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Nunca más

Fuentes: PeacePalestine

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Bárbara Maseda y Manuel Talens

Nota de la editora: ¿Quién puede contemplar como mero espectador en primer lugar la gratuita destrucción de Gaza y ahora del Líbano sin sentir de inmediato, tras la rabia, una enorme y frustrante sensación de impotencia? Cualquiera diría que esa violencia grosera, vulgar y obscena desencadenada contra un grupo de hombres, mujeres y niños inocentes «no es asunto nuestro, así que tratemos sólo de sacar de allí a los europeos sanos y salvos», a la espera de que la «comunidad internacional» lo arregle mientras agitamos nuestras cabezas con pesar y nos lavamos las manos.

Gilad Atzmon no piensa quedarse cruzado de brazos, faltaría más. En su calidad de ser humano que pasó allí los primeros treinta años de su vida y a quien le inculcaron el convencimiento de la rectitud o, al menos, de la racionalidad de su país natal, de la tierra en que fue soldado, conoce perfectamente el modo de pensar, la política y la estructura de la sociedad israelí. Nadie como él puede ayudarnos «desde dentro» a que veamos a través de la neblina del engaño y de las grotescas y perennes excusas por las violentas atrocidades cometidas contra los árabes del Próximo Oriente. Conoce a la perfección los brutales trasfondos, que acertadamente denomina «gangsteriles», de una sociedad donde hombres y mujeres son juzgados por su hechura racial, religiosa o étnica y tratados (o maltratados) en consecuencia. Nada de lo que Atzmon dice es un secreto, sino simplemente algo que no logra pasar el filtro de los censores que existen en todas partes, que poseen intereses creados ya sea en la inestabilidad, en la guerra o en el mantenimiento de un mito.

Esquirla a esquirla, Atzmon está deconstruyendo la piedra de la «rectitud israelí». Es posible que ninguna maza de palabras logre alguna vez hacer mella en esa piedra, pues sus cimientos parecen enclavados firmemente en el suelo y, por muchos mazazos que se le den, no cesa de crecer: el tabú frente a la crítica de cualquier cosa remotamente conectada con el Estado judío y con las fuerzas vivas que lo sostienen es tan inmenso que parece inquebrantable. Occidente prefiere mirar hacia otro lado en vez de hacia Israel.

Como amante radical de la vida, Gilad Atzmon está asqueado por la violencia, pero es consciente de que la resistencia frente al ocupante y torturador no sólo es un derecho, sino un deber moral, que él ejerce denunciando la violencia contra personas inocentes y reflexionando sobre las raíces de tal violencia, a la espera de que un día cercano el mundo abra los ojos y deje de defender la violencia de manera acrítica, sólo porque los autores son «occidentales buenos y civilizados como nosotros».

Esa ciega ignorancia, la negativa incluso a considerar el asunto, una ausencia total de autorreflexión y de autocrítica es lo que asegurará la persistente tolerancia -cuando no el apoyo absoluto- de un sistema que permanece en su lugar para oprimir y controlar a quienes se interponen en el camino de planes más grandiosos. La guerra de Atzmon es una guerra contra la ignorancia, un grito dirigido a aquellos que todavía tienen suficiente humanidad como para escuchar que la destrucción de las vidas de otras personas NO es algo tolerable por la sencilla razón de que el fuerte se sale con la suya tras lavar por completo el cerebro de la opinión pública con vistas a que mire hacia otro lado o justifique el mal. Se nos ha forzado a sentir horror de denunciar lo que es erróneo, porque también sabemos que podríamos ser las próximas víctimas de la venganza protofascista que adopta un millón de apariencias distintas.

Hace tiempo que Gilad Atzmon devolvió su uniforme de soldado israelí, pero eso no quiere decir que haya abandonado la guerra. Ahora está al servicio de la justicia mostrándonos que el lavado de cerebro puede invertirse. Les muestra a los árabes que no están solos, que no se verán abandonados y que la gente los va a apoyar cada vez más, incluso si ahora no lo parece. Esa maza que él utiliza es sólo un ordenador portátil y estoy segura de que sabe que escribir palabras no será suficiente para detener la violencia, pero con suerte abrirá algunas mentes a la luz. Mentes que han sido oscurecidas por toda una vida de propaganda.

Mary Rizzo, editora de PeacePalestine

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La fotografía de la izquierda no es la imagen pornográfica de un rabino practicándole sexo oral a un bebé judío recién nacido. En realidad es el rabino encargado de circuncisiones Yosef David Weisburg succionando la sangre del pene de un bebé durante una circuncisión. (The Jerusalem Post Magazine, 5 de noviembre de 1976, pág. 14) [1].

Hace sólo seis décadas y media los judíos fueron brutalmente barridos de Europa. Esto sucedió cuando la mayoría de los judíos seculares europeos estaban totalmente convencidos de que las condiciones para la emancipación habían madurado finalmente hacia la completa asimilación, pero el judeocidio nazi les demostró que estaban equivocados. Hace sólo dos semanas, cuando la mayor parte del pueblo israelí vivía convencido de que la paz estaba casi a punto de prevalecer gracias a la unilateral «iniciativa de paz» de Sharon, Hamas y Hezbolá les probaron que estaban equivocados.

Y entonces sucedió que Alemania -que era nada más y nada menos que la tierra prometida para Fritz Haber (el hombre que inventó las armas de destrucción masiva), Einstein (previamente pacifista y después el hombre que convenció a Roosevelt de que financiase el Proyecto Manhattan), Buber (un patriótico guerrerista alemán), Sholem, Benjamin, Adorno y muchos más- de repente cambió de piel. En cuestión de pocos años Alemania se transformó en la enemiga más acérrima que los judíos hubiesen conocido. Pero Alemania no era un caso aislado. Como todos sabemos, no fueron sólo la Alemania nazi o el pueblo alemán quienes emprendieron la destrucción del judaísmo europeo. Si bien el homicidio industrial fue en gran medida administrado por funcionarios y operarios nazis, la mayoría de las naciones europeas entregaron de buena gana sus judíos al nazismo [2]. Nos guste o no, fueron los europeos quienes de algún modo descubrieron de forma colectiva cuánto entusiasmo les provocaba transformar Europa en una «zona libre de judíos».

Sin duda lo preocupante ahora es que la población hebrea no aprendió la lección. En su esfuerzo por erigir un hogar nacional judío, Sión para ser más específicos, han cometido todos los errores posibles. En lugar de adoptar métodos pacíficos y de amar a sus nuevos vecinos, han adoptado y exhibido la más brutal de las conductas posibles. Durante casi seis décadas el ejército israelí ha infligido dolor a sus vecinos más cercanos en nombre del pueblo judío. Durante casi seis décadas millones de palestinos han vivido en atroces condiciones en campos de refugiados y el Estado judío no les permite regresar a su lugar de origen. Durante casi seis décadas los habitantes autóctonos de Palestina han sido discriminados por los nuevos colonialistas.

Sin embargo, parece casi obligatorio reconocer que fueron las devastadoras impresiones de los campos de concentración liberados las que hicieron posible que el sionismo dejase de ser una marginadísima fantasía racista y nacionalista judía para convertirse en la voz del judaísmo mundial. Y así, en 1948, sólo tres años después de la liberación de Auschwitz, el sionismo dejó de ser una filosofía racista nacionalista para convertirse en una realidad asesina. Fue sólo tres años después de la liberación de Auschwitz cuando, sin asomo de dudas, los sionistas demostraron que habían asimilado acertadamente las más depravadas tácticas, la filosofía y los preceptos nazis. Ya hacia 1948 los legisladores israelíes se habían aprestado al establecimiento de leyes racistas que no diferían de las Leyes de Nuremburg. También en el mismo 1948 los soldados del ejército de Israel [3], junto con los grupos paramilitares, practicaban algunas estrategias nazis, entre ellas la limpieza étnica. Como hemos visto después, los planes de limpieza étnica israelí no decaerían nunca. Los israelíes, al igual que a sus sabios sionistas, ven con muy buenos ojos que sus ancestros rabínicos asquenazíes no fueran propensos a mezclarse con goyim [4]. El Israel actual es una evidente reencarnación del gueto judío europeo. Sin embargo, el gueto israelí representa una enorme mejora si lo comparamos con el de Shtetl de la antigua Europa Oriental. En el Estado judío, son los goyim quienes están encerrados tras los muros, en lugares que no difieren mucho de los campos de concentración.

En defensa de la inclinación judía hacia el sionismo durante la posguerra, podría sugerirse que al tener en cuenta el impacto que causó el Holocausto, el desplazamiento colectivo hacia el sionismo resultaba bastante razonable. Completamente traumatizados por el alto grado del odio contra ellos, los judíos de todas partes del mundo llegaron a un acuerdo: «Nunca más». Es algo que conozco muy bien, porque yo mismo fui educado en la filosofía del «Nunca más».

Los judíos no serán conducidos a la muerte «Nunca más», me enseñaban año tras año en la escuela israelí, por supuesto situada en territorios palestinos ocupados, en la Jerusalén Oriental. El «nuevo judío», es decir, el israelí, decían ellos, «contraatacaría». Y, de hecho, estábamos listos para contraatacar. Es más, estábamos ansiosos por hacerlo en nombre del pueblo judío, en nombre de nuestra historia. Fuimos empujados a castigar a los árabes por causa de nuestro futuro irrealizado en la Europa que se perdió.

Me tomó muchos años darme cuenta de que el «Nunca más», en un principio descrito como argumento moral, era en realidad antiético hasta la médula. Me tomó muchísimos años darme cuenta de que, dentro del universo judeocéntrico, «Nunca más» significaba que «los judíos del nunca más no serán conducidos a la muerte», sino que serán ellos quienes lleven a la masacre a los demás». Lo que está ocurriendo en Beirut y en Gaza pone de manifiesto la esencia de Israel: «Un bárbaro sistema político que se alimenta del dolor de los demás».

Aunque Emanuel Lévinas, el filósofo judío de la posguerra, creyó que después de Auschwitz los judíos se situarían firmemente a la vanguardia de cualquier batalla contra la inhumanidad, la discriminación, el racismo y otros males de la civilización moderna, algo completamente contrario parece haber tenido lugar. El Estado judío, con el apoyo de sus demasiados Wolfowitz y Dershowitz, se volvió la encarnación absoluta del mal. Día tras día vemos al «ejército más poderoso del Próximo Oriente» aplastando civiles inocentes, lo mismo en Gaza que en Beirut o en Jenin. El ejército israelí está bombardeando la infraestructura civil de estados que nunca pueden defenderse. Podría uno preguntarse por qué los israelíes tenían que destruir el aeropuerto de Beirut. La respuesta es sencilla: sólo porque son capaces de hacerlo. Los israelíes son en realidad unos gángsteres, pero no de cualquier clase. De hecho, los israelíes no son más que unos gángsteres narcisistas. Al igual que el estereotipo de la madre judía, viven por completo enamorados de sus síntomas. Al parecer nunca han considerado la posibilidad de que un día, tarde o temprano, tengan que vivir en paz con todo ese millón de millones de árabes que viven a su alrededor. Una vez más, los gángsteres sólo piensan a «corto plazo».

Estoy confundido. Hace sólo seis décadas y media los judíos fueron sacados a patadas de Europa. Con el apoyo de Naciones Unidas, los israelíes tuvieron la oportunidad perfecta para transformar la tragedia de su partida en un nuevo y apacible comienzo. Podían perfectamente haber estudiado su historia para aprender de sus errores. De hecho, muy pocos lo hicieron. Uno de ellos fue Israel Shahak; otro, Lenni Brenner. Pero por doloroso que pueda parecer, la mayoría de las seculares instituciones judías y sus estudiosos hicieron más bien lo contrario. Convirtieron al gángster de nueva generación, al israelí, en un icono cultural. En Israel, la cultura del gángster se convirtió en la norma. Una y otra vez, los israelíes se las han arreglado para elegir a criminales de guerra y genocidas como primeros ministros. Aunque parezca extraño, en las últimas elecciones, cuando se sentían seguros de que la paz estaba a punto de prevalecer, eligieron un primer ministro no militar. Sin embargo, tan pronto explotó esta reciente crisis violenta, Olmert y Peretz apelaron enseguida a las medidas militares definitivas. Probablemente saben muy bien que la arrogancia, la violencia, la brutalidad y la barbarie son la raison d’être israelí.

Por desgracia, hemos de admitir que la profecía de Lévinas no llegó a cumplirse. No solamente los judíos han fracasado a la hora de liderar cualquier causa humanitaria colectiva, sino que en nombre del «Nunca más» del sionismo global, junto con el grupo de presión israelí, nos están empujando conscientemente a todos a la Tercera guerra mundial. Esta vez en nombre de un enfrentamiento cultural.

La historia: regreso al presente

El historiador puede sugerir que el conocimiento del pasado puede ayudarnos a comprender el presente o incluso servir para salvaguardar el futuro. Por el contrario, yo alegaría que cualquier interpretación del pasado es en sí misma un producto directo del discurso del presente. En otras palabras, es nuestro universo simbólico actual lo que determina nuestra visión de cualquier narrativa histórica. Hablando en términos reales, es la actual carnicería acometida por el Estado judío en Beirut y Gaza lo que determinará nuestra visión de la historia judía. La actual brutalidad del Estado judío conllevará ciertamente que la narrativa histórica oficial judía y su predominio en el discurso occidental se derrumben por completo.

Aunque Simón Wiesenthal no estará de acuerdo, la historia no es una mera colección de anécdotas esporádicas, es decir, de hechos históricos, sino un relato que vincula anécdotas en una narrativa inteligible. La Narrativa Histórica es un mensaje que sobrevive al discurso y al orden simbólico actual. Si se considera la cruda brutalidad israelí, la narrativa histórica judeocéntrica, en la cual los judíos son las víctimas, está condenada a la destrucción. Al menos desde el punto de vista dialéctico es harto fascinante que la actitud del «Nunca más» sea un mecanismo autodestructivo, un precepto judeocéntrico históricamente orientado que señala el fin de la Historia Judía.

Sin referirnos al valor de verdad del libelo de la sangre en los cuentos medievales [5]; sin intentar cuestionar si los judíos hicieron o no matzos con joven sangre gentil, la creciente cantidad de imágenes de actividades israelíes asesinas nos ayuda a darnos cuenta de dónde pueden proceder tales acusaciones. Sin establecer vínculos entre la narrativa histórica con la Segunda guerra mundial ni con los hechos que llevaron a la destrucción de la judeidad europea, es el actual celo asesino israelí contra sus vecinos más cercanos lo que puede arrojar luz sobre la tendencia europea a la brutalidad colectiva de expulsar brutalmente a los judíos. Uno puede sentarse ante la televisión y pensar al ver a Beirut en llamas que «si es esto lo que esos bárbaros le están haciendo a sus vecinos, ahora entiendo que nadie los quiera de vecinos».

Es preciso mencionar que la sed colectiva de sangre por parte de los judíos no es precisamente una invención sionista. Amos Elon, el autor de uno de los mayores compendios de judíos en Alemania, pone a nuestra disposición un capítulo impactante de patriotismo guerrero relacionado con la Segunda guerra mundial. En vísperas de la guerra, Chaim Weizmann, un prominente sionista que fue luego el primer presidente del Estado judío, le confesó al embajador británico en Berlín: «Al parecer, los intelectuales judíos fueron los más arrogantes y beligerantes de todos los alemanes» [6]. Martin Buber, el símbolo icónico del sionismo de izquierdas y del poético y apacible pacifismo judío, no pudo evitar celebrar el comienzo de la matanza global. «No es en la fe, sino en la devoción donde se revela lo divino», dijo aquel profeta del renacimiento cultural judío» [7]. «Para Buber», señala Amos Elon, «la guerra era ‘la sagrada primavera’, una purificación maravillosa a través de la violencia, él se regodeó en su pura belleza moral». Sí, no era Adolf Hitler, sino el adorable sio-pacifista Martin Buber. Pero Buber no estaba solo, pues durante las primeras semanas de la guerra incluso Freud sucumbió a la euforia general: «Estaba ansioso por que llegara el momento de ver marchar triunfalmente las tropas alemanas sobre París» [8].

Probablemente el más famoso practicante del odio poético fue el judío Ernest Lissauer con su «Himno del odio a Inglaterra»:

Te odiaremos con un odio eterno.
Un odio que perdurará y nunca menguará
Odio por tierra y por mar
De quienes llevan coronas y de quienes trabajan con sus manos
Setenta millones unidos como un solo hombre
Unidos en el amor y en las penas
Unidos en el odio a un solo enemigo
Inglaterra.

James W. Gerard, el embajador usamericano en Berlín, señaló en sus memorias que los judíos alemanes se enorgullecían del origen étnico de un himno tan enfermizo. Pero el festín duró poco. Según Elon, los antisemitas no tardaron en volver el poema contra Lissauer y los judíos. «Sólo los judíos son capaces de tal odio». Si esto es así o no, no es algo que yo deba juzgar. Sin embargo, hay algo preocupante en la rápida transición de algunos judíos seculares en guerreros (Wolfowitz, Dershowitz), genocidas (Kissinger, Sharon) y criminales de guerra (Haber, Olmert, Peretz y la sociedad israelí). Es muy preocupante porque el judaísmo rabínico, a pesar de estar lejos de una visión ética del mundo, no es violento, agresivo ni tampoco sádico.

Aparentemente el israelí, que es un judío secular, se las ha arreglado para matar a Dios. Se las ha ingeniado para establecer un derecho civil en lugar de un derecho civilizado, pero de algún modo no pudo derrotar el celo bárbaro tribal judío. Al igual que Buber, Freud, Deshowitz, Haber, Wolfowitz y Lissauer, los israelíes aman la guerra, «están unidos en el odio de un solo enemigo», los árabes.

El actual judío israelí es sin duda alguna un ser moderno, no sigue la Biblia, no practica el judaísmo, se deshizo de Dios, pero de una manera lo suficientemente extraña le corta el prepucio a sus bebés varones al cabo de sólo ocho días de vida. El judío israelí moderno circuncida a su hijo, mutila su joven cuerpo cumpliendo con un primitivo y sangriento ritual tribal, permite que un rabino circuncisor dañe a su hijo y luego observa cómo el mismo rabino succiona la sangre del pene de su bebé recién nacido. Es evidente que el judío secular moderno puede haber intentado asimilarse con la humanidad, pero falló en su intento. Continúa siendo un activo participante de un ritual tribal sanguijuélico. No soy antropólogo, no puedo determinar si fue precisamente la cultura sanguijuélica lo que convirtió a Buber, Haber, Sharon, Peretz, Wolfowitz y Kissinger en sanguijuelas de las masas. Sólo sé que en mi camino londinense no hay ninguna sanguijuela. Puedo decir que lo percibo como muy seguro. Tengo para mí que es bastante posible que una vez que obliguemos o al menos convenzamos a los judíos de que dejen de celebrar sus extraños rituales, quizá aprendan a amar a sus vecinos como se aman a sí mismos.

Es fundamental que tengamos en cuenta que nuestra imagen colectiva de Hamas y Hezbolá como asesinos de masas y locos sanguinarios no es más que una proyección construida por quienes son activos participantes en rituales sangrientos. En términos lacanianos, «el inconsciente es el discurso del otro». En la práctica israelí, la inclinación asesina de los sionistas al referirse a Irán, Siria, Hezbolá y Hamas es simplemente leal reflejo especular de las tendencias asesinas sionistas, que no están reprimidas en absoluto.

El párrafo anterior no es un argumento lógico o analítico. Es simplemente una sugerencia desesperada hecha por un hombre que creció allí, en Sión, entre gángsteres narcisistas y sanguijuélicos rabinos circuncisores. Es un llamamiento hecho por un hombre que durante muchos años ha estado intentando llegar al fondo de la noción de odio. Es un llamamiento hecho por un hombre que soñaba con dar un concierto en el Líbano, un país que visitó hace 22 años como soldado; un país que fue reducido a polvo, pero que ha pasado las últimas dos décadas resurgiendo de sus cenizas, un país que tenía un sueño, un país que nuevamente está siendo aniquilado por su vecino.

Notas

[1] http://www.sexuallymutilatedchild.org/mohel.htm
La ley judía establece tres fases en toda circuncisión ritualmente correcta: la extirpación del prepucio, la eliminación de la mucosa subyacente para exponer el glande por completo y la succión de la sangre, la m’tsitsah«. Roger V. Pavey. The Kindest Cut of All. Bognor Regis, W. Sussex: New Horizon. 1981, págs. 87-88.

[2] Por si esto no fuera bastante, tal como Hanna Arendt ya señaló en los años sesenta, el número de muertos judíos no habría sido tan elevado si los líderes sionistas y los judíos locales no hubiesen estado colaborando hasta tal punto con Hitler. Parece ser que los líderes hebreos no aprendieron la lección, pues en lugar de refrendar el pensamiento pacífico han escogido la conducta brutal. Durante casi seis décadas el ejército israelí inflige dolor a los vecinos de Israel.

[3] El ejército agresor de Israel se denomina eufemísticamente IDF, es decir, Fuerzas Israelíes de Defensa (Nota de los traductores).

[4] Goyim, plural de goy, palabra despectiva hebrea que designa a quien no es judío (Nota de los traductores).

[5] El «libelo de la sangre» es una fábula medieval en la que se les achaca a los judíos el asesinato de cristianos para utilizar su sangre en la elaboración de los matzos, especie de galletas sin levadura que se suelen comer en la Pascua Judía (Nota de los traductores).

[6] Amos Elon, The Pity of it All, Penguin Books 2004, pág. 318.

[7] Ibid, pág. 319.

[8] Ibid, pág. 318.

Fuente: PeacePalestine

Ver en Tlaxcala

El jazzista y escritor Gilad Atzmon es un ex israelí y ex judío que lucha con su arte por la liberación del pueblo palestino. Vive en el Reino Unido. El lector puede acceder a una amplia muestra de su mundo interior en la entrevista que le concedió en 2005 a uno de los dos traductores de este artículo en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=24333

Bárbara Maseda es periodista cubana. Manuel Talens es escritor español. Ambos son miembros de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft y se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente.