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La organización israelí Rompiendo el Silencio revela el horror cotidiano y la lógica colonial de la ocupación sionista

«Nuestras vidas se convirtieron en algo que nunca soñamos»

Fuentes: The Independent

Traducido para Rebelión por LB

Para cualquier persona que en los últimos años haya cubierto [como periodista] Israel, Cisjordania y Gaza, la lectura de la obra Ocupación de los territorios: testimonios de soldados israelíes 2000-2010, el nuevo libro publicado por la organización de ex soldados israelíes Rompiendo el silencio (Breaking the Silence) puede constituir una experiencia extrañamente evocadora.

Un recluta de la Brigada Givati, por ejemplo, describe cómo soldados de la compañía que en 2008 operaba junto a la suya en el interior de Gaza habían comentado un suceso ocurrido ese mismo día más temprano. Tras llamar a la puerta de una casa palestina y no recibir respuesta inmediata, los soldados israelíes habían colocado un «zorro» -en jerga militar, explosivos para derribar puertas y paredes- en la parte exterior de la puerta principal. En ese mismo instante la mujer de la casa llegó a la puerta para abrirla. «La pared quedó embadurnada con sus extremidades y no fue a propósito», recuerda el soldado. «Y luego llegaron los hijos de la mujer y la vieron. Lo escuché comentar durante la cena, después de la operación; alguien dijo que era divertido y estallaron en carcajadas recordando la imagen de los niños viendo a su mamá esparcida sobre la pared…»

Una historia de segunda mano, por supuesto, sin nombres, fechas o detalles de apoyo. Salvo que despertó en mí un recuerdo: yo mismo había informado de la muerte de una maestra de escuela palestina de las Naciones Unidas al este de Khan Younis. Wafer Shaker al-Daghma había muerto cuando el ejército israelí invadió su casa durante una incursión realizada en mayo del 2008. En aquel momento su marido se encontraba fuera del hogar. Cuando llegamos a la casa cinco días más tarde los israelíes estaban realizando otra incursión y pudimos oír, incómodamente próximos, los disparos que realizaban desde vehículos militares blindados mientras Majdi al-Daghma nos describía la muerte de su esposa de 34 años. Según Majdi, cuando su difunta esposa advirtió la presencia de soldados israelíes en las inmediaciones de su casa ordenó a los niños -Samira, de trece años, Roba, de cuatro, y Qusay, de dos- que se retiraran al dormitorio, se puso un pañuelo en la cabeza y se dispuso a abrir la puerta. «Samira oyó una fuerte explosión y todo se llenó de humo «, explicó. «Buscó a su mamá, pero no podía verla».

Sin duda se trata del mismo incidente. Uno está obligado a suponer que las carcajadas mencionadas por el recluta fueron una reacción nerviosa, una manifestación de impacto retardado de los soldados. Al fin y al cabo, tuvieron la presencia de ánimo para cubrir con una alfombra el cuerpo mutilado de la señora al-Daghma y para retener a los niños en su dormitorio durante las cinco horas que permanecieron en la casa. Samira dijo que preguntó a uno de los soldados: «¿Dónde está mi mamá?», pero que no comprendió su respuesta en hebreo. Explicó que cuando los soldados finalmente abandonaron la casa después del anochecer, «Todavía había tanques en el exterior de nuestra casa (…) Traté de llamar a mi padre con el móvil de mi mamá, pero no había línea. Levanté la alfombra y vi un trozo de ropa de mi mamá. No se movía. No le ví la cabeza».

Lo interesante de esto no es solo lo chocante de la historia del soldado, sino que el relato aparentemente esté tan corroborado. Considerando sobre todo que el breve relato del recluta -a diferencia de otros muchos recogidos en el libro, algunos de ellos tan estremecedores como éste- se basa en rumores, la historia es altamente significativa con respecto a la autenticidad de los testimonios como retrato de una ocupación que se prolonga ya 43 años. Estos testimonios, revisados y cotejados, de jóvenes israelíes de ambos sexos que luchan por asimilar su servicio militar en Cisjordania y Gaza -a veces años después de haber ocurrido los sucesos- se suman a un relato interno sin precedentes -así aparece caracterizado en la introducción del libro- de «los principios y consecuencias de la política israelí en los territorios [ocupados palestinos]».

