Traducido para Rebelión por LB
En enero de 1077, el rey Enrique IV se dirigió a Canossa. Cruzó los nevados Alpes descalzo vestido con un sayal de monje penitente y llegó a la fortaleza del Norte de Italia en la que el vicario de Dios había encontrado refugio.
El Papa Gregorio VII lo había excomulgado a raíz de un conflicto sobre la prerrogativa de nombrar obispos en todo el Reich alemán. La excomunión ponía en peligro la posición del rey, quien decidió hacer todo lo posible para conseguir anularla. El rey esperó durante tres días fuera de las puertas de Canossa, ayunando y vistiendo su sayal, hasta que el Papa accedió a abrir la puerta. Cuando el rey se arrodilló ante el Papa la prohibición fue levantada y el conflicto llegó a su fin, al menos provisionalmente.
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Esta semana Netanyahu se fue a su Canossa de los Estados Unidos para evitar que el Papa Obama I le impusiera su excomunión.
A diferencia del rey alemán, Bibi no caminó descalzo por la nieve, ni mudó su costoso traje por un sayal, ni renunció a sus suntuosas comidas. Pero también él se vio obligado a esperar varios días a las puertas de la Casa Blanca antes de que el Papa se dignara a recibirle.
El rey alemán sabía que por su indulto debía pagar la tarifa completa. Se arrodilló. El rey israelí pensó que podía salir del paso a bajo costo. Como es su costumbre, intentó toda clase de subterfugios. No se arrodilló, sino que hizo una leve reverencia. El Papa no quedó satisfecho.
Esta vez la caminata a Canosa no tuvo éxito. Al contrario, empeoró la situación. La letal espada de la excomunión estadounidense sigue pendiendo sobre la cabeza de Netanyahu.
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En Israel Binyamin Netanyahu es considerado como el experto nº 1 en EE.UU. De niño se lo llevaron a Estados Unidos, donde asistió a la escuela secundaria y a la universidad, y habla un inglés americano fluido, aunque bastante superficial. Pero esta vez se equivocó, y de qué manera.
El corazón de Netanyahu está con la derecha estadounidense. Sus amigos más íntimos allí son los neoconservadores, los republicanos derechistas y los predicadores evangelistas. Al parecer, éstos le habían asegurado que Obama perdería la gran batalla del sistema sanitario y pronto se convertiría en un «pato cojo» que acabaría perdiendo inevitablemente las próximas elecciones presidenciales.
Fue una apuesta, y Netanyahu la perdió.
Al comienzo de la crisis de la construcción [de asentamientos judíos] en Jerusalén Este Netanyahu todavía estaba seguro de sí mismo. La gente de Obama le reprendió, pero sin excesiva severidad. Parecía que el conflicto iba a terminar como todos las anteriores: Jerusalén recularía de boquilla y Washington pretendería que el escupitajo era lluvia.
Alguien menos arrogante se habría dicho: no precipitemos las cosas. Esperemos en casa hasta que se aclare quién va a ganar la batalla del seguro sanitario. Entonces lo pensaremos de nuevo y tomaremos una decisión.
Pero Netanyahu sabía que tenía garantizada una entusiasta bienvenida en la conferencia del AIPAC, y al fin y al cabo el AIPAC gobierna Washington. Sin pensarlo mucho voló hasta allí, hizo un discurso y cosechó una estruendosa salva de aplausos. Ebrio de éxito, aguardó a la reunión en la Casa Blanca, donde se suponía que Obama lo abrazaría ante las cámaras.
Sin embargo, en el ínterin algo absolutamente terrible había ocurrido: el Congreso aprobó la ley de salud. Obama ganó una victoria que ha sido calificada de «histórica». Netanyahu no se enfrentaba a un Papa magullado y acosado, sino a un Príncipe de la Iglesia en todo su esplendor.
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Hay un chiste en Israel que dice que la unidad de tiempo más corta es la que transcurre desde que la luz del semáforo cambia a verde hasta que el conductor de atrás comienza a tocar la bocina. Mi difunto amigo el general Matti Peled decía que había un lapso más corto aún: el tiempo que tarda un funcionario recién ascendido a acostumbrarse a su nuevo rango. Pero parece que hay un período de tiempo más corto todavía.
George Mitchell, el mediador saltarín, entregó a Netanyahu la invitación de Obama para acudir a la Casa Blanca. Las cámaras lo mostraron todo: sonriendo de oreja a oreja, Mitchell tendió la mano para el apretón de manos, incluso extendió su otra mano para sostener el brazo de Netanyahu. Y luego, en el instante en que pensó que las cámaras habían dejado de grabar, la sonrisa desapareció de su rostro a una velocidad vertiginosa, como si una máscara se hubiera caído, y emergió una expresión agria y enojada.
Si Netanyahu hubiera advertido ese momento, habría sido prudente a partir de entonces. Pero la prudencia no es una de sus cualidades más destacadas. Ignorando por completo a Obama, dijo a los miles de entusiastas del AIPAC que continuaría construyendo en Jerusalén Este, que no existe diferencia entre Jerusalén y Tel Aviv, y que todos los sucesivos gobiernos israelíes han construido allí. Eso es muy cierto. El colono más enérgico de Jerusalén Este fue Teddy Kollek, alcalde del Partido Laborista de Jerusalén Oeste en el momento de la anexión. Pero Teddy era un genio. Se las arregló para engañar a todo el mundo, apareciendo como un deslumbrante activista por la paz, acaparando todos los premios de la paz posibles (excepto el Premio Nobel), y, entre premio y premio, estableciendo una vasta zona de asentamientos israelíes a lo largo y ancho de todo Jerusalén Este. (Una vez hablé en Jerusalén con Lord Caradon, el padre de la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, un sobrio político británico muy crítico con Israel. Tras nuestra conversación se reunió con Teddy, que le consagró toda la jornada y le acompañó en su visita a Jerusalén. Para cuando cayó la tarde el noble Lord se había convertido en un ferviente admirador de Teddy.) El lema de Teddy era: ¡Construir y no hablar! ¡Construir y no hacer ruido!
Pero Netanyahu no sabe estar callado. Los sabras -los israelíes nacidos en Israel- tienen fama de «hacerlo rápido» porque tienen que salir corriendo a contárselo a los colegas. Netanyahu es sabra.
Tal vez Obama habría estado dispuesto a aplicar a Jerusalén la norma empleada por las fuerzas armadas estadounidenses con los gays: No preguntes. No hables. Sin embargo, para Netanyahu contarlo es lo más importante, tanto más cuanto que, efectivamente, todos los gobiernos anteriores han construido en Jerusalén.
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El otro argumento de Netanyahu también es interesante. Dijo que existe un consenso sobre los nuevos barrios judíos de Jerusalén Oriental. El plan de paz de Bill Clinton establecía que «en Jerusalén lo que sea judío será de Israel y lo que sea árabe será de Palestina». Dado que todo el mundo coincide en que en el acuerdo final los barrios judíos se unirán a Israel de todos modos, ¿por qué no construir allí ahora?
Esto arroja luz sobre un probado y recurrente método sionista. Cuando se alcanza un consenso no oficial sobre la división de la tierra entre Israel y Palestina, el gobierno israelí dice: perfecto, ahora que hay un acuerdo sobre el territorio que vamos a recibir, vamos a hablar sobre el resto del territorio. Mi tierra es mía, ahora vamos a negociar sobre lo que es tuyo. Los barrios judíos existentes ya son nuestros. Somos libres para construir en ellos sin límites. Sólo queda decidir sobre los barrios árabes, donde también tenemos la intención de construir.
En realidad, habría que darle las gracias a Netanyahu. Durante décadas todo el mundo distinguió entre los «asentamientos» en Cisjordania y Gaza y los «barrios judíos» de Jerusalén Este. Ahora esta distinción ha sido erradicada y todo el mundo habla de los asentamientos de Jerusalén Este.
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Así pues, Netanyahu se fue a Canossa. Franqueó la puerta de la Casa Blanca. Obama escuchó sus propuestas y le dijo que no eran suficientes. Netanyahu se acurrucó con sus asesores en una habitación lateral del edificio y volvió donde Obama. De nuevo Obama le dijo que sus propuestas eran insuficientes. Así es como terminó el asunto: sin acuerdo, sin declaración conjunta, sin fotos.
Esto ya no es sólo una «crisis» más. Es algo realmente trascendental: un cambio fundamental en la política de los EE.UU. El barco estadounidense en el Oriente Medio está ejecutando una gran ciaboga, algo que requiere mucho tiempo. Los amantes de la paz se han encontrado con muchas decepciones en el camino. Pero ahora está ocurriendo por fin.
El Presidente de los Estados Unidos quiere poner fin al conflicto, que amenaza los intereses nacionales vitales de los EE.UU. Quiere un acuerdo de paz. No al final de los tiempos, no en la próxima generación, sino ahora, en el plazo de dos años.
El cambio tiene su [máxima] expresión en Jerusalén Este porque no puede haber paz sin que Jerusalén Este se convierta en la capital de Palestina. La actividad constructora de Israel está diseñada para evitar precisamente eso. Por lo tanto, constituye la prueba.
Hasta ahora Netanyahu ha jugado un doble juego. En un momento se inclina hacia los EE.UU. y al siguiente se inclina hacia los colonos. Aluf Ben, editor político de Haaretz, le pidió esta semana que eligiera «entre Benny Begin y Uri Avnery», es decir, entre el Gran Israel y la solución de los dos Estados.
Me siento halagado por la fórmula, pero ahora la opción política es entre Lieberman-Yishai y Tzipi Livni.
Netanyahu no tiene ninguna posibilidad de escapar de la excomunión de Obama mientras sea rehén del gobierno de coalición actual. Se dice que una persona inteligente sabe cómo salir de una trampa en la que una persona sabia no habría caído en primer lugar. Si Netanyahu hubiera sido prudente no habría formado esta coalición. Ahora veremos si es inteligente.
Kadima está lejos de ser un partido de la paz. Su rostro es borroso. Durante todo el año en la oposición no ha demostrado nada y no ha participado en ningún debate en torno a principios. Pero el público considera que es un partido moderado, a diferencia de los socios abiertamente extremistas de Netanyahu. Según las últimas encuestas, Kadima ha ampliado recientemente su ligera ventaja sobre el Likud.
Para entablar negociaciones serias con los palestinos, como exige Obama, Netanyahu deberá desmantelar la coalición existente e invitar a Livni. Hasta que eso suceda lo tendrán esperando de pie a las puertas de Canossa.
La lucha entre el rey y el Papa no terminó con la escena humillante de Canossa. Continuó durante mucho tiempo. La batalla entre Netanyahu y Obama se decidirá mucho más rápidamente.