Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
¿Has protestado alguna vez contra las masacres en Siria?», me preguntó el oficial de policía Yossi Peretz mientras me detenía junto a otros activistas cuando nos dirigíamos a una manifestación contra la ocupación en Bi’lin. «Bashar al-Assad asesina a decenas de sirios cada día y tu no dices nada».
Fue un día atroz: El aparato de seguridad de la «única democracia en Oriente Medio» exhibió toda su fuerza y ejercitó sus músculos para impedir que un autobús que transportaba manifestantes no violentos se incorporaran a una manifestación pacífica; en una mañana heladora y deprimente, nos tuvieron tres horas detenidos en la comisaría de policía de Givaat Ze’ev y no pudimos marchar junto a los valientes habitantes de Bil’in cuando conmemoraban el séptimo aniversario de resistencia popular contra el muro del apartheid. Lo que más me exasperó fue el cínico intento de un hombre encargado de reforzar una brutal ocupación y despotismo militar de explotar la sangre de los mártires sirios y fingir preocupación por las deplorables atrocidades de Asad. Irónicamente, unos cuantos días antes, durante una protesta anti-Asad en la Jerusalén ocupada, un hombre palestino nos reprendió por «no participar en una sola manifestación contra las masacres en Gaza».
Mientras que la Intifada siria por la dignidad, libertad y justicia entra en su segundo año sin mostrar indicio alguno de que el cruel régimen vaya a sucumbir, perniciosas campañas y mitos continúan dominando el discurso sobre Siria y Palestina. Uno de esos mitos dice que apoyar la lucha palestina y la intifada siria es mutuamente excluyente. Es como si sirios y palestinos estuvieran compitiendo por ver quién puede afirmar que está sufriendo en mayor medida persecución e injusta cobertura por parte de los medios. Por ejemplo, cuando twiteo sobre las flagrantes violaciones de los derechos humanos y crímenes diarios que Israel perpetra contra los palestinos, obtengo reacciones similares a las manifestadas por el oficial de policía israelí: «¿Y qué hay de Siria?» (Justificar y encubrir los crímenes israelíes desviando la discusión hacia las tiranías árabes es un truco manipulador bien conocido de los propagandistas sionistas que, lamentablemente, han adoptado «algunos» árabes).
Por otra parte, muchos se quejan del enfoque «excesivo» de los medios dominantes árabes y occidentales sobre Siria ignorando las atrocidades que se suceden en Palestina y Bahrein. Se da por sentado que los medios de comunicación dominantes tienen una agenda y una serie de prioridades política y financieramente motivadas, y arrojar luz sobre la represión en Bahrein o Palestina no entra dentro de esa agenda… ni de los objetivos corporativos de los conglomerados de los medios de comunicación de masas. De forma similar, los diferentes medios en Siria, Líbano, Irán, etc., parlotean durante horas acerca de los crímenes de Israel mientras cierran los ojos ante las masacres perpetradas por Asad en la puerta de al lado. La hipocresía y los dobles raseros de los medios se dan en ambas partes. Pasar todo el tiempo de una arremetiendo contra los medios y los gobiernos occidentales por su despreciable y vergonzosa hipocresía, indignación selectiva y retorcido «humanitarismo», mientras apenas se musita una sílaba de solidaridad con el pueblo sirio, es el epítome de la misma hipocresía y sesgado «humanitarismo» contra el que una está intentando protestar ante todo. Aunque la analogía pueda resultar penosa, leer acerca de debates circulares sobre la cobertura de los medios respecto a Siria vis-à-vis Palestina, me recuerda un partido de fútbol en el que los seguidores de ambos equipos atacan a un árbitro terriblemente inepto por su parcialidad y explican sus horribles decisiones apelando a gastadas y cansinas teorías conspiradoras.
