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Nueva cuestión social y teoría crítica

Fuentes: Rebelión

(Comunicación al X Congreso andaluz de Sociología, Jaén 21-23 de enero de 2021)

En estos años de crisis socioeconómica, y sin que la mayoría social hubiera salido de ella, se han visto incrementadas sus graves consecuencias por la actual crisis sanitaria y económica y, particularmente, se ha ampliado la conciencia cívica de su injusticia. Paralelamente, ha tomado mayor relevancia teórica y sociopolítica el tema ya clásico de la cuestión social. Según las interpretaciones modernizadoras (y postmodernas) estaba superada y desaparecida, aunque siempre ha estado presente; ahora resurge como una realidad grave para la población y la principal preocupación para la ciudadanía.

Partiendo de la relevancia de la nueva cuestión social, esta investigación analiza critica los fundamentos de la interpretación liberal y socioliberal sobre los fallos del mercado y explica la tradición reguladora, redistribuidora y protectora vinculadas al keynesianismo y las izquierdas democráticas. Por tanto, expone las insuficiencias del liberalismo y la necesidad de un esfuerzo analítico y reflexivo para desarrollar una teoría social crítica que dé soporte a un cambio social y político de progreso.

Introducción

Desde una perspectiva transformadora hay dos aspectos fundamentales en los que profundizar y, específicamente, explicar su interacción para promover un cambio social progresista: avanzar en una teoría social crítica y definir e implementar los proyectos y las estrategias de progreso, por un modelo social y democrático avanzado.

En los últimos años, en diferentes medios se ha ido analizando el declive de la socialdemocracia española y europea, el agotamiento de la llamada tercera vía o nuevo centro, así como sus dificultades para desarrollar un discurso y una política económica y social diferenciada de las derechas hegemónicas y conseguir los suficientes apoyos sociales para un proyecto transformador progresista. El nuevo sanchismo no tiene un pensamiento social definido, diferenciado del liberalismo social, o una estrategia y un modelo social, democratizador y plurinacional claro de sociedad y de país (de países) para garantizar a medio plazo una transformación de progreso. Lo defino como un vacío teórico socialista (Antón, 2020b)relleno de tacticismo coyuntural tras el interés de su hegemonismo en el control del poder institucional. No obstante, en el equipo económico del Gobierno de coalición predomina el liberalismo económico o, si se quiere, el socioliberalismo. Es, por tanto, pertinente un estudio en profundidad de la interpretación liberal de la cuestión social y sus implicaciones estratégicas para las políticas públicas y el Estado de bienestar (Antón, 2009).

Al mismo tiempo, en esta década, se ha ido consolidando una corriente social crítica y una importante movilización ciudadana, un nuevo campo sociopolítico, electoral e institucional que puede favorecer la constitución de un bloque social y político alternativo y diferenciado del Partido socialista, cuya consolidación necesita nuevos discursos, liderazgos y estructuras organizativas. Su representación política son las llamadas fuerzas del cambio de progreso, en particular Unidas Podemos y sus confluencias.

Pues bien, en términos políticos hay un acuerdo básico de mutua necesidad y conveniencia de ambas formaciones progresistas o de izquierda frente al acoso de las derechas y de respuesta a los dos grandes retos de la sociedad española: por un lado, una salida de progreso a la crisis socioeconómica, la grave desigualdad social, la precarización laboral y las insuficiencias del Estado de bienestar; por otro lado, una democratización institucional, incluido el imprescindible encauzamiento de la plurinacionalidad y el conflicto catalán. Además, contando con el fuerte impacto de la crisis sanitaria, de cuidados y económica por la pandemia, se acumulan otros factores de crisis, como la medioambiental, la desigualdad de género, la construcción europea, los conflictos geopolíticos o la convivencia intercultural y la inmigración.

De la capacidad transformadora y la consolidación de este gobierno progresista de coalición, su orientación estratégica y sus vínculos con una amplia base progresista, va a depender el futuro del país. No entro en ello. Solamente sitúo un marco básico de la encrucijada política del cambio de progreso para poner el énfasis en los elementos teóricos que predominan en las élites dirigentes, fundamentalmente del ámbito socialista, condicionan sus análisis, discursos y estrategias y constituyen un foco de conflicto en el Gobierno de coalición. Por otra parte, tengo en cuenta el sustrato cultural o político-ideológico en las bases sociales de progreso, mayoritariamente de izquierdas y progresistas, detalladas en otro estudio (Antón, 2019b y 2019c) (Ver primera partey segunda parte).

Se trata de aportar algunos elementos de reflexión para elaborar un pensamiento social crítico, superador de los esquemas liberales, las inercias deterministas o esencialistas y los enfoques posestructuralistas, predominantes en muchos ámbitos progresistas. Una amplia valoración la he tratado en tres libros recientes: Movimiento social y cambio político. Nuevos discursos (Antón, 2015), Clase, nación y populismo (Antón, 2019a) e Identidades feministas y teoría crítica (Antón, 2020a).

Parto, por tanto, desde la tradición de la teoría crítica, superadora a mi modo de ver del bloqueo producido por la prevalencia y la polarización entre dichas corrientes. Solo cito dos autores, especialistas en movimientos sociales en el marco más general del cambio social: E. P. Thompson (1977, 1979, 1981, 1995) y Ch. Tilly (1991, 2007, 2010).

Un pensamiento crítico se distingue por estos tres rasgos fundamentales: realismo analítico (objetividad y procedimientos científicos), finalidad transformadora (ética y sociopolítica) y función identificadora (cohesionadora y legitimadora) para la formación de un actor o sujeto colectivo. Los tres están en tensión, en una interacción compleja respecto de las prioridades y necesidades de la acción colectiva. No se pueden valorar en abstracto, cada uno tiene sus propias reglas y su integración es difícil.

Existe la dificultad para mantener el rigor (principios, valores y procedimientos) de la ciencia y evitar su subordinación al poder, neoliberal o liberal, así como es necesario defender su autonomía y su papel. Aunque sea difícil la neutralidad de la llamada ciencia, especialmente, en las ciencias sociales, hay que reafirmarse en el valor de la ciencia (auténtica) y desenmascarar la pseudo-ciencia, con el irracionalismo y el subjetivismo. Después es cuando viene la complejidad de su relación con el comportamiento social y los intereses materiales de la gente, así como con la psicología, la ética y las teorías sociales, más o menos científicas y/o utópicas.

