Confieso que en las últimas semanas he pasado especial trabajo para tratar de interpretar correctamente los movimientos que se producen en torno al conflicto que envuelve la región y que toma como centro la guerra, que como objetivo central trata de liquidar el gobierno que preside Bashar al Asaad en Damasco. Mucho me he acordado […]
Confieso que en las últimas semanas he pasado especial trabajo para tratar de interpretar correctamente los movimientos que se producen en torno al conflicto que envuelve la región y que toma como centro la guerra, que como objetivo central trata de liquidar el gobierno que preside Bashar al Asaad en Damasco.
Mucho me he acordado de algo que escribió el apóstol de la independencia cubana, José Martí, cuando en 1889 reportaba como periodista para el periódico La Nación, de Buenos Aires, lo que ocurría en la Conferencia Panamericana en Washington. Entonces allí, el naciente imperio estadounidense, en plena expansión, trataba de perfeccionar los mecanismos de dominación económica, financiera y comercial, sobre el resto del continente, presionando por diferentes medios, para crear una «unión monetaria». Martí entonces escribió: «en política, lo real es lo que no se ve» y en su previsión de los hechos afirmaba que lo que realmente se pretendía bajo la supuesta unión, era «dividir para reinar».
Tengo la impresión que después del reciente forcejeo ruso, las cosas se han movido y cambios importantes se perciben en el Medio Oriente. Esto ocurre a partir de la firme decisión de Moscú de defender a Siria, cuando Putin publicó, lo que para mí fue una histórica carta dirigida al pueblo estadounidense, alertándolos de las graves consecuencias que podría traer la decisión tomada por Obama de atacar a Siria, utilizando el falso pretexto de que Damasco había traspasado la línea roja utilizando armas químicas, lo cual todo hacía indicar era una provocación montada por mercenarios y terroristas jihadistas con apoyo saudita.
Es evidente que permanece en la política estadounidense la decisión de cambiar al gobierno de Damasco y en esto coinciden con otros miembros de la OTAN, especialmente con Turquía, país que por tener una larga frontera con el agredido, han venido utilizando ampliamente. Sin embargo, el gobierno turco también tiene intereses particulares que no necesariamente tienen coincidencia con los planes de Washington. El partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), es religioso y aunque no lo proclame como tal, viene a ser como la Hermandad Musulmana turca y esto condiciona en cierta medida su actuación. Antes de la guerra ya venían trabajando para estimular y crear en Siria un partido sunnita y estaban arriesgando mucho, incluso sus importantes relaciones con Rusia e Irán, sus principales suministradores de energía y grandes socios comerciales. Las aspiraciones eran ¿o todavía son?, aplicando el pensamiento neo otomanista, tomar a Siria como país subordinado o como protectorado. En esto influye especialmente el interés por dominar las futuras rutas de importantes gasoductos y oleoductos, y los nuevos yacimientos descubiertos en los mares adyacentes, interés que está en la base profunda de esta guerra. En ello reside, en parte, lo que decía Martí: «lo real está en lo que no se ve».
No solo Turquía se sintió casi abandonada ante la decisión de Washington, al menos por el momento, de no lanzar la guerra abierta contra Siria. También Arabia Saudita y Catar, financieros decisivos de la guerra sucia contra Damasco, asumieron el hecho casi como una traición, pues a partir del desalojo de los mercenarios y jihadistas de la ciudad de Al Qusair, sobre la frontera libanesa y puerta de entrada para hombres y pertrechos militares, que supuestamente crearían en las cercanas ciudades de Homs y Hama, la capital de la «oposición siria», quedó demostrado que sin una fuerte campaña aérea de la OTAN, como ocurrió en Libia, sería imposible derrotar las fuerzas del gobierno sirio.
Desde entonces se ha producido un viraje en el teatro de operaciones militares y el ejército sirio y las milicias populares que lo apoyan han venido recuperando terreno sin cesar e incluso el gobierno parece haber ganado más apoyo. Las organizaciones que se le enfrentan, aparecen cada vez más divididas e incluso luchan entre sí.
Por otra parte, en Washington y en capitales europeas, se asustaron, ante el auge que venían tomando las milicias afiliadas a Al Qaeda y de tendencias similares, integradas por mercenarios que según se ha afirmado ya habrían llegado desde más de cincuenta países. La posibilidad de que las acciones militares de EEUU y la OTAN le facilitaran a estas hordas de terroristas fanáticos la llegada al poder en Damasco, y crearan allí un califato preocupaba también a Israel. La crueldad de estos extremistas había llegado al punto de difundir ellos mismos, como muestra de «su meritoria fe», videos donde aparecían decapitando a sangre fría a sus prisioneros, que no eran necesariamente combatientes enemigos, sino simplemente miembros de una secta diferente, aunque también fueran islámicos. Para presenciar el terrible espectáculo, alineaban en primera fila, a los niños de la aldea.
En el Congreso comenzaron a levantarse voces acusando a Obama de apoyar el mismo terrorismo que había atacado a Estados Unidos y este no ha tenido otra alternativa que mostrar su preocupación y comenzar a dar pasos, al menos para aparentar que actúa para corregirlo. Por ello envió en recorrido urgente por la zona a su Secretario de Estado, John Kerry, quien a pesar de declarar en Riad que las relaciones se mantenían normalmente, no pudo evitar que trascendiera el evidente malestar saudita, quienes también han visto con profunda preocupación los iniciales contactos establecidos por Washington con Teherán. Sin embargo, estas relaciones tienen profundas raíces, pues aunque los de la Casa de Saud conocen que dependen para su defensa exterior de la protección yanqui, también están conscientes de que su dinero y su petróleo son vitales para el funcionamiento del complejo militar industrial, que se mantiene en buena parte gracias a las enormes compras que regularmente le hacen. Existe un acuerdo normando esto desde los primeros años de la década del cuarenta del siglo pasado.
Los intereses estratégicos que cimentan estos vínculos, son los que hicieron que el gobierno estadounidense casi no mencionara que 16 de los 19 terroristas que atacaron los edificios de las Torres Gemelas y el Pentágono, eran sauditas. Si hubieran sido iraníes, muy probablemente habrían hecho desaparecer el país persa bajo un bombardeo atómico.
El golpe militar en Egipto es otro hecho que ha movido el escenario medioriental. El gobierno turco no ocultó su decepción y enorme disgusto, pues la Hermandad Musulmana instalada allí, la consideraba como parte de una alianza que presidida por Ankara, incluiría también al gobierno islámico de Túnez y a la cual pretendían incorporar a una Libia estabilizada; a Hamas como fuerza política predominante en Palestina; y a un gobierno sunita moderado que debía tomar el poder en Damasco. Posiblemente Catar estaría también en este grupo.
Ellos constituirían un polo de poder regional para establecer un balance con otros dos contendientes: Irán y Arabia Saudita.
Pero sobre esto y otras cosas «reales pero que no se ven», continuaremos escribiendo en próximos artículos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.