Las palabras de Fidel Castro en la Universidad de La Habana en noviembre pasado tienen una importancia política y teórica extraordinaria para los revolucionarios, anticapitalistas y progresistas en el mundo, pero sobre todo en una América Latina en plena brega antineoliberal. El planteamiento central del discurso es la posibilidad real de la reversibilidad de la […]
Las palabras de Fidel Castro en la Universidad de La Habana en noviembre pasado tienen una importancia política y teórica extraordinaria para los revolucionarios, anticapitalistas y progresistas en el mundo, pero sobre todo en una América Latina en plena brega antineoliberal. El planteamiento central del discurso es la posibilidad real de la reversibilidad de la revolución como consecuencia de los errores de los revolucionarios cubanos y no por la acción del imperialismo yanqui y la contrarrevolución, que llevan décadas intentando infructuosamente ese objetivo por todos los medios a su alcance. Esta revolución, afirmó Fidel, puede autodestruirse, los que no pueden destruirla son ellos. La importancia del planteamiento no está sólo dada por su relación con los problemas de la Cuba actual, sino por el hecho histórico de que todas las revoluciones socialistas fueron devoradas al final por sus propios hijos, legítimos o bastardos, y la cuestión puesta a debate por el comandante es qué habría que hacer para impedir la repetición del fenómeno.
Los errores a que se refiere el presidente de Cuba están ligados fundamental, aunque no únicamente, a la no aplicación del principio socialista de distribución: a cada cual según su trabajo. De allí su afirmación: «Uno de nuestros mayores errores…a lo largo de la revolución fue creer que alguien sabía como se construía el socialismo». El principio socialista de distribución y el papel de la conciencia como móvil de la conducta social sufrieron desviaciones serias por la extrapolación desde la extinta URSS de métodos de dirección económica y concepciones políticas erróneos, que dieron lugar al «proceso de rectificación» a fines de los ochenta del siglo pasado. Pero la rectificación fue truncada por el desplome soviético, que arrastró a Cuba a una profunda crisis económica, derrumbó el digno nivel de vida ya alcanzado y puso en riesgo conquistas como la educación y la salud gratuitas y universales.
El PIB cayó alrededor de un 35 por ciento en tres años. La dirección revolucionaria se vio forzada a introducir limitadamente medidas de liberalización económica que, efectivamente, estimularon la economía, permitieron salir de lo más duro de la crisis y salvar de la asfixia a la revolución en un momento en que se recrudeció como nunca antes la guerra económica por parte de Washington. Fue indispensable echar mano a la libre circulación del dólar y a una gran descentralización económica. Pero ello implicó la aparición de desigualdades sociales no conocidas desde los primeros años de la revolución y una diseminación de la corrupción. La posesión de dinero, frecuentemente mal habido y no procedente del aporte individual a la obra colectiva, comenzó a marcar diferencias importantes entre familias e individuos. En este clima de desigualdades inéditas, la escasez de prácticamente todos los productos de primera necesidad favoreció el robo de los bienes estatales, la extensión del mercado «negro» y la reaparición de actitudes individualistas. Paradójicamente, lo que fue imprescindible hacer para salvar el rumbo socialista implicó un resurgimiento de la ideología capitalista, que sólo subsistía hasta entonces en sectores minúsculos de la sociedad.
Frente a la nueva situación se libra desde 2000 la Batalla de Ideas, que es una lucha ideológica acompañada de un conjunto de programas sociales tendentes a atenuar las desigualdades hasta liquidarlas por completo y a crear una «sociedad del conocimiento». También se dan pasos serios hacia la racionalización de recursos materiales y financieros y contra el robo y la corrupción. El objetivo es que pervivan sólo aquellas desigualdades dadas por el salario. En esta dirección, en Cuba se han producido en 2005 dos incrementos en los salarios y pensiones así como se ha revalorado la moneda de acuerdo con las posibilidades de la economía, en lo que constituyen los primeros pasos para acabar con el racionamiento y que todos puedan vivir decorosamente de su retribución. Vale recordar que Marx concibió al socialismo como una sociedad de relativa desigualdad distributiva(según el aporte individual) en transición hacia otra -el comunismo- en que todos recibieran de acuerdo con sus necesidades.
Como siempre en temas vitales de la revolución, Fidel apeló a la contribución del pueblo. Al parecer ya toma cuerpo un debate nacional, del que deben salir luces que alumbren nuevas rectificaciones.