Aquí, analizo varios aspectos relevantes, como el debate sobre los errores del liberalismo económico y la crisis ideológica de las izquierdas y la forma de abordarla. Así, se exponen tres aspectos concretos relacionados con cuestiones teóricas y culturales, con un claro impacto para las estrategias de transformación social y la renovación de las izquierdas y fuerzas alternativas de progreso: 1) los errores de los fundamentos del liberalismo económico, en particular la existencia de los fallos del mercado y cómo hacer frente a la ofensiva neoliberal; 2) las insuficiencias del liberalismo como respuesta a la crisis ideológica de las izquierdas y la necesidad de elaborar una teoría social alternativa; 3) la importancia de un enfoque y una actividad críticos en el terreno de las ideas.

Son cuestiones ya tratadas hace siete años en mi libro Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica (Antón, 2013), en el contexto del primer lustro de la protesta social en España (2010/2014). Las he reelaborado ante la experiencia de este segundo lustro (2015/2020) de consolidación de un espacio político-electoral e institucional, democrático, crítico y popular, diferenciado de la socialdemocracia y con responsabilidades gubernamentales compartidas con el Partido Socialista, con los correspondientes desafíos inmediatos para su unidad y un cambio real de progreso.

  1. Fallos del mercado y cómo afrontar la ofensiva neoliberal

En primer lugar, valoro algunas ideas vinculadas con la tradición ideológica de las izquierdas sobre la economía, la gestión política y la transformación social y su reinterpretación liberal según la llamada Tercera Vía (Blair) o Nuevo Centro (Schroeder), dominantes en la socialdemocracia, ya criticadas en otra parte (Antón, 2009).

La izquierda socialdemócrata europea, en general, se ha ido deslizando, particularmente desde mitad de los años noventa, a la tercera vía o el socioliberalismo, es decir, hacia su colaboración en el proceso de desregulación de los mercados financieros y el debilitamiento del Estado de bienestar y los derechos socioeconómicos y laborales, según las exigencias de la globalización neoliberal. ¿Eso era lo único posible? Su responsabilidad en la actual crisis económica, su fracaso de gestión y la desafección de parte de la ciudadanía europea han sido claros. Su giro hacia el centro, hacia el liberalismo económico y el embellecimiento de los mercados financieros, es una de las causas de la actual crisis de la socialdemocracia europea.

Los fallos del mercado

Comentemos la idea del mercado y sus fallos, discutida ampliamente en la tradición socialista y keynesiana. El mercado en determinados ámbitos ha demostrado ser la técnica más eficiente, y no se puede ser fundamentalista del Estado. El tema para debatir es que el mercado, en ámbitos y aspectos cruciales, también ha sido ineficiente y, sobre todo, injusto. La idea de asumir el mercado, aunque sea solo como la técnica más eficiente, no valora ni se distancia adecuadamente de ese componente negativo, ni refuerza el aspecto principal de defensa de lo público: un sector público potente y eficaz, unos servicios públicos de calidad y una intervención o regulación pública de la actividad económica privada.

El asunto no es, fundamentalmente, técnico, sino político y ético: Qué medios, económicos y productivos, son mejores para conseguir el fin, el bienestar de la población, el bien común, la sostenibilidad medioambiental… La economía debe subordinarse a la sociedad, a la política democrática y a la regulación institucional. El mercado ha demostrado las dos cosas: que funciona y que no funciona, es decir, que tiene graves ‘fallos’. No podemos dejar que sus leyes, la prioridad al beneficio privado, se impongan a la ciudadanía. Nos centramos en el actual tipo de mercado, en el marco capitalista y dominado por el capital financiero. Dejamos aparte el mercado en general, en ámbitos menores –consumo…- o bajo otros regímenes o procesos históricos.

Pues bien, la actual crisis económica y social, ampliada por la crisis sanitaria, viene derivada de esos ‘fallos’ de los mercados financieros desregulados y desbocados, es decir, que han seguido sus propias leyes de la prioridad por los intereses (egoísmo) de unos pocos, a costa de la mayoría de la población. No ha sido una buena forma de gestionar la economía, ni la más eficiente, y menos para el conjunto de la política y la sociedad y la sostenibilidad del planeta. El desastre y la incertidumbre para las capas trabajadoras y vulnerables, e incluso medias, es evidente.

La tradición reguladora, redistribuidora y protectora

El estatalismo soviético se hundió con el estancamiento económico y la burocratización, con unas nuevas élites poderosas y corruptas, e hizo crac. No representa una alternativa y menos un ideal.

Pero tenemos otra corriente fructífera en el siglo XX, fundamental para la izquierda europea y el liberalismo social keynesiano, con dos ejes: 1) la ‘regulación’ del mercado por parte del Estado, la sociedad y la política; 2) la ‘redistribución’ y la ‘protección social pública’. Se trata del pacto keynesiano con hegemonía de las derechas, en el modelo anglosajón y, especialmente, el centroeuropeo, partidarias sobre todo de lo primero y poco de lo segundo, y la participación de las izquierdas, con mayor énfasis en lo segundo. Ese tipo de economía mixta y Estado de bienestar se resquebrajó con la crisis de los años setenta y ha sido un blanco para destruir o recortar por el tipo de globalización neoliberal y la ofensiva liberal-conservadora.

No obstante, todavía existe esa realidad institucional y los derechos económicos, laborales y sociales, aunque estén en proceso de reestructuración regresiva, desregulación y privatización; especialmente, persisten en la cultura popular y ciudadana. Esa tradición progresista, desconsiderada por la familia socialista europea desde los años ochenta por poco posibilista, convenientemente renovada, puede ser fructífera para definir nuevos proyectos transformadores: revalorización de la sociedad, la participación democrática, la política y la ética, frente a los mercados financieros y las élites poderosas y privilegiadas.

Hoy, la perspectiva política y teórica fundamental, en esa materia, desde un enfoque social y crítico, debería ser la crítica y superación de esos fallos del mercado, el rechazo a los planes de ajuste y austeridad y los recortes sociales, así como la defensa de lo público y su función regulatoria.

Por tanto, se deben señalar las deficiencias sustantivas de los mercados (financieros y otros) y esta globalización neoliberal, con la desregulación económica y la privatización de servicios públicos. Al no resaltar suficientemente las deficiencias de los mercados, la llamada tercera vía o el enfoque socioliberal lleva a su embellecimiento, cosa más grave en el actual contexto, donde hay que poner el acento en la exigencia de responsabilidades a sus gestores económicos e institucionales, en su regulación y en las garantías democráticas y de bienestar para la sociedad. Así, hay que distanciarse del dogma liberal de la prioridad del mercado, y volver a considerar la tradición intervencionista y reformadora de las izquierdas democráticas.

En definitiva, hay que poner el acento en la crítica a los fallos de los mercados y el cuestionamiento de la gestión antisocial de la política económica liberal dominante y su discurso, lo que facilitaría a las izquierdas y fuerzas progresivas avanzar en una alternativa realista y justa a la crisis económica (Fraser, 2019; Polanyi, 1992).

