado judío» conceden mucho valor a una frase contenida en la «Declaración del Establecimiento del Estado de Israel» (documento comúnmente llamado «Declaración de Independencia»), donde efectivamente aparece la expresión «Estado judío». Tras citar la resolución de la ONU favorable al establecimiento de un Estado judío y de un Estado árabe, la declaración continúa: «Por consiguiente, nosotros (…) sobre la base de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en virtud de la presente proclamamos el establecimiento de un Estado judío en Eretz Israel, que será conocido como Estado de Israel».

Esta frase no dice absolutamente nada sobre el carácter del nuevo Estado, y el contexto es puramente formal.

Uno de los párrafos de la declaración (en su versión original hebrea) habla del «pueblo hebreo»: «Tendemos nuestras manos a todos los Estados vecinos y a sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad, y los exhortamos a establecer vínculos de cooperación y ayuda mutua con el pueblo hebreo independiente en su tierra». Esta frase está groseramente falsificada en la traducción oficial inglesa, en la que se han sustituido las últimas palabras por estas otras: «con el pueblo judío soberano asentado en su propia tierra».

En realidad habría sido casi imposible llegar a un acuerdo en torno a cualquier fórmula ideológica, ya que la declaración [de independencia israelí] fue firmada por los líderes de todas las facciones, desde los antisionistas ultraortodoxos hasta el Partido Comunista, de orientación moscovita.

Cualquier conversación sobre el Estado de Israel lleva inevitablemente a la pregunta: ¿qué son los judíos, una nación o una religión?

La doctrina oficial israelí dice que «judío» es un concepto a la vez nacional y religioso. El colectivo judío, a diferencia de cualquier otro, es a la vez nacional y religioso. En lo que nosotros respecta, nación y religión son una misma cosa.

La única puerta de entrada a este colectivo es la religión. No hay puerta nacional.

Cientos de miles de inmigrantes rusos no judíos han llegado a Israel acompañando a sus parientes judíos al amparo de la Ley del Retorno. Esta ley es muy amplia. Con el fin de atraer a los judíos permite que los acompañen incluso sus parientes lejanos no judíos, incluida la esposa del nieto de un judío. Muchos de estos no- judíos desean ser judíos para ser considerados 100% israelíes, pero sus esfuerzos por ser aceptados son baldíos. Según la ley israelí un judío es una persona «nacida de madre judía o convertida, que no ha adoptado otra religión». Esta es una definición puramente religiosa. La ley religiosa judía dice que a estos efectos la única persona que cuenta es la madre, no el padre.

Es muy difícil convertirse [al judaísmo] en Israel. Los rabinos exigen que el converso cumpla los 613 mandamientos de la religión judía, que sólo unos pocos israelíes de pleno derecho cumplen. Pero uno no puede convertirse en un miembro oficial de la estipulada «nación» judía por ninguna otra puerta. Uno se convierte en parte de la nación estadounidense aceptando la ciudadanía de EEUU. Nada de eso existe aquí en Israel.

Actualmente se está librando en Israel una batalla en torno a esta cuestión. Algunos queremos que Israel sea un Estado israelí, que pertenezca al pueblo de Israel, que sea de hecho un «Estado de todos sus ciudadanos». Otros quieren imponernos la ley religiosa, supuestamente establecida por Dios para toda la eternidad en el monte Sinaí hace unos 3.200 años, y abolir todas las leyes que la contradigan promulgadas por la Knesset elegida democráticamente. Muchos otros no desean ningún cambio en absoluto.

Pero, ¿de qué manera, en nombre de Dios (con perdón), afecta esto a los palestinos? ¿O a los islandeses, para el caso?

La exigencia de que los palestinos reconozcan a Israel como «Estado judío» o como «Estado-nación del pueblo judío» es absurda. Como dirían un británico, no es su jodido problema. Sería como interferir en los asuntos internos de otro país.

Sin embargo, un amigo mío ha sugerido una sencilla solución: la Knesset puede decidir simplemente cambiar el nombre del Estado y llamarlo algo así como «República Judía de Israel», de manera que cualquier acuerdo de paz entre Israel y el Estado árabe de Palestina automáticamente incluyera el reconocimiento que se exige.

Esto también podría acercar a Israel al Estado al que más se parece: la «República Islámica de Pakistán», que vio la luz casi al mismo tiempo que Israel tras la partición de la India, después de una espantosa masacre mutua, después de la creación de un gran problema de refugiados, con una perpetua guerra fronteriza en Cachemira y, naturalmente, con la bomba nuclear de por medio.

A muchos israelíes les chocará esta comparación. Cómo, ¿nosotros? ¿Equiparados a un Estado teocrático? ¿Nos estamos acercando al modelo de Pakistán y alejándonos del modelo estadounidense?

Qué diablos, ¡simplemente neguémoslo!

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1308345669/