La verdad es que el pueblo sirio está sintiendo en carne propia lo que los palestinos llevan soportando durante la mayor parte de un siglo: inútiles cumbres de la Liga Árabe; débiles y vacías retóricas por parte de reyes y sheijs; jarabe de pico de la «comunidad internacional»; lágrimas de cocodrilo y un horriblemente irresponsable y reaccionario liderazgo político que está a años luz de la juventud rebelde. Además, tanto palestinos como sirios se han visto bendecidos con la importantísima contribución de Kofi Annan, el maestro indiscutible a la hora de equiparar a las víctimas con los verdugos, un experto en pedir farsas de «paz» entre el opresor y los oprimidos en medio de la carnicería y la represión sangrienta.
Sin embargo, merece la pena señalar que soy perfectamente consciente de las importantes diferencias entre las situaciones siria y palestina. Los palestinos llevan luchando más de seis décadas contra una expansionista ocupación militar colonial levantada sobre muros físicos y psicológicos, vallas de separación y puestos militares de control, mantenidos por la letal combinación del complejo militar-industrial y por un racismo institucional profundamente arraigado que impregna por entero a la sociedad. Los sirios están luchando contra una elite gobernante totalitaria y fascista que ha convertido Siria en una propiedad privada del clan Asad y de sus beneficiarios. Esa clase elitista, bajo la influencia dominante de Asad, ha actuado exactamente como una fuerza de ocupación con similar carencia de legitimidad.
Los medios por los que Israel ataca y reprime a los palestinos pueden ser diferentes de los utilizados por Asad. La violencia de Israel, especialmente en Cisjordania, Jerusalén Este y dentro de la Línea Verde, no es tan visible como en el régimen de Asad -aunque Gaza goza de una dosis mucho más alta de la que le correspondería en ataques aéreos y misiles- pero es igual de destructiva. La silenciosa limpieza étnica de la población indígena a través del rápido aumento de las demoliciones de casas, de construcción de asentamientos, del férreo control sobre la libertad de movimiento de los palestinos y la negación sistemática de infraestructuras básicas, como agua y electricidad , van consumiendo gradualmente todos los elementos vitales de unas comunidades indefensas y puestas en cuarentena. Además, los palestinos han tenido que lidiar con el saqueo continuo de su tierra, identidad y memoria colectiva desde la creación del estado de Israel. El discriminatorio sistema jurídico y la burocracia racista que controla hasta la más diminuta minucia de la vida diaria de los palestinos evidencian una fuerza maligna que no es tan llamativa y dramática como las bombas y los cohetes; por tanto, nunca llega a conformar los titulares del New York Times y de la BBC . En cambio, la brutalidad del régimen de Asad desde el comienzo del levantamiento ha sido mucho más perceptible, gráfica y menos sofisticada. Sin embargo, a pesar de las diferencias mencionadas, las heridas de sirios y palestinos son las mismas; nuestras demandas son las mismas: dignidad, libertad y justicia, y ambos tenemos que luchar nuestra batalla por nosotros mismos mientras el mundo se queda cobardemente al margen. La causa palestina trasciende la etnia, religión y nacionalidad, lo que explica por qué se ha convertido en un símbolo de los oprimidos por toda la región. Por esto precisamente es por lo que nosotros, palestinos, deberíamos ser los primeros en apoyar la intifada del pueblo sirio, no como un acto de solidaridad, sino en reconocimiento de nuestras compartidas demandas y destinos. Sin embargo, este apoyo incondicional a la revolución siria no significa la aprobación del Consejo Nacional Sirio o de cualquier abuso a los derechos humanos cometido por el Ejército Sirio Libre o por cualquier otro grupo armado de la oposición en Siria. Al contrario, va en el mayor interés de la revolución condenar las violaciones a los derechos humanos, al sectarismo y a la corrupción independientemente de cuál sea la parte culpable. Sin embargo, es también fundamental no equiparar a oprimidos con opresores y tener siempre en mente que el régimen sirio carga con toda la responsabilidad por abocar el país a la violencia y fomentar las tensiones sectarias.
