Traducido para Rebelión por Nadia Hasan
Cada detalle descrito aquí, cada atisbo de realidad, es propenso de ser considerado como un todo, y pueden atenuar su gravedad. Detalle: Cientos de personas se reúnen cada mañana en tres estrechas puertas metálicas giratorias, las cuales no giran debido a que una persona con mala visión las ha bloqueado al presionar un botón. El número de personas abarrotada detrás de ellas crece y crece, y ellos esperan por una hora, y la ira de otro día de retraso para el trabajo o la escuela se incrementa, con las tensiones residuales anteriores cargadas de rabia, amargura y desesperanza.
Sin embargo, no es la aglomeración, o la rabia, o la espera, lo que define los puestos de control y los bloqueos carreteros, o en este momento específico, el nuevo puesto de control de Qalandia. Tampoco es la abarrotada y comprimida atmósfera del resto de las inspecciones carreteras, o los cuartos cerrados en que los soldados se sientan e inspeccionan documentos, o las otras puertas giratorias. O incluso los otros «detalles»: las cámaras que hacen que los soldados y comandantes vean y no vean, la gruñida voz en el altoparlante que da instrucciones en hebreo, el terrorífico muro de concreto encima y en los alrededores, y la devastación dejada por las excavadoras israelíes fuera de la jaula que Israel llama un «Terminal fronterizo».
Tampoco es un detalle significante los 11 «detenidos» en las salidas de inspección en la carretera: nueve adolescentes de 18 años y menos, un adulto, y un estudiante universitario de 23 años, todos ellos por cometer un grave crimen el lunes: luego de esperar en vano que las puertas metálicas giraran, las que los conducirían a la inspección carretera , en su camino al trabajo o la escuela, decidieron saltar sobre la barrera – uno esperando poder llegar a tiempo para su examen de inglés, el otro por el miedo a ser despedido por llegar tarde a su trabajo. Pero fueron capturados. El estudiante fue esposado, y fue sentado junto a una cabina de seguridad en el complejo militar. Los otros diez fueron ubicados fuera del complejo, en el fango incrementado a cada momento por la densa llovizna. Y los soldados les exigieron que se sentaran. Ellos no lo hicieron, debido al fango, permaneciendo arrodillados. Luego de media hora, las rodillas dobladas comienzan a doler cada vez más, y los pantalones están empapados por la lluvia y se aprietan sobre las rodillas. Las manos se hielan, pero los soldados no cambian su melodía: «Siéntate, te dije. Siéntate.»
Pero el frío y la lluvia no son la historia, no lo es que el soldado coma su ración diaria y observe apáticamente a los detenidos, ni lo es las llamadas telefónicas de esta escritora, hasta que dos horas después sean permitidas, cómo compasivamente se les permite ponerse de pie, tampoco lo es su liberación – incluyendo uno de los cuales resultó con profundas marcas rojas en sus manos congeladas producto de las ataduras – tampoco el hecho de que el muchacho de 14 años tuvo que esperar otros 20 minutos, luego de ser liberado, hasta que el soldado que tomó su certificado de nacimiento (después de todo, él no tiene aún una credencial de identidad) pudo encontrarlo. El hecho de que la escritora no haya estado presente en la detención es también marginal.
Incluso es de segunda importancia la decisión de abrir una «puerta humanitaria» (pensada para el paso de personas en sillas de ruedas, padres con coches para bebés, y trabajadores de limpieza palestinos contratados por una empresa), en la mañana, para mujeres y hombres sobre los 60 años de edad. Otro detalle que distrae la atención de lo que es importante.
Lo importante es que el ejército y los ciudadanos israelíes que diseñaron todos estos detalles de despojos – y los bloqueos carreteros son parte inseparable de este despojo – han transformado el término «humanitario» en una despreciable mentira.
A través de los puestos de control, cierre de caminos, prohibición de movimiento, restricción del tráfico, a través de muros de concreto y cercas de alambres de púas, a través de la expropiación de tierras (únicamente por razones de seguridad, tal como la Corte Internacional de Justicia, y parte de la población israelí, quiere creer), a través de la desconexión de pueblos de sus tierras y carreteras, a través de la construcción de un muro en barrios residenciales y en patios de casas, y a través de la transformación de Cisjordania en un grupo de «celdas territoriales» (en jerga militar), entre la expansión de asentamientos – los israelíes hemos creado y continuamos creando una crisis económica, social, emocional, laboral y medioambiental, a una escala de un tsunami sin fin.
Y entonces ofrecemos un pequeño rediseño en la jaula, un oficial encargado de ver a un anciano, un baño y un refrigerador de agua – y esto es descrito como «humanitario». En otras palabras, empujamos a una población entera a situaciones imposibles, condiciones descaradamente inhumanas, con la intención de robar sus tierras, su tiempo, su futuro y su libertad de decidir, y luego aparece el dueño de la plantación, relajando un poco su puño de hierro, y está orgulloso de su sentido de la compasión.
Sin embargo, incluso el asunto más importante -el engaño humanitario – es sólo un detalle dentro del conjunto total de detalles, en los que ninguno es representativo por si mismo. Fragmentos aislados de la realidad han sido considerados tolerables, incluso comprensibles (seguridad, seguridad), o pueden hacernos enojar por un momento y luego calmarnos. Y entre todos los detalles, la realidad del colonialismo se intensifica, sin interrupción o indulgencia, inventando, incluso, más métodos de tortura hacia los individuos y la comunidad; creando más formas de violar el derecho internacional, robando tierras tras un camuflaje legal, y animando la colaboración fuera de los acuerdos, la negligencia y la inercia.