Cómo afrontar la ofensiva neoliberal

La izquierda ha cometido grandes errores, particularmente con tendencias autoritarias y anti pluralistas. El error ha sido más de unos que de otros y más en unos momentos históricos que en otros en que distintas corrientes de izquierdas han tenido comportamientos burocráticos y autoritarios, así como errores doctrinales izquierdistas o antidemocráticos. En todo caso, también habría que recordar la acción igualitaria y liberadora de las izquierdas, parte de ella de inspiración marxista, en los dos últimos siglos.

Igualmente, se debería hacer una valoración equilibrada de la historia del liberalismo. Así, hay que distinguir elementos positivos y comunes de las izquierdas con esa tradición, especialmente respecto de la relevancia de las libertades públicas, el liberalismo político y el estado de derecho. Junto con ello, existen otros aspectos negativos o antisociales, particularmente, en el liberalismo económico, con su prioridad de la propiedad y el beneficio privados, así como el dominio y los privilegios de las élites poderosas. Las personas tenemos actitudes muy diversas, en distintas esferas, e influencias de dos grandes corrientes ideológicas: liberal y de izquierdas (junto con otras variantes más o menos conservadoras y postmodernas). Pero la gente de izquierdas y progresista, en general, sigue siendo mejor, en su actitud igualitaria, que la población de centroderecha y conservadora, por mucho que personas y grupos del primer tipo sean peores en muchos aspectos que gente identificada con el segundo.

Las izquierdas son víctimas de una ofensiva ideológica conservadora, pero también de una ofensiva ideológica liberal. La cuestión es ¿cómo y de dónde renovar –o superar- la ideología de izquierdas –o elaborar otro pensamiento crítico y alternativo-? A. Giddens (1998, y 2001), renovador del social-liberalismo, se opone a las dos corrientes extremas, el pensamiento neoliberal o conservador y la ideología marxista. Su respuesta es recoger la vía intermedia, la tradición del liberalismo social para formular las bases teóricas de su tercera vía. Su apuesta desde los años noventa, aplicada por el británico Blair y el alemán Schroeder, e influyente en el socialismo español, es incorporar ese pensamiento como eje central de la orientación ideológica de la nueva socialdemocracia, y disputárselo a la derecha neoliberal y conservadora. Encaja con la idea de la tercera (o nueva) vía de ocupar el ‘centro’ político e ideológico, de carácter liberal, minusvalorando incluso la tradición socialista reformadora y democrática, a la que sus partidarios estigmatizan como obsoleta o radical.

Una cultura de izquierdas basada en la justicia social

Del liberalismo (político) se pueden recoger muchos aspectos positivos, particularmente su defensa de los derechos civiles y democráticos. No se trata de menospreciarlo. También las izquierdas han realizado grandes aportaciones a las libertades individuales y colectivas y la lucha democrática. Pero, tratándose precisamente de la solidaridad y el prestigio y la consolidación de lo público, componentes centrales para una economía justa y la igualdad social, la opción por esa tradición liberal es poco adecuada. Dicho de otro modo, ante los fallos del mercado y su prioridad por el beneficio privado y el interés individual, es insuficiente el exclusivo hincapié en las libertades; junto con la democracia política es imprescindible poner el acento en la igualdad y la solidaridad, en los derechos sociales y económicos, aspecto clave en la tradición de las izquierdas. El liberalismo no resuelve la desigualdad social derivada de la prioridad a la propiedad privada y la libertad de empresa, y el liberalismo social de la tercera vía sólo la palia levemente… utilizando las instituciones públicas en condiciones favorables.

Pero, como se ha señalado, en gran parte de la sociedad, la izquierda social o progresista, todavía persiste un substrato cultural de izquierdas: justicia social, igualdad, redistribución, protección social, importancia de lo público, derechos sociolaborales… Así, el giro liberal de las direcciones socialdemócratas le genera a estas una brecha o una desafección de sectores significativos de la izquierda social, aun cuando ha permanecido cierta orfandad representativa en el ámbito político-electoral hasta la constitución de las fuerzas políticas del cambio.

La opción política preferente de los aparatos socialistas, en estas décadas, sigue siendo ocupar el centro y menospreciar o instrumentalizar esa cultura de izquierdas. Su aceptación de un gobierno de coalición progresista deriva de la necesidad imperiosa de no contar con suficientes apoyos propios y tener que enfrentarse a las derechas. Pero, no hay todavía un diseño estratégico a medio y largo plazo por un proyecto social y democrático avanzado. Su distanciamiento con esa conciencia social, mayoritariamente de izquierdas de las bases sociales progresistas, lo ha intentado cubrir, sin éxito, con la socialización (comunicación) de su nuevo discurso centrista entre esa base popular, para reducirla y asentar la cultura socioliberal, creyendo que tendría réditos electorales por el centro, cosa que la realidad europea y española ha demostrado irreal.

Esa alternativa pretende ser posibilista, por sus equilibrios con los grandes poderes. Su problema es que han incorporado esa tradición liberal sin las correspondientes prevenciones, no se han apoyado de forma realista en los sectores sociales progresistas y de izquierda, en sus intereses y su cultura, han perdido legitimidad ciudadana y tampoco han recuperado electorado centrista. De ahí la conformación de un amplio espacio crítico a su izquierda y su necesidad de apoyo en las fuerzas alternativas de progreso.

El nuevo programa económico compartido y de progreso del Gobierno de coalición y sus apoyos de investidura, en el marco de una política europea más expansionista, es una oportunidad, no exenta de dificultades y oposiciones, para superar las inclinaciones y condicionamientos del liberalismo económico dominante y la influencia de los grandes poderes económico-financieros, y apostar por una modernización productiva en beneficio de la mayoría y un refuerzo de los servicios públicos y el Estado de bienestar.

2. Insuficiencias del liberalismo, necesidad de una teoría social crítica

En esta sección evalúo las ideas dominantes en la socialdemocracia en su giro hacia la tercera vía o el socio-liberalismo. Diferentes autores, empezando por su referente A. Giddens, establecen tres grandes corrientes de pensamiento: Liberalismo, pensamiento neoliberal (conservador) y marxismo (hegeliano). Desde la nueva vía socialista se desecha el tercero y se pretende rescatar lo positivo del liberalismo, considerado diferente al neoliberalismo.

No obstante, el liberalismo sí tiene en común con el neoliberalismo sus fundamentos económicos y su racionalidad o ética económica: Prioridad, dentro de las libertades civiles, a la libertad económica o de empresa como garantía de obtención de beneficios mediante la explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza, y dentro de los derechos civiles, al derecho a la propiedad privada. El fundamento ético, liberal y neoliberal, es el interés propio, el egoísmo o beneficio privado -los vicios-, que crearían la prosperidad pública, el crecimiento económico y de la riqueza, tal como desarrolló su fundador Adam Smith y su antecesor Bernard Mandeville (Antón, 2000).

