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No sólo Canarias tiene un límite

Fuentes: Ctxt

Las manifestaciones masivas han tenido su réplica en Ibiza, en Mallorca –el próximo 25 de mayo– y hasta en Cantabria. Vendrán más. Por fin los vientos están cambiando

Hay ocasiones en las que este mundo acelerado y loco te sorprende para bien, y cosas aparentemente inesperadas suceden. Sólo con el paso del tiempo se comprende que era inevitable que acabaran pasando. Este es el caso de las históricas y masivas manifestaciones en Canarias contra el modelo depredador que les está dejando sin patrimonio. Lo que quizá no intuían los valientes canarios es que con su movimiento telúrico iban a desencadenar una serie de protestas-réplica en Ibiza, en Mallorca, que saldrán este 25 de mayo ¡y hasta en Cantabria!, donde hace apenas un par de días salieron 10.000 personas a la calle. Y vendrán más, al tiempo. Por fin los vientos están cambiando.

La convocatoria original se apoyaba en la fuerza de una palabra llena de futuro: límite. Canarias tiene un límite, rezaban. Una palabra algo denostada aún en este mundo donde se suele pensar que “imposible es nada” y donde “el cielo es el único límite”.  PUBLICIDAD

Pero esas ideas no perdurarán –perdón por el espóiler–; serán tan endebles como el mismo modelo que las hizo posibles. Un modelo caduco que se agota y que va a cambiar sí o sí, o por la fuerza de la voluntad, o por la fuerza de los acontecimientos. Límite es una palabra que va a ir ganando relevancia.

Vivimos un momento de cambios acelerados en el que muchos límites del modelo económico, imposible de sostener, se están haciendo más visibles, como las grietas de un edificio que se ensanchan al crecer la vivienda demasiado como para soportar su propio peso.

Las islas son, por definición, territorios limitados. Cada una tiene sus particularidades, pero comparten un rasgo elemental: su palpable finitud geográfica y de recursos. Las islas tienen una conciencia que es igual de necesaria que la de clase, tienen conciencia de límite. 

A menudo comparten también dificultades en temas fundamentales como el acceso a la vivienda, a la energía, o al uso del bien más esencial: el agua. Y por eso no es casualidad que el primer eco de esos vientos alisios de cambio que llegan desde Canarias, haya resonado en Ibiza, y en general, en todas las Islas Baleares.

Desde las ínsulas nos están enviando un mensaje salvavidas en una botella para que aprendamos a naufragar mejor. Un mensaje con valiosísimas lecciones que, a medida que vayamos chocando con los distintos límites que nos hemos empeñado con tanto éxito en negar, van a ir llegando a otros territorios. También es cuestión de tiempo. Simplemente, Canarias es en esta ocasión la que está “temporalmente adelantada” respecto a los otros lugares.

El mensaje desde el presente canario apunta hacia el futuro del resto de territorios: los límites no pueden ser ignorados. Si los traspasáis, ellos, con un poco de tiempo de su lado, os traspasarán a vosotros. 

Nuestra “civilización” es una adicta al mayor alucinógeno jamás descubierto: los combustibles fósiles. Esta potentísima droga, que ya nos ha llevado a las puertas del infierno climático, nos ha permitido autoengañarnos masivamente a unos niveles jamás vistos y construir unos enormes espejismos de progreso de complejidad insostenible. Y esos espejismos se están desmoronando a la vista de cualquiera que se atreva a mirar.

Mientras la sequía crece dramáticamente en muchos lugares del Estado (aviso: vendrán peores, y pronto) dedicamos miles de hectáreas al regadío intensivo en zonas semidesérticas con riesgo de estrés hídrico extremo. Estas zonas exportan su escaso oro azul en forma de alimentos a lugares donde no existe tanto problema con el agua. La mano invisible asignando eficientemente los recursos, ya saben, es el mercado, amigo. 

Otra cuestión básica que es parada obligatoria en estos tiempos: la vivienda. En una isla es mucho más fácil comprender que construir, aumentar la oferta, es una receta que también tiene su propio límite. Los procesos de gentrificación y aumento de precios en los centros urbanos y turísticos se ven agravados y acelerados también en las islas. 

Nuestras ciudades, que eficientemente trabajan como sumideros de recursos, producen tal cantidad de residuos que somos incapaces de gestionarlos y nos están envenenando. Estos procesos se agravan habitualmente en las islas, pero no se quedan ahí. Todas las placentas de las mujeres embarazadas estudiadas alojan ya microplásticos, 

Es bien sabido que todo truco ilusionista tiene su fin. El telón ha de caer. Tardaremos un poco más en darnos cuenta con la misma claridad que en las Canarias, pero toda tierra –y la Tierra en mayúsculas– tiene un límite que ya estamos, en el mejor de los casos, empezando a traspasar.

Por eso no es raro que la gente de Canarias y de otros tantos territorios se haya plantado, demandando otro modelo económico en el turismo, otro modelo de uso y gestión de recursos: otro modelo económico, en definitiva, que se pueda sostener más allá de una o dos décadas y que reparta mejor las cargas y beneficios entre la población. Lo que no sé es a qué estamos esperando el resto.

¿Y cuál es ese modelo que todos los manifiestos y protestas reclaman?

Uno que anteponga a las personas y a la vida, antes que el beneficio a corto plazo de unos pocos. Unos pocos que, por egoísmo, nos van a hacer perder a todos.

Un modelo que no expulse a las personas de sus hogares para llenarlos de escenografías de cartón piedra destinadas a atraer a cuantos más turistas mejor, al coste que sea.

Uno que no llene nuestros recalentados mares literalmente de basura y deje los vertederos colmatados y sin saber hacia dónde mandar las cantidades ingentes de residuos que se generan.

