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«Ni tribunos»: Una conferencia de Manuel Sacristán de 1978 que inspiró a Francisco Fernández Buey (y a Jorge Riechmann)

Fuentes: Rebelión

El 11 de marzo de 1978, Manuel Sacristán (1925-1985) impartía una conferencia con el título «Ni tribunos» en Sabadell (Barcelona). Por aquellas fechas se discutía en el seno del PSUC y del PCE, y en ámbitos próximos, no siempre muy afines, el abandono del término «leninismo» en la caracterización de la tradición política del partido […]

El 11 de marzo de 1978, Manuel Sacristán (1925-1985) impartía una conferencia con el título «Ni tribunos» en Sabadell (Barcelona). Por aquellas fechas se discutía en el seno del PSUC y del PCE, y en ámbitos próximos, no siempre muy afines, el abandono del término «leninismo» en la caracterización de la tradición política del partido de los comunistas catalanes. Santiago Carrillo, por entonces secretario general del PCE, había apuntado-impuesto esa propuesta, el abandono del término (y del concepto) desde tierras y universidades americanas.

La conferencia inspiró, años más tarde, a Francisco Fernández Buey y a Jorge Riechmann.

El esquema de la intervención de Sacristán fue el siguiente.

El primer punto:

1.1. Hoy hablamos aquí de leninismo porque es asunto político urgente.

1.2. Sin embargo, hay que tomárselo con calma,

1.2.1. Porque, si no, se adoptan posiciones insostenibles

1.2.1.1. salvo con fariseísmo:

1.2.1.1.1. los «antileninistas» mantienen la organización

1.2.1.1.2. los «leninistas» ¿mantendrían la política sin proletariado?»

Este paso de la entrevista de 1969 sobre «Checoeslovaquia y la construcción del socialismo» (Acerca de Manuel Sacristán, p. 61), acaso refleje el nudo central de la acepción del término por parte de Sacristán:

«(…) La alternativa entre realización de socialismo o restauración del capitalismo no es para mí objeto de creencia. Primero porque, como he insinuado antes, la alternativa real no es en mi opinión ésa. La alternativa real me parece ser: socialismo o barbarie (degradación general de la vida de la especie). Segundo, porque sólo en los manuales teológicos a lo Konstantinov se dice metafísicamente que «el socialismo triunfará por la necesidad de las leyes históricas». El leninismo no cree en un triunfo fatal de nada. Ésta no es cuestión de creer, sino de querer.»

En la misma línea, en «El filosofar de Lenin» (Panfletos y Materiales I, p. 172, nota a pie 35), Sacristán elogiaba la aproximación de Lukács a Lenin (Lenin: la coherencia de su pensamiento), en los términos siguientes:

[…] Se debe agradecer a Lukács el servicio de haber indicado muy tempranamente el camino adecuado para la comprensión del pensamiento de Lenin, un camino que luego, por influencia de los prejuicios tradicionales de la cultura superior, no ha sido siempre transitado. Lukács, en efecto, generalizó ya los elementos de su comprensión de Lenin con una gran eficacia de formulación «Para el marxista el análisis concreto de la situación concreta no se opone en nada a la teoría «pura», sino que, por el contrario, es la culminación de la teoría auténtica, el punto en el cual se consuma realmente la teoría y, por lo tanto, muta en política» (549). La valoración que le merece la aportación de Lenin se desprende de esa consideración: «Como la dialéctica no es ninguna teoría terminada que se pueda aplicar a los hechos de la vida, sino que sólo existe como teoría en esa aplicación, por esa aplicación, el método dialéctico ha salido de la práctica de Lenin más amplio, más pleno y más teóricamente desarrollado de como Lenin mismo lo había recibido en la herencia de Marx y Engels» (587). Un breve homenaje a la temprana penetración de Lukács tiene, por último, que citar la fase en que reúne los dos motivos básicos del pensamiento de Lenin, la concreción y la practicidad: «Lenin es el único que ha dado ese paso a la concreción del marxismo, ya completamente práctico» (525).»

El segundo punto de la conferencia seguía el siguiente desarrollo:

2. Así que: a profundizar

2.1. Tipos de clásicos.

2.1.1. artísticos: modelos de lo hoy no decisorio. Consecuencias.

2.1.2. científicos: modelos de método. Definidores de objetos formales. Contenidos iniciales.

2.1.3. filosófico-religiosos, incluidos textos sagrados: modelos de fin y conducta.