Desde luego, hay que diferenciar el liberalismo económico, aspecto principal de esta crítica, del liberalismo político y el liberalismo social. Keynes también fue un liberal que, a la vista de la gran Depresión de los años 30, no confiaba ciegamente en el mercado, en el liberalismo económico, y apostó por su regulación pública, es decir, se convirtió en un keynesiano, un liberal intervencionista. Igualmente, en la construcción del Estado de bienestar europeo participó la derecha liberal y cristiana, que lo hegemonizó en los países centrales.

En términos históricos y políticos (siglos XVIII y XIX), los grupos liberales fueron progresistas y reformadores respecto del absolutismo, los conservadores y el Antiguo régimen. No obstante, fueron construyendo (finales del XIX y el XX –sobre todo su final-) su hegemonía económica y política, pactando con el conservadurismo, y desarrollando, por un lado, el imperialismo, la colonización y la explotación, y por otro lado, el freno a las demandas populares y la contención de las izquierdas.

Es decir, el liberalismo está lleno de ambivalencias: es progresista respecto del conservadurismo y el autoritarismo, y ha realizado importantes aportaciones a la libertad y el Estado de derecho; es reaccionario frente a las demandas populares de justicia social y democracia avanzada. También ha conseguido éxitos económicos, respecto del crecimiento económico y de la riqueza, particularmente en el Norte. No obstante, si hay que hacer revisión política y doctrinal del liberalismo, deberíamos partir de esa doble tradición, progresista y reaccionaria. Podemos rescatar algunas luces ilustradas en relación con su oposición a la reacción conservadora y los fascismos y su defensa de la democracia. Pero, además de su problemática gestión económica, tiene también muchas sombras sociopolíticas; incluso, algunas élites liberales también tienen millones de muertos a sus espaldas (I Guerra Mundial, guerras coloniales…) –por cierto, a veces, con el apoyo de algunos aparatos socialdemócratas europeos.

En ese sentido, tienen más valor positivo y democrático los componentes progresistas, políticos y sociales del liberalismo (libertades civiles y políticas, democracia, cohesión social…), que sus fundamentos económicos: libertad del mercado o la propiedad privada, beneficio privado, explotación…

Con ello, volvemos a la Tercera vía (británica) o el Nuevo centro (alemán), como superación de la izquierda y la socialdemocracia clásica y al eje mercados / Estado (Antón, 2009). En este caso, hay que valorar adecuadamente la posición realmente intermedia, fundamental en las décadas gloriosas anteriores: regulación y redistribución pública, prioridad de la política y la sociedad a través del Estado democrático y la participación cívica, defensa de la ciudadanía social y laboral. Ésa es, precisamente, la tradición más interesante hoy. Hunde sus raíces en el liberalismo intervencionista o regulador, el keynesianismo, el más típico y dominante hasta los años setenta, así como en las izquierdas reformadoras y redistributivas. Conlleva una crítica al sistema económico liberal que, a la luz de la actual crisis económica y su gestión neoliberal dominante, necesita renovación y refuerzo. Supuso una fuerte pugna y un pacto social progresista en torno al modelo social europeo: reparto equitativo de la renta y la riqueza y garantía de bienestar para la población.

La idea fundamental de la que parte esa tradición, con matices entre sus dos corrientes, es la de los ‘fallos del mercado’, es decir, la de que los mercados económicos y financieros dejados a su propia dinámica o ley dejan de ser eficientes para el interés general -no para el capital-. Por tanto, deben estar regulados y subordinados al bienestar de la sociedad, a los intereses generales, el bien común o fin ético, interpretados por la participación democrática de la sociedad y sus órganos representativos. Es la reafirmación del papel de la política (pública) por encima de la economía (privada) y los mercados.

Pero, ahora, normalmente, los pactos o las políticas comunes de la socialdemocracia con la derecha (Consejo Europeo, o la reforma constitucional del art. 135) salvan los privilegios de los poderosos y debilitan los derechos socioeconómicos y laborales de la población, así como la calidad democrática de las instituciones políticas.

El Estado es imprescindible para el desarrollo capitalista de los mercados, no tanto su componente social; pero también es necesario para su regulación, la redistribución y la cohesión social. Con ocasión de la crisis de los años setenta, la ofensiva neoliberal se basaba, junto con el desarrollo tecnológico, en la globalización de los mercados, sobre todo financieros. Las instituciones políticas aprueban y aplican la desregulación de las normas y políticas de los Estados, que colaboran en esa preponderancia de la economía desregulada y sus principales poderes y propietarios. Primero se abandona el intervencionismo socialdemócrata y luego el liberal. Dicho de otra forma, tiene éxito la nueva hegemonía político-económica de los grandes poderes financieros y, sobre todo, la hegemonía ideológica y cultural del liberalismo desregulador y privatizador.

La izquierda política dominante deja de ser socialdemócrata, en el sentido clásico, transformadora, reguladora y redistributiva, y se convierte también al liberalismo económico: desregulador respecto de las instituciones públicas, con gestión ‘eficiente’ de la economía y el mercado, que es lo ‘posible’ en ese contexto. Abandona la tradición de izquierdas y, particularmente, los ejes de su política socioeconómica se convierten en centristas o liberales.

Persistencia de una cultura social de izquierdas

La cuestión es que ese giro de los aparatos socialistas produce desajustes con sus bases sociales, ya que persisten una importante izquierda social y fuertes resistencias en la población europea a esa involución social; en la ciudadanía se mantienen grandes dosis de esa cultura democrática de justicia social, igualdad de oportunidades y derechos sociolaborales y económicos. O sea, esa mayoría social y ciudadana no se convierte al liberalismo económico crudo, aunque sea con la retórica más cuidada del liberalismo social o la tercera (o nueva) vía. Desde mitad de los años noventa, cuando se presenta esa posición social-liberal como la refundación y la renovación de la izquierda, en un marco de crecimiento económico, ya presenta sus límites e insuficiencias. Pero es con la crisis socioeconómica desde 2008 cuando se resquebraja en su doble vertiente: como opción eficiente para los mercados y como base de legitimidad mayoritaria entre la población.

La crisis social y económica pone en cuestión los discursos y las políticas neoliberales de las últimas décadas, incluida su variante centrista. Pero el poder es el poder y tiene capacidad de recomponer sus políticas de austeridad para la mayoría y los beneficios para la minoría. Tiene necesidades de legitimación, junto con el refuerzo del autoritarismo y el control social, pero es menos dependiente que las izquierdas de las ideas y los proyectos existentes en la sociedad. Los poderosos pueden ser menos científicos y utilizar la construcción de retóricas con mentiras y engaños, machacando la idea de que ‘no hay alternativas’, ya que tienen un gran poder institucional y mediático.

