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Océano Austral, «Sostenibilidad, compromiso ético»

Fuentes: Ecoportal.net

La Sostenibiliad es un compromiso ético relacionada con el modo de vida y es un conjunto de pautas fundamentales y de procedimientos sobre la gestión de nuestras actividades en la biósfera. Aún queda mucho camino hasta lograr que la explotación de los recursos pesqueros sea sostenible y respetuosa con el medio ambiente como se propugna […]

La Sostenibiliad es un compromiso ético relacionada con el modo de vida y es un conjunto de pautas fundamentales y de procedimientos sobre la gestión de nuestras actividades en la biósfera. Aún queda mucho camino hasta lograr que la explotación de los recursos pesqueros sea sostenible y respetuosa con el medio ambiente como se propugna en muchos acuerdos internacionales y regionales.

El Océano Austral fue identificado y bautizado por el capitán Janes Cook en la década de 1760 y su descubrimiento precedió al de la Antártida. Este océano abarca alrededor del 15 por ciento de la superficie océanica mundial y tiene un área de 28 millones de kilómetros cuadrados. Comprende tres océanos principales: el Pacífico, el Atlántico y el Indico.

El Océano Austral es generalmente una región de baja productividad biológica. Sin embargo, las concentraciones de alta productividad se relacionan con la presencia de hielo marino que rodea la Antártida durante gran parte del año. Además la riqueza y diversidad de la fauna bentónica (animales que viven en el fondo oceánico) es comparable a la de regiones tropicales, con un número de formas longevas y de crecimiento lento presentes en el Océano Austral. Los principales recursos naturales vivos son ballenas, focas, aves, peces, krill y calamares. La utilización de estos recursos se remonta a dos siglos atrás y se ha caracterizado por una progresiva sobreexplotación.

Cuando el capitán Cook cruzo el Círculo Atlántico y descubrió Georgia del Sur entre 1772 y 1775, anuncio la presencia de abundantes colonias de focas en sus playas. Su descubrimiento marca el inicio de la explotación de especies marinas en el Océano Austral y los primeros registros de caza de focas datan de 1786. Posteriormente, se desarrollo una importante industria pesquera comercial en las islas subantárticas y se inició la caza de ballenas francas (Eubalaena australis). El resultado de esta explotación fue la reducción de la población de focas y ballenas a niveles muy bajos en pocas décadas.

La explotación continuó en el siglo XIX cuando los cazadores descubrieron grandes poblaciones de focas en la islas Shetland del Sur en 1819/20. Alrededor de 1825, la mayoría de las poblaciones de focas antárticas y subantárticas se encontraban prácticamente en extinción. En el siglo XIX también se cazaron elefantes marinos meridionales (Miroung leonina), ballenas francas y algunos pingüinos subantárticos.

En el siglo XX, empezó la caza de ballenas de las siete especies y subespecies de ballenas con barbas (rocuales) y de cachalotes (Physeter macrocephalus). La pesca de peces y krill empezó a finales de la década de 1960. Sin embargo, la expansión de la pesca de krill amenazó el ecosistema marino y esta pesca fue la primera que caracterizó la naturaleza de futuras explotaciones de especies marinas.

La explotación de peces de aleta se remonta a los inicios de la caza de ballenas basadas en tierra firme en Georgia del Sur. La explotación más importante empezó en 1969, cuando las operaciones pesqueras soviéticas y del bloque oriental se expandieron y fueron a la captura de la trama jaspeada que vive en el fondo marino (Notohenia rossi) y del draco rayado que habita aguas más profundas (Champsocephalus gunari) en el Atlántico Sur, concretamente alrededor de Georgia del Sur y las islas Kerguelen. Dos años después de 1969, la trama jaspeada prácticamente se había agotado en Georgia del Sur y a finales de 1980 esta especie desapareció del Océano Austral.

Se calcula que la reducción de la cantidad de peces refleja principalmente impactos de la explotación a gran escala y, de las 270 especies conocidas en el Océano Austral 12 especies están siendo o han sido objeto de explotación comercial. A finales de la década de 1970, muchas poblaciones de peces fueron sobreexplotadas y fue imposible continuar su captura. Al igual que otros ecosistemas mundiales, el Océano Austral es frágil y vulnerable a la explotación humana.