2.2. Un clásico político como Lenin puede ser las tres cosas, más 2 que 1 [científico que artístico] y más 3 que 2 [más filosófico-religioso que científico]

En un conocido paso de su artículo clásico «La tarea de Engels en el Anti-Dühring» (Sobre dialéctica, El Viejo Topo, Barcelona), trazaba Sacristán la siguiente aproximación a los clásicos del movimiento obrero:

«(…) Por regla general, un clásico -por ejemplo, Euclides- no es, para los hombres que cultivan su misma ciencia, más que una fuente de inspiración que define, con mayor o menor claridad, las motivaciones básicas de su pensamiento. Pero los clásicos del movimiento obrero han definido, además de unas motivaciones intelectuales básicas, los fundamentos de la práctica de aquel movimiento, sus objetivos generales. Los clásicos del marxismo son clásicos de una concepción del mundo, no de una teoría científico-positiva especial. Esto tiene como consecuencia una relación de adhesión militante entre el movimiento obrero y sus clásicos. Dada esta relación necesaria, es bastante natural que la perezosa tendencia a no ser crítico, a no preocuparse más que de la propia seguridad moral, práctica, se imponga frecuentemente en la lectura de estos clásicos, consagrando injustamente cualquier estado histórico de su teoría con la misma intangibilidad que tienen para un movimiento político-social los objetivos programáticos que lo definen. Si a esto se suma que la lucha contra el marxismo -desde afuera y desde dentro del movimiento obrero, por lo que suele llamarse «revisionismo»- mezcla a su vez, por razones muy fáciles de entender, la crítica de desarrollos teóricos más o menos caducados con la traición a los objetivos del movimiento, se comprende sin más por qué una lectura perezosa y dogmática de los clásicos del marxismo ha tenido hasta ahora la partida fácil. Y la partida fácil se convirtió en partida ganada por la simultánea coincidencia de las necesidades de divulgación -siempre simplificadora- con el estrecho aparato montado por Jdhanov y Stalin para la organización de la cultura marxista…»

Este paso, crítico donde los haya, de su conferencia de 1978 sobre el trabajo científico de Marx y su noción de ciencia, sigue siendo deslumbrante y esencial:

«[…] Si de verdad se despoja uno de todo respeto reverencial por los clásicos (sin dar en la mezquindad de dejar de admirarlos y de aprender de ellos, y sin olvidar la advertencia de Eugenio D’Ors según la cual todo lo que no es tradición es plagio), se puede apreciar que toda esta cuestión de lo lógico y lo histórico, sin duda importante y de mucho interés, como todas las cuestiones metafísicas auténticas, puede dar fácilmente en extravagancia estéril cuando se entiende como asunto de metodología científica. En este campo suele acarrear los vicios hegelianos de insuficiencia de la abstracción lógica para que lo cuasi-lógico se pegue bien a lo histórico (mala lógica) y excesiva logificación o racionalización de la experiencia para que ésta resulte lógicamente necesaria (mala empiria). También en la obra de Marx esta cuestión es el marco en el que con más frecuencia aparecen paralogismos, armonías preestablecidas entre desarrollos supuestamente lógicos (dialécticos) y presuntos procesos históricos. Entre esos paralogismos o razonamientos inconcluyentes hay que incluir los que se refieren a correlaciones a primera vista sincrónicas -entre base y sobrestructura, por ejemplo-, las cuales tiene siempre para Marx un lado diacrónico, a saber, el de su «desarrollo».

El tercer punto de la intervención seguía el siguiente esquema:

3. El caso de Lenin

3.1 Su repertorio está bastante superado

3.1.1. Por él mismo

3.1.2 Positivamente

3.1.3 Críticamente

3.2 Su método es muy importante: la concreción práctica.

3.2.1. Con un punto crítico: el sentido de la importancia del poder.

3.3. Su posición de fines es identificadora

3.3.1. Frente al reformismo

3.3.2. Frente a ignorancia utópica».

Sobre el principio de la práctica, este paso, sin duda iluminador, de «El filosofar de Lenin» (Panfletos y materiales I, pp. 169-170):

«(…) La práctica es la consumación del conocimiento: su consumación, no sólo su aplicación y su verificación. O bien, si se prefiere no rebasar la formulación habitual que dice que la práctica es la verificación del conocimiento habría que entender que verificación es llegada del conocimiento al concreto «ser en sí y para sí» del objeto y del conocedor, a lo «real inmediato», «no sólo a la dignidad de lo general» que es lo que se entiende que verifica la verificación en la acepción corriente del término.»

Materialismo acabado es, para Sacristán, «materialismo con los principios de la concreción y de la práctica». Y conocimiento acabado sería la realización del principio de concreción por la práctica.

«Ese conocimiento no es «acabado» en el sentido de un reposo definitivo, como en el caso de la intuición idealista romántica, que cumple una función homóloga de la del principio de la práctica en el marxismo de Lenin, pero sí lo es en el sentido de que cada operación íntegra de conocimiento ha de culminar en la captación de la «totalidad concreta», «en el sentido de la práctica», en vez de considerarse culminada, según la ideología de arcaica tradición esclavista, en la contemplación de las máximas abstracciones trascendentales, en la teoría pura. El lugar clave que ocupa el principio de la práctica en la noción marxista y leninista de conocimiento es una manifestación característica de materialismo dialéctico: su sentido es el de un «ateísmo» epistemológico que desenmascara el viejo prejuicio identificador de conocimiento y abstracción, conocimiento auténtico y conocimiento teórico (=abstracto)».

La noción, señalaba Sacristán, presentaba a veces en el texto de Lenin un aspecto ético

«[…] se presenta como decisión de valorar como culminación y goce del conocer la «cristalización» concreta que resulta de la combinación de las noticias abstractas por la mediación de la práctica, negando esa estimación a la contemplación de los primeros principios y motores. Un ethos de cismundaneidad impera en la concepción leniniana del conocimiento, y se manifiesta a veces curiosamente, atribuyendo, por ejemplo, al «miedo» el vuelo de los filósofos hacia uranias nociones abstractas.»