En definitiva, en los años ochenta, tras la crisis de la década anterior y la globalización desregulada, entraron también en crisis la tradición keynesiana-liberal, intervencionista, y la tradición socialdemócrata, redistributiva y reformadora; en los años noventa, con la caída del muro de Berlín, se generalizó la crisis del marxismo y la izquierda comunista, con su estatalismo; y con la actual crisis ha quedado en evidencia la poca consistencia y autonomía del nuevo proyecto de liberalismo social o Tercera vía y su dependencia del neoliberalismo: desregulador de los mercados, con gestión política posibilista y sin transformación social o distributiva.

La solución a la crisis de la(s) ideología(s) de las izquierdas no está en el liberalismo

Los pensadores y políticos de la Tercera vía, desde A. Giddens, con distintos precedentes que se remontan en España a primeros de los años ochenta con Felipe González, desechan el marxismo y desconsideran gran parte de la tradición socialdemócrata, el reformismo sustantivo y progresivo. La opción que les queda es el liberalismo económico, como gestión supuestamente eficiente de los mercados con leves retoques (suavizar la desigualdad), muy lejanos a la utopía socialista y la tradición transformadora. Y, en este contexto de gestión antisocial de la crisis, también se distancian incluso de los componentes más progresistas del liberalismo político, sensible a la cohesión social y la democracia. En esa corriente no hay una valoración crítica de los puntos vulnerables del liberalismo económico, sus elementos comunes y sus dependencias con el neoliberalismo conservador, su carácter injusto, su reciente fracaso político y social.

La realidad es la crisis de la socialdemocracia europea, de la mayoría de los aparatos de la izquierda política mayoritaria en el ámbito institucional, sin un proyecto diferenciado y propio frente a la oleada neoliberal o liberal. Su desconcierto se produce aun cuando en la sociedad todavía existe una amplia cultura de izquierdas o unas referencias relevantes a ese auto posicionamiento ideológico, así como significativas resistencias ciudadanas a la involución social y democrática. El fracaso es, sobre todo, de esa élite política y académica, incapaz de representar esas tendencias sociales y elaborar un nuevo proyecto ilusionante e igualitario e impulsar un proceso profundo de transformación progresista.

Por mi parte, no hay problemas en recoger y disputar a la derecha parte de la propia y común tradición ilustrada, principalmente, la política, los derechos democráticos y las libertades individuales y colectivas, así como muchas de sus aportaciones, empezando por la ética kantiana de los derechos universales y terminando con la auténtica ciencia universal. Sus ejes centrales –libertad, igualdad, solidaridad- son comunes a las corrientes liberadoras desde la revolución francesa, y las izquierdas son también deudoras de ellos.

Pero no hay que minusvalorar la experiencia igualitaria y solidaria de la izquierda social, empezando por el socialismo utópico. Hay que destacar la importante cultura de izquierdas de gran parte de la sociedad europea, así como las necesidades y demandas de las capas desfavorecidas y discriminadas. Son la palanca de la realidad sobre la que renovar e innovar los nuevos proyectos transformadores y solidarios. Hay que someter a crítica y revisión el legado doctrinal de todas las izquierdas (socialdemócratas, marxistas, anarquistas, populistas…), al igual que el de las diferentes corrientes más o menos ilustradas o liberales, para evitar una nueva colonización dogmática.

La Nueva Vía, como se definía el proyecto de Zapatero con el que ganó las elecciones generales del año 2004, presentaba aspectos renovadores interesantes. No obstante, tenía un enfoque similar a ese pensamiento hegemónico entre los socialistas europeos, particularmente en materia socioeconómica. Y esta corriente de pensamiento justifica su giro hacia el liberalismo económico y el posibilismo político desde las anteriores posiciones reformadoras de la socialdemocracia clásica. Así mismo, embellece la gestión actual de los gobiernos socialistas, más problemática por sus políticas regresivas en estos tiempos de crisis. Y es un hecho relevante para someterlo a debate, más en el contexto del actual proyecto de progreso del Gobierno de coalición; es el sentido de estas reflexiones críticas.

En conclusión, la solución a la crisis de la(s) ideología(s) de las izquierdas no está en el liberalismo o en centrismos supuestamente transversales. Se pueden y se deben recoger algunas de sus aportaciones pero, globalmente, es una salida falsa. Además, la confianza en esa salida liberal debilita el imprescindible esfuerzo de análisis riguroso y científico y el necesario pensamiento crítico para avanzar en un pensamiento social propio de izquierdas o alternativo y adecuado a los grandes retos del presente. El relativo vacío existente debe resolverse con un esfuerzo intelectual y práctico y una teoría social crítica que favorezca el análisis y la interpretación rigurosos, así como una dinámica social emancipadora e igualitaria.

3. Importancia de un enfoque y una actividad críticos en el terreno de las ideas

Esta sección es una reflexión sobre uno de los temas relevantes para la gente alternativa y de izquierdas: las dificultades para elaborar un pensamiento crítico, con un enfoque social diferenciado del discurso liberal dominante, así como superador de límites y deficiencias de otras corrientes ideológicas, como las ideas postmodernas y populistas o el propio marxismo más determinista.

Se trata de analizar en qué situación estamos la intelectualidad progresista, qué orientación y características tiene la actividad en la esfera de las ideas, qué impacto práctico tiene esa dificultad de menor intensidad y calidad de la teoría social y qué dependencias o eclecticismos se pueden conformar respecto de otros pensamientos dominantes en la sociedad que dificulten el sentido de la realidad y la labor crítica y transformadora.

Al mismo tiempo, se trata de abordar qué contenidos de interés existen en las aportaciones de diversas escuelas de pensamiento, para integrarlos con el conveniente reciclaje. La teoría social depende de la calidad y la influencia de la acción práctica de la izquierda social y política, de los movimientos sociales progresistas, pero también de la actividad específica en el plano de la investigación y el debate científicos.

Existen muchas investigaciones sociales y variada elaboración de ideas ‘parciales’ (y algunas cosmovisiones) en el mundo académico y asociativo, con distintas perspectivas teóricas, así como diferentes combinaciones entre ellas con diversos equilibrios e influencias doctrinales e intereses contrapuestos. La labor de discernimiento crítico es compleja, la valoración de su validez es difícil, y la simple asimilación y adaptación funcional o instrumental con pequeñas correcciones es lo usual. La tendencia dominante entre las gentes progresistas y los activistas sociales y políticos. En particular, existen un relativo eclecticismo, con la combinación o suma de ideas de diversas escuelas liberales y postmodernas, y una desideologización respecto de los cuerpos doctrinales más sistemáticos y compactos como el marxismo, del que se conservan algunos aspectos en distintos sectores sociales.