Rompiendo el Silencio es una organización única. En ningún otro país -incluyendo a aquellos con historias militares problemáticas recientes como EEUU y Gran Bretaña- existe nada comparable. Desde sus inicios en 2004, el grupo ha recogido 700 testimonios de reclutas y reservistas [del ejército israelí] que abarcan el decenio transcurrido desde el comienzo de la segunda intifada hasta hoy. En julio del año pasado el grupo consiguió su mayor impacto con la publicación de los relatos de cerca de 30 soldados de primera línea que apenas seis meses antes habían participado en el ataque israelí contra Gaza, controlada por Hamas, y que con sus testimonios pusieron en entredicho la afirmación de [los mandos castrenses israelíes en el sentido de] que habían hecho «todo lo posible para evitar daños a civiles inocentes».

Desde entonces Rompiendo el silencio ha dado dos pasos decisivos. Durante mucho tiempo el ejército israelí se ha quejado del anonimato de los testigos del grupo. En julio el ejército israelí cuestionó incluso la autenticidad de todos los testimonios. El anonimato era comprensible: los soldados se exponían a ser marginados y a recibir fuertes críticas por parte de sus propias comunidades, así como por parte del propio Estado, por no mencionar la posibilidad de ser enjuiciados por tribunales militares. Ahora, por primera vez, 27 de los que había testificado han permitido que el fotógrafo Quique Kierszenbaum, con base en Jerusalén, les fotografíe, y que se hagan públicos sus nombres junto con el resumen de lo que declararon y por qué lo hicieron.

La segunda novedad con respecto a la política anterior del grupo de dejar que los testimonios de los soldados hablaran por sí solos, consiste en que, en vista del gran número de testimonios recogidos, Rompiendo el Silencio se ha animado a ofrecer un análisis más amplio de lo que en su opinión revelan: en parte porque, aunque las tropas israelíes efectivamente tenían que lidiar con «amenazas concretas en la última década, incluidos ataques terroristas contra ciudadanos israelíes», sus operaciones, especialmente en Cisjordania, van más allá de lo meramente defensivo y se orientan «sistemáticamente» a la «anexión de facto» de los territorios ocupados «a través de la desposesión de los habitantes palestinos».

Al argumentar que Israel ejerce sobre los palestinos un grado de control que excede sus necesidades de seguridad, el libro (publicado en hebreo el 21 de diciembre y que saldrá en inglés el año que viene) se detiene a analizar cuatro expresiones técnicas frecuentemente empleadas por los militares israelíes y trata de mostrar en su introducción a los testimonios [de los soldados] cuál es, en opinión de Rompiendo el Silencio, el significado real de las mismas por contraposición con su significado aparente

El primero de esos términos es «prevención» [‘sikkul’ en hebreo]. Según el libro, este término se ha convertido en una «palabra clave» que permite prácticamente cualquier tipo de acción militar, ofensiva y defensiva, automáticamente clasificada como «prevención de actividades terroristas». El principio, enunciado por primera vez por el ex jefe de personal del ejército israelí Moshe Ya’alon, consiste en «imprimir a fuego en la conciencia» de los palestinos que la violencia no es rentable, y se traduce en práctica en «la intimidación y el castigo (…) indiscriminado de la población palestina». Los ejemplos aportados incluyen las siguientes prácticas: enviar un camión militar a la aldea de Tubas a las 3 de la madrugada en 2003 «con granadas de aturdimiento que [los soldados israelíes] fueron lanzado por las calles sin razón alguna y que despertaron a la gente [como una forma de decir:] ‘Estamos aquí. El ejército israelí está aquí'»; disparar a un hombre visiblemente desarmado que caminaba sobre un techo en Nablus en 2002 («El comandante de la compañía lo catalogó como observador, lo que significa que el tipo no suponía ninguna amenaza, y dio la orden de matarlo»); y poner fin a un lanzamiento de piedras en Tekoa utilizando un «escudo humano móvil», es decir, a un palestino atado a la parte delantera de un vehículo, antes de conducir alrededor de la aldea.

El segundo término analizado es «separación» [‘hafradah’], es decir, la separación de los palestinos no sólo de los israelíes, sino de otros palestinos (dentro de Cisjordania y entre Gaza y Cisjordania) y de su propia tierra mediante el uso de puestos de control, barreras de separación, carreteras para uso exclusivo de los colonos judíos de Cisjordania y mediante un estricto régimen de permisos que supone el «aislamiento» de muchas comunidades. Si bien gran parte de esta «separación» -incluyendo la pérdida de la tierra- es permanente, en los últimos dos años, después de la Intifada, algunos obstáculos se han aliviado. No obstante, Rompiendo el Silencio insiste en que el «paradigma» no se ha modificado. «Es obvio que Israel relaja su control cuando las cosas son más fáciles», dice Mikhael Manekin, miembro de la organización. «Pero siempre retiene el control. Puede suavizarlo o endurecerlo a su antojo.»