El cuarto y último punto era el siguiente:

4.1. No hay que aferrarse al repertorio leniniano.

4.2. Ni hay que aceptar este antileninismo.

4.2.1. Porque se aferra al peor repertorio: organización, etc.

4.2.2 Y al punto más dudoso del método: el poder

4.2.2.1. Encima, desnaturalizándolo. El actual antileninismo eurocomunista es la aceptación no ya del riesgo del poder revolucionario, sino del riesgo del poder burgués.

4.3. En suma, ni tribunos, como dice el verso de la I [nternacional], pero siempre que sea en el espíritu de ésta. No se puede lapidar al tribuno de uno mismo mientras se ayuda a entronizar al rey de los demás.

En un documento interno del PSUC de 1972, Sacristán dada cumplida cuenta de la existencia de nuevos problemas surgidos no sólo por la supervivencia sino por el propio crecimiento del sistema económico imperialista. A estos nuevos problemas los denominaba «problemas post-leninianos» y citaba los siguientes ejemplos: 1. Las nuevas formas de colonialismo. 2. La utilización del militarismo o armamentismo como un elemento motor importante del sistema económico. 3. Uso privilegiado de los efectos multiplicadores de industrias que amenazaban la propia supervivencia de la especie (empresas automovilísticas, la fabricación masiva de materiales no remineralizables, etc).

En uno de sus textos políticos centrales -«A propósito del `Eurocomunismo´» (Panfletos y materiales III, pp.196-204), Sacristán construía la siguiente equilibrada aproximación a esta (fracasada pero en su momento deslumbradora) línea táctico-estratégica de algunos partidos comunistas occidentales a finales de los setenta:

«(…) El «eurocomunismo» está absorbiendo buena parte de la discusión comunista. Se ha llegado a decir de él que es el mayor hecho político desde la II Guerra Mundial, o desde la revolución china, o desde el final de la Guerra Fría. La prensa burguesa -inventora del término «eurocomunismo», que los PPCC afectados rechazaron hasta que el estilo expeditivo y el talento populista de Santiago Carrillo lo consagraron- ha promovido publicitariamente el tema, pero ella no es la agente principal de su preponderancia. El «eurocomunismo» es la gran cuestión actual de la reflexión en el movimiento comunista porque encarna la mayor realidad social de éste fuera de las áreas soviética y china… Fuera del bloque de hegemonía rusa y del Extremo Oriente, los tres principales partidos «eurocomunistas», si no ya también el japonés, integran la mayor realidad político-social procedente del movimiento que se originó por reacción al abandono del internacionalismo proletario por la socialdemocracia, al voto nacionalista de los créditos de guerra de 1914″.

La mucha realidad social que tocaba, que era, le permitía al «eurocomunismo» aciertos de análisis y razonamientos políticos a los que no llegaban otras agrupaciones comunistas. Tres de esos aciertos, señalaba Sacristán, podían abarcar a todos los demás.

«El primero es una buena percepción de los hechos sociales y, ante todo, del incumplimiento de la perspectiva revolucionaria que motivó la constitución de la Internacional Comunista en 1919. Esa percepción, si no va acompañada por una reafirmación de voluntad revolucionaria, puede ser el punto de partida de una involución hacia la socialdemocracia…

El segundo acierto es la práctica de una autocrítica efectiva de su propia tradición. Eso permite al «eurocomunismo» poner en movimiento reflexión auténtica interesante no sólo para fieles de secta, sino para muchísimos trabajadores.

El tercero es el análisis sin prejuicios de las novedades de la estructura social. Posibilitado por la liberación del dogmatismo (sincero o farisaico) de los políticos del Este, ese análisis fresco permite a su vez la búsqueda nueva de alianzas fundadas en la articulación de las clases sociales y sus capas tal como se dan hoy en la sociedad, no en pobres manuales.»

Pero, por encima de aquella dimensión analítica -«en la que el «eurocomunismo», en aparente contradicción con su escasa afición a la teoría, se destaca favorablemente del resto del movimiento comunista»- no existía, en opinión de Sacristán, una dimensión totalizadora socialista en esa concepción política.

«El análisis «eurocomunista» no es parte de una dialéctica revolucionaria. O, para decirlo con las palabras de la intervención de ayer, el «eurocomunismo» no es una estrategia al socialismo. Precisamente cuando se presenta como estrategia socialista pierde incluso su calidad analítica y se convierte en ideología engañosa…»

Ni tribunos, como dice el verso de la I Internacional, señalaba Sacristán, «pero siempre que sea en el espíritu de ésta. No se puede lapidar al tribuno de uno mismo mientras se ayuda a entronizar al rey de los demás».

En 1996, 18 años más tarde, 11 años después del fallecimiento de su maestro, amigo y compañero, Francisco Fernández Buey (y su compañero y amigo el poeta, traductor y profesor Jorge Riechmann) publicaban en Siglo XXI: Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.