Al mismo tiempo, hay un relativo estancamiento teórico de las ciencias sociales, incluido en el ámbito académico, junto con un enmascaramiento o deformación, mayor o menor, de la realidad. Existe una relativa crisis del pensamiento social, en general, y del pensamiento progresista y de las izquierdas, en particular: social-liberal, socialdemócrata, marxista, anarquista, populista… Respecto de la acción social, hay teorías más deterministas y otras más voluntaristas, y, en otro plano y combinadas con ellas, algunas más inclinadas hacia la armonía y el consenso y otras hacia el conflicto.

Aparte del intento de contrarrevolución conservadora y neoliberal, irracional, idealista y regresiva, las ideas dominantes, más o menos sistemáticas, en ese ámbito de lo social se asientan, sobre todo, en ideologías, ideas y enfoques con sesgos liberales. Se pueden citar tres. 1) El positivismo: infravalorando el sentido de los hechos, su conexión interna y su relación con los procesos y los contextos; 2) el formalismo: relativizando el significado u otros elementos sustantivos de la realidad distintos a las formas o apariencias; 3) el posibilismo, como simple adaptación, embelleciendo o sobrevalorando el peso del poder y las estructuras sociales y desconsiderando la ética progresista, los conflictos sociales y las tendencias de la sociedad por el cambio.

En la izquierda social o la ciudadanía indignada esas ideas confluyen y pugnan con otras tradiciones y culturas básicas, condicionadas y canalizadas a través de la experiencia popular y la ilustración de los distintos medios. Entre ellas se puede destacar, por su relevancia en el comportamiento colectivo, una cultura progresista (ideas, valores o actitudes) de justicia social y equidad (o de derechos civiles, democráticos, sociales y económicos) frente a privilegios, desigualdades y discriminaciones. Todo ello se asienta en distintas posiciones socioeconómicas, de poder y de estatus. Sobre ese substrato, en conciliación y conflicto, hay que intentar elaborar un pensamiento social específico.

Especialmente, la máxima dificultad interpretativa -rigurosa y adecuada- se encuentra respecto de la combinación entre distintos procesos sociales y las apuestas normativas y éticas de cambio social, igualitario y solidario. Y, particularmente, en relación con el papel de los distintos agentes sociales o sociopolíticos, las respuestas del mundo asociativo y las izquierdas sociales y políticas y fuerzas alternativas, y, por el otro lado, los intereses y la legitimación de los poderosos. De todo ello depende la configuración de sujetos sociales y las expectativas ciudadanas de cambio sociopolítico y su orientación.

Un problema particular respecto de la elaboración de ideas, en este plano social, afecta a la conformación de los cimientos organizativos o elementos identitarios de los distintos grupos sociales, a su actividad y su bagaje cultural. La renovación y la adecuación del pensamiento social, así como el debate de ideas condicionan la legitimidad y la operatividad de líneas de actuación, posiciones sociales y liderazgos de las distintas élites sociopolíticas. Muchas veces no estamos solo ante un estricto debate intelectual sino ante diagnósticos, propuestas y actividades expresivas o reformadoras ligadas a la consolidación o no de un proyecto asociativo o político, por lo que hay que acotar y diferenciar planos.

Por todo ello, la discusión teórica se hace más compleja. Es evidente en las actuales polémicas feministas, especialmente sobre la conformación del sujeto, donde convergen ideas esencialistas y deterministas con discursos posmodernos y culturalistas. E, igualmente, en el espacio de las llamadas fuerzas del cambio, Unidas Podemos y sus convergencias, donde confluyen distintas tendencias ideológicas y culturales e intereses de las distintas élites políticas.

Aquí voy a hacer referencia a una temática particular dentro de las ciencias sociales, la llamada cuestión social, dada las nuevas características y la relevancia que tiene y que exige una nueva interpretación. Por tanto, se debe realizar un esfuerzo específico para superar viejos esquemas interpretativos que distorsionan la realidad y profundizar en los nuevos hechos con rigor y objetividad.

Nueva importancia de la ‘cuestión social’, inercias y debate interpretativo

En estos años de crisis socioeconómica, y sin que la mayoría social hubiera salido de ella, se han visto incrementadas sus graves consecuencias por la actual crisis sanitaria y económica y, particularmente, se ha ampliado la conciencia cívica de su injusticia. Paralelamente, ha tomado mayor relevancia teórica y sociopolítica el tema ya clásico de la cuestión social. Según las interpretaciones modernizadoras (y postmodernas) estaba superada y desaparecida, aunque siempre ha estado presente; ahora resurge como una realidad grave para la población y la principal preocupación de la ciudadanía.

Presenta, al menos, cinco planos interconectados diferentes a la época anterior de crecimiento económico y ascenso social: 1) la crisis socioeconómica: sus características y consecuencias sociales (paro, desigualdad, empobrecimiento, exclusión social…), junto con la responsabilidad de los poderosos; 2) la gravedad de las políticas regresivas iniciales: recortes y reestructuración del Estado de bienestar; 3) la gestión –antisocial- de las élites políticas incluido los aparatos socialdemócratas gobernantes; 4) el distanciamiento del poder y su carácter elitista y dependiente de los mercados, respecto de los ciudadanos, o bien el debilitamiento de la calidad democrática de las instituciones, y 5) las respuestas de la sociedad: desafección, indignación/resignación, ciudadanía activa, resistencias…

Las grietas económicas y sociopolíticas producidas, especialmente las brechas internas y entre países, el Norte y el Sur, han supuesto que, ahora, las políticas económicas dominantes en la Unión Europea y, específicamente, su nuevo plan de reconstrucción económica para los próximos años haya tenido que abandonar la rigidez austeritaria y adoptar medidas más expansionistas.

En este tema y sus apartados se están produciendo en el ámbito social y académico distintas discrepancias no sólo analíticas sino de enfoques y prioridades. Es difícil el consenso, o dicho de otra forma, en el mundo asociativo, institucional e intelectual hay pluralidad de posiciones. En una primera aproximación se puede decir que las ideas diversas en este campo específico están condicionadas por dos tipos de rasgos.