Hoy en día, las zonas pesqueras más importante del Océano Austral se sitúan en el Arco de Escocia, en las islas Crozet y Kerguelen. Actualmente se pescan dos especies principales: la merluza negra (Dissostichus eleginoides) y el draco rayado (Champsocephalus gunari). Debido a la gran demanda de la merluza negra, se ha desarrollado la pesca ilegal, no declarada y no regulada (INDNR) de está especie.

El hombre está haciendo en el mar ahora, lo que hicieron sus antepasados hace 10.000 o 20.000 años cuando cazaron los mamuts hasta su extinción. Las pesquerías capturan los peces más grandes y más longevos y cuando ya no quedan más, van por los siguientes en tamaño?, estamos induciendo una transición de un ecosistema marino dominado por peces grandes a una sopa de organismos pequeños.

La situación actual del bacalao de profundidad o merluza negra (Dissostichus eleginoides), que es una especie protegida por la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marino de la Antártica (CCRVMA), y sus perspectivas comerciales a escala mundial han despertado un gran interés en las instituciones internacionales y en el público informado en general, como consecuencia de la tendencia al incremento del esfuerzo pesquero y al decrecimiento de sus poblaciones. Esto sucede en un contexto de escasa información disponible y de vacíos en el conocimiento de su biología, volúmenes de captura y circuitos comerciales.

La merluza negra tiene varios nombres comunes, tales como: «róbalo de profundidad», «bacalao de profundidad», «mero chileno del sur», «bacalao austral», «chilean sea bass», «róbalo austral», «austromerluza negra», «patagonian tothfish», «légine australe», «patagonsky klykach», tiene una amplia distribución en el hemisferio sur entre las islas y bancos, que incluye los océanos Atlántico, Pacífico e Indico, y el norte de la Convergencia Antártica. La especie presenta una distribución diferencial por tamaño en función de la profundidad. Los stocks en el área correspondiente al Atlántico Suroccidental y Pacífico Suroriental presentan bajas densidades naturales.

Este pescado es una especie longeva y de crecimiento lento. De cuerpo fusiforme, más bien alargado, es uno de los mayores de la aguas subantárticas (conjuntamente con la «merluza antártica» Dissostichus mawsoni). Es de color gris marrón con manchas más oscuras. La primera madurez sexual ocurre entre los 6 y 9 años de edad, cuando alcanza una longitud entre 90 y 100 cm. Se considera que la merluza negra vive 40 años como mínimo, aunque otros expertos sugieren que puede vivir de 70 a 80 años. La talla máxima registrada en el Océano Atlántico ha sido de 215 cm. Con respecto a la alimentación es carnívoro, mixta y presenta además hábitos caníbales. La especie es demersal bentónica, pero también suele ser pelágica en determinados periodos (durante los primeros estadios de vida). Habita entre los 70 y 1.500 metros de profundidad, alcanzando hasta los 2.500 metros en los cañones submarinos. La temperatura de las aguas es superior a 2 grados centígrados y carece de anticongelante, aunque dispone de otras técnicas de adaptación para conseguir una flotación neutra, como por ejemplo huesos altamente mineralizados y abundantes lípidos en la carne. La biología reproductiva del bacalao de profundidad presenta un patrón característico que consiste en una prolongada gametogénesis, un desove anual y de corta duración en el invierno, poca fecundidad y huevos vitelados relativamente grandes. Los huevos y larvas de la merluza negra son pelágicos, nadan libremente y flotan cerca de la superficie del mar alrededor de los 500 metros. Cuando los huevos se han incubado después de unos tres meses, las larvas se alimentan de krill y se convierten gradualmente en peces.

Se conoce muy poco la historia, la estructura de la edad de la población y otras medidas necesarias para la gestión sostenible de la merluza negra en base a certeza científica. Por ejemplo, los círculos de crecimiento de los otolitos son difíciles de especificar cuando los miembros de la especie son jóvenes.

Los cardúmenes de merluza negra son usualmente depredados por cachalotes, orcas y otros mamíferos de nado profundo. Los estudios sobre biomasa han indicado que la especie presenta relativamente bajas densidades naturales. Estos factores hacen que la especie sea especialmente susceptible a la sobrepesca.

La pesca ilegal no declarada y no reglamentada (INDNR) de la merluza negra comenzó a mediados de los 85 con la explotación comercial y a mediados de 1997 ya se habían extraído 3,2 millones de toneladas de este preciado recurso, poniéndolo en peligro y obligando a la (Comisión para la Conservación de Recursos Vivientes Marinos del Antártico (CCRVMA) a dictar medidas que protegieran el recurso de la depredación y de la pesca ilegal.