EN 2003 se implementó la «separación» de Nablus de los pueblos de su entorno: «Debe entender la [cuestión de la] proporcionalidad. Una persona de entre 16 y 35 años que vive en Nablús no ha salido de Nablús en los últimos cuatro años, ni siquiera para ir a un pueblo cercano». Otro ejemplo fue la zona de Qalqilya en 2002: «Una persona a la que los israelíes habían arrancado de raíz su huerto de higueras llegó llorando hasta mí y me dijo: ‘He trabajado durante 30 años para comprar esta tierra, he trabajado este huerto durante 10 años, he esperado 10 años a que [los árboles] den fruto, lo he disfrutado un año y ellos [el ejército israelí] me lo están arrancando de raíz'».

El siguiente concepto analizado es «la fábrica de la vida» [‘mirkam hayyim’], el término utilizado por el ejército israelí para subrayar que hace todo lo posible para garantizar a los palestinos una vida lo más normal posible, una alegación fuertemente impugnada en el libro, donde se afirma que Israel controla el paso de civiles y bienes a Israel y en el interior de Cisjordania, la apertura de empresas privadas, el transporte de escolares y estudiantes universitarios, y los casos médicos. «[La propiedad] pueden ser arrebatada discrecionalmente por un comandante regional o por un soldado sobre el terreno… los soldados irrumpirán violentamente en un hogar en plena noche y arrestarán a uno de sus moradores sólo para dejarlo en libertad más tarde, siempre para practicar los procedimientos de detención».

Entre otros ejemplos está la historia de un conductor de camiones palestino que trataba de llevar a Hebrón containers de leche desde Yatta durante el toque de queda en el año 2002 y al que los israelíes detuvieron, esposaron y vendaron los ojos una tórrida mañana de verano. El camionero transportaba unos 2.000 litros de leche y todos se echaron a perder mientras que el camionero permaneció sentado todo el día, con prohibición de moverse. «Cuando [ahora] pienso en ello», dice un ex soldado israelí, «me siento avergonzado (…) ¿Contribuyó aquello a la seguridad del Estado? No».

Otro ejemplo se refiere a los trabajadores ilegales y a sus familias que trataban de entrar desde Cisjordania en Wadi Ara, al norte de Israel. Un ex soldado recuerda haber «arrojado al suelo el contenido de las bolsas de los niños y haber jugado con sus juguetes (…) Los niños lloraban y tenían miedo». ¿Los adultos también lloraban? «Por supuesto. Uno de los objetivos siempre fue: tengo que hacer que llore delante de sus hijos, tengo que hacer que se cague en los pantalones… mayormente a fuerza de palizas».

Por último, al examinar el término «aplicación de la ley» [‘akhifat hak’], el libro pone en evidencia la existencia en Cisjordania de un doble régimen jurídico en virtud del cual los palestinos están sometidos a un régimen y a unos tribunales militares mientras que los colonos israelíes solo son responsables ante los tribunales civiles. Al mismo tiempo, argumenta el libro, los colonos israelíes son de hecho aliados de los militares y ambos tienen un enemigo común.

La dura -e, inevitablemente, muy política- conclusión del libro contradice la opinión de que «Israel se está retirando de los territorios [ocupados] palestinos lentamente y con la debida precaución y seguridad». Los soldados israelíes citados «describen un denodado empeño para reforzar el control israelí sobre los territorios [ocupados palestinos], así como sobre la población palestina».

Probablemente no nos sorprenda que Manekin reconozca que aquellos que -por decirlo con sus propias palabras- han «salido del armario» autorizando la publicación de sus nombres y fotografías, sean los más activistas de las 500 personas que han dado testimonio a la organización. No es casual que este proyecto paralelo se produzca en un momento en el que Rompiendo el Silencio ha decidido impulsar su propio análisis de la última década de ocupación. Manekin dice que no fue fácil ser fotografiado. «No hicimos esto para ser héroes», dice. «En realidad, el significado político es la única razón para hacerlo.»

Fuente: http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/our-lives-became-something-wed-never-dreamt-the-former-israeli-soldiers-who-have-testified-against-army-abuses-2154663.html