Uno es de carácter teórico. Parto de la insuficiencia del marxismo economicista clásico para analizar la sociedad; su crítica es necesaria. También se han quedado viejas las interpretaciones, liberales o modernizadoras y postmodernas, que relativizaban la importancia de la problemática socioeconómica, ante la evidencia y la subjetividad popular de su gravedad. Además, hay que hacer frente a la construcción de una interpretación de esa realidad distorsionada por enfoques liberales dominantes en el poder económico, institucional, mediático y académico, que pretendía minusvalorar esa situación y la conciencia social sobre ella. La tarea intelectual es doblemente necesaria: por un lado, crítica, deconstructiva, de ideas falsas o erróneas; por otro lado, analítica, interpretativa y normativa. Se hace difícil la aprehensión completa de la realidad, y es imprescindible el rigor analítico y la ausencia de prejuicios. Y también hay que evitar la interpretación de las discrepancias o la crítica a otras posiciones por la vía de adjudicarles una intencionalidad o su carácter erróneo por su dependencia de tal o cual prejuicio o adscripción; sería un mal debate.

El resultado, en un entorno social progresista, es una pluralidad de ideas, más o menos consolidadas, que refleja insuficiencias en tres planos: rigor científico en el análisis de los hechos; comprensión y unidad en los enfoques interpretativos, y apertura de miras y talante modesto y autocrítico para aprender y cambiar. La diversidad de opiniones puede ser positiva o simplemente reflejar distintas sensibilidades. En distintos grupos sociales, desde partidos políticos, movimientos sociales y sindicatos hasta el asociacionismo solidario, es preciso convivir con una relativa pluralidad de opiniones.

El problema, a mi modo de ver, es que, en distintos ámbitos, cuesta analizar con rigor algunas realidades nuevas de la sociedad, elaborar ideas apropiadas y, en particular, reconocer la relevancia de la cuestión social y la emergencia de una ciudadanía activa frente a la desigualdad social y el déficit democrático de las instituciones públicas y privadas. Esa dificultad es mayor porque se enfrenta al pensamiento liberal dominante que intenta relativizar y enmascarar esa realidad en una coyuntura crucial para el devenir de la sociedad, el modelo social y la legitimidad de diferentes actores.

La cuestión es que sectores amplios de la propia sociedad han desarrollado, en aspectos concretos relacionados con el sentido de la justicia social, una capacidad crítica y un pensamiento más acertado y, sobre todo, más justo que la mayoría de las élites institucionales y la clase política. Es más, millones de ciudadanos han adoptado posiciones críticas más realistas que, incluso, el aparato socialista y gran parte de la élite académica e investigadora. Eso se ha producido con fenómenos como la desafección hacia el Gobierno socialista de Zapatero o la indignación y la resistencia ciudadanas frente a las consecuencias de la crisis y su gestión regresiva que culminó en un nuevo espacio político, las llamadas fuerzas del cambio.

Dicho de otro modo, parte de la actividad interpretativa en los medios de comunicación ha estado a la zaga de la evolución de la conciencia crítica de sectores relevantes de la propia sociedad o la ciudadanía activa, tanto respecto de la comprensión de aspectos significativos de la realidad cuanto de su transformación. La labor selectiva y crítica se complica. Las dificultades son diversas, pero una de ellas tiene que ver con prejuicios teóricos, liberales y postmodernos, e inercias intelectuales que dificultan el análisis de la realidad para transformarla.

Implicaciones prácticas del esfuerzo reflexivo y crítico (o su ausencia)

Otro rasgo que condiciona las ideas es de carácter práctico y normativo. Aparecen, con otras formas, dos viejos debates sobre la orientación general de las izquierdas o fuerzas alternativas: 1) la importancia de la acción por la igualdad, en todos sus aspectos e incluida la de género, junto con la diferenciación con la pasada gestión liberal o retórica de la socialdemocracia y la de las derechas; 2) las formas organizativas y de acción social y política para propugnar el cambio y la mejora de la sociedad. Y ligado con ello, 3) cuáles son las necesidades y perspectivas teóricas para favorecer una interpretación más rigurosa y realista, que sirvan para mejorar la acción práctica y la conformación de un bloque social progresista y alternativo y, en particular, una configuración más sólida de las propias bases del espacio del cambio de progreso.

Junto con la necesaria crítica a las rigideces doctrinarias, en la conformación cultural de los miembros activos de las organizaciones políticas, sindicales y sociales progresistas, además de la exclusiva investigación empírica rigurosa o la experiencia práctica, cada cual o por grupos o sensibilidades internas también recoge ideas o interpretaciones, académicas o de diferentes medios, y se forma su punto de vista, su particular sentido común. Y en ese proceso tiene relevancia su relación interpretativa, analítica, sintética con las ideas más generales del corpus asociativo, la propia capacidad crítica individual, el arraigo social, el compromiso solidario y la actitud psicológica y ética. Esto último, la conformación moral o el compromiso ético con la igualdad y la solidaridad, es fundamental para cimentar un pensamiento crítico con un enfoque social. Pero todavía es insuficiente para garantizarlo.

Gran parte de jóvenes son ahora más ilustrados que la generación anterior. No obstante, entre las personas más activas y solidarias, son necesarios un esfuerzo y una actividad específicamente reflexiva y de debate, teórica y crítica. No es imprescindible participar directamente en investigaciones empíricas o tener un nivel cultural cualificado o académicamente alto, cosa que muchos actuales jóvenes tienen más que muchos mayores cuando éramos jóvenes; pero sí realizar una labor de selección de ideas, tener una opinión más o menos fundada y enmarcarla en un contexto social y una dinámica histórica. Y, particularmente, desarrollarla desde una perspectiva que se puede definir como social y crítica.

No existe una teoría social acabada y menos una ideología como cosmovisión sistematizada que pueda auxiliar a una interpretación realista y rigurosa de la dinámica social. En los activistas sociales y políticos existen ideas compartidas o comunes con distintas corrientes de pensamiento. Es imprescindible la actividad autocrítica sobre las distintas tradiciones culturales –liberales, socialdemócratas, marxistas, postmodernas, populistas, anarquistas…- que condicionan a las distintas élites asociativas o grupos de activistas. Existe una experiencia diferente de las dos cosas en cada generación: la adulta, formada en los años setenta y ochenta; la intermedia, socializada desde los años noventa y primeros dos mil, con relativo ascenso social y de empleo, aunque precario, y la más joven, afectada directamente por las crisis socioeconómicas y la precarización mayoritaria, aunque con otra experiencia sociopolítica frente a las injusticias, incluido el potente y masivo movimiento feminista, y nuevas expectativas de cambio político que se enfrentan a los grandes bloqueos estructurales.

Pero esa labor deconstructiva, aunque se haga bien, es medio camino. El otro medio es el análisis concreto de la situación concreta y la pugna cultural frente a las ideas problemáticas dominantes, sobre todo, las justificaciones liberales, más complejas. En otro sentido, las ideas conservadoras aunque teñidas de liberalismo tienen mayor rechazo social entre la gente progresista, y hay que hacer hincapié contra ellas para la movilización en su contra. Por otro lado, las ideas izquierdistas aunque con cierta relevancia todavía en algunos círculos, están bastante desacreditadas en la mayoría de la población.