El régimen sirio no ha hecho nada para liberar los Altos del Golán ocupados por Israel, por no hablar ya de Palestina, pero incluso si fuera la única entidad en el mundo capaz de liberar nuestra tierra, debemos repudiarlo. Nunca puedes conseguir tu liberación a costa de la sangre de tus hermanos y con la ayuda del mismo régimen que niega a tus compañeros y compañeras sus más básicos derechos. Eso es lo que hace que el apoyo de algunos dirigentes corruptos palestinos, izquierdistas de salón y nacionalistas árabes hacia el régimen de Asad resulte tan repulsivo y vergonzoso. Al explotar de forma tan descarada la causa de un pueblo oprimido para justificar la opresión de otro, los hinchas palestinos de Asad infligen un daño irreparable a la causa palestina. Jalid Yabarin, un veterano activista palestino con quien me reuní durante la manifestación que celebramos en Haifa para marcar el primer aniversario del levantamiento sirio, me dijo: «Dejé el activismo político durante quince años. Lo que me alentó a volver de nuevo fue observar como un obsoleto ‘dirigente’ palestino cantaba alabanzas a Asad en la televisión estatal siria. Nos hemos convertido repetidamente en chivos expiatorios debido a las despectivas posiciones adoptadas por los autoproclamados dirigentes palestinos y hemos pagado un precio muy caro por ello. No podemos permitir que suceda lo mismo con la Intifada siria. No podemos quedarnos ociosamente sentados mientras se mata y se reprime a los sirios en nuestro nombre».
Yabarin añadió que la Intifada siria ha desenmascarado a la «Izquierda» tradicional árabe y revelado su bancarrota moral. Durante décadas, los izquierdistas y modernistas árabes han estado instando a las masas para que se levanten. Cuando las masas se alzaron para romper los muros del miedo en Siria, la mayoría de esos autoproclamados izquierdistas y revolucionarios se arrugaron y bien apoyaron al régimen bajo la máscara del «antiimperialismo» y del «arabismo», o bien se quedaron a verlas venir, quizá porque la Intifada no era lo suficientemente atractiva como para satisfacer su auto percibida superioridad intelectual o porque en realidad nunca fueron revolucionarios. Aunque esos intelectuales y «líderes» se muestran desvergonzadamente enérgicos en su apoyo hacia Asad, y aunque una no puede negar que también en Palestina existen los minhibbakjiyeh [los de «te queremos, Bashar»], no representan al pueblo palestino -y me llenan de vergüenza- y no representan la causa palestina. No representan los valores y los principios por los que los palestinos estamos luchando.
Los palestinos cantaban «Yallah Irhal Ya Bashar» [«Venga, vete, ya Bashar»] en Nazaret, Haifa, Yafa, Baqa, Jerusalén, Bil’in y Nabi Saleh. Muchos de nosotros continuaremos haciéndolo ya que nuestro deber es mantenernos al lado de los que cantan por la libertad, bailan e incluso bromean en medio del horror desgranado por balas y proyectiles de mortero. Una victoria del valiente pueblo sirio sobre la tiranía de Asad supondrá un triunfo para todas las comunidades oprimidas en el mundo. Ese triunfo podría cambiar el discurso de la resistencia y transformarlo de un pretexto para aplastar la revuelta en un movimiento de base sin liderazgos. La resistencia no es el discurso de un tirano y la causa palestina no vive en las torres de marfil de los intelectuales ni en los calabozos de los dictadores. Vive en la voz de Ibrahim Qashoush [*], en el alma inocente de Hamza al-Khatib , el heroico » Sumoud » [mártir] de Homs y en el espíritu inquebrantable de los pueblos sirio y palestino.
N. de la T.:
[*] Ibrahim Qashoush era un joven bombero y cantante pop sirio que en julio de 2001 apareció degollado en un río y con las cuerdas vocales cortadas. Había compuesto últimamente una canción de protesta contra el dictador.
Budour Hassan, nacida en Nazaret, es una activista feminista y anarquista palestina , que estudia cuarto curso de Derecho en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Fuente original: http://www.dimakhatib.com/2012/04/syrian-uprising-through-palestinian.html