Introducción con deslindes que me parecen necesarios A menudo, a quienes «apoyamos la digna y justa causa palestina» como la califica un estimado luchador,1 se nos pregunta, se nos inquiere, se nos enrostra que por qué no hablar de otras situaciones que serían todavía más atroces; en Darfur, en el Congo, en el Sahara ex-español, […]
Introducción con deslindes que me parecen necesarios
A menudo, a quienes «apoyamos la digna y justa causa palestina» como la califica un estimado luchador,1 se nos pregunta, se nos inquiere, se nos enrostra que por qué no hablar de otras situaciones que serían todavía más atroces; en Darfur, en el Congo, en el Sahara ex-español, que afortunadamente empieza a visibilizarse…
Nos parece importante no aceptar falsas oposiciones. E incluso vamos más allá de eso. No sólo que existen otras situaciones atroces. Sino que incluso no sirve ningún maniqueísmo por el cual todo lo malo es israelí, todo lo bueno, palestino. Uno puede rechazar en bloque al invasor, al racista avasallador, pero eso no quiere decir que los avasallados, los discriminados, los humillados, tengan todas las virtudes y sean incriticables.
No existen tales esencias aseguradoras. Basta ver algunas direcciones palestinas, que ya detallaremos en la nota, para darse cuenta. Así como tantos judíos victimados han mostrado que pueden devenir victimarios, lo mismo puede pasar en toda situación.
Aun más: a veces las víctimas en cualquier situación pueden a la vez ser victimarios en su propio campo. ¿Pero, porque haya machistas entre muchos afganos, vamos a disminuir o condicionar nuestra crítica al Occidente que está procurando remodelar el país a su gusto y paladar? ¿Acaso porque haya algunos esclavistas entre saharauis, vamos a claudicar o cerrar nuestra solidaridad con el pueblo saharaui avasallado por la monarquía marroquí, que ha abusando valiéndose del tamaño, es decir, se ha guiado por los principios fascistas de la fuerza bruta (con el «debido» apoyo europeo)?
Al contrario, considero que le haríamos daño a quienes victimados erigimos en entes incriticables. Y que hacer públicas diferencias o críticas no «favorecen» al enemigo, al imperialismo o a lo que sea; ignorarlas sí favorece a quienes se aprovechan de ellas.
Como sostiene Joâo Bernardo, «No es exclusivo de los judíos el hecho de que entre los perseguidos se haya generado una reacción nacionalista que se ha convertido en imperialismo. Ésta es la trampa que el nacionalismo le impone a las personas de izquierda.» 2 La única observación que me atrevo a hacer a lo transcripto es la condición de izquierda para el sionismo, que considero demasiado generosa.
Pero además, la triste relevancia que le damos el conflicto palestino-israelí deriva de una serie de rasgos paradigmáticos de la situación: por la duración del conflicto, por los fundamentos bíblicos judíos o pretendidamente judíos (puesto que muchos judíos los impugnan), por el racismo desnudo de los sionistas, por la historia sionista cargada de asesinatos y por sus ligazones políticas tan estrechas en su momento con el nazismo, el fascismo y los conservadores (gama oportunista amplia, sin duda), por la imagen que ha logrado construir la elite sionista de democracia modélica, por la resistencia extraordinaria de los palestinos, por el travestismo político e histórico del conflicto, puesto que se ataca a población en cuyo nombre, precisamente, se ejerce el ataque y la limpieza étnica y porque, para decirlo con otras excelentes palabras de Casares, con el sionismo se ha ejercido «un nivel de violencia e impunidad por parte del Estado de Israel sin precedentes en la historia contemporánea.» (ibíd.)
¿Otra vez la solución de dos estados?
Por enésima vez, «estamos» en tratativas para confeccionar dos estados en el territorio palestino; el ya establecido en 1948 por el movimiento judío sionista y refrendado por la ONU, y otro que sería «el palestino» y correspondería al universo árabe.
Allí mismo surgen las dificultades, porque lo árabe y lo judío, aunque entrevistos mediáticamente como opuestos, no son en rigor comparables. Porque lo judío es, se constituyó al menos originariamente, como una religión, aunque comprensiblemente con el paso de las generaciones muchos judíos se sienten tales aunque no sean religiosamente judíos, lo que llamara Theodor Herzl «el pueblo judío».
Y lo árabe es actualmente un idioma, una lingua franca para una serie de naciones y etnias más o menos geográficamente contiguas. Que en todo caso coincide en apreciable medida con el universo musulmán, aunque hayan muchos árabes que no son musulmanes y mucho Islam no árabe (el país islámico más poblado del mundo no es árabe; Indonesia).
Estas discontinuidades o incorrespondencias generan una serie de problemas, dado que el sionismo ha pretendido fundar un estado exclusivamente judío. El sionismo, que en sus comienzos, en el siglo XIX era más bien una expresión nacionalista (apenas si tibiamente religiosa), quería fundar ese estado, Israel, sobre la base de la comunidad de los judíos perseguidos, sobre la base del antisemitismo. Pero los judíos perseguidos no constituían una base étnica; basta conocer a askenazíes y sefardíes, para no hablar de los falashas, para darse cuenta de que «lo judío» no cuenta con una etnicidad exclusiva o pura.
Paradoja del sionismo: que iniciándose más bien laico fue derivando hacia la religión como su argamasa nosística. Porque para referirse a «lo judío» la religión resultó lo más «apropiado». Que encontraría en su «fundamento bíblico» la razón de su ser y su purismo.
Su pretendido exclusivismo étnico, amparado en la noción de «pueblo elegido» es la causa monstruosa desde donde surgirán las atrocidades que hoy vemos cometer en su nombre. Si la noción de «pueblo elegido», tan común en las cosmogonías de tantos pueblos, es de por sí inaceptable por su ombliguismo, pero entendible en sociedades aisladas, en nuestro mundo contemporáneo y tan interrelacionado es inadmisible, por su propensión inevitablemente racista, pero tal ha sido el rasgo que el sionismo ha sabido hipertrofiar.
Hacemos nuestras las sensatas palabras del editor español Alberto Pérez Pariente: «la presunción de etnicidad es uno de los mayores dogmas y dislates que se encuentran en los fundamentos ideológicos del sionismo […] los ideólogos sionistas siempre han considerado a los judíos como una entidad racial más que religiosa, creencia que compartieron primero con el antisemitismo circundante y posteriormente con el movimiento nazi«.
¿Quién nos hizo creer que el sionismo es de izquierda, o que al menos tiene un ala izquierda?
El sionismo es un movimiento histórico en cierto sentido contracorriente.
Pensemos en las pretensiones wasp en EE.UU., igualmente exclusivistas y puristas, y que ése fue el fundamento para tanto acoso y tanta matanza colectiva de «inapropiados», de «condenados históricamente», es decir de nativoamericanos. Y el racismo rampante que caracterizó sus relaciones con afros, poblaciones de la América mal llamada hispana, asiáticos e irlandeses, por nombrar a los principales grupos afectados. Señalemos apenas que la tan meneada «Ley de Lynch», el linchamiento, consistía en las ejecuciones sumarias que «el pueblo» blanco ejercía sobre infractores, delincuentes, acusados, refractarios, generalmente afros… Se trataba de un ejercicio de «democracia directa» realizado con claro apoyo popular, y no de vanguardias «esclarecidas» pero minoritarias.
Las leyes de «integración racial» de los ’60 (¡del s. XX!) revelaron la inviabilidad de aquella política del maltrato.
O en la Sudáfrica boer. Haciéndose «un lugar» avasallando a la población aborigen y luego, en lucha interimperialista entre racistas originarios de Holanda y colonialistas (y por lo tanto racistas) british. Ese proceso culmina con la construcción de la Unión Sudafricana del apartheid, que se pretendió un sueño milenario, como el de los nazis, y que, como el de los nazis, duró un puñado de años.
Otro ejemplo de estado basado en la pureza racial fue precisamente el del nazismo, prohijando una presunta raza aria, cuya existencia muchos niegan, pero que en todo caso, el mismo nazismo no la pretendía afincada en la «mestiza» Alemania sino en países nórdicos, como Suecia o Noruega.
En verdad, el Estado de Israel no tiene en Occidente muy benévolos o defendibles «hermanos» ideológicos que tenderíamos a buscarle por la fraseología mediática que se le atribuye a Israel, en democracia, socialdemocracia y jóvenes socialistas. En realidad, el origen del sionismo, está más bien emparentado con la Alemania antisemita y la nazi, con la Unión Sudafricana del racismo, con EE.UU. del tiempo del KKK. Y siempre muy recostado al colonialismo británico. Ésos son sus verdaderos parentescos ideológicos. Y ya sabemos que su práctica ha ido cumpliendo al pie de la letra esos mismos «fundamentos».
