Traducido para Rebelion por Sinfo Fernandez
Tanto la BBC como otras importantes organizaciones de medios de comunicación «felicitaron» condescendientemente a Abu Mazen por desplegar 3000 soldados palestinos ligeramente armados a fin de proteger la «seguridad» de los ilegales colonos judíos en Gaza, informando que «todo está en calma» en Palestina. Al actuar de esa manera no hacen sino repetir la propaganda israelí, sin hacer ninguna referencia a fuentes de información palestinas o simplemente sin tener en cuenta la verdad.
Estamos muy lejos de tener calma aquí. Mientras que la Resistencia Palestina no ha tomado represalias, el abrumador poder militar de las ilegales fuerzas de ocupación, el cuarto en el ranking mundial, continúa causando estragos en la sufrida ciudad histórica de Nablus, donde el terrorismo nocturno contra sus pacíficos habitantes nunca cesa.
Durante las cinco noches de la hermosa festividad de Eid Al-Adha (**), hasta 800 «soldados» israelíes atacaron al mismo tiempo, con particular crueldad, a familias y barriadas, aniquilando una zona cada noche a base de bombas y explosivos de «energía negativa», misiles tierra-aire y disparos de saturación, con todo el armamento que EEUU les acaba de suministrar.
¿La razón de todo esto? ¿Por qué? pregunta la gente. «Debe haber una razón» ¿No hay ninguna, no hay un «por qué»? El «pretexto» es la «seguridad», la de Israel por supuesto.
No hay seguridad durante la noche para la población civil desarmada de Nablus, indefensa frente a las hordas de las fuerzas de «defensa» israelíes: ellas sí, ellas van seguras en sus vehículos blindados, encubiertos por la oscuridad, barriendo cualquier zona que se les antoje y, a golpe de pistola, ordenando a los aterrados niños y a sus familias, que salgan fuera en pijama, bajo la lluvia, bajo la oscuridad heladora, y que permanezcan allí durante ocho o nueve horas. Bombardean y destruyen la barriada que hayan elegido, «arrestan» a cualquier persona que deseen hacerlo -niños, mujeres, hombres, ciegos, discapacitados- y roban y saquean todo el dinero y objetos valor sobre los que sus ojos aciertan a posarse.
Estos terroristas indeseables llegan cada noche alrededor de las 9,00 p.m.. El martes pasado por la tarde, me encontraba en el Hospital Raffidiya examinando los archivos de algunos de los cientos de niños asesinados aquí por los israelíes, cuando el hospital fue rodeado por tropas (al igual que los hospitales Al-Ittihad y Al-Wattani, la zona residencial de Al-Makhfiyeh, y la Ciudad Vieja, incluidos los barrios de Al-Yasmina, Qariyun y Ras al-Ayn).
Pasaron cinco horas antes de que pudiera regresar a mi casa sitiada, una contrariedad pero no suponía un problema… Pasamos una tarde deliciosa en la oficina de Samir Abu Zaghour, con el director del hospital, quien me ofreció una cama para pasar la noche, con Bassam, de Tulkarem, cuya casa visitaré la semana próxima, Ghannamen de Tammun, un joven oficial de la policía palestina enviado para «protegernos», un vecino muy sabio de edad avanzada, que hubiera avergonzado a muchos de nuestros políticos en un debate parlamentario, y una multitud de enfermeras y técnicos.
Mientras hablábamos y nos reíamos de las estupideces israelíes, descubrí que todas aquellas buenas gentes -personal profesional- habían sido arrestadas, asaltadas y encarceladas muchas veces, que la mayoría tiene shuhadaa (mártires) entre los miembros de sus familias y que tres tienen varios hermanos encarcelados en prisiones israelíes en estos momentos.
