El desalojo policial en Madrid de un centro social okupado, el Patio Maravillas, ha reabierto la magra discusión que entre nosotros provocan proyectos que, como ese, en modo alguno son residuales. Bueno es recordar que la presencia de esta suerte de centros es, muy al contrario, común en muchos de nuestros medios urbanos. Los centros […]
El desalojo policial en Madrid de un centro social okupado, el Patio Maravillas, ha reabierto la magra discusión que entre nosotros provocan proyectos que, como ese, en modo alguno son residuales. Bueno es recordar que la presencia de esta suerte de centros es, muy al contrario, común en muchos de nuestros medios urbanos.
Los centros sociales okupados muestran, como poco, dos dimensiones interesantes. Olvidaré ahora la primera de ellas, que no es otra que la posibilidad de que jóvenes y no tan jóvenes encuentren cobijo en un escenario marcado casi siempre por alquileres próximos a la usura. Mayor interés tiene en estos momentos la segunda dimensión, que nos habla de esos centros como notabilísimos y estimulantes focos de irradiación cultural y pensamiento crítico.
A título de ejemplo, el Patio Maravillas madrileño, como tantos otros, ha acogido en los últimos 30 meses un sinfín de actividades, entre las que se cuentan conciertos, talleres, servicios de asesoría legal y actos públicos a menudo masivos. Un buen termómetro de lo que tenemos entre manos lo ofrece el hecho de que una parte de las sesiones del Foro Social de Madrid previstas para finales de este mes había de celebrarse en ese recinto (y se celebrará, por lo que parece, en su sustituto).
Sí hay que mencionar, con todo, dos carencias que arrastran estos locales: la primera la aporta su indisimulada condición generacional -a poco más atraen que a jóvenes-, en tanto la segunda llega de la mano del escaso atractivo que tienen para lo que llamaré con ligereza la izquierda tradicional, acaso más culpa, bien es cierto, de la miopía de esta última. Agreguemos, para cerrar el panorama, que frente a la imagen, tantas veces difundida por los medios, de antros cerrados, marginales y fuente de delincuencia, es harto frecuente que iniciativas como la del Patio Maravillas disfruten de un general apoyo entre los vecinos del barrio en que han cobrado cuerpo.
Pero, más allá de lo anterior, hay que prestar atención a lo que los centros sociales okupados significan en el terreno de la contestación de dos miserias ingentes que marcan de forma indeleble el derrotero de nuestras sociedades. La primera es la radical supremacía que corresponde a un ocio -el que se ofrece a los jóvenes- dramáticamente impregnado de consumo, de dinero y de atontamiento; importa subrayar la gratuidad, frente a ello, del ocio y de los servicios que proporcionan los centros que ahora nos atraen.
La segunda miseria la configura, cómo no, una especulación inmobiliaria que entre nosotros lo inunda casi todo. A duras penas puede ser casual que, en muchos casos, los inmuebles objeto de okupación sean propiedad de personas de dudosa moralidad que bien saben lo que es el negocio sucio y la presión sobre los dirigentes políticos. Qué tiempos estos en los que quienes especulan y se lucran con el trabajo de los demás campan por sus respetos, mientras son frecuente objeto de represión, demonización y criminalización muchos jóvenes que buscan, con talento y compromiso, horizontes distintos. Los mismos tiempos, bien es cierto, que permiten que quienes llevan años alentando un visible deterioro en las condiciones medioambientales del planeta pongan en la cárcel, incomunicados, a quienes han tenido el coraje y el buen sentido de plantarles cara.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política
Fuente: http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/429/okupas/