Hoy se está pescando mas de 100.000 toneladas al año, y de continuar con este ritmo los stocks de esta especie podrá alcanzar niveles tan bajos que impidan su recuperación. Se cree que las capturas ilegales en el océano Austral generan ingresos anuales por más de 500 millones de dólares australianos, que benefician a los capitales, generalmente de origen español y asiático, que se esconden detrás de una compleja trama de intermediarios. Según la CCRMVA-2002 en la temporada 1996/97, se calculó que la capturas de pesca ilegal y no regulada superaron a las de la pesca regulada en un factor de cinco o más.

La merluza negra es altamente cotizada en restaurantes y cadenas de alimentación en Estados Unidos, Asía y la Unión Europea, donde alcanza altos precios gracias a la calidad de su carne blanca y sus cualidades culinarias, por lo tanto sus capturas son rentables aun con bajos rendimientos de captura. En los principales mercados, se han pagado precios de 10 dólares americanos el kilogramo por el pescado descabezado, destripado y descolado, y se vende al detalle a más de 35 dólares el kilogramo.

La baja fecundidad de la merluza negra, su largo período de vida, su tardía madurez sexual y su preferencia por hábitats terrestres cercanos, se combinan para que esta especie sea vulnerable a la sobrepesca. Hasta fines de la década de 1980, la pesca de la merluza negra se llevaba a cabo mediante redes de arrastre de fondo. Estas redes capturaban indiscriminadamente especies no comerciales o accidentales. El arrastre también ocasionaba un impacto medio ambiental al raer y surcar el fondo marino, causando el levantamiento de los sedimentos y la destrucción del bentos.

Hoy día la pesquería de merluza negra emplea tres tipos de artes de palangre, esta es una técnica eficaz, no es ampliamente selectiva y supone una de las mayores amenazas para las aves marinas y las especies marinas no comerciales. Cada anzuelo del palangre supone un riesgo de captura accidental y se calcula que cada año se coloca un total de entre uno y 60 millones de anzuelos en los palangres. Se estima que las capturas incidentales de aves marinas ocasionadas por la pesca ilegal en el área de la CCRMVA se sitúa entre 278.400 y 700.200 aves.

Fundamentalmente varias especies de albatros que se encuentran en peligro de extinción y petreles, mueren enganchados en las artes de pesca (palangres de profundidad) utilizados por las pesquerías. Los barcos que pescan ilegalmente en aguas internacionales no toman ninguna medida de prevención para mitigar la mortalidad de aves y la interacción con mamíferos, como por ejemplo la utilización de la línea espanta pájaros, el vertido de desechos por la borda contraria a la de izado, etc, lo que genera mayor probabilidades de mortalidad de aves e interacciones con mamíferos marinos.

La crisis que sufren las pesquerías tradicionales en muchas regiones del mundo y el buen precio de Dissostichus eleginoides, han llevado a que los buques se dirijan a la pesca de esta especie, aumentando sensiblemente el esfuerzo pesquero sobre la misma. En el Atlántico Suroccidental, los congeladores arrastreros capturan fundamentalmente juveniles de bacalao de profundidad, con los impactos negativos sobre sus poblaciones.

La pesca de la merluza negra se caracteriza por su incertidumbre. El estado de está especie no se puede determinar con precisión. Además, las cifras comerciales no son concluyentes puesto que la cantidad de capturas ilegales, no declaradas y no reguladas (INDNR) son difíciles de verificar.

Las inversiones en flotas (capital stuffing) son marcadas, lo que se traduce en un exceso del esfuerzo pesquero. El rápido crecimiento y expansión geográfica de la flota dirigida al bacalao de profundidad en los últimos diez años, estimulado por el elevado precio de sus productos en los mercados internacionales, no ha sido acompañado por un crecimiento similar de su conocimiento que permita un ordenamiento dentro de un contexto de uso responsable y sostenible.

