1 Se inicia nuestro Congreso con tema que considero de trascendencia fundamental y que preferiré llamar fundacional. Fundacional, porque conviene subrayar que desde milenios cultura y sociedad son, en rigor, dos miradas sobre un mismo sujeto de reflexión. La sociedad que se conoce desde que la persona es persona no es otra que la que […]
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Se inicia nuestro Congreso con tema que considero de trascendencia fundamental y que preferiré llamar fundacional. Fundacional, porque conviene subrayar que desde milenios cultura y sociedad son, en rigor, dos miradas sobre un mismo sujeto de reflexión. La sociedad que se conoce desde que la persona es persona no es otra que la que supone asociación y valores comunes asentados en la memoria de la experiencia, memoria que es la historia; e historia que es el acumulado discernido de esa experiencia; experiencia progresivamente depuradora del saber, del ir sabiendo. Esa es la cultura, diseño subyacente, omnipresente y determinante de la sociedad, de su rostro y de sus resortes, visibles, invisibles, sofisticados o primarios, es decir de sus potencialidades.
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Dicho esto, será necesario encontrar respuesta aproximada a la pregunta ¿en qué sociedad vivimos, hoy, ahora, cuáles son sus urgencias, cuáles sus posibilidades, qué puede hacer, cómo tendría que ser y qué pudiese aportar la intelectualidad que nuestra sociedad se ha dado?
No seré quien dé tan compleja respuesta, será el Congreso, serán sus delegados, será la calidad, la hondura, la altura también, el rigor de nuestras intervenciones, las que produzcan un acercamiento a esa respuesta. Soy de los que cree que la tarea y la posibilidad del revolucionario, que para mí lo es siempre, milite o no en una organización, aquel que da solidaridad al otro, a los otros, que en ellos piensa, vive, siente y sufre y goza cuando un paso se da hacia el sueño-proyecto de una sociedad más justa, inundada de espiritualidad y de belleza, de libertad y libertades y que para el ejercicio y disfrute real de tales valores ha preparado, armado y desplegado cualidades y calidades, con la instrucción y su culminación en la formación y sensibilidad que hacen, de la persona, más y más persona porque más culta.
No es una frase al viento «ser culto para ser libre», ni es hoja al viento ese rasgo que define como martiana la generación que echó a andar la Revolución. Es que José Martí se desborda en idea, símbolo de un sueño, utopía de fundación. Es por eso que quien inspiró el Moncada nos inspira.
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¿En qué sociedad vivimos? Hagamos antes de continuar pequeñísimo, nada exhaustivo balance. Somos un tanto menos de 12 millones de habitantes y entre nosotros, todos alfabetizados y con noveno grado, conviven ya un millón de universitarios y un número similar de jóvenes que han alcanzado niveles que superan la secundaria, sea por especialización o a partir de otras modalidades.
¡Dios mío! Somos entonces una pequeña Isla gigante y no nos damos cuenta, somos el pueblo y el país más instruido del planeta. Instrucción no es cultura, o no lo es siempre, lo sabemos, solo es un estadío, pero avanzado paso. Potencialmente, en un futuro que tendría que ser más y más próximo, país culto y más que culto. Es tiempo de despegue. Despegue, palabra clave. Se trata de hoy y ahora, de que la esperanza encuentre realidad, que sea lograda. Por eso tendremos que hacernos otra pregunta, ¿en qué marco?
Se dice revolución tecnológica, electrónica, digital. Y es que se está fundando un mundo nuevo del que solo las revoluciones deben ser protagonistas y del que, por ahora, no lo son. ¿Son las llamadas limitaciones o situaciones objetivas el único factor o habrá alguna dosis de ceguera? Valdría la pena preguntarse. Es la revolución del saber la que llega, la que todo envuelve y se diseña a escala nunca vista, es sociedad del saber, la que se va fundando, la que el saber domina.
He tratado de describir algunos rasgos-realidades de nuestra sociedad, diré entonces que en la conciencia de la persona y en su creatividad innata, en su inteligencia y sensibilidad reside la riqueza más valiosa de la sociedad, y que esa compleja riqueza encarnada en nuestro pueblo es, en realidad, la sociedad misma. Estamos listos para el salto cualitativo que el saber impone.