Esa noche, esos 800 «soldados» israelíes aislaron completamente la zona de la Ciudad Vieja y la zona donde comienza el suburbio residencial de Raffidiya, entre las calles Jaffa y Raffidiya, alrededor de la calle Nayah al-Qadima: un área de grandes casas familiares donde viven familias extensas que son la piedra angular de esta gran ciudad – con unas 30 personas viviendo en cada edificio de 20-30 habitaciones.
A las 9,00 p.m., los «soldados» sacaron a algunos de los residentes fuera de sus casas a punta de pistola -sin abrigos ni zapatos y muchos de ellos en pijama- bajo la lluvia torrencial. Les ataron las manos y les vendaron los ojos, después los empujaron a culatazos hasta un edificio de la vieja universidad An-Nayah. Los hombres fueron separados de las mujeres y éstas de los niños. Algunos de los niños fueron encerrados en una peluquería próxima. Sin comida ni bebida, ni calefacción ni posibilidad de ir al aseo, encerrados como ovejas durante las nueve horas siguientes: oyendo los gritos de terror de un niño de diez años al que se llevaron y torturaron y golpearon durante varias horas; amenazados por el estallido de cuatro bombas masivas, con todo el terror y el trauma que esos hechos provocan. Sin embargo, ellos eran los más afortunados: otros muchos estaban solos en sus casas sin saber qué iba a sucederles. El oficial a cargo de los prisioneros repetía con júbilo: «no sólo destrozaremos este edificio, sino cuatro más».
Una ambulancia, conducida por Jarrere Kanadilo, llegó antes de las 10,00 p.m.. con Ghassan Hamdan y un equipo de voluntarios: como siempre, fue tiroteada, le fue impedido el acceso y asaeteada por los tiros de los francotiradores colocados en escaleras cercanas. Al menos conservaron sus ropas -dos conductores de taxi que pasaban no fueron tan afortunados: les detuvieron, les arrastraron por la calle, les quitaron cada prenda de ropa y les dejaron allí, desnudos, a lo largo de ocho horas. Las tropas israelíes ocuparon varias casas y situaron francotiradores en cada tejado. Las seis horas siguientes las pasaron colocando cargas explosivas en el edificio Shakhshiir -un bloque cuadrado que alberga diez tiendas con viviendas. A las 4,00 de la madrugada tuvo lugar la primera de una serie de explosiones, detonadas por control remoto -la descarga de la explosión pudo ser escuchada y sentida en los pueblos de los alrededores.
A las 6,00 a.m. se marchó el último de los francotiradores israelíes: pero la mayoría de las calles de la ciudad aparecían invadidas con una riada de agua de varias pulgadas de alto, y la lluvia era tan feroz e implacable que no paró en treinta y seis horas durante el primer día de fiesta del Eid, antes de que pudiéramos apreciar realmente la extensión de la destrucción en la calle An-Nayah Al-Qadima o escuchar las historias de horror y sufrimiento – treinta y seis horas, durantes las cuales las traumatizadas familias estaban heladas, empapadas, solitarias y sin hogar.
DESTRUCCION ABRUMADORA: El edificio de cuatro pisos Shakhshiir, propiedad de la familia Shaqqa y objeto del ataque con sus tiendas y hogares, desapareció -estalló formando un denso y elevado montón de escombros de cuatro metros a causa de los explosivos de energía negativa, que los israelíes habían utilizado tres veces anteriormente en Nablus (en los edificios Aqub y al-Masri y en otro cuyo nombre no recuerdo).
Las fuerzas de la ocupación israelí ocuparon y colocaron francotiradores en el tejado del edificio Abu Zant hacia el este: trozos de plástico se agitan ahora abandonados en sus cuarenta ventanas y puertas destrozadas. El sustento de ocho familias se esfumó con la pérdida de sus tiendas -las fachadas y contenidos absorbidos hasta la cima de las ruinas del edificio Shakhshiir, junto con un BMW de un garaje de enfrente, doblado por la mitad como si fuera una hoja de plástico por la fuerza de las explosiones.
