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Una mirada al interior de la protesta de las carpas

Ni justicia social, ni revolución

Fuentes: Publicado en el blog “+9721”

Traducción del inglés por Rolando «el negro» Gómez

Las populares y masivas protestas que comenzaron como un grito de cólera contra los precios de la vivienda en Israel evolucionaron admirablemente hacia un clamor público contra un lodazal de problemas profundamente enraizados en la vida social y económica de Israel. Visitando los campamentos de carpas temprano todos los días, he visto la protesta crecer, de una banda heterogénea de ilusorios rockeros en el extremo del Boulevard Rostchild hace un par de semanas, a una especie de mini-metrópolis extendiéndose hasta casi el final de la avenida.

Hay una carpa de primeros auxilios, cortesía de la ONG Physicians for Human Rights; carpas del grupo «Colonizar el Neguev y Galilea», discusiones ideológicas, cánticos en grupo acompañados de guitarra y tambores, Kabalat Shabat2, cenas de viernes a la noche, películas al aire libre sobre temas revolucionarios, familias con bebés, e interminables consignas de mucha creatividad. Hay carpas hasta cerca de la terminal central de autobuses, en un juego de gato y ratón con la municipalidad, que está tratando de quebrar ese campamento.

Todas las quejas están saliendo a flote: hay consignas contra la colosal concentración de las riquezas del país en manos de muy pocos; consignas furiosas contra la enorme brecha económica entre ricos y pobres; listas de demandas por una distribución justa de los recursos y por varios elementos de un Estado de bienestar social, aumentos de salarios y bajos costos, mejores condiciones de educación y asistencia médica; consignas contra la ley de comités nacionales de vivienda, contra el gobierno, por «Tajrir«3.

A las diez de la noche del viernes, cuando un grupo estalló espontáneamente cantando «¡el pueblo!, ¡quiere!, ¡justicia social!«, una joven mujer cantaba beatíficamente…»¡el pueblo!, ¡quiere!, ¡toda clase de cosas!»4.

Muchos dicen que esto es algo nuevo, especialmente luego de que el sábado a la noche [2 de Julio] se volvió la protesta social más grande en la historia de Israel, como los titulares del diario Maariv proclamaron.

Un nuevo lenguaje se encuentra en desarrollo: silencios y gestos reemplazan las [habituales] confrontaciones a gritos de los israelíes. Los hiper-fragmentados grupos en Israel están escuchándose el uno al otro, buscando un terreno común para combatir la compartida desesperación económica.

Sólo una cosa: no menciones la ocupación de los territorios [palestinos]. Ni siquiera menciones aquel eufemismo neutral del lenguaje político local: asunto «mediní» (literalmente, político –en idioma hebreo). Simplemente deja de lado la desigualdad institucional que la mayoría de los ciudadanos palestinos de Israel experimentan acá. Desigualdades de cualquier otro grupo, son bienvenidas.

Aprendí esto por las malas. Luego de varias conversaciones con los manifestantes, incluyendo algunos de los organizadores (las manifestaciones son notablemente no-cohesivas), se me hizo muy claro que uno de los objetivos estratégicos era el de evitar ser marcado como «izquierda». Joseph piensa que el entorno alrededor de este tópico es tan tóxico, que ha tratado incluso de evitar hacer la pregunta de por qué una «revolución de justicia social» no habla de las desigualdades de todos aquellos que viven bajo control israelí. Incluso algunas preguntas cándidas son respondidas con duras respuestas por aquellos que reclaman que a la protesta hay que darle tiempo, espacio y compasión para que pueda crecer dentro de la sociedad israelí.

En esta revolución, la forma de pensar estratégica [imperante] dice que el actual gobierno puede deslegitimizar la protesta al hacerla aparecer como de «zurdos»; todo el país le va a creer al gobierno, porque todos desprecian a la izquierda. Efectivamente, el Primer Ministro trató de hacer exactamente eso, marcando a los manifestantes como agitadores de izquierda durante la primera semana. Falló, tal vez porque el éxito revolucionario se enfoca en temas sociales, solamente.

Si la protesta es etiquetada como «izquierdista» -siguiendo este pensamiento «revolucionario»- entonces ergo, ellos son: a) o una conspiración para tumbar el gobierno por parte de grupos o partidos de oposición (lo cual des-legitima los objetivos políticos), o b) una conspiración de izquierdistas anti-Israel para relacionar todo con la ocupación [de los territorios] y forzar a éste o a cualquier gobierno a rendirse ante los palestinos.

Esta revolución es demasiado importante como para que la etiqueten.

De todas maneras, tal como una joven mujer -vestida con una larga falda y una dulce sonrisa- me dijo a la una de la mañana del pasado viernes: «la causa Israel-Palestina es una lucha diferente. ¿por qué tengo que traerla a [el Boulevard] Rotschild?

Muchos israelíes, no solo los derechistas, ridiculizan a la izquierda por una actitud simplista tipo «ocupación, ocupación, ocupación», como si la ocupación de los territorios fuera la fuente de todo mal social.

Nosotros pensamos que hay otras fuentes, pero que ningún otro mal social puede ser verdaderamente resuelto sin una solución a este conflicto, sea lo que fuera esa solución. Joseph y yo acordamos en esto, aunque no acordemos en qué significa una solución al mismo.