Reparemos además, que tanto en EE.UU. antes de las leyes de «integración racial» como en el otro estado occidental con apartheid instituido, la Unión Sudafricana, la consigna −que por cierto no se cumplía− era «iguales pero separados» (dentro de un mismo estado). Si bien el racismo no ha desaparecido en tales sociedades con las respectivas aboliciones del apartheid, cabe señalar que en Israel, el carácter no imparcial del estado es tal que ni siquiera rige la pretensión del «iguales pero separados», con lo cual la injusticia está mucho más asegurada de antemano.
La idea de solucionar el conflicto en Palestina mediante la instauración de dos estados «puros» duplica los problemas. Es como ir hacia lo ominoso de lo cual, si bien con menguado éxito, han tratado de alejarse tanto EE.UU. como la actual República de Sudáfrica y, en su momento, la Alemania sin nazismo.
Pese a los rasgos que encarnan los «estados puros» −que difícilmente asumirían tantos políticos para sus propios estados; más aun, que condenan severamente como en el caso del escisionismo étnico de los santacruceños blancos en Bolivia− lo cierto es que menudean los mensajes de «referentes» políticos y gobiernos a favor de la llamada «solución de dos estados».3
29 mayo 2010. «La presidenta argentina Cristina de Kirchner pide el reconocimiento inmediato de la Argentina al Estado de Palestina con Jerusalén como capital […]» (www.rebelion.net).
20 agosto 2010. «EE.UU. busca la creación de un estado palestino […]» (www.lanacion.com.ar).
23 setiembre 2010. «La presidenta Cristina Fernández realizó declaraciones […] diálogo entre Israel y Palestina y la restitución del Estado en este último territorio […]» (www.prensa.argentina.ar).
A CFK (o al periodista que así transmite la noticia) habría que preguntarle de qué «restitución» habla, puesto que los palestinos siempre han tenido, al menos durante la modernidad, estados ajenos encima suyo: turcos, ingleses, israelíes…
La extendida y promocionada «solución de los dos estados» pasa por alto las verdaderas dimensiones de este conflicto, procura legitimar los hechos consumados y termina por sellar el destino de los palestinos desterrados, violentados, asesinados y cada vez más negados.
Algunos puntos para tener en cuenta
Una somerísima recordatoria nos obliga a recorrer algunos términos de la cuestión, sin agotarlos ni remotamente:
- El sionismo expresó una voluntad de asentarse en una tierra propia, una patria, que permitiera vivir a judíos sin ser excluidos, segregados o discriminados permanentes en donde vivían. Ese sentimiento es comprensible y legítimo, paralelo al de tantos pueblos y etnias que luchan por conseguir eso que se suele llamar «independencia». Sin embargo, el precio que entendemos ha pagado la judería es muy alto: incorporar los atributos del übermenschen (superhombre) con su desprecio y violencia consiguiente hacia el débil (incluidos los propios judíos no sionistas a los cuales el sionismo ha despreciado, como lo demuestra el documentadísimo trabajo de Lenni Brenner).4
- La acción del sionismo no empezó con la fundación del Estado de Israel, en 1948. Ni en 1933 con el ascenso del nazismo. El sionismo decide «el retorno a la tierra prometida» a fines del siglo XIX.
En 1917, debido a la influencia de sionistas −a la sazón Chaim Weizmann −futuro primer presidente del estado israelí− era el gran dinamizador en la «alta» política imperial de la hora, el conde Arthur James Balfour, un tory, firma la «Declaración» a favor de un «Hogar Judío» en Palestina.
Llamativa denominación puesto que Balfour, conservador y consiguientemente racista, incluía en su visión del mundo el ser también antisemita. Lo que él vio con buenos ojos fue la promesa sionista de llevarse a los judíos de Europa. Con lo cual habría sido más certero hablar de Hogar Sionista. Pero tal vez allí mismo, en 1917, aviesos dirigentes plasman con fuerza ya institucional la deliberada equivalencia o identidad entre lo judío y lo sionista.5 Balfour, más conocido por su título de lord, participó activamente no sólo en el surgimiento de lo que iba a devenir el Estado de Israel sino también en el de la Unión Sudafricana.