No son los propietarios de esos edificios quienes sufrirán directamente la destrucción causada sino las familias que habitan los apartamentos alquilados y las casas y apartamentos de los alrededores, junto a los propietarios de pequeñas tiendas y talleres cuyos ingresos se acabaron en el momento en que las bombas hicieron explosión.
Cuando pasé por allí, cuatro generaciones de una misma familia que habitaban una casa de cuatro pisos detrás del Shakhshiir estaban cargando sus pertenencias en bolsas y maletas hasta una furgoneta y preparándose para dejar su vida atrás. Su vieja mansión tendrá que ser demolida porque, al igual que los edificios de los alrededores, ha resultado dañada estructuralmente y no hay posibilidades de poder restaurarla. Sin embargo, no se hacen las víctimas y, con la usual cortesía árabe, que se mantiene intacta frente al terror, me ofrecen qahwah (café árabe) en exquisitas tacitas que sorbemos juntos mientras, de pie en el destrozado salón, me describen el terror de la noche.
Un bloque de apartamentos detrás de Abu Zant ha sido abandonado ya, el tejado parece haber sido absorbido por el vacío, la gente se ha ido, la puerta aparece con tablas clavadas. Entre medias, y por la parte de atrás, hay un bloque menos dañado pero con todas las ventanas y puertas reventadas. Ahí encuentro a algunos amigos a los que aún no había visitado – un oftalmólogo y su familia, que ha viajado por todo el mundo y que habla varios idiomas, que me dice que esta es la cuarta vez que pierden coches, oficinas y hogares: ¡es su BMW el que está en lo alto de los escombros! De nuevo me ofrecen cola y tacitas de qahwah, con un trozo de pastel de delicioso mamuliya (dulce de leche, mantequilla y azúcar). Su hija había llegado a la casa el día anterior para pasar juntos el Eid.
Catorce coches habían salido despedidos por aquí y por allá, algunos estaban irreconocibles, convertidos en esculturas grotescas, con el acero fundido por el tremendo calor de los explosivos. Nadie paga compensaciones. Pierdes tu coche y nadie te paga por ello -este es el único lugar del mundo donde los criminales hacen la ley-, claro que la misma ley es lo criminal, ¡como me han dicho varios capitanes israelíes! Los crímenes son punibles en cualquier lugar, excepto en Palestina.
Junto al Shakhshiir hay una vieja casita de campo, donde encontré dos hermanas solteras -ambas, la casita y las mujeres, destrozadas por la fuerza destructiva. A Hediya y Haiya Asnun nadie les avisó para que se fueran y estaban en la cama cuando los cristales de las ventanas les llovieron encima en fragmentos afilados que les dejaron el pelo apelmazado de sangre. No tienen agua para poder lavarse. Su trauma es profundo y resulta muy penoso ver su situación: la hermana mayor llora sin parar y su historia brota de los labios de la más joven en un torrente de agonía. No tienen a nadie: su familia fue asesinada por las milicias judías durante el feroz cataclismo de 1948. La noche pasada habían dormido entre los escombros y lo mismo harán de nuevo esta noche. Sin ventanas, puertas, agua ni electricidad, sin poder hacer café, ¡todavía insistieron para que me comiera un plátano con ellas!
En la casa de al lado vive una pareja de avanzada edad: la mujer ha regresado de Ammán hace tan sólo tres días, donde estuvo siendo sometido a un tratamiento contra un cáncer terminal de estómago durante siete meses. Ni a ella ni a su marido les avisaron para que se fueran. Las dos casitas de campo están tan dañadas que no podrán ser reconstruidas.
Todas las ventanas de la calle están sin cristales, al igual que las de la parte de atrás. La mayoría están cubiertas con trozos de plástico – que no es precisamente un cálido sustituto en los días tan fríos y húmedos que tenemos este invierno. Y me doy cuenta que las tejas del tejado de la casa de mi amigo, por la parte de abajo de la calle, también han desaparecido. La familia Qaddumi está sustituyendo tristemente con material de aluminio las 37 ventanas y puertas de madera dura destrozadas de su casa que tenían doscientos años de antigüedad, acarreándolas a mano hasta un pequeño camión que las llevará a un basurero cercano.
A través de la calle principal, desde el edificio Shakhshiir, encontramos el instituto, el Qasr Nabulsi, el Qasr Abdul-Hadi (el hogar de 30 personas), la casa Sadder, las tiendas nuevas y el centro donde viven 12 mujeres ciegas de los pueblos con sus cuidadores, el bloque entero del hogar Zannada, todos ellos serán demolidos porque su estructura está tan seriamente dañada que los hace inseguros o peligrosos. Las paredes están agrietadas desde el suelo al techo; abombadas, llenas de agujeros -con grandes trozos de escombro caídos sobre las alfombras, entre las camas, en el fregadero de la cocina, en las bañeras y sobre los sofás.
Encontré a Zeynab Sadder, una anciana tía-abuela de Sami Sadder, quitando los escombros de su escalera de piedra. Estaba lavándose las manos cuando el cristal de la ventana del cuarto de baño salió arrancado, hiriéndola en la parte posterior de la cabeza. Ha perdido, por tercera vez, todas sus posesiones personales; ahora ha perdido su casa. La puerta delantera de 60 kgs fue arrancada de sus goznes y salió catapultada a través de la habitación de este casa de dos siglos de antigüedad. En Qasr Nabulsi es la misma historia. Todo ha sido dañado o destruido. Y hay 30 personas sin hogar.
Volveré al edificio Rayan más adelante, primero véamos la gran tragedia de este crimen – la de la familia Zannaada.
LA TRAGEDIA DE LOS ZANNAADA: Veinticinco miembros de esta familia habían alquilado una casa grande en la zona opuesta al edificio Shakhsiir. Son refugiados del éxodo de 1948, y los abuelos llegaron aquí desde Jaffa. El alquiler es muy barato porque son sus inquilinos desde hace mucho tiempo. No encontrarían en ninguna parte esta renta. Cuatro familias viven juntas -tres hijos casados, sus esposas y un total de nueve niños entre uno y nueve años; junto a sus padres con tres hijos y tres hijas solteras y una hija divorciada con una niña.
Los Zannaada son una familia pobre que vive una vida sencilla y encantadora. Sus paredes están cubiertas con bonitas fotos de bebés sonrientes, no sólo bebés de la familia sino también de recortes de revistas. Tienen palomas y pájaros canoros, así como gallinas en la azotea. Muchos de los pájaros murieron cuando el oxígeno desapareció. Sus tanques de agua y sus paneles solares se dilataron con el vacío, se rajaron y se hicieron pedazos y están también totalmente destruidos.
Dentro del hogar de los Zannaada lo han perdido todo, desde las tazas de café a las camas. Nadie les avisó tampoco y grandes trozos de piedra cayeron entre las camas, incluidas las camas de los niños en varios dormitorios, abriendo agujeros en las paredes exteriores. Gracias a Dios, nadie resultó muerto o herido. Una vez más, en medio de todo eso, café, té y palabras de bienvenida. No puedo imaginar esta actitud en ningún sitio más.
Los Zannaada son demasiados para que alguien pueda acogerlos a todos y no quieren separarse. Su abuelo paterno, un refugiado, tiene solo un pequeño lugar alquilado; la familia materna es del pueblo de Kafr Kaddum, donde no hay trabajo. Por eso, no tienen dónde ir.
Cuando pasé la primera noche, ya era tarde. Los hombres se calentaban las manos alrededor de un brasero y no sabían donde estaban sus mujeres y niños. Pido a quien quiera que pueda ayudar a esta familia con dinero, que lo haga – por favor, enviadme un correo y os diré cómo podemos recibir aquí las aportaciones. No son víctimas de un desastre natural e imprevisto, sino de la brutalidad de un ejército moderno y sofisticado, cuyas acciones aquí son un crimen para el derecho internacional.
Casi olvidé mencionar el supuesto objetivo de todo este terrorismo, que es tan abrumador que, aunque el terror es el objetivo, no puedo imaginar lo que quieren. Las FAS dicen que estaban buscando a un hombre del que su informador dijo que estaba en el Shakhshiir – pero todos saben que no se le ve por Nablus desde hace diez años.
No obstante, los israelíes fueron primero al edificio, sacaron a todo el mundo y comprobaron que no aparecía. Se enfadaron por no encontrar al que buscaban y utilizaron tantos explosivos que destrozaron toda la barriada.
Incluso suponiendo que hubieran encontrado a la persona – podrían haberlo arrestado. ¿En qué lugar de la tierra 800 soldados, tanques, helicópteros de combate Apache vienen para detener a un solo hombre? ¿Y en qué otro lugar un barrio entero sería demolido en un acto ilegal de castigo colectivo – castigo no porque había alguien allí ¡sino porque no estaba!
UN TAPIZ DE TERROR: El edifico Rayan en la calle Jaffa es nuevo y alberga tiendas y talleres con viviendas sobre ellos. Fue el objetivo de tres misiles israelíes -uno vino a través del valle que hay cerca de la antigua Universidad An-Nayah y dos procedían de la montaña que hay tras Shari’a Sikka. Si pretendiéramos encontrar una «razón», un por qué, sólo hallaríamos de nuevo el mismo pretexto – la seguridad de Israel. Pero esto no es Israel. Esto es Palestina. ¿Cómo pretenden que destrozando los hogares de docenas de familias le llevarán seguridad a nadie? Es como si la palabra «seguridad» tuviera un significado nuevo. Los «israelíes» no dicen nada sobre lo que quieren y nadie cuestiona sus mentiras. Ningún periodista. Ningún político. Ninguna televisión. Nadie.
Un hombre joven vivía en un apartamento alquilado en el edificio Rayan con su mujer y sus dos pequeños, un niño y una niña. Un hombre tranquilo y devoto, Kamal Ratrout, Abu Omar, vivía una vida buena, limpia, asistía a la mezquita, leía el sagrado Corán, observaba los rezos y se esforzaba por ser un buen musulmán. Eso era todo. Pero dos espías dijeron que llevaba barba y que rezaba. Y su mujer es la hija de otra familia que ha sido objeto del odio y destrucción israelí durante años – Sheik Maher Jarraz.
Para el pensamiento retorcido y diabólico de los poderes actuales en Israel, ese hecho hacía de Kamal un ser peligroso y, tan sólo por eso, fue arrestado junto a su mujer y sus niños, utilizando un vecino de edad avanzada como «escudo humano» (no era necesario, él no tenía ningún arma). Después de llevárselos, los soldados entraron en la casa, saquearon el dinero y el oro y rociaron de balas de alta velocidad todo, los techos, los suelos, las paredes, para acabar lanzando finalmente granadas de mano cuando se marcharon.
Encontré casquillos y cartuchos de granada en el triste montón de escombros formado por los juguetes, las cunas, las ropas inmaculadas dobladas, las túnicas blancas para la oración, y libros y papeles que habían sido tirados y desgarrados de forma deliberada. Con toda la bonita loza aplastada bajo las botas en un frenesí de odio.
Los israelíes dijeron que querían arrestar a un hombre. Lo consiguieron, a él y a su familia – que salieron fuera de forma pacífica, completamente inocentes. Pero eso no era suficiente – tuvieron que hacer añicos su vida con balas, misiles, objetos incendiarios, granadas de mano y botas.
Abrieron un gran agujero en el tejado para disparar desde arriba. Al igual que en las anteriores situaciones, las casas vecinas resultaron también dañadas y todos los cristales destruidos.
Como si esto no fuera suficiente para una noche, los soldados israelíes, utilizando de nuevo a inocentes como «escudos humanos», irrumpieron en el apartamento de al lado -la casa de la familia de Abu Zant- y sacaron a Sameh, que estaba en la cama con su mujer y sus cuatro niños. No dijeron por qué – sólo sacaron afuera a Sameh y a su familia y los dejaron bajo la lluvia heladora. Entonces, los israelíes aterrorizaron a la familia de Abu Yusef Suraji; hace tres años asesinaron a su hermano sin razón alguna; otro hermano es ahora socio en el negocio de muebles de Abu Zant. Eso fue suficiente para incriminarle, por eso cogieron a Abu Yusef y volaron su fábrica en el edificio Rayan con explosivos y objetos incendiarios.
En una noche oscura, tantas formas de ganarse la vida destrozadas en las profundidades de la depravada ocupación israelí. Tantas vidas destruidas por el odio patológico de los ocupantes sobre los propietarios legales de esta bella ciudad de Nablus, los habitantes indígenas de esta pacífica y hermosa tierra de Palestina. Un pueblo, os lo recuerdo, que vive en su propia tierra y al que pertenece por ello la esencia de la soberanía.
¿Cuándo este terrorismo sin precedentes, estos crímenes de guerra en una escala sin parangón tendrán final? ¿Cuándo podremos dormir en paz sin los sonidos de muerte y destrucción amargando nuestros sueños? ¿Cuándo podremos saludarnos por la mañana los unos a los otros sin preguntarnos por lo que ha ocurrido durante la noche? ¿Hasta cuándo sentiremos esta culpa cuando dormimos mientras otros sufren, cuando estamos seguros mientras otros seres humanos son perseguidos y asesinados en la fría y húmeda oscuridad?.
Tony Blair pasó siete años en el parlamento antes de conseguir que se aprobara una ley contra la caza del zorro. Soy campesina por familia y no tengo problema con los zorros. Pero aquí, los seres humanos son cazados cada día y asesinados sin piedad por grupos de soldados que parece que nunca podrán saciarse de sangre palestina.
La desesperación y el desaliento se hacen más profundos aquí en medio de Al-Nakba Al-Nabulsi. Está claro, pero lo que se puede palpar es la determinación creciente de resistir esta ocupación ilegal a cualquier coste, y los Nabulsi saben que ese coste será muy alto hasta que se consiga la victoria.
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Texto original en: «Al Ahram Weekly» 3-9 February 2005; www.weekly.ahram.org.eg/2005/728/re101.htm
Hay 41 fotografías de la noche de destrucción relatada por la Sra. Anne Gwynne. Para poder verlas, el enlace es:
http://pg.photos.yahoo.com/ph/eiddestruction/my_photos
(*) Anne Gwynne, residente en Nablus, describe las noches de terror y destrucción que fueron el regalo de Israel a los residentes de esa ciudad de Cisjordania en la fiesta de este año de Eid Al-Adha. Anne es una abuela de 66 años, administradora bancaria jubilada de origen galés, que vive habitualmente en Nablus, donde ha trabajado con la Sociedad de Ayuda Médica Palestina.
(**) La fiesta de Eid Al-Adha está relacionada con el peregrinaje a La Meca. Dios ordenó al profeta Abraham en La Meca que sacrificara a su hijo y, cuando estaba a punto de hacerlo, Dios le envió un carnero para que lo sacrificara en lugar de su hijo. En el Eid, los musulmanes sacrifican corderos y alimentan a los pobres y celebran el peregrinaje a La Meca.
(*) Anne Gwynne, residente en Nablus, describe las noches de terror y destrucción con que Israel obsequió a los residentes de las ciudades de Cisjordania durante la festividad de Eid Al-Adha de este año.