Como estratega política, yo puedo entender que con tales profundas divisiones tal vez tengamos que tomar pasos hormiga hacia un esfuerzo sin precedentes, conducidos por ciudadanos (no ONGs con buenas intenciones), para unir donde podamos estar de acuerdo antes de tocar los temas más sensibles.

Pero la mantra de evitar lo «mediní» se está gastando.

El viernes pasado algunos manifestantes molestaron a otros manifestantes palestinos, ciudadanos sufriendo la crisis de la vivienda. La cosa llegó a mayores. Las diminutas banderas palestinas que ellos tenían fueron sacadas. A Joseph le recordó la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y el sur [racista] de Estados Unidos. ¿Podríamos imaginar a las clases dominantes en esos dos casos, reclamando «justicia social», sin hablar de sus injusticias internas más graves?

¿Qué significa el término «justicia social» si tantos que no la tienen son dejados de lado?

Seguro, vamos a manifestar contra los exorbitantes costos de la vivienda, pero…¿por qué llamarlo «justicia social» si el mismo corazón de la justicia social -la igualdad- no es mencionada?

¿Pueden los israelíes tener una revolución de justicia social sin hablar de los derechos del pueblo que ellos controlan y ocupan?

Un poco más tarde el mismo viernes, uno de los organizadores de la protesta me dijo que si yo llego a traer a la mesa ese tipo de temas, específicamente el «mediní«, me echarían de «su círculo» de gente o carpas. ¿Por qué? -«Porque la única lucha es la lucha de clases», me dice como si hubiera estado revisando recientemente sus apuntes revolucionarios.

«¿Pero por qué hacer callar a los que quieren hablar de esto?» Pregunté- «Al fin y al cabo, si todo el que está acá lo está para expresarse libremente, ¿por qué este tema, tan colosal, relevante, no es legítimo?»

La respuesta fue un ciego -«esta es una lucha diferente. Te puedes llevar tu lucha a otro lado».

-«Yo creo que es la misma lucha», argumenté, «o por lo menos indisolublemente ligada. No es una visión extremista. El ex Secretario de Estado, y ahora referente de Kadima5, Shaúl Mofáz, dijo exactamente eso en una entrevista televisiva, minutos antes del comienzo de la marcha el sábado».

Traté de explicar que no hace falta que ellos estén de acuerdo, pero que por lo menos dejen a la gente expresar los temas que quieran. -«¡no es muy democrático el no dejar que la gente hable!», estallé frustrada.

La respuesta fue: «¡pero democracia no es nuestra lucha!»

Y acá fue que me quedé momentáneamente sin habla.

Lo siguiente es lo que hubiera querido decir:

1.- Sin una resolución al conflicto Israelo-Palestino, que determine fronteras permanentes, y plenos derechos nacionales, humanos y civiles para todos los pueblos entre el Río Jordán y el Mar Mediterráneo, el destino de los recursos presupuestarios de Israel va a ser siempre salvajemente distorsionado y dañino. Vamos a venerar por siempre a los militaristas y sus discípulos, y a privilegiarlos con las mejores oportunidades, perpetuando las desigualdades sociales y económicas. Nunca nos vamos a sentir seguros en nuestra identidad judía mientras el conflicto no se resuelva. Por lo tanto, siempre vamos a tratar de imponer [el conflicto] sobre todo, o excluir a otros como sea posible, incluyendo la política de vivienda. Una vez que hacemos esto sobre un grupo, podemos hacerlo contra cualquier grupo. Las prioridades sociales y económicas nunca van a ser dominantes en elecciones nacionales porque la seguridad y la defensa van a ser el reinado supremo. Los partidos más comprometidos con la justicia social y la igualdad son improbables de que ganen el poder -no por mera coincidencia estos partidos son de ala izquierda en asuntos relacionados con el conflicto [nacional].

2.- Sin libertad total para toda la gente en esta «revolución», a expresarse acerca de todas las soluciones posibles a los problemas sociales y económicos, no habrá una apertura real del pensamiento, y una gran oportunidad se perderá. La revolución lentamente comenzará a reflejar el presente; la censura prevalecerá, seguida de la obstrucción de las mentes, y eventualmente la obstrucción de la democracia.

El nuevo lenguaje del discurso civilizado será abandonado. Está bien si es que podemos cruzar los brazos silenciosamente y respetuosamente expresar desacuerdos acerca de detalles de la política de vivienda, sobre la cual la mayoría de los manifestantes acuerdan.

Es inútil si no podemos cruzar nuestros brazos silenciosamente y respetuosamente hablar de las divisiones más dolorosas. En ese caso, podemos esperar sólo más de lo mismo.

Ultimamente hubo críticas contra israelíes que se jactan de sus actitudes «ultraprogresistas» a favor de los derechos de gays y lesbianas, con el propósito de desviar la atención de sus actitudes no-progresistas en relación a los palestinos en los territorios y dentro de Israel. Algunos llamaron a esta actitud el «lavado rosa».

Nostros esperamos que las protestas por la vivienda no se transformen en «lavado de techo». Estas protestas pueden ir y venir, y ni una simple palabra sobre la ocupación será oficialmente expresada. Para una «revolución de justicia social» esto es trágico.

O tal vez será que esta no es una revolución de justicia social.