Uno que no sea dependiente de la energía fósil llegada en barcos provenientes de territorios lejanos (y a menudo nada democráticos).

Uno que devuelva la dignidad a las personas. En el que decidamos lo más colectivamente posible y nos beneficiemos de las energías renovables que instalemos para un uso racional.

Uno en el que podamos comer alimentos deliciosos y sanos sin tener que comprometer el poder llegar a final de mes ni el futuro de nuestra tierra por un modelo agroindustrial insostenible.

Uno en el que podamos habitar hogares confortables, hermosos, en los que se promuevan comunidades de personas y su prosperidad, no la de las multinacionales.

Desgraciadamente, los representantes políticos en Canarias y en otros lugares aún no están a la altura del reto: por las respuestas que han dado hasta el momento, parecen no haber entendido, o peor, querer entender nada de esto. O quizás, simplemente, no tienen idea de cómo hacerlo.

Por suerte, la alternativa no es complicada: más democracia participativa transdisciplinar para navegar estos tiempos de elevada complejidad, menos lucro, más decisiones basadas en el conocimiento y la ciencia disponible, menos intereses económicos intoxicando la toma de decisiones. En el fondo es bastante simple.

Lo que en la práctica lo complica es toda la inercia de muchos de los elementos de un sistema que, aunque su hundimiento sea evidente, como no puede ser de otra manera, intentarán preservarse. Por eso es necesaria la organización social y asumir que el conflicto es real, ineludible, e incluso necesario. Por eso es más importante el cómo, que el qué. Si no tenemos siquiera un esbozo de plan (realista) de cómo lograr las transformaciones a tiempo, de nada vale tener muy claro qué necesitamos.

Decía el genial antropólogo Jason Hickel que “en algún punto tendremos que asumir que pedirle educadamente a la clase dominante que pare la destrucción de la vida no es algo que vaya a funcionar”.

Lo que está ocurriendo en Canarias y en otros territorios contra la apisonadora neoliberal o en las universidades acampadas contra el genocidio en Gaza es maravilloso, porque a la vez que hay organización y cooperación, hay confrontación valiente hacia un modelo que silenciosamente nos lleva al precipicio mientras va demasiado rápido para frenar. Antes de reparar el daño causado hay que parar el daño que se sigue produciendo, si no, ¿de qué sirve?

Sólo mediante la organización civil y la presión social podremos tener la fuerza suficiente para exigir medidas basadas en la evidencia científica para el sector público: descarbonizar la economía debe ser la prioridad máxima en un país que es frontera con el desierto, y este proceso debe hacerse acompañando a toda la población, tenga la situación socioeconómica que tenga. Para ello es clave el refuerzo de servicios públicos esenciales como la sanidad o la educación para incrementar el bienestar y disminuir la enorme desigualdad que obstaculiza la transición. Mientras tanto, se debe reducir el peso o reconvertir sectores que, no solo no tienen que crecer, sino que deben disminuir, por ejemplo: sector armamentístico, aviación o publicidad.

En la parte comunitaria, la Economía Social y Solidaria lleva ya muchos años cultivando proyectos democráticos y no lucrativos que ponen en el centro el cuidado de las personas y de la vida, ¡y también está creciendo! aunque no al ritmo que necesitamos. Las vías públicas y comunitarias necesitan retroalimentarse positivamente una a la otra. Lo público debe catalizar a lo comunitario. Y cuando lo comunitario crece, tiene más fuerza para empujar para que lo público se ponga a trabajar para el bien común.

Está surgiendo una nueva oleada de proyectos de democracia participativa que sin duda harían más gestionable la situación. Para intentar gestionar el reto climático y a la vez salir de la trampa en la que nos hemos metido con nuestro sistema económico terrainfinitista: si crece se destruye, si no crece, no funciona. 

También siguen abiertas de par en par las puertas de multitud de movimientos sociales, cooperativas, grupos de consumo, etcétera, para que nos entrenemos en eso tan necesario y la vez difícil que es coordinar una respuesta lo más masiva y contundente posible.

La tierra nos da cada día gratuitamente infinidad de regalos en forma de recursos y alimentos. Podemos comportarnos como psicópatas desagradecidos y arrancar cada regalo que nos da hasta despojarla (y despojarnos) de la vida, o podemos agradecer y devolver en forma de amor y cuidados parte de lo que hemos recibido. Y muy importante, sabiendo poner límites (y mandando a tomar viento, si es necesario) a quien no ha entendido esta simple evidencia. Porque no podemos olvidar que si hay algo limitado desde el día que nacemos es el tiempo que tenemos.

Las movilizaciones han dejado poso en Canarias y animado la primavera. Aunque se nota en el aire la calma después de la tormenta. Un silencio incómodo, porque no terminamos de saber si lo que va a pasar es que va a salir el sol por todas partes, o va a llegar un último huracán que se va a llevar lo poco que nos iba quedando. En Canarias, y en todos los territorios, depende de cada uno de nuestros alientos que lo que tiene que ocurrir, llegue a ocurrir. 

Ahora que el alisio ya está en movimiento, invocamos a los cuatro vientos: al levante, al mediodía, al poniente y la tramontana. Que los vientos de cambio venideros nos ayuden a difundir este sabio mensaje que viene de las islas, y que nos traigan fuerza y alegría para seguir con una lucha que nunca terminará, pero en la que nos lo jugamos todo en un breve espacio de tiempo.

Núria Albet es física y presidenta de la cooperativa energética de La Palma Energía Bonita. 

Juan Bordera es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.

Fuente: https://ctxt.es/es/20240501/Firmas/46484/canarias-manifestaciones-mallorca-ibiza-25-mayo-juan-bordera-nuria-albet.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-medium