Por tanto, la cuestión a valorar es que el debilitamiento de la dimensión, la profundidad y la unidad de ideas propias de izquierda alternativa, independientes y críticas, en distintos movimientos y agrupaciones sociales y políticas progresistas, facilita el relleno con ideas ajenas a esa tradición, heterogéneas entre sí y acríticas y dependientes de otras instituciones y grupos mediáticos. La dificultad para elaborar ideas diferenciadas del discurso liberal dominante y mantener un pensamiento social progresista y democrático facilita la permanencia de una cultura más o menos ecléctica en asuntos clave. Las condiciones de la pugna cultural son muy desiguales.

Estudio y debate sobre los cambios sociopolíticos

En círculos sociales y políticos progresistas perviven retazos esquemáticos y rígidos de viejas ideologías de las izquierdas: socialdemocracia clásica, marxismo, anarquismo… con diversas variables, eclecticismos y combinaciones con ideas postmodernas o populistas. En esas mismas personas y en la mayoría de la opinión pública (publicada) influyen, no obstante, dos corrientes dominantes de pensamiento: liberal-conservadora, y liberal-social.

No existe, siquiera, un pensamiento coherente de izquierda reformista o progresista y, últimamente, la tercera vía del liberalismo social ha demostrado su fracaso como corriente diferenciada y con arraigo social. El republicanismo cívico es un pensamiento de interés en defensa de la democracia y la no dominación, pero quedó desfigurado e instrumentalizado en manos del equipo de Zapateroy después fue desconsiderado por la nueva dirección socialista. Hay un vacío teórico socialista que afecta también al tacticismo del sanchismo. Dicho de otra forma: hay muchas aportaciones concretas interesantes, entremezcladas con ideas menos valiosas, y poca teoría social crítica y científica. Dejo aparte las ciencias naturales y la tecnociencia con grandes implicaciones en aspectos como el aparato productivo o la ecología.

Una asociación sociocultural o un movimiento social pueden ir perdurando con sólo algunos valores básicos y distintas ideas parciales, justas y acertadas, en algunos campos específicos. Una gran y duradera movilización cívica, como la del movimiento feminista, o, bien, un sindicato o un partido político deben poseer además un programa básico de actuación que fije prioridades, propuestas más globales y horizontes a medio plazo. Incluso para satisfacer una demanda mínima en esos ámbitos ya es necesaria una gran labor de elaboración y confrontación con el resto de las ideas, de todo tipo y orientación, que convergen en cada campo particular.

Pero, para impulsar una corriente sociopolítica más amplia o unificar un bloque social y político más complejo, por las diferentes sensibilidades existentes y su configuración plurinacional como el configurado por las fuerzas del cambio, es más necesaria una actividad crítica y teórica significativa, al menos en las élites de las organizaciones sociales y políticas, y madurar una comunidad intelectual progresista y con cierta actividad divulgativa. En particular, es una tarea ineludible para Unidas Podemos y sus confluencias, el incrementar su labor de estudio, debate y formación de cuestiones más teóricas que atraviesan y condicionan los programas de acción práctica y la propia viveza, participación y cohesión organizativas.

Se han producido, en los últimos años, grandes cambios en la situación socioeconómica, las respuestas individuales, colectivas y del mundo asociativo, así como en diversas esferas de las políticas institucionales, incluido la experiencia de la gestión regresiva del segundo gobierno socialista de Zapatero y el lustro posterior de pugnas internas, que sigue lastrando la representatividad del Partido Socialista. E, igualmente, hay que tener en cuenta la nueva expectativa del Gobierno de coalición progresista entre PSOE y Unidas Podemos y sus confluencias y sus dificultades para la consolidación de ese espacio político.

Me refiero, ahora, solamente a este ámbito más específico, los cambios sociopolíticos. Como en otras elaboraciones de pensamiento social se pretende favorecer la labor interpretativa y la acción práctica, crítica y transformadora. Aquí se intenta poner de relieve la importancia de las nuevas condiciones materiales de existencia, la nueva subjetividad, experiencia y actitud de la población, los nuevos procesos de interacción social y la necesidad de nuevas teorías interpretativas. Hay que valorar la actualidad, con una nueva dimensión de la clásica cuestión social o la diferenciación por clases o capas sociales y distintos procesos de discriminación. O si se prefiere, adquiere más relevancia la acción contra la desigualdad, social, de género, territorial, y por la distribución, la solidaridad y la justicia social, en otro plano distinto a la anterior época de los años noventa y hasta la crisis que comienza en el año 2007.

Esos temas se han asociado al marxismo o a la vieja izquierda (o los sindicatos), pero son preocupaciones fundamentales de la ciudadanía y los jóvenes. Todo el proceso de protesta social del lustro 2010/2014 tuvo, junto con el eje de acción por más democracia, la oposición a los recortes sociales y la pugna por la justicia social y están presentes en la actual exigencia de un cambio social y político de progreso. Por ello exige una mayor labor crítica, ya que estas cuestiones sociales y democráticas están cargadas de fuertes condicionamientos, históricos e intelectuales. Es un motivo más para el análisis riguroso y el estímulo para elaborar un pensamiento diferenciado en ese ámbito tan sustancial para la mayoría de la sociedad. La gravedad y la urgencia para responder a esa temática ha empujado a diferentes representantes sociales y políticos a utilizar las armas interpretativas disponibles, desde el marxismo, el anarquismo y la teoría populista hasta el liberalismo o el simple empirismo.

Entre la intelectualidad progresista y las élites políticas y asociativas es necesario un impulso crítico, científico, para analizar también este campo, en pugna con las interpretaciones irracionales e idealistas, o simplemente superficiales. El aspecto central no es exclusivamente mejorar el conocimiento de la realidad, que ya es importante, sino prepararse mejor para dar respuestas adecuadas y justas ante esos problemas: conocer la realidad para transformarla. En ese sentido, es conveniente modificar y adecuar los esquemas interpretativos del pasado para analizar la sociedad actual y particularmente las nuevas generaciones y sacar las correspondientes enseñanzas para renovar el pensamiento social y ayudar a esclarecer y adaptar las prioridades prácticas y teóricas del mundo asociativo, las izquierdas y las fuerzas alternativas.

En definitiva, es conveniente un esfuerzo en el terreno de las ideas, cultivar la actividad reflexiva y crítica y avanzar en la elaboración de un pensamiento social riguroso y comprometido, que sirva para favorecer la transformación progresista, igualitaria-emancipadora, de la sociedad.

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Antonio Antón Morón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid