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Observaciones sobre el nuevo compromiso histórico de Pablo Iglesias

Fuentes: Rebelión

El candidato a la presidencia del gobierno de España por Podemos publicó un artículo el pasado miércoles en el global-imperial-antichavista que lleva por título: «Un nuevo compromiso histórico» [1] Las mujeres de mi generación no podemos evitar pensar al leer estas dos palabras en la vieja propuesta del PCI y de Enrico Berlinguer, dejo constancia […]

El candidato a la presidencia del gobierno de España por Podemos publicó un artículo el pasado miércoles en el global-imperial-antichavista que lleva por título: «Un nuevo compromiso histórico» [1] Las mujeres de mi generación no podemos evitar pensar al leer estas dos palabras en la vieja propuesta del PCI y de Enrico Berlinguer, dejo constancia aquí de mi admiración por la grandeza políetica del ex secretario general del partido comunista italiano, conjetura equivocada en mi opinión: leyeron mal o ensoñadoramente lo ocurrido en Chile tras Allende y el criminal golpe fascista de 1973… O estaban ya desesperados. Pero no es este el tema. Unas observaciones sobre el artículo de Iglesias.

El pasado 6 de diciembre, señala PI, en el 37º aniversario de la Constitución del 78, celebramos un evento histórico. ¿Evento histórico? Por la mañana, prosigue PI, habían escuchado al presidente de la Cámara, Jesús Posada «manifestar su preocupación por la ruptura de España y blandir el texto constitucional como límite a cualquier cambio». Por la tarde, en cambio, «en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, presentamos un llamamiento al cambio constitucional». En actos simultáneos, señala, «desde Las Palmas, Santiago de Compostela, Barcelona, Valencia y Madrid tomaban la palabra la magistrada en excedencia y candidata Victoria Rosell; Xosé Manuel Beiras, figura histórica del socialismo soberanista gallego; la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y la vicepresidenta de la Comunidad Valenciana, Mónica Oltra». Cinco rostros y cinco ciudades para presentar cinco grandes acuerdos para el futuro, «cinco garantías para una Constitución que asegure un nuevo marco de convivencia y prosperidad a las gentes y pueblos de nuestro país». País, aquí, remite a España, nuestro país de países, nuestra nación de naciones.

La crisis económica en España, comenta PI, desnudó los límites del modelo de desarrollo pilotado por las élites (económicas y políticas entiendo), «un desarrollo económico basado en burbujas especulativas, el ladrillo y la desindustrialización, que formó la base estructural de la corrupción política». Desde su punto de vista, «la degradación de los servicios públicos y de los derechos sociales junto a la corrupción permitieron que se rompiera el gran acuerdo de la Transición que aseguraba la igualdad de oportunidades y una mínima prosperidad para las mayorías sociales». No sé si es una buena formulación hablar del gran acuerdo de la transición recordando la correlación de fuerzas entonces existentes y el miedo al sable y a los tanques que todas teníamos instalado en el cuerpo, incluso en el alma, pero no es correcto afirmar que la transición política aseguró la igualdad de oportunidades (de eso, nada de nada o nada de casi nada) ni incluso una mínima prosperdad para sectores de las mayorías sociales que vivieron siempre alejadas de cualquier atisbo de prosperidad. El paro, los bajos salarios, el desencanto, la derrota otánica, la contrarrevolución de los valores fueron monedas corrientes.

La gestión de la crisis, prosigue PI, «a través de recortes sociales (que han provocado que aumente la desigualdad amenazando los derechos humanos), la corrupción convertida en forma de gobernanza, las interferencias políticas en la justicia y los enormes déficits democráticos derivados tanto del inmovilismo de las élites como de un sistema electoral con circunscripciones anacrónicas y límites absurdos a la participación ciudadana, requieren de cambios constitucionales de calado». A ello se une, en su opinión, «la insatisfacción generalizada con un modelo territorial que tal vez sirvió para salir del paso hace 35 años, pero que también se ha quedado obsoleto». El crecimiento sin precedentes del independentismo en Cataluña es, en gran medida, esta es su creencia, «una respuesta a la cerrazón inmovilista de quienes no entendieron que España es un país plurinacional que requiere de encajes territoriales nuevos que se basen en la libre voluntad de las gentes y pueblos de nuestro país».

Pues es asi y no es así. Es en parte eso, estimulado por las fuerzas del nacionalismo secesionista catalán, conservador o no, pero es también fruto del diseño planificado y abonado durante estos 35 últimos años (por no hablar de épocas anteriores) que han intentado y obrado para alejar y separar a pueblos y ciudadanas exagerando, tergiversando, manipulando cualquier pequeña diferencia, cualquier acontecimiento. Si el tren de rodalías se retrasaba un día 15 minutos, la culpa era de Madrid. Si habia recortes en sanidad, inidem. Si la corrupción se extendía por el sistema sanitario, lo mismo exactamente. Los españoles, recuérdese, es doña Carme Forcadell quien ha hablado, están esclavizando a los catalanes.