Las zonas grises que presenta la regulación internacional de la pesca han permitido la proliferación de ciertas actividades pesqueras que por su impacto negativo en la gestión y conservación de los recursos marinos vivos reclaman, cada vez más la atención de la Comunidad internacional y exigen la adopción de mecanismos jurídicos que facilite su control y erradicación. Estas prácticas de pesca, que no cumplen con las medidas de conservación y ordenación aplicables en alta mar y en las aguas jurisdiccionales de los Estados ribereños, llevados a cabo normalmente por buques con pabellón de conveniencia o matriculados en registros abiertos, son uno de los principales peligros a los que, actualmente se enfrenta la pesca mundial puesto que inciden directa y negativamente en la propia supervivencia y sostenibilidad de los recursos marinos vivos.

Para enfrentar esta situación, la organización responsable para las pesquerías en las mares del sur, la Comisión para la Conservación de Recursos Vivientes Marinos del Antártico (CCAMLR) desarrolló un esquema proactivo para la conservación de la merluza negra y el manejo sostenible de sus pesquerías. Las medidas que se implementaron bajo este régimen incluyen la total pesca permisible y un esquema de documentar la pesca para monitorear su comercialización.

La CCAMLR creo el Sistema de Documentación de Captura (SDC) del Dissostichus spp. Que tenía como propósito lo siguiente:

Controlar el comercio internacional del bacalao.
Identificar la procedencia de las importaciones o exportaciones de este recurso.
Determinar si la captura del bacalao se ha realizado de conformidad con las medidas de conservación de la CCAMLR.
Recopilar datos para la evaluación científica de la población del bacalao.

 

Este documento particular debe acompañar cada exportación de bacalao, cualquiera sea su presentación y solo debe ser otorgado por los estados miembros de la CCAMLR a las embarcaciones autorizadas que practiquen su pesquería dentro del ordenamiento pesquero que cada país miembro de la convención ha impuesto a la pesquería del recurso en función con las normas de CCAMLR. Si este documento no acompaña la exportación, las aduanas de cada país importador pueden decomisar la carga y disponer de ella, para permitir de esta manera su conservación y que la pesquería sea responsable.

El problema surge con las pesquerías Piratas que se dedican a la pesca ilegal, no reglamentada y no reportada, que no cumplen con las reglas del CCAMLR. El colapso de esta especie en Sudáfrica se llevo a cabo en 3 años por la pesca pirata. Lo mismo podría ocurrir en aguas australianas. Hay diferentes parámetros (Captura por Unidad de Esfuerzo, biomasa, rendimiento de los buques) que indica un declive de la abundancia de bacalao de profundidad en partes importantes de su área de distribución, tanto en el Atlántico Suroccidental como en el Pacífico Suroriental. Dadas sus características biológicas y su hábitat, la especie alcanza fácilmente una situación de vulnerabilidad frente al esfuerzo pesquero, sobre todo si la pesca legal se le une la ilegal, no declarada y no reglamentada.

Se debe admitir que la pesca ilegal produce:

·Socava los esfuerzos de conservación y ordenación pesquera en todos los tipos de pesca y actúa en particular, en detrimento de las medidas de ordenación y conservación pesquera de las Organizaciones Regionales de Pesca.
·Perjudican gravemente al sector pesquero cuyas actividades se desarrollan bajo el marco jurídico y económico de una administración responsable preocupada por un desarrollo sostenible y equilibrado entre la seguridad alimentaria y la protección del medio ambiente.
·Originan, por ello, situaciones de competencia desleal en los mercados internacionales, al coexistir en éstos quiénes tienen que soportar unos costes de explotación mayores por sujetarse a las normas de conservación y gestión, y aquellos otros, que no los deben aguantar puesto que actúan al margen de éstas normas; y
·Poner en riesgo la seguridad marítima al producir en un marco no regulado, donde no se ofrecen garantías laborales ni de seguridad a los tripulantes a bordo de buques pesqueros que eluden las normas mínimas laborales y de seguridad de la vida humana en el mar.

 

De acuerdo con la evaluación del Consejo Internacional para la Exploración del Mar (CIEM), las cantidades de peces demersales maduros en el mar han disminuido considerablemente en muchos casos durante los últimos veinticinco años. Por término medio eran un 90 por ciento mayores a principios de la década de los setenta que a finales de los noventa. El descenso general de los desembarques es de una magnitud similar. Algunas poblaciones, como las de bacalao, han experimentado una reducción aún más drástica de los peces maduros.

De forma general, tiende a aumentar la proporción de las poblaciones de peces que se captura cada año (incremento de la tasa de mortalidad por pesca), lo cual se ha traducido en la reducción de las cantidades de peces maduros. En los últimos años, la cantidad de peces maduros de muchas poblaciones se ha mantenido por debajo de los niveles mínimos necesarios para que las probabilidades de sostenibilidad sean elevadas (niveles cautelares de biomasa de las poblaciones) o muy próxima a tales niveles; históricamente, sin embargo, tendían a estar por encima. De igual modo, muchas poblaciones han estado sometidas a unas tasas de mortalidad por pesca superiores a los niveles cautelares, si bien históricamente esas tasas eran inferiores a los citados niveles.

Desde un punto de vista biológico, la sostenibilidad de numerosas poblaciones estará amenazada si se mantienen los niveles actuales de explotación y, por ahora, este riesgo es máximo en el caso de las poblaciones de peces demersales con un elevado valor comercial. Además es especialmente difícil proteger en la práctica a los juveniles pequeños. La situación se ha deteriorado de tal modo que los peces de mayor tamaño escasean y los beneficios económicos de la pesca dependen de la captura de peces pequeños, aun cuando estén sometidos a medidas protectoras.

Un análisis detallado de los datos de capturas recopilado por la FAO revela que a lo largo del tiempo, se ha producido un cambio paulatino en las principales especies capturadas de grandes peces predadores a especies más pequeñas y que se alimentan de plancton. Estas especies son, a su vez, las presas de los grandes peces predadores, como el atún o el pez espada que se sitúan en el nivel superior de la red trófica.

Las especies con un nivel trófico intermedio suelen ser de tamaño medio y se alimentan de presas menores. Y los peces situados en el extremo inferior de la red trófica se alimentan de plancton, como las algas unicelulares o minúsculos crustáceos. ¿Cuál es el problema? Al aumentar el volumen de capturas de peces con un nivel trófico más bajo, las especies de los niveles superiores se quedan sin alimento necesario para su reproducción y el mantenimiento de sus poblaciones.
Debido a la falta de conocimiento sobre las relaciones tróficas entre las distintas especies, existe preocupación de que las dimensiones que está alcanzando la pesca mundial puedan alterar gravemente el equilibrio ecológico de los mares, logrando a lo largo de millones de años de evolución, y que la tendencias a pescar cada vez más especies situadas en los niveles bajos de la red trófica sea un indicio del posible colapso de otros caladeros futuros.

Traffic asegura que 11 naciones están involucradas en la pesca ilegal de la merluza negra. Hasta el 2001, la pesca ilegal no declarada y no reglamentada (INDNR) estaba dominada aparentemente por compañías pesqueras españolas que empleaban buques registrados a través de estados con bandera de convención.

Chile es el mayor productor del mundo de productos de bacalao de profundidad, con la mayoría de la captura extraída de sus aguas nacionales,. Alrededor del 80 por ciento de las capturas de bacalao de profundidad son exportadas al Japón y los Estados Unidos y equivalen a unos 90 millones de dólares por año.

Uruguay ha incrementado en forma significativa la captura de la especie en los últimos cinco años, de 163 toneladas en 1997 a 5.000 toneladas en el 2001. Casi toda esa captura proviene de alta mar en aguas adyacentes a las aguas nacionales uruguayas. De hecho la pesca ilegal continúa, ya como lo demostró el barco Viarsa I que se ha hecho de mañas para evadir normas, en un primer momento se dudo de la identidad de la embarcación porque el nombre de la nave había sido borrado con pintura, pero luego la misma tripulación del pesquero sacó la pintura que cubría la identificación del barco con lo cuál se develo el número y puerto de registro.

El Viarsa fue localizado por el patrullero Southern Supporter el jueves 7 de agosto del 2003, dentro de la zona de pesca australiana adyacente a las Islas Heard & McDonald, 4000 km al suroeste del continente australiano y luego de ser instado a informar acerca de sus acciones el pesquero se dio a la fuga.

Esto dio origen a una extensa cacería que se prolongo por más de 21 días, constituyendo todo un record para las persecuciones de barcos pesqueros ilegales en Australia.

Algunas organizaciones internacionales del medio ambiente, como la Unión Mundial por la Conservación de la Naturaleza (IUCN), señalan que la pesquerías de bacalao de profundidad pueden sufrir una extinción comercial en cinco años, si continúa el actual ritmo de explotación. Para otras como el National Environmental Trust (NET) con sede en Estados Unidos, esta trágica situación podría ocurrir incluso en el plazo de dos años.

Australia ha sido el país que ha realizado más esfuerzos conjuntos, entre el Estado, industria y organizaciones de medio ambiente, para detener la pesca ilegal, además de establecer acuerdos de cooperación con países como Francia y Sudáfrica para perseguir a las flotas ilegales. Además presentó el año pasado (12ª Conferencia de las Partes de C.I.T.E.S., Santiago-Chile) la propuesta de incluir al bacalao de profundidad en los listados de especies (Apéndice II, Prop.12.39) cuyo comercio esta obligatoriamente regulado por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre (CITES), esto habría funcionado si se hubiera aprobado como un poderoso mecanismo para defender la pesca y el comercio ilegal. Con esta posición, en la práctica, las flotas ilegales recibieron un mensaje que pueden continuar con su pillaje en el océano austral. Durante los patrullajes realizados en el 2002, Australia apreso y retuvo a más de 100 naves sorprendidas pescando ilegalmente bacalao de profundidad en sus aguas territoriales.

A pesar de todos los esfuerzos desplegados por algunos países y por las declaraciones de buena voluntad de otros, todavía existen algunos que, no obstante ser partes plenas del sistema de CCRVMA, llevan a cabo acciones que dan soporte a las operaciones de pesca ilegal. A modo de ejemplo, a pesar que el gobierno Sudafricano lleva a cabo estrictos controles de desembarco en sus puertos, Durban todavía presta servicios de abastecimiento de tripulaciones, víveres, carnada y combustible, además de permitir la reparación de naves con historial de operaciones ilegales. Port Luis en Islas Mauricio continua siendo un lugar de permanente desembarque de capturas ilegales y embarque de tripulaciones. En Sudamérica, los puertos de Punta Arena en Chile y Montevideo en Uruguay, igualmente prestan diversos servicios y abastecen con distintos productos a embarcaciones pesqueras de dudosa reputación.

En ISOFISH (1999) se menciona que los puertos del Uruguay (Montevideo), ha constituido un eslabón importante en los circuitos de la pesca ilegal en el Atlántico Suroccidental y en el área 48,3 de la CCRVMA. Uruguay es miembro de la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA). Las autoridades uruguayas han aceptado rutinariamente, los desembarques y transbordos en puertos provenientes de «alta mar» o de «aguas internacionales», sin documentación probatoria de origen.

En cuanto a la pesca, la embarcación de bandera uruguaya Arvisa I, antes llamada Camouco, tiene un historial notable de actividades piratas. Fue descubierta pescando ilegalmente en aguas francesas subantárticas de las Islas Crozert, (1999). También fue vista en el 01.2002 cerca de la costa antártica, en aguas adyacentes a territorio, demandado como Australiano Antártico, con su palangre extendido. Se conoce que poco después, descargó merluza negra en Maputo (Mozambique) con un Sistema de Documentación de Captura (CDS) emitido por el Uruguay. El personal de la oficina de Traffic Sudáfrica ha recopilado está información e incluso ha sido testigo de la presencia de buques de bandera uruguaya desembarcando en puertos africanos. La Dorita fue visto y fotografiado en la misma área que el Arvisa I. Ésta contaba con un Sistema de Documentación de Captura de Dissostichus spp emitido por el Uruguay, y trasbordo 199.460 kilos el 17 de febrero del 2002 en Mombasa (Kenya) a las embarcaciones Ashtol y Caribbean Challenger con destino a Singapur.

En la actualidad existen deficiencias administrativas y de controles que facilitan la actividad de la piratería, estas son:

– Deficiencia en el uso del sistema de seguimientos de barcos por satélite.
– Deficiencia respecto a la participación de observadores a bordo en la flota dirigida al bacalao de profundidad.
– Deficiencias en las inspecciones de desembarque.
– Transbordos clandestinos en aguas internacionales.
– Pesca no autorizada por parte de los países en aguas de la CCRVMA.
– Ineficacia en el esquema de la aplicación de las sanciones.
– Declaración de bacalao de profundidad bajo el nombre de otra especie.
– Casos de pesca ilegal (furtiva) por buques de otras banderas.
– Irregularidades en relación con los permisos de pesca.
– Sobre la eficacia de los controles de los CDS, cuya aplicación ha permitido detectar la existencia de permisos adulterados.
– Subdeclaración de las capturas.
– Desembarco ilegal de ejemplares juveniles de bacalao de profundidad.

 

Toda actividad pesquera tiene una incidencia en el ecosistema, aunque a menudo se desconoce su gravedad y el tiempo necesario para invertir sus efectos. Cada vez es mayor la preocupación por la degradación de los hábitat causada por las actividades pesqueras. La retirada de ejemplares de sus poblaciones naturales también pueden tener consecuencias sobre la biodiversidad o sobre el funcionamiento efectivo de los ecosistemas, con independencia de que las retiradas alcancen una dimensión tal que las especies se vean amenazadas de extinción o desaparición de una determinada zona. Es preciso encontrar un equilibrio aceptable entre los intereses me-dioambientales y pesqueros.

Por un lado, la propia naturaleza de la pesca hace que, para mantener la mortalidad de las especies sin interés comercial dentro de unos límites tolerables, sea conveniente restringir algunas formas de pesca. Por otro lado, la sostenibilidad del sector pesquero depende del buen funcionamiento del ecosistema y de sus especies. Sin embargo, la sobreexplotación salvaje a la que las flotas- entre ellas las europeas capitaneadas por la española-, están sometiendo a los stocks pesqueros a una situación que provocarán la extinción comercial de muchas especies.

Actualmente con las subvenciones en Europa se mantienen en actividad las flotas inaceptablemente desproporcionadas a los recursos de que se dispone. Los peces se extinguen, hay demasiado esfuerzo pesquero para los pocos pescados disponibles, no se puede hablar de medidas para la sostenibilidad en el sector pesquero si no es posible seguir con el actual ritmo de explotación pesquera.

La sostenibilidad es un compromiso ético relacionado con el modo de vida y es un conjunto de pautas fundamentales y de procedimiento sobre la gestión de nuestras actividades en la biosfera. Se trata de integrar la ecología, la seguridad económica, el bienestar social, la participación y la responsabilidad. Su contexto histórico es bien conocido y deriva de inquietudes locales, regionales, nacionales e internacionales por asuntos como la deforestación, la desertización de mares y océanos, por la globalización, el racionalismo económico y la distribución de los recursos, y por la salud, el bienestar y el sentido de comunidad.

En concreto, ciertos principios de sostenibilidad han sido ratificados en convenios internacionales como Agenda 21 (Naciones Unidas, 1992) o en estrategias nacionales para el desarrollo sostenible, como las formalizadas en Australia en el Acuerdo intergubernamental sobre el Medioambiente de 1992. Estos principios son:

(1)Integración
(2)Participación Pública
(3)Equidad Intra E Intergeneracional
(4)Precaución
(5)Mejora Constante Y
(6)Mantenimiento De La Diversidad (Tanto Diversidad Cultural Como Biológica O Geológica).

 

Los principios de sostenibilidad han sido respaldados por un amplio compromiso de décadas con el modelo de desarrollo sostenible de «triple objetivo». Este modelo es el que analistas, políticos e intereses industriales y comunitarios han adoptado en términos retóricos, pero que han encontrado menos factible para su implementación en términos reales.

La conservación de los recursos marinos puede considerarse según valores intrínsecos e instrumentales. Estos ecosistemas tienen valor por y para si mismos, independientemente de su importancia social, medioambiental o económica para las personas. Pero el valor instrumental de los ecosistemas marinos es lo que suele impulsar la práctica de conservación y los asuntos de gobernabilidad en el caso del Océano Austral. Evidentemente en términos instrumentales, es importante asegurar el mantenimiento a largo plazo de los ecosistemas marinos para disfrutar la inspiración y riqueza. Sus estructuras y funciones deberían mantenerse lo más cerca posible de su estado imperturbado y no sufrir efectos irreversibles a raíz de un uso continuado ni efectos negativos que eviten la adaptación a presiones naturales.

En términos instrumentales, la sostenibilidad de los ecosistemas marinos implica emitir juicios acerca de la utilización de los recursos marinos y aceptar la noción de límite; sin embargo los valores de utilización no pueden basarse únicamente en conocimientos técnicos o ecológicos y es importante comprender los aspectos de oferta y demanda, producción y consumo, cómo estos sistemas presionan a individuos y grupos para que actúen sin respetar los límites o poniendo en peligro los ecosistemas.

Las implicaciones biofísicas, socioeconómicas y culturales de la utilización de los recursos y habitas del Océano Austral son importantes porque juntas definen el clima político en el que deben operar las estrategias de gestión del ecosistema / sistema humano. Por lo tanto, los procesos y los resultados de sostenibilidad dependen de decisiones de gestión y política que son adaptables y responden a la imprevisibilidad de los ecosistemas y las condiciones socioeconómicas. En consecuencia, la sostenibilidad de los ecosistemas marinos trata de consideraciones sociales, culturales y económicas así como de ecología, dinámica de población y conservación.

Los dilemas planteados por la conservación de la merluza negra y de los recursos del Océano Austral influyen en cada uno de los principios de sostenibilidad. Como mínimo, en mantenimiento de la especie y de la diversidad de su hábitat, requiere una integración vertical y horizontal de la política, el ejercicio de precaución y niveles elevados de cultura y conocimientos ecológicos. Este requisito no es abstracto, sino que afecta materialmente a políticos, burócratas y poder judicial, operaciones pesqueras comerciales e industrias relacionadas, ONG, comunidades pesqueras, científicos y consumidores. También exige participación pública en la toma de decisiones y varios niveles de gobierno y control, y a varias escalas espaciales.

De manera significativa, los océanos y los mares abiertos pertenecen al dominio público. Por consiguiente, el objetivo será pasar de la idea de propiedad que tienen las comunidades de interés estrechamente circunscritas por la soberanía o la asociación con el comercio, a la propiedad como responsabilidad, es decir, la idea de preocuparse por regiones que son propiedad común para el beneficio de la humanidad en su totalidad y para el beneficio de la naturaleza y los ecosistemas de los que dependen sus miembros.

La situación actual de las pesquerías mundiales- el 60 por ciento de las principales poblaciones comerciales supervisadas requieren sistemas mejorados o nuevos de ordenación- refleja la necesidad de un mecanismo acertado de gestión. El desafío que se presenta a los gobiernos es como ordenar las pesquerías en una forma que permita el aprovechamiento completo y sostenible de los recursos, junto con la eficiencia económica y una generalización de los beneficios sociales.

Los seres humanos deben reorientar la forma en que ven los ecosistemas, de manera que consideremos su sostenibilidad como esencial para la vida. La adopción de este «enfoque ecosistémico» implica que evaluemos nuestras decisiones sobre el uso de la pesca y los recursos en términos de cómo afecta éste la capacidad de los ecosistemas para mantener la vida, pero no solamente el bienestar humano sino también la salud y el potencial productivo de plantas, animales y sistemas naturales.

Mantener esta capacidad se convierte en nuestra «llave maestra» para el desarrollo nacional y humano, en nuestra esperanza para acabar con la pobreza, en nuestra salvaguardia para la biodiversidad y en nuestro pasaporte hacia un futuro sostenible. Obviamente es difícil saber qué será sostenible en el ambiente físico o político del futuro. Es por ello que el enfoque ecosistémico hace hincapié en la necesidad de contar con buena información científica y con políticas e instituciones sólidas.

La meta de este enfoque es optimizar la variedad de bienes y servicios que producen los ecosistemas marinos, preservando al mismo tiempo su capacidad para generarlos en el futuro. Deberíamos estar plenamente conscientes de que hoy día carecemos tanto del conocimiento científico como de la voluntad política que se necesitan para enfrentar el reto. Si se han de tomar decisiones sólidas relativas al manejo de los ecosistemas marinos en el siglo XXI, es esencial que se produzcan cambios drásticos en la forma en que utilizamos el conocimiento y la experiencia de que disponemos, así como en el tipo de información que tendrá peso en las decisiones que se tomen sobre el manejo de recursos marinos con el fin de satisfacer las necesidades de información detectadas y de impulsar evaluaciones locales y regionales, se requiere una evaluación verdaderamente global e integrada de los ecosistemas marinos mundiales que vaya mucho más allá de nuestro análisis piloto.

El arresto del Viarsa I pone de manifiesto una vez más que las actividades de pillaje, lejos de estar controlados, aumentan y que la falta de mecanismos eficientes de regulación y control, actúa como aliciente para las mismas.

Es probable que de intensificarse las operaciones de pesca ilegal de merluza negra en el océano Austral, dentro de pocos años, el comercio de esta especie no sea más que un recuerdo, al igual que la supervivencia de algunas aves, que pueden llegar a extinguirse en un futuro cercano como consecuencia de estas prácticas ilícitas.

 Marcos Sommer
Ökoteccum – Kiel Alemania