Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
El rabino Yaakov Yosef alzado en una silla después de que la policía le interrogase con respecto a la incitación al racismo y la violencia. Foto: Emil Salmón
Entre todo el racismo rabínico que ha estado saliendo a la superficie, entre todos los acontecimientos en conmemoración de los días nacionales, se vio que Israel parece más una sociedad racialmente exclusiva que un Estado, más aún escuchando que la escandalosa preferencia de colocar una bandera solamente en la tumba de soldado caído que tenga la certificación kosher (pureza de origen judío, en este caso, N. de T.), fue un acontecimiento de importancia extrema que tiene muy poca atención pública.
Era el anuncio del primer ministro Benjamin Netanyahu saludando a un gigante de la Torá, profesor y árbitro de la ley judía. Estamos hablando del rabino Yaakov Yosef, que fue detenido por dar una carta de aprobación de la obra «La Torá del Rey – Leyes de matar a los no judíos».
Como rabino, Yosef contribuyó y amplió el cuerpo racista de la halajá (ley religiosa judía) en contra de los árabes, los «goyim» (no judíos, N. de T.) y los homosexuales hasta su reciente muerte. Pero todo esto queda eclipsado por el hecho simple y desconcertante de que el primer ministro de Israel se refirió a una de las personas responsables de «Las Leyes de matanza de los no judíos» como posek gadol, un gran árbitro halájico.
Aunque lo hubiera querido, ningún líder occidental podría ser sorprendido haciendo algo parecido. Nadie en Occidente publica libros sobre «las leyes de matar judíos», sobre «las leyes de matar a los no cristianos», o «las leyes de matar a los no blancos». Los llevarían directamente a la cárcel y cualquiera que los salude como «grandes árbitros» debería ser removido del servicio público.
Incluso en los países islámicos más extremistas no se encontrará un paralelo semejante. No hay libros en donde aparezcan «las leyes de matar judíos», o incluso «las leyes de matar a los que no pertenecen a la raza islámica». Sí, ha habido decisiones religiosas a favor de los terroristas suicidas y el asesinato de sionistas. Pero nunca un permiso general para el asesinato racista.
La declaración de Netanyahu, que es mucho más grave aún que cuando susurró en voz baja y en confianza a un viejo rabino que «la izquierda ha olvidado lo que significa ser un judío», era, en esencia, la piedra angular de lo que serían luego las ceremonias de larga duración en conmemoración del Holocausto hasta los actos de conmemoración de la independencia, que hacen todo lo posible para erradicar lo más importate de nuestro principio fundamental de «nunca más».
«Nunca más» ya no significa que no deben existir genocidios nunca más, sino únicamente que nosotros ya no deberíamos ser las víctimas de ningún genocidio. Ya no sacrificamos a nuestros hijos por la esperanza de la paz, sino a una versión aterradora del borracho de El Principito. Nos hemos convertido en un país adicto a recordar-olvidar la masacre de hundirse en un ciclo sin finm, de la masacre que no se atreven a interrumpir, y nuestra independencia ya no es con el propósito de construir una sociedad que incorpora el espíritu de los profetas, como el amor a la igualdad y al extranjero.
Aún cuando la dirigencia israelí goza de las presuntas pruebas de Boston de cómo es la pesadilla del Islam y cómo lo ve ahora el mundo y dejar de ocuparse de la ocupación israelí, lo más importante se ha reprimido: Israel se está convirtiendo en una sociedad racista, en la que el primer ministro de un país que se fundó tras el asesinato de los judíos, saluda a un rabino que apoyó un trabajo sobre las leyes de matar a los no judíos.
El hecho de que Netanyahu, por lo tanto, haya expresado esencialmente su apoyo a «las leyes de matar a no judíos» fortalece las decisiones rabínicas que se imponen a los militares y a toda la sociedad y que se está revelando cada día, ya sea el permiso de violación de los prisioneros no judíos o las desigualdades «necesarias» contra los «goyim» que ejerce el Estado. Estas decisiones no son realmente nuevas. Es un recipiente que se ha llenado lentamente durante un tiempo muy largo. Es un cubo que se ha venido conformando desde las profundidades del racismo y sobre las que Heinrich Heine advirtió. Es un cubo que el primer ministro apoya profundamente y que conducirá al desborde y el derrame sobre toda la sociedad.
Lo que se destaca a través de todo este proceso preocupante es el papel de Yair Lapid, quien accedió al éxito en las elecciones ya que el público desea «un país normal.» Por lo tanto, su supervivencia depende de distanciarse de este racismo generalizado. Dio un primer paso con su apoyo vigilante a las Mujeres del Muro. Debe evitar cualquier implicación con el derecho o acontecimientos cuyo fundamento o resultado sean el racismo o la desigualdad. Cualquier desviación de los principios de igualdad y normalidad, desde Nochi a los rayos X de los rabinos, de Teshuvá a las leyes contra los migrantes o el pago de los salarios a los rabinos racistas, no son más que nombres de una familia de apellido Netanyahu, el hombre que Lapid quiere reemplazar en cuerpo y espíritu.
Mientras tanto, Netanyahu sigue aquí. Si no deponemos al que saluda «las leyes de la muerte» su desgracia nos destruirá a todos.
Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/netanyahu-and-the-goyim.premium-1.517024
rCR