Su eurocentrismo fue el que le permitió «defender las colonizaciones como expresión de «los grandes derechos y privilegios» de las razas europeas«.6 Su politesse, empero, le permitió prometer a «las comunidades no judías» de Palestina (es decir a más del 90% de la población que él denominaba de ese modo aritméticamente peculiar) que no las iba a perjudicar (ibíd… y ¡sic!.).
- Dos rasgos de la colonización sionista son bastante específicos y francamente nocivos: 1) considerar que la Biblia es fundamento suficiente para ocupar un territorio y 2) ignorar sistemáticamente la presencia humana, milenaria en ese mismo territorio.
El sionismo adoptó como motto adueñarse de «una tierra sin hombres para hombres sin tierra«. Semejante ceguera sólo puede ampararse en una escotomización de la realidad; que únicamente puede brindar un sostenido y estructural racismo. Desde Europa, en el siglo XIX, era muy común considerar humanos a los europeos. Y conceder una humanidad muy menguada al resto del mundo, directamente proporcional a la pigmentación de su piel.
- La política sionista respecto de la población aborigen en Palestina fue inicialmente de apartheid. Y de lenta pero sostenida apropiación de tierras. El modus operandi principal fue en los comienzos comprar los títulos de propiedad de latifundistas ausentes cuyas tierras eran trabajadas por campesinos pobres o sin tierra que de la noche a la mañana se quedaban «fuera del mercado», como se dice ahora, mediante expulsiones convenientemente procesadas por la policía británica.
El apartheid es sin embargo, para el sionismo, puramente instrumental. Cuando el asentamiento sionista adquiere fuerza el apartheid se metamorfosea en transfer. Porque el sionismo no quiere a la población nativa como fuerza de trabajo. NO la quiere sencillamente, porque es sólo SU tierra lo que ansía.
Ese despojo gradual y sistemático fue una de las causas de la resistencia árabe palestina a la sionización del país. Que culminará con lo que podríamos llamar verdaderamente la primera intifada palestina, en 1936. Con enorme cantidad de muertos palestinos, aunque también de judíos sionistas e incluso guardias británicos. Estos dos «actores» no tendrán significativamente muertos entre sí; sólo descargarán sus armas contra los «sublevados» palestinos.
- Sólo aquella ceguera europea que señalamos, de ignorar a los palestinos para ir sustituyéndolos, por las buenas o calladas al comienzo, por las malas después (y desde 1948, «por las peores») es la que puede explicar cómo judíos que en la primera mitad de la década del ’40 eran perseguidos, humillados y asesinados desde una ideología racista militante y antisemita, en la segunda mitad de esa misma década, y a menudo los mismos individuos, pueden a su vez perseguir, humillar e incluso asesinar a los natives de Palestina.
Se puede entender que la persecución nazi haya afectado mucho a los judíos sobrevivientes y les haya creado manías, complejos, ansias de venganza. Pero trágico y todo, no deja de ser inaceptable que eso se haya ido descargando sobre árabes palestinos. Con el agravante que semejante «cambio de roles» se operara en tan pocos años. Por cierto, allí no ha operado lo judío sino lo sionista; lo prueba todos los testimonios de los judíos que pasaron la peripecia de la Segunda Guerra Mundial y no se plegaron al racismo expulsor y a la violencia contra los palestinos, y que incluso lo resistieron con enorme valor y dimensión ética, como por ejemplo Israel Shahak investigando y denunciando todo esto desde el mismo Estado de Israel. O Marek Edelman −sobreviviente del Gueto de Varsovia− que jamás aceptó participar del estado sionista, por más invocaciones que a lo judío se hacía y que abrazó desde los mismos ’40 la causa de los palestinos contra el sionismo.
Es cierto que el cuadro de conflictos internacionales más bien facilitó los maniqueísmos. Los árabes −egipcios, palestinos y otros− en lucha contra el poder otomano y reclamando su independencia, incluso avalados por un militar británico «de colonias», Thomas Edward Lawrence («de Arabia»), vieron negados sus reclamos. Muchos árabes independentistas, decepcionados, se inclinaron por apoyarse en los enemigos del British Empire durante la 2GM. Los nazis.
Fruto de la connivencia colonialista en Palestina, a su vez, los sionistas se integraron «naturalmente» al ejército británico. Con lo cual en Palestina, les resultó fácil a los sionistas asimilar «lo árabe» con los nazis.
Aun cuando las simpatías políticas con el nazismo no fueran más que de algunos jerarcas árabes, o el muftí jerosomilitano Amin al-Husayni que fue sí un activo aliado de los nazis, cuyo prestigio dentro de la población árabe palestina no ha hecho sino «entreverar más las cartas». Porque la lucha de los palestinos siempre fue anticolonial, ni siquiera antijudía (en muchos momentos de altísima violencia social, muchos palestinos distinguieron a los judíos de origen árabe o que proviniendo del Antiguo Yishuv no participaban de las prácticas segregacionistas, de los sionistas). Pero sin duda el simplificado y errado aforismo «Los enemigos de mis enemigos son mis amigos» debe haber entrado en muchas conciencias. Árabes y judías: recordemos que, sionismo mediante, casi toda la colectividad judía italiana fue fascista.
- «La solución de dos estados» en las condiciones culturales, anímicas, de la posguerra habría tenido otra factibilidad, aun cuando sus rasgos colonialistas y racistas habrían sido básicamente los mismos. Porque siempre resultó claro, para las potencias metropolitanas y (a mediados del s. XX) para la nueva organización internacional de estados, que el que importaba era «el estado judío». Por eso la flamante ONU no actúa cuando, como resultado de hostilidades el recién fundado estado israelí, al que la ONU le había adjudicado alrededor del 55 % del territorio palestino en 1947, en 1949 ya se había adueñado del 78 %.
Y el «estado palestino» iniciaba así su penosa marcha hacia «la cabina telefónica», como alguien definió irónicamente el nano-estado que Sharon procuraba dejar en manos de una claque palestina dirigida por Abbas (cuando las tratativas de paz que esporádicamente se asumían y se interrumpían, alrededor del cambio de siglo, con Arafat cada vez más enfermo). En estos ya largos 60 años, el Estado de Israel ha ido ocupando, destrozando la tierra y los cuerpos humanos, usurpando territorios permanentemente -las tan publicitadas colonizaciones o asentamientos- y con ello carcomiendo toda factibilidad para un estado palestino. Hoy en día, se habla de «Palestina archipiélago» porque «los territorios palestinos» son una multitud (decreciente) de «islas» rodeadas por israelíes que van tomando, alegando diversos motivos -de seguridad, de ensanches comunicacionales- tierras para sí.
El estado «cabina telefónica» es sencillamente la negación de cualquier posibilidad de estado propio para palestinos. Por eso el canciller actual, A. Lieberman, invoca el «intercambio de territorios». Que consiste en «ceder» territorios palestinos ocupados por israelíes a cambio de territorios palestinos todavía no ocupados por israelíes, los que mediante el «intercambio» devendrían legalmente israelíes. Un negocio muy legitimador para el Estado de Israel.
- «La solución de los dos estados» escamotea el hecho colonial y consiguientemente brutal y racista, con el que se ha ido erigiendo el estado judío sionista. Aquella necesidad legítima de tantos judíos que sufrían una permanente extranjería se transmutó en una experiencia de desprecio y racismo cada vez más agresivo hacia quienes fueron avasallados para satisfacer la carencia, la necesidad, de tantos judíos.
- No sólo que muchos judíos devenidos nacionalistas-sionistas pasaron rápidamente, y al parecer sin problemas de conciencia, de la condición de víctima a la de victimarios, sino que su coartada ideológica, el retorno a la tierra prometida, les ha permitido seguir considerándose víctimas todo el tiempo. En 1880, respecto del zarismo, en 1900 de las sociedades europeas, en 1935-1945 del nazismo, de 1948 en adelante, del «mar árabe», con el cual consideran haber adquirido un título perpetuo de impunidad.
El ejemplo tal vez más acabado de la autovictimización nos lo recuerda Akiva Orr, fundador del Matzpen, un partido político del primer Israel, judío, antisionista y propalestino. Que Golda Meir declaró, siendo canciller de un gobierno que reprimía a sangre y fuego a los ocupados palestinos que resistían el despojo: «no puedo perdonar a los árabes por lo que les obligan a nuestros muchachos a hacerles«.7 Es decir, que los vejados, los torturados, los asesinados, tenían la culpa porque resistiendo obligaban a los judíos israelíes a vejarlos, a torturarlos, a asesinarlos… Es tanta la impunidad «natural» que pretende el sionismo, tanta su excelencia para sí mismo, que como buen fanatismo no percibe ni concibe acción propia que llegue a cuestionarlo.
Pero es auspicioso que un judío lo releve y lo revele.
9. Las persecuciones, y particularmente las del nazismo, no pueden hacernos olvidar que el sionismo ya se presentaba como victimario mucho antes de que el nazismo emprendiera sus planes de «limpieza étnica».
El primer asesinato político en la Palestina del s. XX data de 1924 y es el protoejército sionista, la Haganah, el que «ajusticia» a alguien que se interponía en la estrategia sionista de ir engullendo el tejido económico y social palestino, desechando a su población no judía: un judío, Jacob Israel de Haan. Una clara demostración de que los sionistas no se consideraban víctimas para nada. Y un ejemplo premonitorio de su estilo político.
10. Durante la década del ’30 y antes de que el nazismo se descargue con una represión generalizada contra los judíos (y los gitanos y los homosexuales y los cristianos; ya lo había hecho antes contra comunistas, socialistas y anarquistas) son las organizaciones sionistas dentro de la comunidad judía las más contemporizadoras con el nazismo. La historiografía ha podido rastrear ya muchos documentos, convenios, correspondencia entre sus organizaciones respectivas donde se reconocen puntos en común, como que tanto el nazismo como el sionismo procuraban establecer naciones «puras» (el racismo, en suma).
Una ironía histórica: Adolf Eichmann, secuestrado en Argentina por el MOSSAD en 1961, enjuiciado como frío asesino de escritorio (al parecer, él se atribuyó la muerte programada de 6 millones de judíos), era en 1937 y 1938 el encargado nazi de promover la migración de judíos (desde Austria) a Palestina. Se estima también que El estado judío del fundador del sionismo, Theodor Herzl, y disparador de ese movimiento, constituyó un libro de cabecera suyo.
El sionismo es el gran disparador del antisemitismo contemporáneo
Por eso nos preocupa la solución de dos estados. Porque «la solución de un estado», ya existente, nos parece nefasta. No ha cumplido con lo que más prometía: seguridad y amparo para el pueblo judío. Ha logrado además, un plus: inseguridad y desamparo para el pueblo palestino. La política claramente etnocida del Estado de Israel está llevando a los palestinos que se aferran a su tierra a una situación de desestructuración material y psíquica con pocos puntos de comparación histórica: racionamiento arbitrario de alimentos, de medicamentos, de agua, de viajes, de paso, de acceso, de trabajar, de proveerse de lo más elemental, desde gasas y desinfectantes hasta herramientas de mano y ladrillos para restaurar un techo bombardeado, desde repuestos para potabilización de agua hasta libros. Todo está siendo planificadamente racionado, llevado hasta los menores detalles, particularmente en la Franja de Gaza.
Una verdadera política de reducción que le da forma altamente tecnologizada a la feroz política de «reducciones de indios» que la conquista española produjera sobre los nativoamericanos. Algo que también se hace para ahondar las diferencias cotidianas entre distintos sectores de las poblaciones palestinas, por aquello del «Divide y reinarás».
El etnocidio rampante viene acompañado por una política genocida supletoria, espasmódica, que ahonda la tragedia de la población palestina native, y de otra política igualmente atroz que Keith Whitelam califica de «memoricidio»; un deliberado y sistemático plan, alojado en la actividad arqueológica y en el nomenclator geográfico, para borrar la presencia y las huellas «aún frescas del inmemorial asentamiento palestino«.8
Toda una política enfocada a aletargar la vida social, bloquear los vínculos y las asistencias, dificultar la vida intelectual, desesperar la vida afectiva, toda una política sistemática de vejámenes y humillaciones cotidianas, de crueldad medida, ir estropeando poco a poco los cuerpos y las mentes (entre los niños palestinos se han ido haciendo cada vez más frecuentes los sueños suicidas y no es por cierto, como algunos alucinados antiislámicos proclaman, para tener relaciones de amor con las huríes en el paraíso).
La funesta trayectoria de un racismo impune
La «solución de dos estados» le permitirá una superioridad cómoda y estable a Israel, consolidando su excepcionalidad. Es el único estado del planeta que cuenta con un presupuesto tan nutrido por el resto del mundo a través de las inyecciones permanentes de miles de millones de dólares de EE.UU. Esa excepcionalidad financiera y su relación simbiótica con las élites de EE.UU. así como su identificación plena con EE.UU. nos lleva a pensar que Israel no es un estado independiente ni es un estado como la generalidad de ellos (hasta donde se puede hablar de generalidad). Y que en rigor constituye la quincuagésima primera estrella de la bandera de EE.UU. Lo cual, por otra parte, aumenta su ficcionalidad.
Y un estado palestino madeinIsrael, que es lo que desean los sionistas más «pícaros», significará su aherrojamiento y su satelización institucionalizada. Forzando a palestinos laicos y no racistas a constituir un estado de pureza étnica (¿o religiosa?) que no han buscado. Recordemos que la policía de la Autoridad Palestina, desde su fundación tras los «Acuerdos» de Oslo está entrenada, financiada y asesorada por la CIA y el MOSSAD. No es un detalle despreciable sino una realidad aplastante.
Si se puede hablar al día de hoy de alguna «solución de dos estados» es la liga que se ha ido solidificando entre EE.UU e Israel.
Impune no es inmune
Pero la peripecia de los natives palestinos, que tanto ha dañado a esa sociedad, no deja indemnes a los judíos israelíes. El Estado de Israel lo «paga» o lo «expía» (busque el lector el verbo que no sea ni burgués ni religioso) a su vez con una militarización creciente, que en forma de metástasis se ha ido adueñando de más y más tejido social israelí y judío, como lo han denunciado por ejemplo Avraham Burg, ex-sionista o Gilad Atzmon, judío no sionista. Y semejante daño no se salva con las voluntariosas objeciones de conciencia, admirables, de tantos refuseñik. No alcanza: el daño ha sido mucho. Es muy vasto y viene de lejos.
Las humillaciones infligidas a la comunidad judía que el sionismo proclamó no sufrir más han sido suprimidas pero, como en una tragedia griega, han sido trasmutadas en soberbia. Y la soberbia es tóxica.
La Palestina desgarrada y sus habitantes, que al decir del mismísimo fundador del Estado de Israel, David ben Gurión, eran sus «abuelos» étnicos, está siendo diezmada a la vista y paciencia del «mundo occidental» y con la activa colaboración de las elites de poder de EE.UU. Pese a las resistencias, valiosísimas pero excepcionales.
Shlomo Sand, autor de la formidable investigación Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío, en una entrevista de Eugenio García Gascón9 nos recuerda:
«En 1918 Ben Zvi y Ben Gurion escribieron juntos un libro donde se afirma que los palestinos son los auténticos descendientes de los judíos.» Y Sand aclara que después de 1929 semejante «visión» desaparece de los textos y declaraciones sionistas, interesados en «crear» otras «verdades».
Está claro que esta cuestión no tiene sólo dos actores. Por su gravedad, por su alcance, por su historia, tendríamos que aprender a ver otras responsabilidades. En primerísimo lugar la del British Empire. La responsabilidad de la ONU es también para tomar en cuenta a partir del establecimiento del Estado de Israel. Aunque entre sus superprotagonistas de entonces, la URSS y EE.UU., sólo exista hoy EE.UU. Desde entornos, entonces, internacionales, se debería procurar una solución al penoso despojo de tierras perpetrado por el sionismo.
Hay cada vez más estudios, de investigadores judíos incluidos, que atestiguan la insensatez de tomar a la Biblia como manual de historia, algo que siguen haciendo muchas yeshivas (escuelas judías rabínicas) fanáticas con el fin de configurar cerebros al servicio del fundamentalismo judío (y divorciarlos del mundo tal cual es). Éste es el motor ideológico del sionismo hoy, cada vez mejor ensamblado con los dispositivos políticos y militares del estado sionista.
Pero además, un colonialismo tardío −como el nazismo− victimó de modo intenso, generalizado y criminal a los judíos, lo cual disparó una fuerte emigración/huida de judíos europeos a «la tierra prometida» (aunque minoritaria respecto de otros exilios). Los aspectos demográficos resultantes, como una cierta sobrepoblación en tierra palestina, deberían ser tomados a cargo por Europa.
Europa se ha dedicado en cambio a legitimar al estado israelí, «europeizándolo» en lo posible; incorporándolo a la UE, a la Eurocopa y a tantas otras organizaciones del continente europeo.
Consideramos, en cambio que para encarar tan explosivo conflicto hay que ubicarlo lo más cercanamente posible a lo acontecido con la Unión Sudafricana, hoy República de Sudáfrica.
No es afirmando y cohonestando el actual, delictivo, abusivo Estado de Israel, concediéndole todas sus excepcionalidades, apaciguándolo como políticos muniqueses, que se conseguirá mayor respeto de su parte; es más bien marcando a fuego tales comportamientos y no aceptándolos ni acompañándolos que se podrá lograr lo que se logró con la ex-Unión Sudafricana.
Si se mantiene el Estado de Israel con sus parámetros ideológicos la «solución de dos estados» no constituirá sino la coartada para que el sionismo consuma su despojo y lo institucionalice definitivamente.
Por eso nos inclinamos a tomar la palabra del ya mencionado cineasta Eran Torbiner, coincidente con tantos pensadores judíos antisionistas y palestinos: crear «un Estado único, secular y democrático, con la ayuda de los actores internacionales«10 para judíos, musulmanes, cristianos, agnósticos, sin la columna vertebral del sionismo. Donde también tenga cabida el proletariado de lejanas tierras que el actual Estado de Israel importó. Filipinos, colombianos, laosianos, camboyanos, vietnamitas que en general viven en condiciones de privaciones extremas (comparables a las de muchos palestinos). Ese proletariado se gestó desde el estado sionista para aislar a Israel de los palestinos, como una forma de castigo colectivo a los natives. 11
Esta visión parece muy alejada de la coyuntura presente. Con EE.UU.-Israel en una ofensiva generalizada: Afganistán, Irak, Franja de Gaza, Líbano, Pakistán, Irán…. Ofensiva que Israel-EE.UU. lleva adelante también en América Lapobre y en muchos otros sitios, como la abusadísima África.
Por eso mismo pensamos que semejante tipo de transformaciones sólo pueden operar desde adentro hacia fuera, en todo caso por implosión. Es valiosa y aportante una resistencia desde «afuera», como resulta el BDS o los convoyes solidarios a los territorios palestinos, pero es fundamental una resistencia desde adentro, no poder seguir viviendo, y sobre todo hacer vivir, en la ignominia. La de los avasallados la conocemos y es histórica; la de los avasalladores parece más bien ausente, o en todo caso débil. Pero nadie conoce como se forjan sus nutrientes. Cómo pasó lo que pasó en la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas o en la Unión Sudafricana.
NOTAS:
1. Fernando Casares, «Brigadas Internacionales pacifistas: ¿o nuevo método eurocéntrico de injerencia en la resistencia palestina?», IJAN.
2. «De perseguidos a perseguidores: la lección del sionismo», www.rebelion.org, 10 /6/ 2010.
3. Traté de abordar este enfoque en «La ‘solución’ de dos estados», junio 2009, publicado en diversos sitios-e. Allí puse más ejemplos.
4. Zionism in the Age of the Dictators. A reappraisal. Lawrence Hill, Conn.., 1983. Hay traducción: El sionismo en la época de las dictaduras, Editorial Canaán, Buenos Aires (en prensa).
5. Parece increíble pero en pleno siglo XXI tenemos instituciones que proclaman su lucha contra el racismo y, a la vez, la identidad total entre antisemitismo y antisionismo. El INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación), en Argentina, es un penoso ejemplo de semejantes perversiones semánticas.
6. Abdelwahab Elmessiri, «La apologética del sionismo y ‘la carga del hombre blanco'», en Israel and South Africa, New York Press, N. Y., 1976.
7. La penosa frase es recogida en múltiples documentos directamente de la boca de Meir. Nosotros aquí la extrajimos del documental Matzpen, del cineasta Eran Torbiner.
8.Cit. p. S. Pérez Pariente, «Soldado con talit y merkava al fondo», www.rebelion.org/noticia.php?id=96027.
9.
10. Entrevista de A. Basallote Martín a Eran Torbiner, www.alternativenews.
11. Como expresión del maltrato sistemático que estos trabajadores han sufrido, existe un proyecto de ley en la Knesset para expulsar a los hijos de dichos «extranjeros», que se fundamenta en que la progresiva incorporación de descendientes de camboyanos, filipinos, vietnamitas, colombianos a Israel le va a alterar su composición étnica. El proyecto, en cambio, nada dice que se trata de expulsar a miles de niños o preadolescentes cuya única realidad hasta ahora ha sido Israel, y su idioma principal el hebreo.
El autor es periodista, editor de la revista futuros del planeta, la sociedad y cada uno, www.revistafuturos.com.ar, docente del área de Ecología de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
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