El movimiento 15-M, afirma PI, inició una nueva Transición creando una nueva gramática política que sentó las bases para el cambio. «Esa fuerza del cambio que despertó en las plazas fue despreciada inicialmente por las élites políticas que no supieron ver que el magma que se había asentado en el subsuelo de nuestra sociedad era más intenso si cabe que la voluntad de cambio de los españoles en el tardofranquismo». Aunque no se expresara con los mismos códigos ni en las mismas frecuencias ideológicas, «el lenguaje del 15-M que impregnó la vida española encarnaba lo mejor de las tradiciones democráticas y de luchas sociales en España». En aquel imponente movimiento que cambió nuestro país, señala PI, «renacían las aspiraciones de prosperidad, libertad y justicia social que tantas veces se expresaron en nuestro país en los últimos 150 años». No sé si la palabra es prosperidad (en ningún caso, si es alocada), pero por ahí fueron los tiros con el 15M y con las mareas ciudadanas y obreras que irrumpieron en muchos puntos de nuestra geografía. Podemos, afirma su secretario general, «ha sido la expresión (que no la representación) político-electoral más obvia de aquel magma de cambio, pero el mismo ha afectado a todos los actores políticos que han tratado, con mayor o menor éxito, de vestir las nuevas ropas de la regeneración». Si todos incluye a IU, que creo que sí, la afirmación es un pelín injusta. Lo que representa Alberto Garzón en estos momentos es tan 15M como lo que puede representar PI con Podemos.

En todo caso, la afirmación es importante, Podemos, en opinión de PI, como expresión (importante pero no única) «de esos anhelos y del protagonismo ciudadano y de la sociedad civil, no bastaba para el cambio». Era necesario, es PI quien afirma, «construir una fuerza política plurinacional con capacidad para aliarse en pie de igualdad con otras fuerzas políticas y otros sectores que representan la pluralidad consustancial a un país como el nuestro». ¿Con otras fuerzas políticas que representan la pluralidad consustancial? Entonces, ¿por qué la negativa a aliarse con Izquierda Unida cuando, en cambio, Podemos se alía con Compromís en el País Valencià por poner un solo ejemplo? Misterios de la teoría, desplazamientos en la práctica.

Viene aquí la aclaración. «El llamamiento del día 6, al expresar la idea de fraternidad en términos políticos y electorales, es por ello histórico». Deesconozco el llamamiento. Habría que remontarse a la transición, afirma PI, «para recordar un momento de encuentro semejante». Su candidatura, afirma, «no solo puede ganar las elecciones sino que puede ser también la superación del inmovilismo que amenaza con perpetuar el clima de sordera y enfrentamiento». Sea así, si a él le parece. ¡Ojala! En todo caso, para obrar y recordar con justicia, no es Podemos la primera fuerza política que ha hablado de una reforma sustantiva de la Constitución ni tan siquiera de un nuevo proceso constituyente de nuestro demos común (sus aliados en Cataluña por cierto no apuestan por ese demos común: su demos es estrictamente «el pueblo catalán», esto es, según su punto de vista, la actual ciudadanía de la comunidad de Cataluña, no más).

Dentro de poco se abre una legislatura sin mayorías absolutas, afirma Pi, «en la que asumimos que tendremos que dialogar también con nuestros adversarios políticos para concretar constitucionalmente los acuerdos para un nuevo compromiso histórico». Los ejes de ese nuevo compromiso que propusieron el pasado 6 de diciembre PI cree «que son la expresión de una voluntad constituyente que ya existe en España». Sus propuestas.

En primer lugar: «democracia real representativa, igualitaria y participativa. Hace falta reformar el sistema electoral y garantizar la posibilidad de que, en caso de incumplimiento flagrante del programa, el presidente del Gobierno se someta a la evaluación de los ciudadanos a mitad de mandato». De acuerdo. Pero ¿qué refgorma del sistema electoral? ¿Cómo conseguir, como garantizar esa posibilidad a la que se hace referencia?

En segundo lugar: «justicia independiente. Hay que despolitizar el Tribunal Constitucional y garantizar de esa manera la participación ciudadana en la elección de los órganos de gobierno de los jueces». No sólo hay que despolizar el Tribunal Constitucional, eso es una concesión innecesaria al secesionismo catalán que politiza todos los tribunales que tiene a su alcance.

En tercer lugar: «garantías constitucionales contra la corrupción. La Constitución debe prohibir las puertas giratorias entre los Consejos de Ministros y los consejos de administración de empresas estratégicas». Tema importante sin duda. ¿Cómo puede la Constitución prohibir esas puertas? ¿Con qué criterios?

En cuarto lugar: «blindaje constitucional de los derechos sociales y medioambientales que deben tener el mismo reconocimiento que los derechos civiles y políticos». Aunque en parte ya existen, la propuesta, no original (Anguita lo ha repetido por activa y pasiva) merece una matrícula de honor.

Y por último, señala PI, «reconocimiento de la plurinacionalidad de nuestro país y del derecho a decidir». Derecho a decidir es otra concesión al secesionismo catalán: no existe prácticamente en ningún país del mundo. El referéndum, añade PI, «es una fórmula democrática adecuada para que las catalanas y catalanes decidan su encaje en España». ¿En qué términos, con qué preguntas, en qué condiciones democráticas de explicación? ¿Con una TV3 en manos del nacionalismo catalán que manipula permanentemente, día y noche, las consciencia de millones de personas, desde los informativos, hasta los programas infantiles pasando por las informaciones metereológicas?

Las próximas elecciones del 20 de diciembre no son una cita electoral más; sostiene PI, «son un momento crucial de la nueva Transición que vive nuestro país». El momento histórico que estamos viviendo requiere «de un nuevo compromiso que esté a la altura del esfuerzo de las generaciones anteriores y que haga a las gentes y pueblos de España protagonistas del futuro». Que sea así, pero que ese nuevo compromiso tenga luz, taquígrafos, coraje y perspectiva popular. No como el otro supuesto compromiso de aquella otra transición.

Por cierto, ¿por qué PI no hizo ninguna referencia al veto a Alberto Garzón en el debate del pasado lunes en La Sexta y otros medios? ¿No hubiera debido hacerlo? ¿Y por qué no? ¿No se trata de unir fuerzas por una transición popular y democrática?

Nota:

[1] El País, 9 de diciembre de 2015, p. 13.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.