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Y entonces sigo y sigo preguntándome y preguntando ¿puede la escuela primaria y secundaria y el pre, tal y cual han llegado a ser, regenteadas por criterios y prácticas descabellados e ignorantes de principios pedagógicos, psicológicos elementales, y violadora de derechos familiares, ser formadora de niños y adolescentes, y por tanto fundar futuro? ¿Será que acaso por esos caminos se calcula puedan crecer las generaciones a las que tocara cumplir la inmensa tarea de esculpir, ante todo en su alma, la patria soñada? ¿Es que esa escuela continúa realmente la diseñada por la Revolución en sus primeros días? ¿Y aun antes en los territorios que se iban liberando?
Jamás podrá construirse con solidez a partir de dogmas, empecinamiento, desconocimiento de la realidad real o ignorando los mensajes alertadores de la experiencia y de los ciudadanos. Estoy convencido.
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Tampoco puede hacerse contribución formadora o enriquecedora y menos defensora y profundizante de valores humanistas y de auto-respeto desde Medios de Comunicación neo-coloniales en su programación estupidizante y dominados por tan descomunal ignorancia que no se saben aliados del capitalismo en su manifestación más soez y del imperialismo en esa técnica que tanto resultado ha dado a sus especialistas, la de vaciar el alma de fineza, de sensibilidad, de información compleja para, de inmediato, llenarla de banalidad; y la de destruir el lenguaje para así destruir o dañar la articulación del pensamiento. Para ello se impulsa la grosería que se pretenda popular y es precisamente ofensa a lo esencial del pueblo-protagonista. Y a su inteligencia.
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Aún más, obligados a meditación y acciones nos tendríamos que sentir si nos detenemos en el actual panorama de la Enseñanza Artística, sometida sin tregua, ella y sus graduados, a interferencias inadmisibles y que contradicen el rigor y los tiempos necesarios en toda formación intelectual de creación o de interpretación, ya que ésta debe ser y tendría que ser igualmente creativa. Habría que preocuparse, como el Informe señala, tal vez sirviéndose de Comisiones o Grupos de Trabajo volcadas sobre cuanto allí se subraya e igualmente sugiero preocuparnos porque los recién-graduados y particularmente esos talentos que el profesor detecta, no resulten tratados por algunas autoridades como cosas, preocuparnos de que se respete irrestrictamente la condición de persona, y cuando más joven con mayor razón.
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Esa permanente urgencia de acudir a «la emergencia», improvisando sin tregua, debe ser sometida más que a estudio a investigación; a estudio para arrasar con ese método empobrecedor y, a veces, fuente de arbitrariedades. Tendríamos que preguntarnos ¿por qué una y otra vez ese nivel de improvisación, por qué tanta imprevisión? La respuesta general es muy simple, carencia de diseño. La solución, en cambio, bien compleja, pasa por rectificaciones de fondo.
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Para concluir debo referirme a la Batalla de Ideas, ese proyecto mayor del Comandante en Jefe, del que fuimos y tendremos que seguir siendo cómplices y con el que estamos moralmente comprometidos muy claramente, simple y llanamente a partir de la condición intelectual.
Es que lo importante no es la forma sino el objetivo. Lo importante será siempre no perder el rumbo.
No podemos permitir que la torpeza de algunos esterilice el proyecto desmedulándolo y convirtiéndolo en fuente de poder, de podercillo. Las situaciones maduran, las urgencias son más urgentes. La Batalla de Ideas es, por eso, tarea de toda la Revolución, de sus instituciones, de sus organizaciones sociales y políticas, de todo el pueblo y de sus intelectuales. Diré entonces que el peor enemigo de las revoluciones es la ignorancia, y como parte de su lesiva presencia, la conversión de la idea en ritual, palabrería y ceremonia, algo común en la historia y aspiración de burócratas y oportunistas, y su modo de vida. Salvar ese proyecto, llevarlo a su máxima tensión y también y mucho desde la UNEAC será, creo, gran tarea de la intelectualidad. Y será igualmente el mejor homenaje a aquel que lo conceptualizó, priorizó y lo hizo vivir. Espero que este, nuestro Congreso, lo prolongue en compromiso moral e intelectual, de afirmación e identidad a salvar y a enriquecer.
Gracias.